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21 de Noviembre del 2016
Historias
Lectura: 50 minutos
21 de Noviembre del 2016
Redacción Plan V
Mujeres trabajadoras: cinco testimonios de la cara oculta del machismo

El ejercicio del poder machista, explícito o implícito, es abordado en una investigación testimonial a mujeres trabajadoras y mujeres dirigentes laborales.

 

"La cara oculta del machismo" corresponde al título de una investigación de Norma Velasco Haro, auspiciada por la Fundación Donum y la plataforma por el derecho a la salud. El largo subtítulo del documento da cuenta de los alcances de este informe: "repercusiones en la salud de las mujeres ecuatorianas, como consecuencia de la violencia y discriminación en el espacio laboral".

Jessica:

“Doble discriminación: por ser mujer y por no tener nombramiento”

Lee aquí el informe completo.

Se mencionó que el enfoque de género es considerado una política de Estado. Su transversalización está presente en la planificación nacional e incluye asignación presupuestaria. Pero en el día a día, las condiciones laborales de las instituciones públicas con un obstáculo para las mujeres que accedan a cargos de poder.

Jessica ha trabajado en varias instituciones públicas del país. Cuando ha ocupado jefaturas o direcciones ha enfrentado actitudes machistas poco sensibles con sus necesidades, como es el rol de madre.

“Yo trabajaba como técnica del área legal. Mi jefe me encargó la dirección y hubo comentarios de que yo no estaba capacitada para el puesto, porque era una función muy dura que siempre había estado ocupado por un hombre. A mi jefe le cuestionaron y hubo demora en mi ascenso. Como primero fui compañera de los miembros de mi equipo, hubo una relación muy cordial: siempre acataban mis órdenes y nunca hubo problemas. “Era un cargo demandante y siempre trabajaba hasta súper tarde. Por ejemplo, las reuniones de gabinete eran luego de las 5 de la tarde y se iban de largo. En esa función sufrí estrés por la carga de trabajo. Por un lado, había mucha demanda de trabajo, pero por otro lado, mi jefe estaba a prueba por haber colocado en la dirección a una mujer. Sentía mucha presión y tuve una situación de estrés bien fuerte, con contracturas musculares. No podía levantarme y tuve que tomarme unos días de descanso con reposo médico. Quería aprender que tienes que tomarte las cosas más relajada, porque solo es trabajo, pero ahí la carga de trabajo era excesiva.

“Entonces decidí embarazarme. A pesar de que ya existían las protecciones para las embarazadas, en el caso de mi puesto, que era de libre remoción, no aplicaban estas normas. Las condiciones que tienen los puestos de poder no son sensibles a las necesidades y derechos de las mujeres. En los cargos directivos siempre hay más carga de trabajo, y compaginar eso con el rol de madres es complicado. Era difícil la responsabilidad con mis hijos: tenía que dejarles lista la comida, las cosas listas para poder trabajar. Ningún compañero hombre dejó de asistir a una reunión por cosas de la casa, mientras que las mujeres sí.

Mi jefa actual tiene una bebita de tres meses. Siempre nos dice “me voy temprano” pero nunca la veo salir antes de la cinco.

“Una compañera a la que quisieron darle un ascenso no aceptó porque su bebe era chiquita. Estaba en período de lactancia, pero no lo cumplía siempre porque había mucho trabajo. Mi jefa actual tiene una bebita de tres meses. Siempre nos dice “me voy temprano” pero nunca la veo salir antes de la cinco. No es que alguien le pida, sino que su situación de recién contratada y jefa le obliga.

“Cuando suceden estos conflictos (casa-jefatura) no hay dónde acudir. El único lugar es la oficina de Talento Humano. En algún lugar donde trabajé se le conocía como talento inhumano. No están al tanto de estas situaciones cotidianas. Los temas de maternidad y lactancia más bien se arreglan directamente con el jefe inmediato. Los hombres son más comprensivos que las mujeres. En Talento Humano por lo general trabajan mujeres y a veces son más difíciles con las mismas mujeres.

“Un puesto de poder en el sector público es de libre remoción, lo cual vulnera tus derechos como trabajadora. Pero también cuando tienes un contrato como funcionaria pública trabajas más horas y le restas tiempo a tu casa. Tu jefe no te dice que tienes que quedarte hasta las 8 de la noche, pero a las 4 de la tarde te entrega un montón de trámites y te dice que tienes que resolverlos ese rato; eso es acoso laboral. Eso es habitual en el sector público.

Por todo lado hay doble discriminación: por ser mujer y por tener contrato y no nombramiento, y ni en el uno ni el otro caso sé dónde acudir. Si voy al inspector del trabajo, tengo que probar y hacerme cargo de todo el proceso. ¿A dónde se acude? Lo que hacemos es trabajar calladitas hasta las 10 de la noche para no perder la fuente de ingresos. Es claro que esto afecta a la salud. Esos horarios extendidos de trabajo, donde pasas muchas horas entre comida y comida, pueden provocarte gastritis. A las 9 de la noche ya no veo bien; eso me genera dolor de cabeza por el cansancio. Cansancio que se acumula con el trabajo en la casa”.

