

Las últimas semanas de Trump en el poder están marcadas por la profundización de los conflictos políticos en Estados Unidos. Foto: AFP
El líder más controvertido de la historia de la Casa Blanca, Donald Trump, no pudo lograr su objetivo de construir el enemigo, crear el caos y emerger de él como el único que podría salvar la democracia que él mismo, a través de sus redes sociales y sus declaraciones a periodistas, estaba destruyendo.
Como un tiranuelo intolerante y un mal perdedor, Trump usó las redes sociales de la forma más antiética posible. Si los nuevos espacios digitales se crearon para que interactuemos, él no lo hizo.
Envió centenares de mensajes por Twitter, Facebook e Instagram usando estas herramientas de la forma en que solo puede usarlo un individuo de peligrosas características políticas y psicológicas.
Su fuerte influencia en los fanáticos enceguecidos que lo seguían, lo obedecían y estaban dispuestos a todo con el fin de impedir que se concretara el último paso legal del intrincado proceso electoral estadounidense terminó con un hecho insólito en la historia de los Estados Unidos: el asalto al Capitolio, en Washington, sede legislativa nacional.
El poder de las redes lo había complicado todo a tal punto que Twitter fue la primera en bloquear sus mensajes para que no siguiera promoviendo la ruptura de la democracia. Horas después, Facebook e Instagram cerraron el paso a sus mensajes y decidieron no permitir que continuara azuzando a sus perros de caza, dispuestos, incluso, a dar la vida por una mentira.
Trump perdió las elecciones y Joe Biden las ganó. Así de categórico fue el resultado. Biden, incluso, ganó a Trump en varios Estados donde se creía que el partido republicano era imbatible.
Enloquecido por un resultado que, sin duda, no esperaba, Trump convirtió a sus redes sociales en un arma letal contra la institucionalidad norteamericana, siempre alabada como ejemplar en la historia mundial contemporánea.
Trump cosechó lo que sembró. Las redes sociales le salieron al paso —un hecho, también, sin precedentes— luego de que publicara mensajes incendiarios y difundiera mensajes que atizaron el fuego de sus partidarios, quienes se creyeron la falacia de que la derrota electoral era producto de un fraude y no de un proceso donde su rival lo derrotó. Así de simple.
Las protestas de los seguidores de Trump fueron sostenidas por las acusaciones de fraude que el prresidente de Estados Unidos se encargó de difundir desde las elecciones de noviembre. Foto: Reuters
La explosión de una parte de la sociedad norteamericana fue el resultado de una actitud que primero se volvió un berrinche de un candidato que no logró su propósito de ser reelecto y que, luego, se convirtió en una suerte de “realidad virtual”.
Hubo una inédita violencia a las puertas del Capitolio, por lo general muy bien cuidado por las fuerzas de seguridad. Foto: Reuters
Jake Angeli, ahora detenido, discute con un guardia de seguridad dentro de la sede del Congres . Foto: Reuters
Aquella noche del 6 de enero, Trump debió estar a punto de enloquecer. Después de animar a sus violentos fanáticos a que invadieran el Capitolio e irrumpieran en la ceremonia de ratificación de los votos que obtuvieron los dos candidatos, con cuatro muertos sobre sus hombros, Trump grabó un video para sus militantes, dijo “los amo” y les pidió que volvieran a sus casas. Pero el daño estaba hecho.
La explosión de una parte de la sociedad norteamericana fue el resultado de una actitud que primero se volvió un berrinche de un candidato que no logró su propósito de ser reelecto y que, luego, se convirtió en una suerte de “realidad virtual”: Trump perdió, pero nunca aceptó la derrota y llegó a convencerse de que le habían robado.
Una y otra vez insistió en un supuesto fraude electoral en las elecciones del 3 de noviembre pasado y así logró que sus seguidores también creyeran que fue un proceso irregular.
Pero, a medida que se acercaba el 6 de enero, fecha fijada para la contabilización final de los votos y la certificación de que Biden había ganado, Trump hacía tambalear el supuestamente bien cimentado sistema político estadounidense con sus mentiras y sus enloquecidas decisiones para tratar de cambiar los resultados y volverlos a su favor, a pesar de que no merecía continuar en el cargo por la mediocridad de su gestión.
Nada de lo que pretendía que se hiciera le hizo ver lo contrario. Nada, ni siquiera quienes los apoyaron en los medios de comunicación, donde la cadena Fox lo respaldó abiertamente durante la campaña, ni las cortes de justicia donde intentó que se declarara ilegal la votación en algunos estados.
Las imágenes inéditas de un capitolio invadido por las violentas hordas trumpistas estremecieron al mundo que miraba con impotencia la manera cómo el perdedor intentaba destruir todo lo que estaba a su paso para conseguir su capricho.
Tan graves eran los efectos de los mensajes que, al día siguiente de la toma del edificio, el dueño de Facebook e Instagram, Mark Zuckerberg, informó que extenderá el bloqueo al presidente saliente por un tiempo indefinido, al menos las próximas dos semanas, hasta que se complete el traspaso de poder el 20 de enero.
Tan graves eran los efectos de los mensajes que, al día siguiente de la toma del edificio, el dueño de Facebook e Instagram, Mark Zuckerberg, informó que extenderá el bloqueo al presidente saliente por un tiempo indefinido.
