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25 de Septiembre del 2018
Historias
Lectura: 15 minutos
25 de Septiembre del 2018
Susana Morán
Las sobrevivientes de la casa María Amor en Cuenca

Fotos: Susana Morán

Mujeres con éxito es la asociación que tiene la fundación María Amor de Cuenca. Las mujeres que llegan a esa casa de acogida pueden participar en un restaurante y en una lavandería. 

En Cuenca, la asociación Mujeres con éxito, de la Fundación María Amor, tiene un restaurante y una lavandería. En ambas actividades participan las mujeres que llegan por situaciones de violencia. ¿Cómo salen de ese círculo y forman un nuevo camino como pequeñas empresarias? Tres mujeres cuentan sus historias.

La casa María Amor para víctimas de violencia abrió sus puertas en el 2004. Su directora, Marlene Villavicencio, recuerda que conforme las mujeres llegaban a la fundación, identificaron que uno de los problemas graves era su falta de autonomía económica. Ellas no cuentan con redes de apoyo ni recursos. También vienen de actividades informales o de quehaceres del hogar, así que no han tenido la oportunidad de tener un trabajo formal.

Pero en este espacio les mostraron que eso que saben hacer, como cocinar y lavar, es valioso y necesario. Y que además puede servir de sustento económico. “Lo que fue un elemento de discriminación sea un elemento potenciador”, dice Villavicencio. Este proyecto comenzó cuando una voluntaria estadounidense trabajó con las mujeres que estaban acogidas en la casa hace 10 años. Les preguntó qué les gustaría hacer. Pensaron entonces en una lavandería porque en esa época fue el ‘boom’ de las lavadoras y las mujeres fueron perdiendo su fuente de empleo. También quisieron un restaurante. Esta voluntaria las apoyó con recursos para la compra de la primera lavadora.

La idea fue tener un centro donde las mujeres aprendan a manejar un negocio y se familiaricen con la tecnología, que sepan atender al cliente y a organizarse. Y reforzaron esa escuela con talleres sobre manejo de negocios. Con apoyo de otras organizaciones compraron cosas básicas para la cocina. Hasta que el Ministerio de Inclusión Económica y Social equipó los centros con maquinaria industrial. Pasaron entonces a participar en un pequeño negocio con gran calidad en los servicios. Pero la meta es llegar a un gran negocio.  Ahora es una asociación y se llama Mujeres con éxito. Todas las mujeres que llegan a la casa participan en estas actividades.

Después de este proceso, su voz se ha fortalecido. También es notoria su fortaleza y decisión por dejar el círculo de violencia. Plan V visitó esta casa y la asociación. Tres de ellas contaron sus historias de sobrevivencia y sus sueños. Sus nombres fueron cambiados y sus datos personales básicos omitidos por seguridad.


Marlene Villavicencio dirige la casa María Amor de Cuenca. Esta cumplió 14 años de funcionamiento. 

Érika: ‘No hay que perder la fuerza’

Yo soy la jefa de cocina y me encargo de la producción y catering en la cafetería. Voy seis años. Llegué a Maria Amor hace ocho años, venía de una situación de violencia intrafamiliar. Viví en Quito y en ese tiempo fui refugiada durante 15 años. Yo soy de Cartagena, Colombia, y en ese tiempo había paramilitares. Los que no podían salir los encontrábamos flotando en el río como perritos. Fueron tiempos difíciles. La gente desaparecía. En esa época el papá de mis hijos desapareció 15 días y luego apareció maltratado. Ahí decidimos salir definitivamente de allá. Llegamos primero a Pasto y nos recomendaron pasar a Ecuador. Tenía en ese entonces un solo hijo, ahora tengo seis. Unos son ecuatorianos, otros colombianos.

El universo es sabio. Llegué a esta fundación con el apoyo de Acnur. Sufrí mucha violencia, él era bastante violento conmigo y entonces fui a pedir ayuda. En uno de esos episodios violentos casi me mata, casi me entierra un fierro en la cabeza. Ahí me di cuenta de que de verdad estaba en peligro. Acnur me apoyó para salir de la casa y me ofrecieron ir a Cuenca. Yo solo conocía hasta Quito. Cualquier lugar era mejor que quedarme en esa casa.


En la cocina, Érika preparó empanadas de viento para un 'catering'. 