Tanya:

“Aprobar la certificación de calidad es reprobar la calidad humana”

Las empresas grandes y medianas, donde trabajan más de medio millón de mujeres en nuestro país, implementan procesos de certificación de calidad que justamente les avalan como empresas que cumplen con las normas, disminuyen los riesgos del trabajo y velan por crear ambientes laborales adecuados para sus trabajadores. Tanya trabajó en la industria textil y de ensamblaje de electrodomésticos, donde hay mayoritariamente mujeres operarias,

“Cuando fui obrera en una fábrica de ropa nos comunicaron que iban a cuidar nuestras condiciones laborales para obtener el ISO 9000, que tendríamos algunos cambios: controles médicos más seguidos y normas de seguridad en la planta para que estuviéramos en buenas condiciones de trabajo. Desde entonces, la planta parecía una jaula o una prisión. No podíamos movernos. Para entrar a trabajar en la mañana, a las 7:30, teníamos que cambiarnos de ropa e ir siquiera media hora más temprano para ponernos unos mandiles y las redes en el pelo. No podíamos usar medias largas de lana. En invierno era helado. Pero nos exigían que no llevemos microbios de la casa a la planta.

“También nos quitaron los celulares; nos devolvían a la salida. Decían que así se disminuía la distracción, pero yo no podía comunicarme con mis guaguas todito el día. Más bien pasaba pensando cómo estarían y como me avisarían si pasaba algo. Era inhumano estar todito el día sin comunicación. Pusieron unos monederos, pero como solo teníamos 20 minutos para almorzar, ni siquiera terminábamos de hacer la fila para llamar a la casa.

“Una vez en la mañana y una luego del almuerzo nos hacían parar el trabajo para hacer otra cosa durante 10 minutos. Yo, por ejemplo, que pasaba sentada en la máquina de coser, cogía la escoba y barría, o ponía en fundas las pelusas que habían barrido las compañeras en el descanso de la mañana. Nos enseñaron cómo poner bien ordenada la basura para que no contamine. Al comienzo nos daban mascarillas, pero últimamente ya no.

A las compañeras que habían tenido accidentes no les despedían y seguían en trabajos de coser, aunque no tenían el dedito o la media mano que se habían volado.

“A las compañeras embarazadas se les libraba de cargar bultos. Del resto, tenían igual trato: el mismo tiempo de almuerzo. A las compañeras que habían tenido accidentes no les despedían y seguían en trabajos de coser, aunque no tenían el dedito o la media mano que se habían volado.

“Si tenemos guardería y ahí pasan los guaguas chiquitos, pero a la mayoría no nos sirve porque los guaguas ya son grandes, o ya son de colegio, y pasan botados todo el día. Antes yo subía a la hora de almuerzo a comer con mis guaguas, porque vivía cerca, pero ahora que me dan solo 20 minutos no alcanzo.

“Sí teníamos arrimaderos y baños en la misma planta, y dispensadores de agua, pero las líderes no nos dejaban así no más levantarnos. Nos veían mal o nos amonestaban. Era igualito que estar en la cárcel. Todo el día cosiendo me dañó la columna y la vista, pero lo que hizo que renuncie fueron mis guaguas abandonados.

“Para aprobar la certificación ISO 9000 no se cumplía con la calidad humana, nos trataban como a máquinas. Es cierto que cuando había grandes pedidos nos pagaban horas extras, pero quién iba a quedarse más de 8 horas en esa jaula aislada. Eran turnos de 14 horas, dale y dale cosiendo, encerradas y sin alzar a ver. Era como estar pagando una pena en prisión.

“Ahí encerradas las mujeres somos maltratadas por las líderes de línea, que son abusivas, injustas, vagas y tienen sus preferidas, porque a las amigas no les dan el trabajo que les dan a las otras. Aunque los jefes saben, no les pueden cambiar, pues como ganan más que nosotras, no les puede bajar de categoría.

“Los jefes de producción son hombres. Había uno bien grosero, que nos decía malas palabras. Nos decía “longas, ¿qué andan queriendo agarrar, algún mozo?; vayan a trabajar, que aquí no se les paga por eso”. Como eran amigos de las líderes de línea, no decían nada. Difícil es que vayamos donde los jefes a contarles. Yo les contaba a veces a las doctoras del centro de salud. Allá subía cuando ya me dolía mucho la cabeza de estar oyendo tanta grosería. Por lo menos el ratito que me iba a hacer atender ya me desestresaba. Era un ambiente horrible la planta.

Gloria:

"Empleo pleno, pero sin beneficios laborales"

Sabemos que se define al empleo adecuado/pleno como la actividad productiva que se realice como mínimo 40 horas a la semana y que genere ingresos equivalentes por lo menos al salario mínimo vital. En ese sentido, el comercio informal ejercido mayoritariamente por mujeres entra en esta categoría. Gloria Cruz es comerciante informal y dirigente de la Asociación del Centro de Comercio Comité del Pueblo. En ese local reubicaron a los vendedores ambulantes de la calle principal del barrio. Esta medida mermó en extremo sus ventas y deterioró las condiciones de trabajo de las mujeres.

