
Un provocador nato. A raíz de los asesinatos en la revista francesa Charlie Hedbo, vale la pena recordar a Pancho Jaime, quien usó la sátira y el humor grotesco.
Algunas publicaciones relacionadas con la muerte de Pancho Jaime.
Estas semanas ha corrido mucha sangre y mucha tinta. El estupor ante el asesinato de los caricaturistas y periodistas del semanario francés Charlie Hebdo generó conmoción, solidaridad y discusión acerca de lo que implican la libertad de expresión, la sátira, la convivencia y los extremismos en las sociedades modernas. Las muestras de apoyo, las marchas, las pancartas alusivas en que los solidarizados ciudadanos se autoproclamaban Charlie se extendieron por todas las regiones y tecnologías en las que nos movemos en esta aldea global. Hasta las máximas autoridades políticas del orbe, con no pocas polémicas, caminaron junto al pueblo francés o dieron sus muestras de respeto en el duelo.
En nuestro país se suscitaron expresiones de solidaridad transversales. Lo que incluyó a varios funcionarios gubernamentales que extrañamente también son Charlie. O por lo menos lo expresan desde la frontera para fuera porque, casa adentro, parecieran ser Eilrahc, el epítome de la vuelta de carnero en un tema que deja en la Revolución Ciudadana un tejado de vidrio que hubiera hecho las delicias de los caricaturistas asesinados.
Esta disociación no es exclusiva de las autoridades. En el Ecuador pareciera ser social, cultural, política y, sobre todo, generalizada cuando la amnesia ha obviado un tema que está arropado de muchas de las componentes de la masacre del siete de enero en Francia. Ocurrió en nuestro país hace más de 25 años, cuando en pleno centro de Guayaquil, en una soleada tarde de septiembre de 1989 y mientras tomaba una cola, moría acribillado Víctor Francisco Jaime Orellana, mejor conocido como Pancho Jaime, nuestro Charlie Hebdo “made in Ecuador”.
En una soleada tarde de septiembre de 1989 y mientras tomaba una cola, moría acribillado Víctor Francisco Jaime Orellana, mejor conocido como Pancho Jaime, nuestro Charlie Hebdo “made in Ecuador”.
Entonces, como diría Rubén Blades, “aunque hubo ruido nadie salió, no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró”. Solo los panas, su familia y algunos de sus fans -roqueros y seguidores de su revista- lo acompañaron en su entierro. Las causas y entretelones de su muerte siguen siendo un misterio sin resolver. Y a pesar de que todo apuntaba a que el asesinato era una aleccionadora ejecución para silenciar su polémica gaceta, ni los medios, ni el poder político ni la sociedad civil reaccionaron horrorizados, como ahora acontece con el semanario francés, a lo que tenía todos los condimentos de un atentado contra la libertad de prensa y el derecho al humor satírico.
Un vistazo al humor satírico
Parte del problema de esa amnesia tiene que ver con el debate sobre lo que está o no permitido como expresión pública y publicable. Basta rememorar una clásica viñeta de diario, que sugiere que el humor gráfico nació el día que un hombre de las cavernas talló en la piedra: “Los de la tribu del frente son todos unos estúpidos”. La irreverencia de la prensa satírica siempre ha abierto el debate acerca de sus límites, porque la lógica con la que funciona no deja títere con cabeza, desacralizando los dogmas de todo orden.
El último capítulo de esta discusión se abrió a partir de la postura del Papa Francisco acerca de la necesidad de un límite a la libertad de expresión porque su exceso puede vulnerar otros derechos, como el de culto, y además generar réplicas agresivas. La ministra francesa de Cultura respondió al Papa indicando que en Francia se respeta la libertad de expresión plena, en la misma semana en que su país arrestaba al humorista Dieudonné, acusándolo de incitar al terrorismo, por haber escrito en su cuenta de Facebook: “hasta donde sé, me siento como ‘Charlie’ Coulibaly (uno de los terroristas)”.Quedó claro que el problema no es solo dónde poner los límites, sino el doble rasero y las contradicciones en los que incurren quienes velan por ponerlos o no.
El humor, pero en particular el humor satírico, es tributario de esa elaboración histórica que es el pensamiento crítico, un proceso de cuestionamiento que apunta a todas las formas naturales y sociales, rompiendo paradigmas y refrescando la mirada. Charlie Hebdo fue un incansable ejemplo de esa vocación. Más allá de que su marca registrada es la transgresión de sus caricaturas –donde pueden aparecer en sus portadas cada uno de los miembros de la Santísima Trinidad sodomizándose, Mahoma y los “Présidents de la République” ridiculizados o soldados franceses en coitos con animales- basta recordar que su nombre y origen son un guiño a Charles de Gaulle, el mandatario que dirigió la difícil transición tras la Segunda Guerra Mundial.