Yo siempre tuve la ilusión de que debo estar mejor, de que algún día cambiará mi vida. Cuando sentí que me iba a matar, yo me dije: ‘debo hacer algo’.

En María Amor aún me siguen apoyando. Una vez que uno se apega a la casa, ya no se desvincula nunca más. Aquí en las fechas especiales nos llaman e invitan para compartir en la Navidad, sobre todo con las mujeres que no tienen familia. Entonces no he estado sola.

Vivo en Cuenca con mis seis hijos. Toda la vida he trabajado en cocina, desde hace 22 años. Aquí es donde he podido capacitarme, por ejemplo, en gastronomía básica, organización de eventos, reciclaje, costos, hospitalidad, atención al cliente. Me ha servido bastante.

Uno no puede perder la fuerza de voluntad interior porque cuando una sufre violencia la autoestima baja. Uno deja de creer en uno mismo. Pero no hay que perder la fuerza. Yo siempre tuve la ilusión de que debo estar mejor, de que algún día cambiará mi vida. Cuando sentí que me iba a matar, yo me dije: ‘debo hacer algo’. También es cuestión de decisión. No es fácil. Antes de irme definitivamente, me separé tres veces. Los hombres son estrategas. Son malos con sus esposas, pero con sus hijos son un amor. Entonces manipulan esa situación para mantener a una madre ahí. ‘Yo me aguanto por mis hijos, porque mis hijos lo quieren’, eso se dice. Yo pensaba eso.

Él mentalmente me tenía acabada. ‘Si te vas, ¿quién mantendrá a tus hijos?’, me decía. Eso me detenía. ‘Pero si este hombre me mata, qué será de ellos’, pensé. Eso me dio la fuerza. Debe pasar algo muy grave para darte cuenta que estás en peligro. Mis hijos también se dieron cuenta del maltrato. Esa fue una ventaja y cuando yo me separé ya no quisieron saber nada de él tampoco. Ahora trabajo en la cafetería, damos servicio de desayunos y almuerzos. Tenemos también una lavandería. Hoy tenemos servicio de ‘catering’ y vamos a dar empanadas con horchata.

Estefanía: ‘Sí se puede salir de la violencia’

Conocí esta casa por intermedio de otra fundación. Le comenté a una trabajadora social mi problema y me dijo: ‘¿quiere salir de esa violencia?’. Y le respondí: ‘sí, porque ya no aguanto. Esto no es vida para mí’. Soy víctima de violencia desde que me uní con mi pareja hace unos 10 años atrás. Siempre fue despreciada. Me decía que no valgo. Que no podía salir adelante. Y ahora estoy luchando para demostrar a esas personas que sí puedo. Quiero seguir estudiando para mostrarle otras cosas más. Quiero sorprenderlos.

Yo soy de la Costa y aquí en la Sierra todo es distinto. Quiero conocer más y luego seguir estudiando. Quiero aprender belleza y quiero ser guardia. Tengo seis hijos.

Me costó mucho decidirme venir a la fundación. Mis niños estaban estudiando y yo había comprado los útiles y los uniformes. Todo eso se quedó y me dolía mucho dejarlo porque no podía viajar con todo eso. Salimos solo con un par de mochilas.


El proyecto Mujeres con éxito ha sido un ejemplo para otras casas de acogida en el país.

Le comenté a una trabajadora social mi problema y me dijo: ‘¿quiere salir de esa violencia?’. Y le respondí: ‘sí, porque ya no aguanto. Esto no es vida para mí’.

Yo ya no me comprendía con mi pareja, Me trataba de loca. Me decía que no servía. Me dije: ‘esta vida no es para mí’. Yo quiero ser profesional y no estar encerrada en una casa cuidando a mis hijos. Antes trabajaba vendiendo cosméticos por revistas o cosas de cocina. Me ganaba las cosas para mí y mis hijos. Pero después tuve a mi último hijo y tuve más dificultades. Querían que mi hija mayor cocinara, lavara, pero ella estudiaba también. Yo estaba cesareada y no podía atenderlos.

Me sentí mal al inicio, me decía dónde estoy. Me preguntaba si hacía lo correcto. Ahora me dedico a este emprendimiento en la lavandería y hago un tiempo afuera cuidando una casa. En la tarde vengo a la lavandería y luego me dedico a cuidar a mis hijos.