Gloria asegura que en este Centro la mayoría de socias son mujeres (90%). “Nos sentimos discriminadas cuando las autoridades no escuchan que, como mujeres, nosotras en la calle vendíamos más, trabajábamos menos y teníamos más tiempo para la casa. Les dijimos que sacarnos de la calle y encerrarnos aquí en este lugar aislado se va en contra de nuestra economía. Sí queríamos la reubicación, pero ahí mismo, en la calle principal, donde hay movimiento de personas. Ahora nadie viene acá y no podemos llevar nada a la casa.

“Aquí trabajamos más horas: ingresamos a las 7 de la mañana y salimos a las 8 de la noche, y vendemos menos. Antes yo trabajaba en la calle desde las 4 de la tarde hasta las 7 u 8 de la noche. Solo en temporada como Navidad o día de la madre trabajaba todo el día. Ahora son jornadas más largas.

Con las autoridades peleábamos para que nos podamos afiliar pagando el mínimo, como 12 dólares, pero nunca se pudo.

“No estamos afiliadas al seguro voluntariamente, como antes; con esta crisis no podemos pagar tanto. Con las autoridades peleábamos para que nos podamos afiliar pagando el mínimo, como 12 dólares, pero nunca se pudo. Entonces perdemos la atención médica del seguro y el acceso a créditos.

“En la calle teníamos Credifé y otras cooperativas de ahorro y crédito, pero ahora, con la crisis, el Banco Pichincha no quiere saber nada de créditos para este centro comercial. Algunas compañeras acuden a los chulqueros; los cobradores son groseros con las compañeras. Pagan unos 8 dólares diarios; son montos de 200, 500 hasta de 1500 dólares, pero ahora que no se vende no pagan y los cobradores son más agresivos.

“Yo asistí a la universidad. Soy analista de sistemas, pero nunca encontré empleo. Como siempre vendí en la calle me quedé aquí, porque hay que llevar plata a la casa. El comercio en la calle es un trabajo diario y estable, aunque con más horas de trabajo. Hay más mujeres que hombres porque hay más autonomía para las mujeres que en un horario de oficina. Pero si nos encierran y aíslan en estos locales se pierden todas esas ventajas. Como hay pocos clientes y no se vende nada, las compañeras se pelean por conseguir algún cliente.

“Yo soy la presidenta de la asociación, tengo 240 asociados y ahora que estamos frustrados el ambiente se vuelve violento y agresivo. Estamos organizados, pero hay discriminación de las autoridades. Se siente que a ellos les gustaría que esté un hombre como líder. Yo pienso que hay una desvalorización porque una lideresa es mujer. Dicen “un mercado no más es, doña Gloria no más es”.

Maritza:

"En casa de herrero, cuchillo de palo"

La labor que realizan las ONG desde el siglo anterior ha tenido un impacto interesante en relación con las reivindicaciones de los grupos en desventaja histórica. Muchas han aportado a mejorar condiciones para el ejercicio de los derechos humanos, entre esos los derechos de las mujeres y los derechos laborales. Institucionalmente han sido las ONG las primeras en transversalizar los enfoques de género, interculturalidad, derechos generacionales, etc. Sin embargo, casa adentro aún se vive discriminación contra la mujer y permanecen los estereotipos de género como referentes para la toma de decisiones institucionales con respecto a las mujeres trabajadoras.

Maritza es despedida de su trabajo porque sus jefes no estaban de acuerdo con su comportamiento personal como esposa. La institución recepta una queja del esposo de Maritza diciendo que ella se ausenta muchas noches del hogar, acusándola de estar durmiendo con un consultor de dicha organización.

“Por un tema de pareja, mi esposo se comunica con mis jefes. Al inicio, en un momento de angustia y por la presión de la situación, dije que si iba a causar algún conflicto a la organización yo estaba dispuesta a renunciar. A partir de ese momento sufrí acoso laboral. Según ellos, esperaban que yo cumpliera mi palabra de renunciar. Es importante aclarar que hasta ese momento nunca había recibido una sola retroalimentación negativa de mi trabajo. Siempre prioricé los tiempos de la oficina. Estaba disponible siete días a la semana y 24 horas al día, porque se trataba de un área muy delicada; por ejemplo, en el terremoto me pasé una semana viendo qué sucedía con los niños en Pedernales.

“Ni en los momentos de evaluación formal ni las conversaciones con mi jefa inmediata recibí una sola observación negativa como profesional. La institución nunca tuvo ningún argumento laboral o técnico para hacer lo que hizo. Fue un tema personal: yo no encajaba en su ideal de mujer y me pusieron en lo que yo llamo la congeladora. Cualquier disposición mía a mis subalternos era ignorada, la directora se iba por sobre mí y designaba tareas a mi equipo. Continué asistiendo al trabajo, pero ya no me dejaban viajar ni nada, no recibía correos, no me incluían en las actividades, los talleres.

Fue un tema personal: yo no encajaba en su ideal de mujer y me pusieron en lo que yo llamo la congeladora. Cualquier disposición mía a mis subalternos era ignorada...

