

Un ejercicio sobre la hipótesis de un terremoto magnitud 7 en Quito, dirigido por el reconocido científico Hugo Yepes, devela las agudas vulnerabilidades de la capital. Foto: Luis Argüello / PlanV
“Terremotizar” es una palabra inventada por Hugo Yepes, el famoso geólogo y sismólogo, que hace poco abandonó la academia para pasar a trabajar en el Municipio de Quito. La propuso en un simposio genial (y angustioso) que organizó el jueves pasado como culminación del cuarto congreso de la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Sismólogos, celebrado en Quito.
Hugo me pidió que trasladara el neologismo a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, pues me invitó a participar en ese simposio, en cuya primera parte hablamos del gran terremoto de Caracas del Jueves Santo de 1812.
Fue en la segunda parte del encuentro dedicado a la realidad de la capital ecuatoriana, que Hugo Yepes propuso “terremotizar” a Quito. Es que él y los sismólogos tienen profundas preocupaciones sobre la aguda vulnerabilidad de Quito frente a un sismo grande que se va a dar en la capital. Por lo que “terremotizar” es concienciar a la población y actuar en consecuencia, preparando a la ciudad, mediante la prevención y la mitigación, constante y seria, para tal cataclismo.
No solo los historiadores sino gran parte de los ciudadanos sabemos que tanto los eventos de impacto súbito (aluviones, inundaciones, tormentas eléctricas, heladas, tsunamis, erupciones y temblores) cuanto los de impacto lento (epidemias, sequías, plagas, incendios forestales y crisis agrícolas) no son elementos aislados en el devenir del Ecuador y de la Región Andina: son características estructurales o estructurantes de su realidad histórica y social.
Pero lo que Hugo Yepes nos cuenta es que un terremoto de magnitud 6,5 o superior se va a dar en Quito en el futuro. No es especulación. Es certeza. ¿Cuándo? No se sabe, pero se va a dar, porque en la historia geológica de Quito se ha dado uno cada mil años, y el último ocurrió hace 800 años. Esto no quiere decir, aclara Yepes, que falten 200 años para el próximo, sino que puede ocurrir en cualquier momento, aunque rezo porque no lo veamos ustedes ni yo, y tampoco mi hija y mis nietas.
Terremoto del 16 de agosto de 1868 Fotografía de la Iglesia de la Compañía destruida. Archivo Manuel España / IGM
¿Por qué dice Yepes que dicho terremoto se va a producir? Porque geólogos como él y otros saben que el choque de elementos de la corteza terrestre va a desatar inevitablemente ese terremoto, como ya sucedió hace ocho siglos, y ellos lo saben por las huellas de ese macroterremoto en varias zonas geológicas de Quito.
el continente sudamericano es empujado por la Placa de Nazca, que está frente a las costas del Pacífico. Esa presión, que viene de Occidente a Oriente, empuja a la meseta de Quito hacia el valle. Los cerros de Carretas, Guangüiltagua, Puengasí y El Troje son producto de esa presión constante durante millones de años.
Hugo explica así las fuerzas geológicas: el continente sudamericano es empujado por la Placa de Nazca, que está frente a las costas del Pacífico. Esa presión, que, por supuesto, viene de Occidente a Oriente, empuja a la meseta de Quito hacia el valle. Los cerros de Carretas, Guangüiltagua, Puengasí y El Troje son producto de esa presión constante durante millones de años, que ha ido arrugando la superficie hasta formar esa pequeña cordillera. A lo largo de esa línea de presión está la falla de Quito, que separa a la meseta de Quito del valle interandino.
Hugo Yepes, geólogo de la EPN, ex director del Instituto Geofísico de la EPN, PhD en Ciencias de la Tierra. Foto: Escuela Politécnica Nacional
Yepes y los geólogos dicen que hay una deformación interna del continente que produjo que la meseta de Quito se elevase sobre el valle hace millones de años y que se monte sobre la del valle. ¿A qué velocidad? Hoy en día, dada la exactitud de las mediciones por GPS, la respuesta es precisa: a razón de 4 milímetros por año. Eso quiere decir que, en un siglo se mueve 4 centímetros y en un milenio, 4 metros. “Ahora bien”, dice textualmente Yepes, “no sabemos si una parte se resbala sobre la otra placa y si otra parte se atranca. Lo que sí sabemos es que esa presión, cualquiera que esta sea, se está acumulando lo que nos permite decir que cada mil años más o menos se suelta ese resorte que está bajo presión y hay un terremoto de magnitud 7. En algún momento, va a volver a suceder”. “Se suelta ese resorte” fue la manera de explicarnos la brusca liberación de energía acumulada en que consiste un temblor.