Desde la trinchera del humor satírico, y siguiendo el método de otros medios como Le Canard Enchaîné, Charlie Hebdo entró en el juego de la desacralización en un periodo particularmente complejo, cuando temas como la identidad nacional, la guerra en Argelia y la retirada del Magreb implicaban un camino espinoso y áspero, que los medios satíricos refrescaron con su irreverencia. Esa fue su cota más complicada, hasta que el extremismo islámico ajustició a ocho de sus caricaturistas y periodistas, y a un total de 17 personas, en un magnicidio que conmocionó a todos.
“Firme junto al pueblo”
En América Latina también hay varios casos de reductos satíricos irreverentes, siendo el semanario chileno The Clinic el más paradigmático. Tanto su nombre como su éxito están ligados a Pinochet y a las transformaciones de la sociedad chilena que se suscitaron cuando el ex dictador cayó preso en Londres en 1998. Recluido en la London Clinic, el proceso de su retorno a Chile apelando a razones humanitarias fue ácidamente seguido por lo que en un principio fue un pasquín, pero que después se convirtió en un fenómeno comunicacional. Su fundador, Patricio Fernández, es un literato que junto a un grupo de amigos aprovechó el material que generosamente le regalaba la historia de la clase política chilena buscando traer al ex dictador de vuelta, para criticar al establishment con una dosis de humor cáustico, desacralizando al personaje-tabú nacional.
Con el tiempo, además de incluir opiniones y elaborar historias desopilantes, The Clinic comenzó a incursionar en el periodismo de investigación y en la elaboración noticiosa más sofisticada, siempre desde la base de la duda metódica.
Con el tiempo, además de incluir opiniones y elaborar historias desopilantes, The Clinic comenzó a incursionar en el periodismo de investigación y en la elaboración noticiosa más sofisticada, siempre desde la base de la duda metódica. La consigna era hablar descarnadamente y con sorna de lo que acontece en el país, sin compromiso con el poder. El medio confronta –bajo el leitmotiv “firme junto al pueblo”- a toda la clase política, a los personajes públicos y a los medios de comunicación tradicionales con la misma mirada descreída y crítica, sin pelos en la lengua.
En sus portadas desfilan políticos, mandatarios, empresarios, deportistas, religiosos y todo un universo de personajes ataviados con el ropaje y el rol –travestis, prostitutas, asesinos, reos, héroes históricos, etc.- que el sarcasmo y la creatividad de los editores les permite producir en portadas y viñetas tan ingeniosas como desopilantes. La instalación del lenguaje e iconografía del semanario, a pesar de ser moteados originalmente como vulgares y antisistema, se convirtieron en una marca registrada ante la que ni sus más acérrimos detractores han disparado. Por el contrario, con el tiempo, por propia voluntad toda la clase política ha desfilado por sus páginas para darse un baño de humor en busca de empatizar con el ciudadano de a pie, en un ejercicio que ha contribuido a perfeccionar la democracia.
A propósito del magnicidio en Charlie Hebdo, Fernández editorializó lo que se puede leer como una proclama de los principios del humor satírico: “la sátira no busca la delicadeza. Esa se la deja a los artistas. La sátira es escandalosa por excelencia. Odia pasar desapercibida, pone el dedo en la llaga no para sanarla, sino para sacar gritos. La cura se la deja a los doctores; lo suyo es escarbar la herida. No respeta religiones ni filosofías, sino muy por el contrario, son su enemigo predilecto. La razón es simple: la sátira odia lo sagrado. Eso que se cree intocable es lo que más la provoca (...) basta que alguien le hable de límites, para que saque a relucir una mueca feroz. Su misión es justamente transgredirlos, o al menos cuestionarlos. No siempre es de buen gusto. No pretende ser admirable (...). No es el amor al hombre lo que mueve a la sátira, sino una parte de ese espíritu muy consciente de su imperfección. Allí donde alguien cree conocer la respuesta definitiva, asoma para ridiculizar nuestras ambiciones desmedidas”.
Pancho Jaime y el humor en el lejano oeste
Las historias de Charlie Hebdo y del The Clinic, junto a la columna de Fernández sobre la naturaleza de la sátira, muestran con elocuencia que el humor satírico es un ejercicio radical y sin concesiones, sin más límites que esa necesidad vital de cuestionar y desacralizar, sobre todo a los personajes icónicos. La sátira es provocadora por excelencia. Pero es especialmente necesaria. Permite a las sociedades ser más abiertas, más desprejuiciadas. El humor quita las vestiduras de las vanidades, haciendo más llanos y humanos a los líderes y a las instituciones. En tanto los asuntos públicos se discutan sin ataduras y con un humor sin cortapisas, se vuelven más abordables e inclusivos. La sola presencia de los medios satíricos es, en muchos sentidos, una muestra de cuan democráticas y tolerantes son nuestras sociedades.