“Luego de un tiempo, en Gestión Humana me dijeron que debía cumplir con mi palabra de renunciar. Ahí, mi respuesta fue que no tenía ninguna evaluación negativa de mi trabajo, que era un tema personal e injusto y que no iba a renunciar. Empezó un proceso de negociación en el que me insistían que renuncie, y al final me despidieron. En la carta de despido no consta ninguna justificación; solo dice que ya no requieren de mis servicios. Creo que eso es suficiente, pues en el Ministerio del Trabajo tampoco les exige justificación.

“En las últimas conversaciones que mantuve con el director me decía lo que supuestamente yo debía comprender: “Nosotros no sabíamos qué iba a pasar contigo. Si tienes un taller fuera de Quito y tienes que viajar, ¿podrás quedarte a dormir? ¿Cuántos días podrás quedarse fuera de la ciudad? ¿Con quién irás a dormir?” Esas eran las razones, les preocupaba con quién iba a dormir en mis viajes.

“Otras veces me decía: “¿En serio estás con ese tipo?, ¿sigues con tu novio?”. Yo tuve que pararle en varias ocasiones, con respeto, pero con miedo. “Eso no tiene que ver contigo, hablemos de mi trabajo”, le respondía. ¿Qué tiene que ver con la oficina con quién voy a dormir? Pedí argumentos profesionales. Según ellos, en mi cargo, que era protección de derechos de los niños y niñas, es delicado que pase esto. El director me dijo: “Tienes que comprender que tu cargo es muy estratégico y no saber qué pasa con tu relación es delicado”. Es decir, yo no puedo coordinar la protección de los niños porque mi esposo me acusa de acostarme con alguien.

“Yo cumplí con mi trabajo, viajando mucho, dejando a mis hijos, dejando a mi familia. Nadie en el trabajo dijo nunca que rendía mal a pesar del lío que tenía en la casa. En medio de la crisis de mi matrimonio me fui a Guayaquil a trabajar. Incluso mi ex esposo me dijo: “¿No ves cómo está en peligro tu matrimonio, y te largas?”. Y sí, me fui a Guayaquil porque no podía quedarme sin trabajo.

“Sufro violencia en la casa, mi ex esposo la lleva a la organización y la organización no tiene un argumento para despedirme más que el prejuicio. Hubo un momento en que le dije a mi jefe que hubiera sido mejor que mi marido me dé un puñete en el ojo, porque así la organización hubiera tenido pena de mí; pero como no me ha pegado y no tengo una huella en mi cara, entonces esa violencia la enfrentan desde el prejuicio y castigan un comportamiento no alineado con el imaginario de una mujer casada. En casa de herrero, cuchillo de palo. Irónicamente, es una organización que trabaja en derechos, tienen un trabajo de género y me hacen lo que me hacen.

“Hay un tema de género fuerte. Me pregunto: si yo hubiera sido hombre ¿la acción y la reacción hubiera sido la misma? Un hombre que sea acusado de infidelidad por su esposa, y que pase muchas noches fuera de casa, no verá afectada su situación laboral. Si yo fuera hombre, seguramente me habrían dicho que controle a la “loca celosa de tu mujer”, pero jamás habrían llegado al despido. A mí me acosaron en mi trabajo psicológicamente y laboralmente. Quedé hecho flecos, me enfermé, me humillaron. En las ONG se llenan la boca con el tema de género, pero no se aterriza para nada. Hay políticas de género, haces talleres, pero en la vida institucional actúan desde el machismo.

“¿Y dónde acudir? Pues nunca tuve idea. Una vez que me indemnizaron creí que ya no era asunto del Ministerio del Trabajo, pero mi abogado me dijo que él podría tomar esa demanda porque se sembraría un precedente jurídico, pues no hay nada que tipifique esta acción de acoso laboral basado en un prejuicio de género”.

Vanessa:

"Ingeniera comercial o reina de belleza"

Desde la misma Constitución se garantizan los derechos de las mujeres. Con respecto a los procesos de selección laboral el artículo 329 establece que “los procesos de selección, contratación y promoción laboral se basarán en requisitos de habilidades, destrezas, formación, méritos y capacidades. Se prohíbe el uso de criterios e instrumentos discriminatorios que afecten la privacidad, la dignidad e integridad de las personas”. Sin embargo, los bancos las entidades financieras establecen como requisito cierto estereotipo estético con las mujeres. Estas condiciones son indispensables para conseguir un trabajo o merecer una promoción. La naturalización de esta violencia simbólica en las mismas mujeres hace que su identificación sea nula y, por tanto, poco probable su problematización, su denuncia y, menos aún, su reivindicación.

En otras instituciones no importa la buena presencia, cualquiera va y atiende a los clientes. Acá sí nos contrataban a las blanquitas, bien puestitas, decentitas.

Vanessa nos cuenta que “desde el perfil que solicitaban para contratar ya ponían como requisito buena presencia y buena imagen personal. En otras instituciones no importa la buena presencia, cualquiera va y atiende a los clientes. Acá sí nos contrataban a las blanquitas, bien puestitas, decentitas.

