
Jefferson Luje de 26 años, todavía tiene secuelas del caso grave de covid que lo llevó a Cuidados Intensivos. Fotos: Gianna Benalcázar
I.
Bip, bip, bip es el sonido que recuerda Jefferson Luje de su paso por la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). La describe como una sala bulliciosa por el trajín de los médicos, enfermeras y personal de apoyo, el ruido de las bandejas, en las que se transporta la medicación, y de los monitores a los que están conectados los pacientes. Las luces prendidas permanentemente le impedían conciliar el sueño.
A sus 26 años, fue una de las 507.020 personas infectadas de covid-19 en Ecuador, desde el 29 de febrero de 2020 que se registró el primer caso hasta el 20 de septiembre del 2021, según las cifras del Ministerio de Salud.
El 3 de mayo tuvo los primeros síntomas, eran como los de una gripe: congestión nasal y dolor de cabeza. Se hizo la prueba PCR al confirmar que una compañera de trabajo padecía el virus. Dio positivo, pero no se preocupó pues sus sentidos del gusto y olfato no los había perdido. Para él esos síntomas eran los indicadores de peligro. Decidió tratarse en casa. Mientras su compañera Tania Mandeja, de 45 años, fue hospitalizada.
Una semana después a Jefferson le costaba respirar. Fue al hospital y la tomografía de pulmones determinó que estaban comprometidos en un 95%. Fue hospitalizado el 18 de mayo. Tania, en cambio, no resistió la intubación y falleció. Dos niños quedaron huérfanos.
Jefferson tuvo la suerte de encontrar una cama en la Unidad de Cuidados Intensivos, UCI, del Hospital del IESS Carlos Andrade Marín (HCAM) en Quito. Ese día 411.466 casos de coronavirus se registraban en Ecuador, de los cuales 134.620 se concentraban en la capital. Las UCI de los hospitales del país operaban a su máxima capacidad.
A Jefferson le costaba respirar. Fue al hospital y la tomografía de pulmones determinó que estaban comprometidos en un 95%. Fue hospitalizado el 18 de mayo. Tania, en cambio, no resistió la intubación y falleció. Dos niños quedaron huérfanos.
El diagnóstico detallaba que era un paciente crítico y que no se descartaba intubación. No tiene recuerdos claros sobre el momento de su ingreso. Le dolía respirar, pero sintió algo de alivio cuando le hicieron una aspiración de secreciones, luego con la ayuda de la mascarilla Venturi que después fue reemplazada con la cánula de alto flujo, la sensación de ahogo desapareció.
Se miraba así mismo y estaba conectado a “muchos” aparatos y con el paso de los días notaba que perdía peso al ver sus brazos más delgados. Le embargaba el miedo.
Estuvo una semana en UCI. Siete días en los que vio a varias personas intubadas y cómo los médicos pronaban (colocarles boca abajo) a algunas para mejorar su ventilación respiratoria; escuchó la llamada de un médico dando la noticia de un fallecimiento y veía circular cadáveres en camillas todos los días.
Cuenta que hizo amigos. Los enfermos ubicados en las camas cercanas que estaban despiertos como él, y aunque no podían hablar, por señas se daban ánimos. Vio morir a uno y se sintió culpable por no ser él.
Destaca la labor de algunas de las enfermeras que conversaban y le daban ánimos. En medio de esas circunstancias le hacían sentir acompañado e importante. Miraba que hacían lo mismo con los pacientes que estaban inconscientes.
II.
Rosario Jácome es enfermera de UCI del HCAM. Ella explica los procedimientos que realiza a cada uno de sus pacientes, así estén sedados. No solo les informa sobre la medicación que les suministra o si les va a realizar la limpieza, sino que les ubica en tiempo y espacio. Si es de día o de noche, la fecha y hora, en dónde están y si hace sol o llueve. También les dice que son personas muy queridas, que no están solas y que un equipo de médico está a su disposición.
Está segura que todos la escuchan. Recuerda que se acercó a un paciente sedado. Se presentó, le preguntó ¿quiere rezar? y la respuesta fue un apretón de su mano.
