Fotos: Chase Fletcher
GALERÍA FOTOGRÁFICA: en una vía que conecta Conocoto con la Av. Simón Bolívar, en el suroriente de Quito, centenares de perros abandonados, permanecen en la calzada y terrenos aledaños, sobreviviendo en las peores condiciones.
En una vía que conecta Conocoto con la Av. Simón Bolívar, en el suroriente de Quito, centenares de perros abandonados, permanecen en la calzada y terrenos aledaños, sobreviviendo en las peores condiciones.
En una vía que conecta Conocoto con la Av. Simón Bolívar, en el suroriente de Quito, centenares de perros abandonados, permanecen en la calzada y terrenos aledaños, sobreviviendo en las peores condiciones.
En una vía que conecta Conocoto con la Av. Simón Bolívar, en el suroriente de Quito, centenares de perros abandonados, permanecen en la calzada y terrenos aledaños, sobreviviendo en las peores condiciones.
En una vía que conecta Conocoto con la Av. Simón Bolívar, en el suroriente de Quito, centenares de perros abandonados, permanecen en la calzada y terrenos aledaños, sobreviviendo en las peores condiciones.
En una vía que conecta Conocoto con la Av. Simón Bolívar, en el suroriente de Quito, centenares de perros abandonados, permanecen en la calzada y terrenos aledaños, sobreviviendo en las peores condiciones.
De sus 34 años de edad, Luis Bejarano ha dedicado 14 a rescatar perros y gatos. Su territorio es Quito y sus alrededores, pero por seguir la pista de un perro en problemas ha llegado hasta Machachi por el sur y hasta Cayambe por el norte. En su camioneta doble cabina lleva jaulas, cuerdas, equipo de primeros auxilios, una radio y una guía de trabajo. Calcula que cada día recorre al menos 120 kilómetros en estas tareas y que rescata un promedio de cinco perros diarios dependiendo de las circunstancias.
Esa mañana de jueves, el recorrido es por la zona de Tababela, al oriente de Quito, en un poblado aledaño al aeropuerto internacional Mariscal Sucre. En su guía de trabajo está apuntada la dirección de un hostal, desde donde ha sido reportada a los teléfonos y al correo de Protección Animal Ecuador, (PAE), la presencia de un caniche con una soga en el cuello, deambulando por esa zona rural. El reporte lo ha hecho un turista japonés, que asoma su cabeza timidamente desde su habitación en este hostal rústico que ofrece agua caliente, wifi e idioma inglés, para los extranjeros. Dos empleados del hostal reciben a Luis, quien les informa del reporte. Sí, dicen al tiempo, vimos al perrito pero no sabemos dónde estará ahora porque acá todo es abierto, es campo. Se nota. Alrededor del hostal están los sembríos de espinaca, cebolla, árboles frutales... Una aguja en un pajar. Luis resuelve dar algunas vueltas por caminos de tierra y casas solitarias. Al que aparece le pregunta si ha visto un perrito. Nada que ver. Les recomienda que avisen al hostal si lo pueden tener para rescatarlo.
Viaje perdido parece este, desde el primer momento, pero el final del día traerá su recompensa. Luis informa que el siguiente punto de rescate es en Sangolquí, pero a la altura de Pifo se desvía e ingresa al pueblo. Ha recibido una llamada a su celular y cambia su rumbo de inmediato. Es una zona aún apartada y rural, y en medio de casas humildes se asienta un taller de carpintería. Luis se baja y golpea la puerta. Asoma un hombre pequeño y vestido con ropa de faena, quien abre la puerta. "Cuidado con el perro bravo", dice Luis, el otro día me mordió. Luis ha aprendido a conocer el carácter de los animales. El bravo está amarrado y ladra como un poseso. Muestra los dientes feroces. Luis no le hace caso y sigue al hombre pequeño rodeando el taller. Mientras lo lleva a un lugar, el operario comenta que lo llamó porque los perritos ya pueden comer solos y la madre los ha abandonado.
Cerca de la carpintería corre agua de una acequia. La madre de los cachorros cavó una cueva para parir. El carpintero conduce a Luis hasta el lugar.
Luis rescata a la camada intacta, que permaneció un mes dentro de la cueva.