“En el banco solo llamaban a las mujeres para darles capacitación sobre etiqueta e imagen personal. Una señora nos enseñaba cómo hablar con el cliente, cómo maquillarse, vestirse y peinarse. Y a las mujeres nos gustaba porque aprendías cómo resaltar la cara, cómo hacer los labios más gruesos, todos los trucos de maquillaje. El uso correcto del uniforme, los tacones, las medias que se pueden usar. Así era porque integrábamos el servicio al cliente y éramos la primera imagen del banco. Era como un concurso de belleza, todas queríamos estar bien presentadas.

“Por eso los bancos son un mercado buenísimo para vender maquillaje, joyas, bisutería. Nos endeudábamos todas porque había que estar a la altura. Era importante la imagen en el banco. Aunque yo estudié y soy ingeniera comercial, la imagen personal era tomada en cuenta para los ascensos. Conocí a dos amigas: la una se hizo cirugía estética de la la nariz y la otra se hizo las chichis y la nariz. Se hacían las intervenciones siempre en épocas de utilidades; era muy común”.

Rita:

“Derechos laborales no conocemos nunca”

El Ministerio del Trabajo es el ente que “ejercerá la rectoría en materia de seguridad en el trabajo y en la prevención de riesgos laborales”24, y su competencia es precautelar los derechos de las trabajadoras y trabajadores; sin embargo, la violencia y discriminación contra las mujeres en el espacio laboral muchas veces sucede en complicidad con los mismos funcionarios de dicha institución. En las plantaciones de banano del Ecuador los derechos de las trabajadoras son vulnerados permanentemente. Aquí tres testimonios ejemplificadores.

Paula Rita Quinto, luego de 12 años de trabajo en una bananera (Reybanpac), donde pasaba hasta 12 horas diarias de pie, fue despedida estando embarazada. Rita empezó a sentir ciertas molestias propias de su estado y relacionadas con el exceso de trabajo, por lo que solicitó al administrador ir al IESS para una revisión médica. La médica le recomendó dos días de reposo absoluto dado su delicado estado de salud, producto del exceso de trabajo, que ponía en peligro la vida de ella y de su hijo.

Ella comunicó lo del descanso médico otorgado y la empresa se lo “concedió”; pero mientras hacía uso de los dos días de descanso, la empresa la denunció por abandono del puesto de trabajo y pidió a la Inspectoría del Trabajo el visto bueno para despedirla. La autoridad, contraviniendo la ley y en clara violación de los derechos de una trabajadora, aceptó el pedido. Luego se la citó a la Inspectoría del Trabajo de la ciudad y, en presencia del inspector, le entregaron 800 dólares por 12 años de trabajo y le hicieron firmar unos papeles en blanco, aduciendo que era tarde y que tenían que cerrar la oficina.

Quedó desempleada y esta situación le causó serios problemas, pues estando en estado de gravidez y con complicaciones se quedó sin atención médica. Además, se la ubicó en las listas negras, un sistema que mantienen las empresas bananeras del Ecuador para ubicar a los trabajadores que reclaman sus derechos, con la finalidad de que nadie más les dé trabajo. Estaba preocupada por salvar su vida y la vida de su hijo, y no disponía de tiempo ni de recursos para obtener asesoría legal y reclamar por sus derechos violentados. Además, su niño nació con problemas de salud. Los médicos identificaron como posible causa de estos problemas la exposición de la madre a una gran carga de pesticidas, muy común en los cultivos de banano.

Además, se la ubicó en las listas negras, un sistema que mantienen las empresas bananeras del Ecuador para ubicar a los trabajadores que reclaman sus derechos, con la finalidad de que nadie más les dé trabajo.

Por estas razones ella no inició ninguna acción legal en ese momento. Luego de un año, y con el apoyo de ASTAC, presentó una demanda en contra de Reybanpac, pero se encontró con la novedad de que le habían forjado una demanda con los papeles que firmó en blanco. Incluso se forjó un desistimiento de la falsa demanda supuestamente por haber llegado a un arreglo extrajudicial con la empresa. Quedó fuera de toda posibilidad de demandar a Reybanpac, porque no se puede demandar dos veces por la misma causa. Luego logró que se desconozca la demanda que se forjó y continuó con las acciones legales en contra de la empresa, con todas las dificultades que significa que los trabajadores agrícolas lleven demandas en contra de empresas agroindustriales.

Similar historia es la de Rita Burgos, quien describe cómo una de las empresas bananeras falsea las condiciones de trabajo de las mujeres y violenta los derechos de las mujeres en su lugar de trabajo. “Me dicen que tengo menopausia, pero es por el tiempo de trabajo con tantos químicos. Últimamente no había protección; me mandaban a lavar las bodegas de cloro, y esos son químicos fuertes. Antes me mandaban a abrir fundas para enfundar el guineo; tienen químicos y no me daban la mascarilla. Me obligaban abrir la funda y me decían: “si no lo hace, no hay otro trabajo”. Tenía que abrir las fundas, pero una mujer embarazada no debería realizar esa actividad”.

“Las jornadas de trabajo son muy extensas. Una debe estar en pie a las 4 de la mañana para coger carro antes de las 5. A veces hay que estar parada 12 horas haciendo la misma labor hasta terminar el trabajo. Nunca nos pagaron el salario mínimo. Las mujeres ganan menos y los hombres ganan más. Vacaciones no conocemos, nunca. No más firmamos un documento en el rol de pago, que incluye decimotercer y decimocuarto sueldo, además del descuento en una asociación ficticia; nunca he conocido a ningún presidente, a ningún líder, a ningún socio, ni conozco artículo ni estatuto de ninguna asociación”.