Rosario es católica. Para ella la parte espiritual es muy importante. Ora con los pacientes y hasta el momento ninguno ha dicho que no quiere hacerlo. Cuenta que hace unos meses, un hombre de 30 años estaba en proceso de despertarse tras la intubación. Le preguntó si creía en Dios, él respondió que no, pero que sí quería orar.
“Mientras rezábamos, los dos llorábamos”, dice Rosario, que ha hecho turnos de hasta 14 horas para cuidar a los enfermos de covid-19 en UCI.
Juan Luzuriaga es médico intensivista en la ciudad de Santo Domingo. Para él la humanización de los servicios en esta época de pandemia ha sido fundamental. “Es una persona que sufre, que le duele, que se preocupa y se asusta ante una enfermedad desconocida”. Él también se da el tiempo de conversar con sus enfermos.
Rosario es católica. Para ella la parte espiritual es muy importante. Ora con los pacientes y hasta el momento ninguno ha dicho que no quiere hacerlo. Cuenta que hace unos meses, un hombre de 30 años estaba en proceso de despertarse tras la intubación. Le preguntó si creía en Dios, él respondió que no, pero que sí quería orar.
III.
En la sala UCI los pacientes nunca están solos, aun así Jefferson tenía miedo de dormir, pensaba que si cerraba los ojos no despertaría.
En algún momento lo hizo y soñó con su abuela, Fanny Espinoza. Estaba parada en la puerta, le dijo: llévame contigo. Ella le respondió: si quieres venir, ven, es tu decisión. Él despertó.
Fanny había muerto 11 años antes en el mismo hospital. En ese entonces, Jefferson era un adolescente de 15 años y tuvo el mismo sueño, la única diferencia es que en aquella ocasión, su abuelita le dijo que no podía irse.
Fue trasladado a la Unidad de Cuidados Intermedios, en la que permaneció dos semanas, y aunque no podía ni sujetar la cuchara para comer, pues le faltaba fuerza en sus brazos, ya podía hablar con su mamá y su hermano por videollamada. Escucharlos y verlos fue su motor para seguir recuperándose, y no se diga cuando pensaba en su hija de siete años.
Sigue con sus terapias físicas para recuperar masa muscular. Cuenta que nunca ha sido muy expresivo, pero luego de esta experiencia lo es un poco más, abraza más seguido a su mamá, ha mejorado la relación con su hermano, es un mejor padre y ya no deja en visto a sus amigos cuando le escriben por WhatsApp.
Sus primeros deseos, mientras aún estaba hospitalizado fue comer una hamburguesa y tener su laptop. Es auditor contable y su trabajo le relaja. Su hermano le complació.
El 10 de junio fue dado de alta del hospital. Salir y sentir el aire en su piel fue una de las mejores sensaciones que ha experimentado, al igual que poder dormir una noche completa y sin miedo.
Ocho días después tuvo su cita postcovid, en la que fue dado de alta totalmente. Un mes después recuerda ese momento y llora de la emoción. Como no hacerlo si durante ese mes han ocurrido milagros como que una de las doctoras que lo atendió se llama Fanny Espinoza (como su abuela) y que su familia y amigos hicieron grupos de oración por su recuperación. “Se volvieron creyentes”, dice bromeando.
Sigue con sus terapias físicas para recuperar masa muscular. Cuenta que nunca ha sido muy expresivo, pero luego de esta experiencia lo es un poco más, abraza más seguido a su mamá, ha mejorado la relación con su hermano, es un mejor padre y ya no deja en visto a sus amigos cuando le escriben por WhatsApp.
IV.
En Santo Domingo de los Tsáchilas, Carlos Bermúdez también se recupera de las secuelas del covid-19. Dio positivo el 23 de diciembre de 2020. Tomó la noticia deportivamente a pesar de ser hipertenso y de que sus riñones funcionaban al 50%.
No perdió el olfato ni el gusto, tampoco tuvo dolor de cuerpo. Pero sentía un ligero malestar en la espalda, y la sensación de gripe no desarrollada. Se hizo una prueba cuantitativa y dio negativo. Por las dudas, se realizó el test de antígenos, que fue positivo.