Estoy aún con psicóloga y ella me sube los ánimos. Me dice que no haga caso lo que dice el resto. Porque yo sí valgo. Soy bachiller y quiero hacer carrera. Quiero estar con mis hijos. Quiero recuperarme y acoplarme más a esta ciudad para organizar mi vida. He trabajado desde los 12 años. No he disfrutado mi vida. Pero nunca supe valorar mi dinero, no lo invertí en algo productivo. Pero sí apoyé a mis hijos.

Una persona que quiere dejar una situación de violencia debe pensar primero en ella para luego ayudar a sus hijos. Debe pensar que es un mujer fuerte y capaz, que tienen valor y agallas. Para que nuestros hijos digan en un futuro: ‘ella fue mi madre y mi padre y siempre me apoyó’. Sí se puede salir de la violencia.

Karina: ‘Esperé que se vaya, llamé a una camioneta y me fui’

Tuve un compromiso y me llené de hijos. Él me trataba mal. Me decía que soy una vaga y ociosa, aunque trabajábamos iguales juntos. Él era motosierrista, agricultor, pescador. Y yo tenía que andar con él. Si se iba a pescar me tocaba subirme a la lancha. Si se iba al monte me tocaba coger el machete e ir a trabajar. Él iba a la motosierra y yo iba a cargar la madera. Aún así me trataba mal. Me decía que pasaba tragando, que no servía y de paso me caía a golpes.

A él no le gustaba que viera a mi familia y si mi familia iba decía que llegaba a meter chismes. Decía que yo tenía mozo. No podía ir ni a los subcentros ni a ver a mis hijos. Porque si salía supuestamente iba a ver a mi mozo, a mi novio. En eso, una hija se me enfermó.

Conocí la fundación por la enfermedad de ella. Unas doctoras me contaron que había una casa donde podía estar. Pensaba en mis hijos porque no sabía a donde irme con ellos. Por eso seguí aguantando golpes y después dije ya no más, ya todos mis hijos están grandes y no quiero seguir aguantando golpes. A veces no comía. Mi última hija tenía 6 años y me fui con ella. Solo cogí un cartón con unas calzoncitos y me fui.


En la casa donde están ahora los emprendimientos la amabilidad es una característica del lugar.

Pensaba en mis hijos porque no sabía a donde irme con ellos. Por eso seguí aguantando golpes y después dije ya no más.

Antes de eso,con mi esposo nos fuimos a trabajar al monte y tuvimos una pelea. Allí me dijo: ‘sí, yo aquí en el monte te hago pedazos con la motosierra y nadie se dará cuenta’. Entonces me dio iras y nos pusimos a insultar. ‘Tanto me mato trabajando y no tengo ni el calzón, tengos unos viejos y rotos, cuando te da la ganas me das o no, me tratas mal y hasta hoy te aguanto’, le dije. Y ahí lo fui botando en el monte. Cogí a mi hija y me fui.

En la casa no me comía, decía que yo le iba a dar veneno. Entonces quedito no más estuve  empaca y empaca mis cosas. Al lado vivía mi hermana, así cuando él se iba a trabajar cogía mis cosas y las escondía donde ella. A los cinco días de bravo llegó y me pidió disculpas. Que vay a ayudarle a cargar la madera que se la están robando. Pero él decía siempre que él era el único que trabajaba y que solo Dios le ayudaba. Que por eso él tenía sus cosas y su plata. Le dije yo no voy a  ayudarte. ‘Vaya y dígale a Dios que le marque la madera’, le dije. ‘Yo de aquí cogo lo que es mío y me voy’, le dije. Que perdóname, que no se qué. Ahí recién llevó pollito para comer, pero antes no compraba nada. Le dije: ‘a mí no me ruegue’. Esperé que se vaya, llamé a una camioneta y me fui.

Llegué al proyecto Vida y me trajeron a la casa María Amor.  Me dije: ‘tengo que salir adelante’. A mi hija le puse en una escuela de danza y ya ha ganado torneos. Él me ha amenazado, pero yo rezo. Pido a Dios que me traiga de vuelta bien.

En la casa me he sentido más realizada. Me han enseñado cosas de la cocina. Me han dado terapias sicológicas. Y más que todo me gusta cocinar. Quiero ponerme un negocio como una cafetería, tengo un carrito donde hago maduros, sé hacer tamales, corviches que los vendo con café. Tengo tres trabajos.

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Las sobrevivientes de la casa María Amor en Cuenca
 


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