Lo conduce hasta un agujero cerca a una acequia. Los perritos pueden caer al agua y ahogarse, comenta el carpintero. Sin pensar dos veces, Luis mete la cabeza en la cueva que ha sido cavada por la perra para parir. Ahora la perra se ha ido, es callejera y ha vuelto a sus andanzas. Los perritos deben ser rescatados. Luis mete los brazos y saca un perrito negro, con manchas en el hocico. Tras él salen tres cachorros más y gimen, están hambrientos. Luis los recoge uno a uno y los abraza. Luego, con cuidado los coloca en una sola jaula. De inmediato ellos se aprietan entre sí para formar un anillo peludo de protección donde solo se distinguen patas y orejas. Parecen oseznos. Con cuerdas, Luis amarra la jaula para que se fije en la parte trasera de la camioneta y no zarandee a los cachorros.
Tres de los cuatro cachorros son abrazados por el rescatista. Luego serán llevados a la perrera.
Con su primera carga del día, Luis arriba a Sangolquí. Ahí, dice, ha recibido la alerta de una perrita que ha parido seis cachorritos en la intemperie, justo en un pedazo de césped frente al centro comercial más grande de la ciudad del maíz. Pero cuando llega ya es tarde. En medio del espacio verde solo hay la huella de un hueco que la perra ha hecho para parir. Ha sido el día anterior, perra y camada han desaparecido. Se acerca al guardia del parqueadero del centro comercial, donde otros dos compañeros del PAE conversan sobre lo sucedido. Fueron los vecinos, dice el guardia a los voluntarios. Apenas parió la perra, se abalanzaron a coger los cachorritos. No sabe si alguno se llevó la perra, pues estaba dando de mamar. Pero eso a la gente no le importó.
Los perritos son acomodados en la perrera, en el balde de la camioneta blanca doble cabina.
Los chicos del PAE recibieron la misma alerta y acudieron desde Alangasí, donde la entidad tiene un albergue de animales gigantesco. Más de cien perros se albergan en ese sitio caluroso al pie del volcán Ilaló. Al lugar ingresan decenas de perros cada mes, y los que pueden ser rescatados, es decir, los que no están demasiado enfermos o envenados o lastimados por vehículos tienen una oportunidad de ser adoptados.
Un perro viejo, grande y ciego de los dos ojos recibe a una pareja de recién casados, cerca de las jaulas de los perros. Como no ve, ladra todo el tiempo; su nariz es el faro de sus latidos. Ellos quieren adoptar un perro, y como es domingo los recibe un cuidador. Les hace llenar un formulario que tiene una serie de condiciones para la adopción, como el tipo de casa, cuántos metros de patio, quién lo va a cuidar... No se aceptan devoluciones y por eso los formatos son rigurosos. Un cansado y gordo basset hound y una amable rottweiler miran en silencio la tramitología humana, mueven ligeramente la cola y las orejas mientras se echan atravesando la puerta de la oficina.
Al final de la calle se divisa un perro de raza, grande, bien cuidado, pero perdido, al parecer. Junto al perro está un niño de unos diez años, Nicolás, y su madre.
A la hora de escoger al favorecido aparecen decenas de opciones. Los perros, en su inteligencia, intuyen que alguien viene a recogerlos, que pueden ser llevados a una casa y decenas de ellos se paran en dos patas, con las lenguas ansiosas, con gemidos y ladridos. Lamen las manos de la pareja que mira conmovida esa imagen; pareciera que todos quieren ir a su hogar. Estos son los que tienen menos de un año de edad, los que la gente prefiere. Ya están desparasitados, vacunados y esterilizados. Hay otros perros de más edad, que tienen menos oportunidad de irse, y los casi desechados ya, mayores de ocho años. Entre ellos han formado manadas, unas cuatro al menos. Los más viejos permanecen juntos, están de oferta para adopción, pero casi sin oportunidad. La escogida es una joven perra mestiza, alta y huesuda, de nueve meses, de un rubio claro y rostro adusto. Se llamará Maya.
Luis Bejarano conoce también ese trajín de las adopciones, pero su misión es rescatar los perros. Mientras conduce al siguiente destino, relata sus rutinas. Vive en el Sur de Quito, por Chillogallo y, por lo general, su jornada empieza antes de las seis de la mañana. No porque así le rinda el día, sino porque la gente del Sur, que llama a entregar al PAE perros abandonados, perdidos o heridos, solo tiene tiempo a esa hora. Por lo general son de clase obrera y las fábricas donde trabajan están al norte de la capital, en la zona industrial.