Gladis:

“El coqueteo es una herramienta del periodismo”

Los medios de comunicación conforman uno de los sectores más influyente en los patrones culturales de una sociedad. En el Ecuador –como en casi todas partes del mundo–, una mirada rápida a su rol de medios de producción ideológica nos permite ver su impacto en la violencia y discriminación contra la mujer, la producción de estereotipos femeninos incluyendo roles profesionales y laborales de las mujeres, la reproducción de antivalores machistas y del poder patriarcal. Incluso los contenidos del periodismo son androcéntricos, y la construcción de lo femenino y su lugar en los contenidos de la información conservan la subordinación de la mujer en la realidad mediática. Como ejercicio profesional, el periodismo es parte de esta realidad. La subordinación se reproduce, y la situación de violencia y discriminación en contra de las periodistas mujeres tiene un efecto nocivo en su bienestar.

“Yo trabajé dos años y medio en el periódico como pasante. Ellos argumentaban que no me podían dar contrato porque no tenía título. Pero había gente que no tenía título; mi jefe, por ejemplo, no acabó la universidad y era editor. En el periodismo hay presencia femenina, pero los mandos medios y altos son hombres. El editor general era hombre y solo tenía relación con los otros editores, también hombres. Cuando recién entré había una mujer editora. Llegó a ese puesto con mucho esfuerzo y dedicación, el doble del de sus compañeros editores. Ella era soltera y no tenía hijos, por eso podía responder con las exigencias del medio. En ese entonces yo creía que ser soltera y no tener hijos eran una ventaja para avanzar en tu profesión.

“En la repartición del trabajo había temas de hombres y de mujeres. Nosotras nos encargábamos de las secciones de sociedad, misceláneo, ciudad y cultura. Los temas de economía, política y deportes eran para los hombres. Aunque las mujeres apoyábamos esos temas, los responsables eran hombres. Había una especie de regla tácita: las entrevistas para tratar los temas complejos del país con personajes difíciles y con mucho poder las hacían las mujeres; estos personajes siempre eran entrevistados por mujeres, ya que a una mujer le dan más información. Las mujeres nos relacionamos mejor con los hombres porque recurrimos al galanteo y la seducción. El coqueteo era una herramienta del periodismo. Por eso los perfiles de mujeres que buscaban en el periódico eran chicas guapas, de clase media y con mejor formación. Yo no cumplía con esas características; sentía que había discriminación de género y de clase.

Había una especie de regla tácita: las entrevistas para tratar los temas complejos del país con personajes difíciles y con mucho poder las hacían las mujeres.

“En un medio institucional en el que trabajé por varios años hubo cambio de jefatura, y el nuevo jefe decidió despedirme. Pero mi salida fue horrible. Él, sentado en su escritorio, me dijo que estaba despedida por la reducción de personal. Luego se acercó, me puso la mano en la pierna y me dijo: “Si te quieres quedar, depende de ti”. Temblando del miedo, pero con todo respeto, le dije que si era así mejor me iba.

“Pero la manera de sacarme fue horrible. Meses antes del cambio de jefe se perdió una cámara de fotos que estaba a mi cargo. Cuando me despidieron tuve que firmar una letra de cambio para que no me lleven presa. Mi salida fue humillante. No tenía a quién acudir. Yo quise demandar, pero en ese momento mi situación económica era difícil y la poca plata que tenía se hubiera ido en el juicio. Quise acceder al alcalde, pero fue imposible. No pude hacer nada porque me enfermé. Tuve que buscar un médico amigo, porque tenía los nervios de punta… ya las agüitas de mi abuelita no me hacían efecto. El médico me dijo que tomara antidepresivos porque estaba muy mal, pero no lo hice. Me costó mucho salir de mi situación.

“Este señor no hizo eso solo conmigo; otra compañera a la que acosaba, a quien incluso le propuso directamente que se acostara con él, tuvo que renunciar. A otra a la que también le propuso terminó despidiéndola, como a mí. Él continuó con su puesto de trabajo y nosotras no pudimos hacer nada.

"Aunque no tuve una experiencia laboral en televisión, si pasé por los procesos de selección. Ahí sufrí discriminación por no cumplir con las características de mujer que buscan. En uno de los canales nacionales les gustó mi hoja de vida. Pasé todas las etapas de la selección, pero cuando fui a la entrevista me dijeron que el puesto no podía ser para mí: “lo que pasa es que acá necesitamos una buena imagen, porque es un medio que tiene otro tipo de target; manejamos otra imagen, otro roce social”, me dijo una mujer. Esto significa que también existe discriminación de unas mujeres a otras. En otro canal me pasó lo mismo. Estas cosas molestan porque te preparas, estudias y tienes experiencia, pero para contratarte como mujer se fijan en tu figura”.