Esa perspectiva, lo que Pancho Jaime –o PJ, como muchos lo llamaban- inició con su revista no es más que el equivalente local de lo que otros medios satíricos en el mundo impregnaron: irreverencia pura, discusión sin miedos ni concesiones de todos los asuntos y personajes públicos, desde unos lenguajes e iconografías extremos, que en su momento fueron calificados como soeces, vulgares, blasfemos, vejatorios y antisistema. El humor satírico encarna las inmundicias de las formas para reírse de todos y de todo porque desde su indelicadeza, en palabras del director del The Clinic, “lo suyo es escarbar la herida“ que está abierta en la sociedad.
La revista de humor Pancho Jaime se originó en los años ochenta justo en el periodo pos dictadura, en el cual la nueva democracia empezaba a rearmarse bajo el influjo de los diferentes ejes que moldean nuestra política: Costa-Sierra, derecha-izquierda, plutocracia-pobres y clase media, empresarios-intelectuales. En esa tensión predominaban las individualidades que marcaron la época y que se sucedieron como Presidentes: Roldós, Hurtado, LFC, Borja y Abdalá. Representaban una visión de la vida en sociedad que ponía de manifiesto las características socioculturales de sus respectivos entornos, desde los que emergen unos códigos de comportamiento.
Para Xavier Andrade, autor de varios ensayos y artículos sobre Pancho Jaime, la revista y su editor fueron una expresión de los códigos propios del quehacer político costeño y guayaquileño de su tiempo, marcado por un machismo en el que la confrontación estaba impregnada por una agresividad verbal y física llena de sobresexualización.
Para académicos como Xavier Andrade, autor de varios ensayos y artículos sobre Pancho Jaime, la revista y su editor fueron una expresión de los códigos propios del quehacer político costeño y guayaquileño de su tiempo, marcado por un machismo en el que la confrontación estaba impregnada por una agresividad verbal y física llena de sobresexualización. El más poderoso era el más “potente”, el más venal, el más pendenciero. Esos códigos llevaban implícita la necesidad de ganar espacios a través del enfrentamiento, de la denostación del otro, que no era visto como un opositor sino como el rival al que había que aniquilar y, para ponerlo en sus términos, mear. Era el mundo de la testosterona y la balacera verbal –y a veces real- típico del lejano oeste. La agresividad y la manera en que se afrontaba la política generaron un ambiente de beligerancia, sobre todo durante el gobierno de LFC, en el que incidentes como las tanquetas en el Congreso, el Taurazo, la persecución de AVC, la desaparición de los hermanos Restrepo, entre muchos eventos, daban cuenta de un clima de intolerancia y violencia política.
Mandando a la “Casa de la Verga”
Fue en ese ámbito que la revista Pancho Jaime “floreció”, sobre todo en Guayaquil, pues reflejaba el espíritu de su tiempo usando el lenguaje propio del machismo costeño que impregnaba la política pero que no se usaba públicamente. En cierta forma, la violencia verbal e iconográfica de la revista era la materialización del lenguaje no oficial y simbólico de parte significativa de los liderazgos políticos costeños y del machismo guayaquileño como fenómeno social transversal. Por eso provocaba, por partes iguales, escozor y risas hilarantes entre sus lectores, pues arremetía contra los representantes del poder usando los códigos falocéntricos.
Como describe Andrade, al comienzo arremetió contra la prensa amarilla, la industria disquera local –Jaime fue uno de los precursores del rock nacional- y la Iglesia Católica, buscando convertir su publicación en un ejercicio de reflexión periodística. Andrade señala que la “sexualización de personajes concretos no era característico de sus primeros escritos, los mismos que originalmente eran más bien similares a un típico tabloide. De hecho, las primeras cuatro ediciones de Comentarios fueron bastante suaves tanto en términos de lenguaje cuanto de imágenes. Además, en ese momento, PJ todavía estaba empeñado en convertirse en un periodista profesional; solamente luego de haber sido secuestrado, encarcelado y torturado por primera vez, empieza a radicalizar su discurso utilizando diferentes elementos”.