La predicción es estremecedora. Pienso en cómo será un terremoto en Quito de 7, si los más fuertes que he sentido en mis 78 años de vida causaron daños perceptibles en la capital, a pesar de haber sucedido lejos y tener magnitudes menores a 7. Fueron el de Ambato o más propiamente de Pelileo, del 5 de agosto de 1949, de una magnitud calculada de 6,8, y los dos terremotos de Quijos, del 5 de marzo de 1987, de magnitudes medidas de 6,1 y 6,9, que destruyeron el oleoducto. A pesar, como dije, de que el epicentro del primero estuvo a 175 km de Quito y el del segundo a 100 km, ambos causaron daños en las iglesias y construcciones. Por cierto, en el Ecuador, en los últimos 25 años ha habido tres terremotos de magnitud mayor a 7: Bahía, 1998; Pedernales, 2016 y Macas, 2019, con 7,2, 7,8 y 7,5, respectivamente, pero, aunque los sentimos en Quito, sus epicentros estuvieron a más de 275 km, en los casos de la Costa, y a más de 375 km en el caso de la capital amazónica.
los sismólogos tienen profundas preocupaciones sobre la aguda vulnerabilidad de Quito frente a un sismo grande. Por lo que “terremotizar” es concienciar a la población y actuar en consecuencia, preparando a la ciudad, mediante la prevención y la mitigación, constante y seria, para tal cataclismo.
Bueno, ¿qué sucedería en Quito si esa posibilidad se hiciese realidad? Esa es justamente la pregunta que Hugo Yepes hizo a un grupo de personalidades a las que reunió en el último panel del simposio, partiendo de una suposición conservadora: que el terremoto tuvo una magnitud de 6,5, y que sus afectaciones fueron del 10%. Es decir que, en la hipótesis planteada, ha muerto 10% de los habitantes y se ha destruido 10% de lo construido en Quito. Eso significaría la espantosa noticia de que hubo 200 mil muertos. El propio Yepes dio el dato de que, según el catastro, Quito, al día de hoy, vale 42 mil millones de dólares. Perder 10% equivaldría a 4.200 millones de dólares.
Pero Abelardo Pachano, uno de los miembros del panel, había hecho sus deberes y dijo que él calculaba que, aparte de lo construido, la infraestructura de Quito (vías, servicios de agua, alcantarillado, luz, fibra óptica, teléfonos) valía alrededor de 150 mil millones de dólares. Una pérdida de 10% implicaría la inmensa cantidad de 15 mil millones de dólares. “En un terremoto de 6,5 colapsarían todos los pasos elevados”, dijo Pachano, quien había consultado a ingenieros. “¿Cuántos pasos elevados hay en Quito?”, preguntó a la audiencia y nadie le supo responder. “Cuarenta”, le había dicho César Arias y nos lo comunicó. “Solo en esos 40 pasos se perderían entre 200 y 250 millones de dólares”.
Por otro lado, dijo que el PIB de Quito era de 25 mil millones al año. Ello significa que cada día después del terremoto se perderían 70 millones de dólares. Por lo demás, dijo, las construcciones que están aseguradas en la capital son las que tienen unas estructuras con cierta antisismicidad: las que se van a venir al suelo son las que no están aseguradas, por lo que no habrá financiamiento alguno para repararlas.