Con el resultado fue al Hospital Clínica Bermúdez, del cual su hermano Leonardo es el dueño. Le tomaron los signos vitales, la saturación estaba en menos de 90 y la tomografía de tórax determinó que sus pulmones estaban afectados en un 10%.
Leonardo no lo dejo salir, era mejor mantenerlo “vigilado”. Celebró la Navidad hospitalizado, cuatro días después su cuadro empeoró y el 29 de diciembre fue intubado por ocho días. Mejoró, salió de UCI pero volvió a ingresar tras decaer. Fue intubado por segunda vez. Estuvo pronado 10 días sin que su diagnóstico fuera favorable, se tomó la decisión de practicarle una traqueotomía para que mejore su sistema de ventilación.
Carlos Bermúdez de Santo Domingo, fue intubado dos veces
Leonardo recuerda como una de las experiencias más duras que ha tenido que afrontar el realizar este procedimiento a su hermano, como último recurso para salvarle la vida. Finalmente fue el acertado.
Los pulmones de Carlos comenzaron a reaccionar. Durante diez días estuvo con el traqueotomo, fue dado de alta el 1° de febrero y ahora puede contar sus sueños.
Celebró la Navidad hospitalizado, cuatro días después su cuadro empeoró y el 29 de diciembre fue intubado por ocho días. Mejoró, salió de UCI pero volvió a ingresar tras decaer. Fue intubado por segunda vez. Estuvo pronado 10 días sin que su diagnóstico fuera favorable, se tomó la decisión de practicarle una traqueotomía para que mejore su sistema de ventilación.
Se encontraba en Manabí enfermo de covid. Entonces le pidió a un amigo que lo acompañe a Guayaquil para hospitalizarse en esa ciudad. Leonardo lo estaría esperando. Se subieron en una avioneta y se perdieron. La avioneta se incendió y dos meses después fue encontrado en África. “Una incoherencia total”, dice Carlos, de 65 años, y aclara que no fue su único sueño mientras estuvo inconsciente.
Soñaba en reuniones familiares con sus hijos. Comenta que él no tenía una buena relación con ellos. Tiene cinco: dos varones y tres mujeres. Además, escuchaba vagamente las voces de sus nietos que le gritaban “abuelo”. Después le contaron que Leonardo le hacía escuchar los audios que le grababan los pequeños.
El personal médico de la Clínica Bermúdez en Santo Domingo
Sus sueños familiares le inyectaron fuerza “y en mi interior le pedía a Dios”. También se vio como un espíritu, pues miraba cómo su hermano lo atendía.
Tuvo un último sueño que le marcó. Está seguro que fue antes de la traqueotomía. Su condición era tan crítica que mientras la familia perdía la esperanza, el equipo médico del hospital le decía a Leonardo que era momento de rezar y pedir un milagro.
Flotaba por un túnel largo y mientras avanzaba rápidamente miraba caras humanas en la contextura de túnel. No pudo reconocer esos rostros, aunque trato de buscar el de su padre y abuela sin conseguirlo. Llegó al final y vio un manto de color celeste y la cara de una mujer, “era la Virgen”. Permaneció por un tiempo, que no puede precisar si fue largo o corto. El regreso fue lento y las caras habían desaparecido.
“Desperté demente en función de los sueños que tuve”, especialmente con el de la avioneta, para él eso fue lo que sucedió. Poco a poco se fue ubicando en la realidad. Preguntó a uno de los enfermeros si mientras estaba sedado tuvo reacciones y le respondió que algunas veces estuvo inquieto, otras sonreía y otras lloraba.
V.
Rosario también ha estado a cargo de pacientes que se inquietan. Generalmente ocurre cuando están en el proceso de lo que se conoce como destete de la sedación, es decir que los están despertando.
Algunos dan patadas o puñetes, se quieren bajar de la cama o desconectarse las sondas. En algunas personas la medicación produce delirios que justifican estas acciones. Sin embargo, la mayoría de pacientes cuando abren los ojos, luego de una sedación larga, gritan que van a llamar a la Policía y preguntan que por qué los tienen secuestrados, precisa Rosario.