La tarea en la siguiente hora de Luis será encontrar y rescatar un perro que se ha reportado como abandonado. Es en la lujosa zona de El Bosque, en un edificio diagonal al edificio donde viven el presidente Lenín Moreno y su esposa. El policía militar que cuida al presidente no ser pierde detalle de la camioneta que circula lentamente en busca de la dirección. Al final de la calle se divisa un perro de raza, grande, bien cuidado, pero perdido al parecer. Junto al perro permancecen un niño de unos diez años, Nicolás, y su madre. Otros vecinos han bajado a mirar la llegada del rescatista. Pero el niño está emocionado, exige a su madre, casi a gritos que adopten al perro. Insiste con agresividad, pero ella le habla despacio y le dice que no pueden tenerlo porque es grande y en el apartamento es imposible. El promete sacarlo todos los días a pasear luego de la escuela. Una vecina se entromete y dice que así dicen todos y luego les toca a las mamás encargarse del animal; más trabajo pues.
El perro perdido en el sector de El Bosque mira con curiosidad el lazo que Luis extiende para asegurarlo. El perro, tranquilo, se resiste a ser amarrado y se asusta.
Luis hace un lazo con una cuerda y lo coloca a la distancia, como en un rodeo, en el cuello del perro. No es agresivo pero está asustado. El niño lo acaricia a pesar de los reclamos de su mamá, para que no se confíe. No hace caso y acompaña a Luis y al animal con la soga al cuello hasta el balde de la camioneta. Al llegar el perro se asusta, no quiere subir menos entrar en la jaula. Luis lo levanta como a un niño. Los vecinos ofrecen ayuda; no se preocupen les dice. Es experto en estas lides y trata al animal con firmeza pero suavemente. Nicolás está muy pendiente de la maniobra y pide que no lastimen al perro. Al fin este entra en la jaula y de inmediato se acuesta, resignado a su destino. Nicolás quiere subirse al balde, da brincos y grita emocionado. Anuncia que se irá con el perro. Su madre acaba con ese conato de rebeldía infantil, lo agarra de la manga, lo baja y se lo lleva lejos de ahí.
Nicolás y su madre observan a los perros que ya han sido colados en el balde de la camioneta.
Son las tres de la tarde. Con la carga completa de ese día, Luis avanza hasta la sede del PAE en el centro norte de la ciudad. Ahí deja las jaulas y se retira a comer algo, pero antes ha lavado con un líquido desinfectante el sitio donde van a permanecer los animales hasta ser atendidos. Lo siguiente será que los veterinarios revisen minuciosamente a los animales. Los cachorritos irán de inmediato a engrosar la oferta de adopciones, mientras que el perro de El Bosque estará por un mes anunciado como perdido en las redes sociales de la fundación. Con estos últimos, Luis calcula que ha sacado de las calles más de diez mil animales. Este trajín no le quita el amor que siente con ellos. Tiene un alma compasiva porque los considera indefensos a la maldad del ser humano. Del quiteño en particular. Él, con tantos años de experiencias, tiene la certeza que Quito no quiere a los animales; los lanza por la ventana de los carros en movimiento para abandonarlos, muchos quedan heridos; hay gente que juega a atropellar perros en las calles, o los envenena y abandona los cadáveres hasta que apestan.
Él, con tantos años de experiencias, tiene la certeza que Quito no quiere a los animales; los lanza por la ventana de los carros en movimiento para abandonarlos, muchos quedan heridos; hay gente que juega a atropellar perros en las calles, o los envenena y abandona los cadáveres hasta que apestan.
Los casos que ha visto de crueldad con los animales le quitan cada vez la fe en el espíritu humano. Perros que mueren de hambre porque viven amarrados y han sido abandonados. Perras que paren y son echadas de sus hogares con camada y todo. O son abandonadas. Fue el caso de Blue, un mestizo hijo de una camada que junto a su madre fueron abandonados dos meses enteros, encerrados en un cuarto de El Tejar, en el centro histórico de la ciudad. Una vecina forzó la puerta porque ya no aguantó los aullidos. Y entregó todos al PAE. De ahí fue adoptado, Blue, que llegó a su nuevo hogar tan famélico que debió esperar varias semanas hasta alcanzar el peso adecuado para sus vacunas. Pero tuvo suerte de tener una casa donde ir. No es el caso de cientos o miles de otros perros.
