
Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano.

Fotos: Cortesía Fundación Cecilia Ribadeneira
Mariana Granja en un evento con niños y niñas afectados por el cáncer. Ella fue voluntaria por más de diez años en acompañar a las familias que luchan contra la enfermedad.
Mariana Granja, de 67 años de edad, fue voluntaria de la Fundación Cecilia Rivadeneira durante los últimos 10 años. Era la primera al frente de todas las actividades de la organización, uno de cuyos fines sociales es el acompañamiento a familias y pacientes en la lucha contra el cáncer. Aunque es una organización de voluntariado juvenil, Mariana, una mujer de la tercera edad, generó siempre una enorme empatía con los chicos. Era como la madre de todos los voluntarios, la abuela de los chicos con cáncer y la compañera de las madres que perdían sus hijos en la desigual batalla.
Ella iba a los hospitales, estaba con los niños, leía sus cuentos favoritos y les regalaba tardes felices. Llevaba bibliotecas móviles a las salas de los hospitales y promovía la lectura. Con el tiempo se volvió formadora de voluntarios, y era una fuente de fortaleza espiritual para las madres de los niños que morían con cáncer. En las salas infantiles de niños con esta enfermedad, casi siempre mortal, hay muchas pérdidas de vidas. Mariana era la persona que enfentaba ese dolor junto a las familias, estaba siempre ahí. María del Pilar Jaramillo perdió a su hija y fue acompañada por Mariana y desde entonces nunca se abandonaron. María del Pilar, su amiga entrañable, también se convirtió en un símbolo de la lucha contra el cáncer.
Mariana, en el centro, con visera y gafas, en un acto de recolección de recursos para la fundación. Es el mismo lugar donde tiempo después sería asesinada.
Mariana estaba siempre presente en las colectas callejeras. Esta actividad, pedir plata en la calle, es la forma fundamental de financiamiento de la fundación. Implica estar bajo el sol implacable del medio día quiteño o bajo su frío intenso, muchas horas de pie, pidiendo a la gente que colabore con su causa.
Ella se tiene una foto, tomada en un grupo en la actividad de recolectar donaciones, justo en el lugar donde fue asesinada el sábado 1 de febrero de 2020 al medio día.
Mariana hacía proyectos de investigación, acompañaba también en la recolección de encuestas, tenía una vinculación muy estrecha con la comunidad de voluntarios. Era una mujer con cuatro hijos y ocho nietos. La misa de su sepelio estuvo repleta de gente. Cientos de personas la velaron, entristecidos e indignados. Enfurecidos con la vida y con la muerte tan absurda, con un Estado incapaz de devolver a los contribuyentes lo esencial: la seguridad de andar por la calle sin que los atraquen y maten. Muchas lecciones dejó Mariana: sensibilidad, alegría, ejemplo. Preocupada siempre por sus colegas, veía a sus compañeros del voluntariado y se les preguntaba si estaban comiendo bien, durmiendo bien, porque detrás de ellos, decía, hay muchos niños y niñas, muchas familias que luchan contra el cáncer como para dejarlos solos.
Cuando sucedió el asesinato, Wilson Merino, director de la fundación, vio en las redes sociales la foto de una mujer en el piso. Sintió un frío en el cuerpo, porque le pareció conocida. Pero con la cabeza cubierta, el cuerpo no se dejaba reconocer. Estuvo con esa inquietud y aprehensión toda esa tarde. Ya en la noche, María del Pilar Jaramillo lo llamó a dar la terrible noticia. Ese instante él llamó a uno de sus hijos, de quien es muy amigo. Pero en medio de esa tragedia para la familia, la fundación y decenas de voluntarios, gente en las redes sociales empezó la tarea de intentar destrozar la reputación de las personas, sin reparar en el dolor adicional que eso causa. Empezaron a especular sobre "las motivaciones del crimen". Pero Mariana Granja no era un persona cuyo asesinato tuviera que ver con alguna motivación especial. Era la principal voluntaria de su organización. Y si eso es decir poco, centenares de niños y de padres que luchan contra el cáncer han quedado huérfanos de su dedicación y capacidad de servicio a los demás. Era un ser humano comprometido con su causa social.
Los niños que escuchaban sus cuentos, en las salas del hospital pediátrico Baca Ortiz, se transportaban en las alas de la imaginación y la voz de Mariana Granja. Era fuerte y por eso también trabajaba en lo que se llama "contención" a las madres que perdían a sus hijos en manos de la enfermedad. Contener las lágrimas, el enorme vacío, el dolor, la incertidumbre y la devastación de una madre, de un padre, eso lo sabía hacer Mariana con firmeza y dulzura, porque su carácter y sobre todo su experiencia así lo permitían. Y cada madre, cada padre, era parte de una ruta de navegación que ella trazaba para que no naufraguen en el mar tormentoso de la muerte. Y también aplicaba encuestas a las familias que enfrentan al cáncer, un formulario de 89 preguntas que hace una radiografía de las mismas, para saber cómo actuar, cómo ayudar desde la fundación no solo a superar las duras etapas de la enfermedad, sino también para que los temas socio económicos, emocionales y hasta espirituales, no queden fuera de la acción integral del voluntariado. Porque ella, como sus colegas, entendía que el cáncer no solo es una enfermedad que afecta la salud, sino que transforma la vida absoluta e irremediablemente.