Fue a partir de la tortura y encarcelamiento de PJ –en el que habrían participado miembros designados por la Gobernación del Guayas de entonces- que se radicalizó la propuesta de Pancho Jaime. La revista comenzó a confrontar sin distinción, mandando -literalmente y gracias a los exuberantes falos que graficaba- a la “casa de la verga” a cuanto personaje o institución entraba en su mira. Fue una especie de mezcla de necesidad de reafirmación individual -con no pocas dosis de egotismo-, de crítica política y social y de humor cáustico en clave machista costeña, hilvanado desde rumores que hacían las delicias de su público, aunque para muchos rozando el terreno de la difamación.
Fue una especie de mezcla de necesidad de reafirmación individual -con no pocas dosis de egotismo-, de crítica política y social y de humor cáustico en clave machista costeña, hilvanado desde rumores que hacían las delicias de su público, aunque para muchos rozando el terreno de la difamación.
La publicación era una microempresa en donde la informalidad material y temporal era la norma. No tenía ningún compromiso publicitario o de financiación. Peor aún, con su postura confrontacional se ganó la animadversión del poder, en todas sus instancias, desde la clase política, pasando por los grandes medios y la curia. La de Pancho Jaime era una revista “infecta”. No solo que era políticamente incorrecta y tenía sus limitaciones conceptuales, sino que hacía uso de la misoginia, homofobia y al agresión propia de la visión machista para analizar descarnadamente los acontecimientos circundantes.
Con todos sus problemas conceptuales y de formato, Pancho Jaime fue un ejercicio de libertad satírica sin ataduras. Con los años fue ganando repercusión e importancia, convirtiéndose en un fenómeno del que todos hablaban tras bastidores y que, sobre todo para la base popular de sus lectores, se convirtió en un referente de denuncia y reflexión. Tal como lo definió Samuel Montúfar en su tesis “La comunicación alternativa de Pancho Jaime como resistencia al poder en el Gobierno de LFC”, la revista puede ser definida como un mecanismo de comunicación alternativa en un periodo en el que la prensa de oposición al régimen era censurada y presionada. A pesar de todo, Pancho Jaime siguió publicándose, ampliando su público, deviniendo en un fenómeno popular.
Hasta que PJ fue asesinado a los ojos de todos, por un motociclista que lo ajustició. Si bien hubo cobertura de prensa, el hecho se circunscribió a la esfera de crónica roja. Nadie se atrevió públicamente a denunciar el asesinato de Pancho Jaime como lo que era en esencia: un atentado contra la libertad de expresión y el derecho al humor satírico. Quizás inconscientemente operaba el prejuicio respecto de su origen proletario y su tónica obscena. Quizás había tantos sospechosos que era mejor dejar calmadas las aguas. El crimen todavía queda sin resolver. Parece como si hubiese sido necesario archivar y silenciar la muerte de PJ, porque su presencia y recuerdo todavía incomodan. Como siempre lo hace la sátira.
Pancho Jaime hoy
A la luz de lo que ocurrió con Charlie Hebdo, y las reacciones a escala mundial y local, bien vale la pena levantar la necesidad de investigar lo que sucedió con la muerte de Pancho Jaime. El silencio frente a su asesinato, en el contexto del magnicidio parisino, puede ser revertido por el bien de la consciencia nacional, en tanto ahora se puede apreciar que la prensa y el humor satírico son tan necesarios como vitales para democratizar a una sociedad y fortalecer su tolerancia.
Paralelamente vale la pena hacer el ejercicio de situar a Pancho Jaime, el personaje y la revista, en el contexto actual que vive el país, en donde las amarras a la prensa y al humor político no han hecho más que incrementarse. Hay que investigar y tratar de resolver lo que se puede ver como un atentado contra una revista satírica y contra la libertad de expresión, que en el caso de PJ tiene la componente adicional de tratarse de un medio popular independiente, tanto en la manera como se elaboraba, como en los códigos que usaba y el alcance que tenía.
¿Cómo sería tratado PJ hoy? ¿Sería considerada su sátira antisistema, sin ataduras y de manufactura artesanal, un proyecto de confabulación local y externa?
Pero no basta con volver hacia atrás. Me pregunto si personajes y proyectos como el de Pancho Jaime tendrían cabida hoy. Mirando en rewind, sorprende que incluso con el clima de violencia como el que imperaba en los ochentas, hasta el atentado, hubo espacio para la existencia de la revista. ¿Cómo sería tratado PJ hoy? ¿Sería considerada su sátira antisistema, sin ataduras y de manufactura artesanal, un proyecto de confabulación local y externa? ¿Qué ocurriría si PJ dibujara un falo o una vagina enormes para cobijar a los políticos que mandan a sus detractores a la “casa de la verga”? Resolver la muerte de Pancho Jaime y estas preguntas seguramente le darán algo de la paz que se merece.
[RELA CIONA DAS]




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