GALERÍA FOTOGRÁFICA. En el segundo piso de la clínica del PAE está un albergue temporal para perros y una sala de juegos para los gatos que han sido rescatados y esperan adopción Fotos: Chase Fletcer
En el segundo piso de la casa que sirve como albergue transitorio y clínica veterinaria están las oficinas administrativas. Pero también hay un cuarto de juegos exclusivo para gatos. Otra perrita ciega recibe las visitas, la cual juega con otros cachorros al pie de Lorena Berlollio, directora de la entidad, una guayaquileña que lleva más de 20 años en estos menesteres. En octubre del 2018, ella y otros activistas y abogados presentaron una propuesta de reforma al Código Integral Penal, para que el maltrato animal sea considerado un delito. Ahora es una contravención que se sanciona con pena máxima de siete días de prisión, pero se espera que, de interesarse la Asamblea, el maltrato y el abuso animal se considere un delito punible con penas uno a cinco años de cárcel. Además se adoptarían nuevos protocolos para que la Fiscalía asuma las sanciones para castigar el maltrato a toda la fauna urbana en general.
El maltrato animal esuna contravención que se sanciona con pena máxima de siete días de prisión, pero se espera que de interesarse la Asamblea, el maltrato y el abuso animal se consideren un delito punible con penas uno a cinco años de cárcel.
Este es su testimonio:
Es un problema sanitario y también cultural
Lorena Berlollio
Directora de PAE, una de las organizaciones más antiguas.
"El meollo de la cuestión de la fauna urbana es la falta de una política pública. Si solo se esteriliza, si solo se educa, esto no es suficiente. Si no hay una política pública adecuada, no politizada, que no sea hecha en la medida de los intereses de los administradores de turno, no hay nada. La falta de educación de la gente es la acumulación de una deficiencia en las normas y criterios de cuidado animal. Es como si nunca hubiéramos usado semáforos y un día nos dicen: de aquí en adelante usaremos semáforos. No podemos pretender que la gente se comporte en ese sentido. El problema no se va a arreglar solo. Esto está delegado a todos los municipios, pero no saben qué hacer con el problema. Se debieran hacer ordenanzas articuladas pero tampoco saben cómo hacerlo.
"Creo que el problema está desbordado si vemos cómo los animales se reproducen. Una sola perra en la calle es responsable del nacimiento de miles de animales en toda su vida reproductiva. Estamos complicados en la fundación, hemos dado la cara a un problema que no nos correspondía. Yo pensé que iba solo a rescatar perritos, pero encontré un problema gigante. Pero tampoco iba a pesar que con el tiempo nos tocaría hacerlo solos, sin apoyo de autoridad alguna. La empresa privada nos dona balanceado, y sin eso no podríamos rescatar perros de la calle.
"El último estudio de población animal urbana es el de la Universidad San Francisco, el cual muestra que hay un perro de la calle por cada 22 personas. Es decir unos 140 mil perros en la calle, sobre todo en el Sur de la ciudad. Pero no hay un registro de perros en el Distrito. Un perro de la calle casi siempre es de alguien; es cultural, se cree que es normal que los perros deambulen.
"Por lo general se había intentado resolver el problema con envenenar a los perros y gatos, pero eso no sucede. Costó convencer a las autoridades de que ese no era el camino. Se dejó de envenenar pero no se dio salidas. Es imposible tener albergues. Es un lío enorme que no debiera existir.
"En nuestro caso hay una rotación de animales, pero llegan todo el tiempo: al menos unos 30 animales diarios solo con nosotros. Por lo general llegan animales muy maltratados y hay que ponerlos a descansar. Si hay tantos animales en la calle es que no existen suficientes familias responsables para tenerlos.