Aquí Mariana Granja en una actividad de voluntariado para obtener apoyos en la lucha contra el cáncer.
¿La estuvo acechando el criminal? ¿Ese joven de 19 años que le descerrajó cinco tiros, dos de los cuales penetraron en su cráneo, vio que había sacado dinero del cajero y la siguió?
Todo esto ha venido a la cabeza a Wilson Merino, que la consideraba una segunda madre, porque Mariana fue amiga muy cercana de la suya, a quien ella nunca abandonó a pesar del fin de su matrimonio, la dura responsabilidad de tres hijos y luego el cáncer que la mataría. Para él no es posible entender esto, explicar algo que no tiene nombre. Esa muerte, ese asesinato sin razón, tan de golpe. Esa tarde de sábado, ella estaba acompañada de una amiga que venía de Chile y otras dos amigas, mayores de 65 años, que estaban saliendo del Centro Comercial Iñaquito, en las avenidas Amazonas y Naciones Unidas, en plena zona comercial y bancaria de la capital. Mariana había ido al cajero automático a sacar dinero, pero no tuvo suerte. ¿La estuvo acechando el criminal? ¿Ese joven de 19 años que le descerrajó cinco tiros, dos de los cuales penetraron en su cráneo, pensó que había sacado dinero del cajero y la siguió? Al cruzar ellas la calle, este chico le arranchó la cartera, no pudo quitársela, ella lucho y cayó al piso, en media vereda. Ahí recibió los disparos, ante la mirada espantada de sus amigas. Bajo la luz del medio día, a cincuenta metros de la Comandancia General de la Policía.
Hay indignación con esta muerte. Miedo de salir a la calle, al parque con los hijos. El miedo inmoviliza a la sociedad. Hay rencor con las autoridades en general, con todos los supuestos responsables de la seguridad, que pasan indolentes en su burbuja de seguridad, rodeados de policías y vehículos blindados. Como si la vida de una funcionaria, de un funcionario, fuera varias veces más importante que la vida de Mariana Granja y otros ciudadanos de bien que mueren así, en la calle, sin saber por qué.
Wilson Merino respira para aguantar las lágrimas mientras habla de su amiga. La violencia, dice, es un tema estructural y de muchas dimensiones. No solo es una responsabilidad de las autoridades, aunque sí, lo es; pero también exige que la gente se involucre por la paz. Por ejemplo, que esto no nos lleve a construir una sociedad de odio, de xenofobia, de racismo. Que no saque lo peor de nosotros. Claro que es cierto el tema del control migratorio, del pasado judicial para entrar al Ecuador, pero tampoco se puede criminalizar la movilidad humana. Las redes sociales son la plataforma para los discursos de odio. Gente común que pide la muerte del asesino, ojo por ojo. Gandhi decía que si aplicáramos el ojo por ojo, todo el mundo acabará ciego. Políticos que exaltan los antivalores, y con eso pretenden hacer plataforma electoral. Para ellos Mariana Granja no existe (nunca existió), solo es el pretexto, el medio para sus fines. Periodistas que hacen llamados abiertos a portar armas, como si se pudiera reemplazar la inteligencia y el sentido común con balazos.
Mariana Granja, a la izquierda de la foto.
esta confrontación política sin sentido tiene que parar; esta descomposición política, esa lucha sin cuartel permea la sociedad.
¿Cómo nos curamos de este mal? Es un riesgo grande que vamos a enfrentar como sociedad. Wilson Merino lo piensa, se calla unos segundos. Cree en un mensaje central: esta confrontación política sin sentido tiene que parar; esta descomposición política, esa lucha sin cuartel permea la sociedad. La vuelve violenta y descontrolada. En los últimos años, el Ecuador apostó por los antivalores. Una sociedad donde se justifica y normaliza el saqueo de los fondos públicos, donde se justifica y normaliza el acoso y el ataque a las mujeres, donde se justifica y normaliza la violencia, el bandidaje, la muerte.
Este es el espacio común que compartimos. Desde el Gobierno hay irresponsabilidad, sí. Porque hay despilfarro indolente, lo del circo social es un insulto a la pobreza, hay cárceles sin control, no hay control efectivo del porte de armas. Hay grandes carencias sí. Los problemas sociales son grandes y graves. Pero las prioridades de los políticos van por otro lado, sí. Ellos no están pensando en la gente, están pensando en las próximas elecciones. Este es el espacio común que compartimos, nuestra casa, Ecuador es nuestro, no solo de ellos.
¿Cómo salir de esto? No hay respuestas, pero hay la voluntad de exigirlas y de encontrarlas, y de apropiarnos de este espacio llamado Ecuador, que es de la gente honrada, como Mariana Granja; que no es de los corruptos, de los asesinos, de los delincuentes, de los narcotraficantes. De nosotros depende que no lo sea.
Sobre la base de una charla con Wilson Merino, director de la Fundación Cecilia Ribadeneira.
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