Carlos perdió 60 libras y salió del hospital en silla de ruedas. La primera comida que pidió fue guatita. Nunca antes la había disfrutado tanto. Inició con la fisioterapia, aprendió de nuevo a caminar y a escribir. Por recomendación médica se desconectó 85 días del celular.
La gran sorpresa fue enterarse las cadenas de oración por su recuperación y la solidaridad demostrada en los miles de mensajes que recibió cuando encendió su celular. “Sentirse tan querido me hace vivir ahora con una gratitud inmensa”. Para él, el coronavirus fue el vínculo que le permitió mejorar la relación con sus hijos y para dedicarse “a vivir un poco”.
Es ingeniero civil, tiene su constructora y una camaronera. Era una de esas personas a las que no le gustaba delegar, quería hacerlo todo. Ahora lo hace y ha confiado algunas actividades a uno de sus hijos. Ha acudido a varias charlas de motivación, pues asegura que salió perturbado. Además, que tuvo que enfrentar la muerte de uno de sus hermanos.
Roberto Bermúdez, de 73 años, presentó el mismo cuadro que Carlos en mayo pasado. De igual forma Leonardo estuvo al frente de su tratamiento, fue intubado, pero no lo logró. Carlos cree que no le puso todas las ganas, pues tenía algunos problemas familiares.
En algunas personas la medicación produce delirios. la mayoría de pacientes cuando abren los ojos, luego de una sedación larga, gritan que van a llamar a la Policía y preguntan que por qué los tienen secuestrados
Edwin Omaña es uno de los médicos intensivistas que atendió a Carlos y Roberto. Asegura que los dos hermanos fueron atendidos igual y a ninguno le faltó nada. Explica que el tratamiento funcione o no con un paciente depende de la respuesta inmunológica de cada organismo. “Los dos hermanos tenían la misma severidad de la enfermedad, pero el ingeniero Carlos tuvo más fuerza estructural y respondió un poco mejor al tratamiento y a la adaptación a la presencia del virus”, precisa.
El hospital de Leonardo tiene cinco camas en UCI. Ahora está vacía, pero vivió “una guerra” en mayo de 2020. Cuenta que la sala estaba llena, mientras que diariamente se hospitalizaban entre 15 y 20 personas.
De acuerdo con las cifras del Ministerio de Salud, al 30 de mayo del 2020 en la provincia de Santo Domingo se registraban 944 casos confirmados de covid-19 (862 en la ciudad de Santo Domingo y 82 en La Concordia) y 74 fallecidos, 53 más que en abril de 2020.
Para Edwin la época más difícil fue al inicio de pandemia. Tenía miedo a contagiarse, a contagiar a sus hijos y morir, sin que eso signifique dejar de dar lo mejor de sí en su trabajo. Siempre lo ha hecho. Rosario coincide con él. Para ella, los primeros meses de 2020 fueron una experiencia dura y dolorosa.
Dura por la misma sensación de miedo e incertidumbre de no saber a qué se estaba enfrentando y dolorosa por ver morir a tantas personas. En una sola mañana cinco o seis personas fallecían. Algunos totalmente solos, pues no siempre una enfermera pudo estar a su lado para “por lo menos sostenerle la mano en su último momento”.
Rosario no puede contener las lágrimas. Recuerda los momentos en que todo el equipo médico se abrazaba formando un círculo antes de ingresar a su turno en UCI, rezaban y entre todos se daban ánimos. Algunos ya no están para contarlo.
VI.
Patricio Pozo está feliz. Tiene 51 años y le falta poco para regresar a trabajar luego de que le ganara la batalla al coronavirus. Es mensajero en la Industria Harinera S.A. (Harina Santa Lucía), ubicada al sur de Quito.
El 26 de julio del 2021 su hijo Ariel perdió el olfato, aunque tomaron las previsiones correspondientes en casa, el contagio fue inevitable. El 3 de agosto tuvo una tos muy fuerte. Le revisó la doctora de la empresa, su saturación era baja por lo que fue trasladado a la Clínica Panamericana. Ese fue su último recuerdo consciente.