"Mi opinión es que antes de tomar decisiones sobre los síntomas hay que trabajar en la enfermedad y esto es el comercio de animales. Las autoridades ponen poca atención a esto y es el origen del problema. Hay sobrepoblación de animales, hay ciertos barrios donde es una locura, y permiten que los vendan en todas partes. Es inaudito. ¿Es invisible el problema, nadie lo ve? Hablar con ellos es imposible.
"Nosotros tenemos un modelo de ordenanza, que desarrollamos con el movimiento animalista. Esta fue entregada al Municipio y ahí se afrontan desde los problemas más graves hasta los menos graves. Una de las cosas que proponemos es una veda reproductiva. Se debe parar la reproducción hasta cuando la población de animales se estabilice. Y esto tomará algunos años. Con la veda se busca primero que las autoridades se organicen y hagan sus planes y medidas.
"El trabajo de Urbanimal (organismo municipal), que es esterilizar en ciertos sectores, tiene que focalizarse. Y eso se hace a través de un censo. Creemos que es necesario hacerlo en el próximo Censo de Población y Vivienda. Así se puede saber dónde están los problemas más graves. Se debe intervenir en los barrios, desde los más poblados. Concentrarse en las hembras, debe haber una lógica en todo esto.
En la feria de adopciones de PAE en el parque La Carolina, en Quito se abre un festival para lograr que la gente se interese por animales rescatados. Fotos: Luis Argüello
"Luego, la gente tiene que ser educada y sensibilizada sobre el trato que tiene que dar a los animales. No es obligación tenerlos, pero es un derecho que conlleva obligaciones. Otra medida es una eutanasia sobre casos más graves. Hay que sancionar radicalmente el desorden en este tema. La Agencia Metropolitana de Control no cumple sus funciones porque, además, no tiene el marco legal. Se debe crear un impuesto al comercio de animales de raza. Pero este es un país donde todos quieren hacer lo que les da la gana.
"Creo que es necesario crear una empresa municipal autónoma que atienda el problema, conformar una policía de bienestar animal, como hay en varias ciudades. El abandono de animales ha generado una amenaza para otras especies. Es un tema complejo donde incluso hay gente que suelta a su perro en la calle para que vaya a comer de la basura y con eso se ahorran la comida del perro. Y sin un sistema de recolección de basura adecuado la crisis se complica.
Nosotros tenemos un modelo de ordenanza, que desarrollamos con el movimiento animalista. Esta fue entregada al Municipio y ahí se afrontan desde los problemas más graves hasta los menos graves. Una de las cosas que proponemos es una veda reproductiva.
"Es más difícil con los gatos porque no se ve el problema. A menos que estén en ciertos sectores identificados, casas abandonadas, parques… Los gatos son depredadores de aves y están en lugares que no se dejan ver.
"Lo bueno es que hay un montón de gente y organizaciones que rescatan animales, pero esto es como querer detener una cascada con las manos. Hacemos lo que podemos y es un trabajo que te puede quitar la esperanza, porque los alcaldes no toman el problema entre las manos".
Fundación Camino a Casa: si no se toman medidas, será tarde
La fundación elabora diferentes artículos para los amantes de los perros. Sirve para financiar la atención veterinaria y los gastos del rescate. Hay jarros, pulseras, camisetas...
María Cristina Calderón, de la Fundación Camino a Casa, cree que la cifra de 140 mil se queda corta. Una sola perra suelta en la calle puede generar en un año unas 150 crías, pues cada seis meses entra en celo y esto se multiplica por cada hembra que nace y a su vez queda en celo y es preñada sucesivamente. No hay forma de parar esta sobrepoblación, dice Cristina. Calcula que unos 500 mil perros deambulan por las calles de la ciudad. Lo que pasa, dice, es que quien no está con las antenas puestas buscando perros abandonados, no se fija. Uno no ve el problema mientras no le afecta. Nadie puede aventurarse ahora, dice, a calcular la dimensión del problema. Ella calcula que solo en Tumbaco hay unos 5000 perros abandonados.