Paulina:

“Que una mujer haga lo que esos semidioses hacen disminuye el valor de la profesión en sí”

Retomando la definición de la ONU de violencia contra la mujer como “uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se fuerza a la mujer a una situación de subordinación respecto del hombre”, introducimos el testimonio de Paulina Aulestia, la primera mujer ecuatoriana en llegar a la cumbre del Everest y a quien la discriminación y violencia que sufrió por ser una mujer con éxito en un espacio masculino le impidió ejercer el montañismo como profesión.

“Luego de dos años de trabajar como Comisaria de la Mujer decidí hacer algo en mi vida para probar cómo se da la discriminación de género. Me meto en el montañismo a nivel internacional y comienzo a vivir en carne propia la discriminación por ser mujer. Yo soy una profesional del montañismo y estoy calificada como deportista de alto rendimiento. Sobre la base de la Ley del Deporte dicha condición me permite, en teoría, vivir de esa profesión. Pero para llegar a eso el trayecto es duro.

“Como mujer en un mundo de hombres, plantearte un proyecto de manera autónoma, buscando recursos a través de tus propias fuerzas y manteniendo un discurso con ideología de mujer fuerte y potente, ya te ponen trabas. No te dejan acceder a los recursos ni a los espacios formales. Los que en este deporte ejercen poder comienzan a mover fichas para que no den paso a los apoyos y financiamientos. Así mantienen ciertas redes de predominio de los hombres.

“No sé qué es lo que piensan ellos, pero cuando una mujer también tiene estos logros en “sus” campos de acción sienten que disminuye el heroísmo, que pierden la calidad de hazaña. Algo les debe incomodar cuando digo que yo mujer también llegué a la cumbre del Everest. Me parece que perciben que cuando llega una mujer, la actividad ya no es tan poderosa, porque creen que son hombres elegidos y súper poderosos los únicos que pueden hacer esto.

“Estos semidioses con poder y fama en este deporte se quejaron que no hay quien me controle. Primero menospreciaban mis cumbres porque usaba oxígeno –lo hice por preservar mi salud y porque no es dopping–, pero yo seguía haciendo las cosas a mi manera. Mi discurso comenzó por la espiritualidad y la relación con la Pachamama, la fecundidad y la montaña. Comienzo a relacionar el milagro de la vida. Lo primero es preservar tu vida y relacionarte con la montaña: la montaña es femenina. Me despojo del heroísmo y ahí ya les caí mal.

Algo les debe incomodar cuando digo que yo mujer también llegué a la cumbre del Everest. Me parece que perciben que cuando llega una mujer, la actividad ya no es tan poderosa.

“Yo les rompí su esquema y dejé de idolatrar a un hombre que socialmente era el gurú del montañismo en el país. Aunque valoro su experiencia, que me sirvió en algún momento, no le idolatro ni le pido permiso; eso fue imperdonable. Tanta fue la discriminación que el gurú formó a una chica, le puso sus palabras en el discurso, la masculinizó, le financió, la entrenó y la declararon la primera mujer ecuatoriana en llegar al Everest, anulando mi existencia. Claro, ella es una mujer que le debe todo al gurú: en su discurso lo venera, ella es obra de un hombre. Es tal la violencia que se ejerce que en una conferencia de prensa el gurú cerró el discurso diciendo: “yo siempre te dije que no puedes usar minifalda porque se te verían los cojones”. La gente se ríe de ese control a una mujer.

“Pero en el trayecto también hay discriminación y el día a día pone en riesgo hasta la salud de las mujeres. Antes mi entrenador me exigía como a un hombre. Trataba de despecharme y permanentemente se cuestionaba la utilidad de entrenar a una mujer. “Más rápido corre mi abuelita” o “la abuelita del geriátrico es más fuerte que tú”, eran sus primeras frases motivacionales. Como yo no era casada ni tenía hijos, aseguraba que buscaba dónde perder mi tiempo, y me decía: “¿por qué no te consigues novio?”. Cuando entrenábamos en la montaña decía: “a ver, la mujercita se queda cocinando y los hombres a hacer cumbre”. Yo protestaba y demostraba que también podía hacer cumbre. El día que vio que yo no paraba empezó a aplicarme el mismo régimen lo mismo que para los hombres. Había un patrón que me exigía masculinizarme.

“Cuando me entrenaban con parámetros masculinos me exigían físicamente de más; una vez me extralimite y me explotó el musculo de la pantorrilla. Fue lo más grave que me sucedió por hacer algo que no era para un cuerpo de mujer; luego me puse límites. A todas las mujeres les digo que si podemos hacer estas actividades de “hombres”, pero no como hombres, porque nuestros cuerpos son de mujer.

“Luego mi entrenador se dio cuenta que soy una mujer que subirá la montaña como mujer. Entonces dejó de presionarme para cumplir los parámetros masculinos. Reconociendo mi esfuerzo y voluntad empezó a hacer una tabla de entrenamiento para mí como mujer, buscando mis movimientos femeninos, entendiendo las necesidades de un cuerpo de mujer en la montaña. No vio un cuerpo sexual sino deportivo. Empezó a entrenarme como mujer y dejar de frustrarse porque no alcanzaba los tiempos masculinos, a valorar que rompía los records de las mujeres. Me dejó en paz con mi grasa, que es lo que un cuerpo de mujer necesita para ascender al Everest, aunque sea mayor que la que tiene y necesita un hombre.