Después se vio en la playa, bañándose y disfrutando del sol. Tomando unas cervezas, mientras su tía atendía en un puesto para alquilar parasoles.
También estuvo presente en una misa de la Santísima Cruz y en el velorio de una prima suya que falleció hace cuatro años, y de repente se mira viajando al Carchi de donde es oriundo, con las guaguas de pan para su familia.
Compartió un momento con sus amigos de un equipo de fútbol al que pertenece, ellos estaban vendiendo un jarabe de plantas para desparasitar animales. Él les pidió uno para que se pueda curar.
Abre los ojos y se ve en el cuarto de la clínica. Se extraña. No tenía idea que la realidad era muy diferente a la de sus sueños. El 5 de agosto fue intubado, tenía el 70% de los pulmones afectados, mientras su esposa Mercedes Prado era hospitalizada en la misma clínica. También se había contagiado.
Patricio Pozo fue intubado cuando tenía el 70% de los pulmones comprometidos. Su esposa también se contagió.
Se hizo la prueba por insistencia de su cuñado, ya que no presentaba ningún síntoma y como su saturación registraba niveles bajos se quedó en la clínica. Su cuadro no se complicó, le dieron de alta cuatro días después.
Patricio, en cambio, estuvo 56 horas pronado y no había signos de mejoría. Le hicieron una traqueotomía. Cinco días después su recuperación fue notable.
Ya conectado con la realidad y consciente, Patricio cuenta que gracias a sus sueños despertó con una sensación de tranquilidad, nunca se sintió enfermo, nunca pensó que iba a morir y nunca tuvo miedo.
Fue dado de alta el 29 de agosto y lo primero que hizo fue chupar un helado Coqueiro, lo segundo enfocarse en su rehabilitación para que todo vuelva a ser como antes.
Mercedes es una mujer fuerte, siempre tuvo la certeza que su esposo vencería a la enfermedad, aún en los momentos en que el diagnóstico médico no era positivo. Su convicción en ese momento era que con o sin Patricio la vida tiene que seguir siendo igual, hermosa y con mucha alegría por sus hijos, su familia y amigos.
Quienes la pasaron difícil fueron Diego, de 26 años, Ariel, de 14 años y Samantha, de 10 años, sus hijos. Especialmente los cuatro días en que sus padres estuvieron hospitalizados.
Los hijos de la pareja: Diego, de 26 años, Ariel, de 14 años y Samantha, de 10 años.
Diego asegura que aunque le dolía mucho la situación, no podía darse el lujo de mostrar debilidad por sus hermanos menores. Lloró a solas. Ariel lloraba viendo la ventana a la espera de que su papá regrese y Samantha tenía mucho miedo.
Patricio siente una alegría indescriptible, se dio cuenta que hay mucha gente que le quiere: su familia y amigos se pusieron en oración, los compañeros de trabajo estuvieron pendientes de sus hijos. El departamento de Recursos Humanos de la empresa se encargó de la alimentación de los chicos los cuatro días que permanecieron solos.
Tantas muestras de cariño le subieron la autoestima, aunque también se pregunta por qué tuvo que pasarle algo para que lo demuestren.
Tiene un pendiente que lo cumplirá cuando este recuperado en un 100%, que es invitar a un churrasco a los médicos que lo atendieron.
443.880 personas se han recuperado del coronavirus en Ecuador hasta el 23 de julio de 2021, que es el último registro de este indicador que publica el Ministerio de Salud. Todos ellos ahora pueden contar sus sueños. Para quienes los vivieron de cerca, muchos de estos casos han sido verdaderos milagros.
Rosario y Edwin aseguran que en esta pandemia han visto milagros. Juan es más escéptico, prefiere no explicarlo así porque el equipo médico jamás abandona a un paciente. Asegura que incluso en los casos donde las posibilidades son mínimas, se sigue aplicando el tratamiento que es “de detalles muy finos” y esto puede cambiar la trayectoria de la enfermedad. Ha habido casos, aunque no muchos, dice, de pacientes que han estado 60 días en UCI y por esta razón han podido salir adelante.
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