Eso pasa, sobre en todo en sitios donde se agrupan las manadas que son salvajes. Uno de estos sitios es el parque Metropolitano de Quito, otro es entre Conocoto y la Av. Simón Bolívar. Aquí, decenas de perros deambulan al filo de la carretera, a la espera de que la gente les arroje alimento, cualquier cosa que sirva para comer. Y la gente lo hace: la vía se llama la "calle de los perros", y es así donde muchas personas creen que pueden abandonar a los animales, que pueden o no adaptarse a las manadas o buscar otro sitio. La gente de la zona, además, se siente conforme al parecer con esa situación. Cuando un fotógrafo de este portal fue a hacer su trabajo al lugar, la camioneta en la que se trasladaba tomando fotos fue atravesada por un vehículo de la zona. Su conductor, en forma agresiva preguntó la razón de tomar fotos a los perros. No pasó a mayores.
La directora de Camino a Casa coincide en que el problema central es la reproducción incontrolada, problema del que se saldrá en unos diez años si se actúa ahora. Hace falta educación, esterilización masiva y normas claras. Normas que sancionen con multas al dueño de mascotas que tiene camadas o que no esterilice o que comercialice los animales. Urbanimal es solo un centro de esterilización que, ante la dimensión del problema, tiene un impacto marginal.
La directora de Camino a Casa coincide en que el problema central es la reproducción incontrolada, problema del que se saldrá en unos diez años si se actúa ahora. Hace falta educación, esterilización masiva y normas claras
Blue, un perro mestizo, fue rescatado de una casa en El Tejar. La camada había sido encerrada con su madre por dos meses. Ahora tiene una nueva manada. Lo acompañan sus compañeras de juego Furia (al medio) y Maya, tambien rescatadas y adoptadas.
Su sistema de operar es distinto. No trabaja con albergues, pero rescata perros y su conexión es a través de Facebook y redes de Whatsapp. Ella y su equipo rescatan a los animales en problemas que llega a través de las redes, o "de oficio" cuando los ven en la calle. Ha tenido episodios peligrosos, como que por rescatar a un perro famélico y amarrado ha recibido disparos. Pero ahora ya no se atreve a tanto. La gente es muy cómoda, dice. Manda una foto de un animal que ve atropellado, por ejemplo, y se limita a enviar la alerta, como si ella fuera una entidad pública. Es este caso es un esfuerzo privado, que ella hace por su amor a los animales. Su equipo los rescata y los lleva a la clinica Brasil, en el norte de la ciudad, donde dan las atenciones veterinarias. Pero la clínica cobra, a precios muy reducidos, y aunque son generosos en los créditos, siempre la cuenta sube. Ahora deben más de 20 mil dólares.
Flora, una perra adoptada que fue abandonada. Ahora tiene como compañero a Octavio, de 15 años. Foto: Luis Argüello
Los animales rescatados por lo general están enfermos, sobre todo de moquillo. Es lo peor para estos, dice. La enfermedad tiene tres fases y cinco de cada 100 perros de la ciudad están contaminados. Es por falta de vacunas. Otra enfermedad común es la TVT o Tumor Venéreo Trasmisible, una enfermedad sexual que se trasmite por las relaciones y que les provoca tumores dolorosos en el rostro. Necesitan sesiones de quimioterapia. La otra es el parbovirus. Todas estas se curan con vacunas, pero la única campaña pública que se hace es contra la rabia. María Cristina ubica los sectores más críticos de sobrepoblación animal: el Sur de la ciudad, Calderón, Conocoto, Llano Chico. Y deambulan por toda la ciudad buscando comida, al pie de las ventas ambulantes, en las tripas de La Vicentina, en las puertas de los restaurantes, de las tiendas, por lo general en las veredas de la ciudad.
El otro problema son los perros de raza, que son robados o se pierden y que pasan a engrosar criaderos clandestinos, donde el negocio es un tráfico de animales del cual las autoridades no conocen o si conocen no se inmutan. En Quito no hay perrera municipal, por ejemplo, como en otras ciudades del mundo
Camino a Casa realiza campañas de aportes para atender y curar a los animales que rescata. Luego les busca hogares temporales y si es posible fijos. También busca hogares en el exterior, y la respuesta ha sido positiva en Estados Unidos. Han enviado cerca de 90 perros fuera del Ecuador con todos los papeles y trámites legales, y ella calcula que ha rescatado y colocado en adopción unos 5000 perros. Pero es una gota en este océano de deficiencias. Si la autoridad municipal no toma el problema entre las manos, que no pasa por matar a estos animales, la situación será incontrolable.
[RELA CIONA DAS]
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