“A pesar del apoyo que me daba el ministro, en el Ministerio del Deporte no aceptaban mis proyectos de montaña, perdían las propuestas. Hice cinco de las siete cumbres buscando otros financiamientos. Una comienza a vivir injusticias. Al principio no quería asumir que por ser mujer no me van a apoyar, pero empezaba a ver que a los hombres les daban 150 mil dólares en un año y a mi nada, o que apoyaban a un joven sin ninguna experiencia, sin preparación física ni psicológica, que al final fracasaba. Yo siempre traía cumbres y records, pero no me financiaban a pesar de mis triunfos. No les gustaba que les diga que no me apoyan porque soy mujer y estoy sola, que tendría que estar con un hombre a lado para que me crean y me apoyen.

“Luego de ocho meses de perseverancia en los pasillos del Ministerio logré un apoyo del 50% para mi penúltima cumbre, que me entregaron un poquito antes de mi expedición, y un apoyo del 100% para mi última de las siete cumbres, el Everest. Así sembré el precedente de que a una mujer montañista le deben apoyar. Mi discurso les molestaba a quienes practican este deporte. Ellos sí tienen la posibilidad de hacer de esto una profesión. Yo me quedé en el campo del coaching y los talleres motivacionales y no como guía de montaña, porque fui mamá y el tiempo en la montaña pasó a segundo plano”.

María Dolores:

“Constantemente tienes que estar peleando para que los pacientes respeten y valoren a una mujer médica”

La violencia y discriminación contra la mujer en el espacio laboral es estructural. Hay profesiones que culturalmente son consideradas femeninas, como todas aquellas relacionadas con el cuidado de los otros: profesoras parvularias o enfermeras son las más evidentes, pero podemos ver, por ejemplo, que en el área de la salud las médicas sufren discriminación y violencia en su trabajo por parte de los pacientes, los colegas y otros profesionales de la salud. María Dolores, médica emergencióloga, debe defender cada día su calidad de especialista y su idoneidad profesional. Y arreglárselas para estar en casa mientras está en el trabajo.

“Es común que los pacientes desvaloricen a una mujer médica: “Vea, mijita, llámele al doctor”, me dicen muchos pacientes cuando entro a revisarles. Muchas veces van con mi receta a consultar con un médico varón. Una vez un grupo de familiares no me permitían atenderle a un paciente que se había ahogado. Pedían que viniera un médico, porque creían que yo no podía intubarlo correctamente. Se requería hacerlo pronto, así que tuve que imponerme y pedir que saquen a los familiares.

Constantemente una tiene que pelear para que los pacientes respeten y valoren a una médica. Pero no solo son los pacientes; las enfermeras también desobedecen las órdenes.

“Siempre se tienen estos inconvenientes. Constantemente una tiene que pelear para que los pacientes respeten y valoren a una médica. Pero no solo son los pacientes; las enfermeras también desobedecen las órdenes cuando una ejerce una especialidad que es considerada de hombres. Si yo fuera pediatra o médica de familia sí me harían caso, pero como soy emergencióloga no me respetan como lo hacen con mis homólogos varones.

“Recién graduada de médica compartía el consultorio con un doctor que fue mi profesor. Los pacientes que llegaban a la consulta me decían “llámele a su papi” y no querían que yo les atienda. Un par de veces se quejaron porque mi tarifa era igual a la de mi colega. No querían pagar diciendo: “No le voy a pagar lo mismo que al doctor, usted no es el médico, usted es mujer”. Si en el hospital donde ahora trabajo los pacientes pudieran escoger quién les atienda, de seguro escogerían a colegas hombres.

“Lo más difícil de mi especialidad no es la violencia de los pacientes o la discriminación de las enfermeras, sino que los turnos me alejan de mis hijos. Todavía son chiquitos y muchas veces no les puedo preparar para que salgan a la escuela. Otras veces ni siquiera les acompaño cuando llegan a la casa, y muchas veces se acuestan sin verme. Llamarles por teléfono para que se levanten a tiempo o para que no se olviden la lonchera es algo que molesta a los mismos colegas. Se quejan de que durante la guardia una llame a la casa a ver cómo están los hijos, darles instrucciones para su día o despedirse antes de que se duerman.

“Cuando trabajan, los médicos hombres no están preocupados de sus casas, nosotras sí. Cuando yo escogí mi especialidad no tenía hijos, ni siquiera estaba casada. Ahora estoy divorciada precisamente porque mi ex marido no soportaba mi ritmo de trabajo. A mis guaguas tengo que criarles por teléfono”.

La realidad

El informe, además de los testimonios, se complementa con revelaciones hechas por mujeres dirigentes laborales y gremiales, que en sus respectivas áreas estableces tendencias de prácticas machistas y la forma cómo opera la discriminación contra las mujeres -de una manera casi invisible pero naturalizada- en un mundo en el cual operan prejuicios enraizados desde las prácticas patriarcales. El informe está disponible en Plan V.

 

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Mujeres trabajadoras: cinco testimonios de la cara oculta del machismo
 


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