Según la cadena BBC, Zuckerberg escribió en Facebook que "los impactantes eventos de las últimas 24 horas demuestran claramente que el presidente Donald Trump tiene la intención de usar el tiempo que le queda en el cargo para socavar la transición pacífica y legal del poder a su sucesor electo, Joe Biden”.
El impacto de las redes sociales y los espacios mediáticos digitales se hizo más evidente que nunca cuando Zuckerberg aseguraba que “es demasiado arriesgado permitir que el presidente de Estados Unidos siga utilizando los servicios de la red social”.
Pero la decisión del CEO de Facebook e Instagram mostró el peligro que constituye su propia creación si es mal usada o se la instrumenta con fines protervos.
El mensaje del presunto “fraude electoral” había tocado las vísceras de grupos trumpistas, supremacistas y agresivos que llegaron a Washington decididos a forzar que el Congreso no declarara la derrota electoral de su líder, a pesar de que este nunca pudo demostrar que se había producido el cacareado fraude.
Un punto a favor de quienes controlan las redes sociales fue el bloqueo a las cuentas de Trump, pero esa decisión no es suficiente: Facebook, Instagram, Twitter y Tik Tok, las más usadas en el mundo, deberán tomar muy en cuenta que si bien no pueden atentar contra la libertad de expresión de las personas, tienen la obligación de regular el uso y de frenar el abuso de esos espacios cuya misión es el diálogo universal, como las ágoras griegas, y no ser los recipientes de la agresión ni de la mentira.
Se trata de un problema que rebasa lo ocurrido en Estados Unidos y que nos atañe a todos en el mundo. Las redes sociales no pueden seguir mintiéndose a sí mismas cuando alguien con dinero puede comprar seguidores, crear robots que repliquen mensajes y que transformen en tendencias mundiales los mensajes que esos individuos envían para conseguir sus propósitos, en especial políticos pero, también, económicos y sociales.
La lección que nos dejan los trágicos episodios protagonizados por Trump, un líder inmaduro e irresponsable, nos hacen pensar en la necesidad de buscar formas de detener las “fake news” y las “deep news”, que tanto daño pueden hacer a una sociedad.
Se trata de un problema que rebasa lo ocurrido en Estados Unidos y que nos atañe a todos en el mundo. Las redes sociales no pueden seguir mintiéndose a sí mismas cuando alguien con dinero puede comprar seguidores.
Así como Zuckerberg decidió bloquear las cuentas de Trump para preservar la paz en Estados Unidos y lograr que se complete de manera normal el proceso electoral, así debieran pensar quienes manejan las redes y quienes controlan los “trolls” que, escondidos detrás del anonimato, juegan con la credibilidad no solo de las personas, sino de las autoridades y de los propios gobiernos.
América Latina tiene procesos electorales en marcha y nadie puede asegurar que los candidatos presidenciales no vayan a tomar actitudes similares a las de un individuo tal irracional como Donald Trump.
Lo ocurrido en Estados Unidos tiene que ver con la madurez democrática de una sociedad y con la responsabilidad de los aspirantes presidenciales y de los líderes políticos de cada tienda proselitista.
Se trata de un tema que, llevado a los extremos, puede derivar en sucesos violentos y hasta en guerras civiles.
Como dijo Zuckerberg, citado por la BBC, “la prioridad para todo el país debe ser ahora asegurar que los días restantes y los días posteriores a la toma de posesión transcurran pacíficamente y de acuerdo con las normas democráticas establecidas”.
Pero el CEO de Facebook olvida que él y sus empresas también son responsables de que no se rebasen los límites de la racionalidad, el respeto, la tolerancia y la dignidad.
Las redes sociales deben servir para que los seres humanos nos comuniquemos, para que debatamos, para que planteemos nuestras inquietudes e, incluso, para rebatir tesis con las cuales podemos o no estar de acuerdo. Pero dejar que se las use con objetivos violentos y con la instalación de grandes mentiras es otra cosa.
Si las redes sociales no son generadoras de discursos racionales e interacciones respetuosas, habría que pensar seriamente en cuánta importancia estamos dando a una herramienta que solo sirve para torcer la realidad, degradar al opositor y vulnerar la reputación de las instituciones públicas y privadas.
Twitter, que fue la primera que tomó la decisión de bloquear la cuenta de Trump, lo dijo claramente cuando advirtió que lo que más debemos cuidar usuarios, gobiernos y empresas es la integridad cívica.
Si bien Zuckerberg ha sido responsable con la sociedad al impedir que Trump continuara dividiendo a la sociedad norteamericana y desprestigiando la reputación democrática de sus instituciones, parecería que ha llegado la hora de que él y los grandes magnates de las redes sociales reflexionen y se desafíen a buscar maneras de que el uso indiscriminado de sus espacios no socave la institucionalidad o atente contra la dignidad de las instituciones o de las personas.
Trump nos ha dejado una lección: que los obsesivos por tener el poder o aspirar a él están dispuestos a todo, incluso a falsear la realidad y atentar contra la reputación de las personas y entidades.
El deber nuestro es, justamente, lo contrario: cuidar la democracia, el debate y el disenso como instrumentos de convivencia que no están aquí como un regalo para la sociedad, sino que se siembran y construyen todos los días.
[RELA CIONA DAS]





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