Jaime Vásconez, el arquitecto y urbanista, nos recordó que el Ecuador está en el puesto 69 de 191 países en el índice de riesgos INFOM, siendo sus mayores riesgos los terremotos, tsunamis e inundaciones. Nos informó que en los terremotos de 1906, 1949 y 1987 fallecieron 13.000 personas; que el de 2016 dejó 677 muertos y pérdidas por 3.300 millones de dólares (2.300, dijo Hugo Yepes). Y, lo más pertinente: 40% de las edificaciones de Quito no tienen permisos de construcción y cada año se construyen 45.000 edificaciones informales. Según los expertos, dijo Vásconez, no es el 10% de las construcciones las que sufrirán daños: el 10% quizá colapsan, como dice el cuadro hipotético de Yepes, pero 70% de las edificaciones van a sufrir daños en el caso de un evento telúrico de gran magnitud.
Terremoto del 5 de agosto de 1949. Ruinas de la Iglesia de Santa Rosa, provincia de Tungurahua. Fuente: USGS.
El periodista Miguel Rivadeneira, otro de los miembros del panel, mencionó lo mal equipados que estamos en Quito y el Ecuador. Recordó que cuando comenzó la pandemia, Quito contaba con solo el 30% de UCI que se necesitaban. ¡y eso que era la ciudad mejor equipada del país!
El urbanista trajo propuestas: ya el Colegio de Arquitectos del Ecuador, núcleo de Pichincha, hizo un ejercicio piloto de reforzamiento estructural de viviendas informales en el barrio Jaime Roldós, donde además organizó foros y cursillos sensibilizando a la población. Hay que hacer más, nos dijo: se debe cambiar las mallas curriculares universitarias de Arquitectura e Ingeniería; armonizar la normativa de las ordenanzas municipales, la Norma Ecuatoriana de la Construcción y el INEN; realizar un sostenido programa de reforzamiento.
Pablo Zambrano recordó que en Quito se produce el 13% del PIB industrial nacional y se efectúa el 12% del comercio. Un terremoto de esa magnitud implicaría una inmensa afectación por los fallecidos y por los desempleados, pero, sobre todo, tendría un impacto nacional por la rotura de las cadenas de suministro. Dijo, sin embargo, que los acontecimientos recientes han servido de lección y que tras la pandemia de la covid-19, en los planes de contingencia de las empresas ahora se incluye la ausencia de personal, los reemplazos, los turnos más flexibles, y que, tras los paros indígenas, se piensa en la descentralización, locales alternativos, mayor conectividad por internet. La gran lección de estos riesgos es que en los planes de contingencia hoy se incluyen “todas las variables”.
El periodista Miguel Rivadeneira, otro de los miembros del panel, mencionó lo mal equipados que estamos en Quito y el Ecuador. Recordó que cuando comenzó la pandemia, Quito contaba con solo el 30% de UCI que se necesitaban ¡y eso que era la ciudad mejor equipada del país! Y que en el reciente paro indígena, se necesitó pedir prestado al Brasil un avión logístico (porque el Ecuador carece de aviones logísticos, tal es el deplorable estado en que dejó el correato a la FAE) para poder hacer llegar a las provincias del centro de la Sierra alimentos y medicinas, que escaseaban gravemente.
Abelardo Pachano, con esa mirada entre irónica y decepcionada que tiene sobre todo, recordó que al día siguiente del paso destructor del huracán Ian por la Florida, se reunieron en ese estado de EE.UU. 40.000 vehículos equipados para reparar las líneas eléctricas caídas. Se preguntó si es que en Quito hay más de tres de esos vehículos.
Pero, insistió Yepes, si conocemos nuestras condiciones de vulnerabilidad, podemos hacer que los riesgos que corre Quito, frente a la amenaza del terremoto, no se conviertan en el espantoso desastre que podría ser en las actuales circunstancias. Y, como coincidieron los panelistas, y quienes opinábamos desde el público, esto no se puede dejar a los políticos populistas, cuyo descalabro es el mayor terremoto que enfrentamos.
Una vivienda afectada en el Sur de Quito por el terremoto en abril del 2016. Foto: EFE
Los fenómenos naturales no son catástrofes, se convierten en catástrofes cuando la sociedad no ha sabido gestionar el riesgo. Y es entre todos que debemos construir la gestión de riesgos, porque lo que hay es heredero de la “defensa civil”, una defensa reactiva, sin planificación, sin mitigación.
Los fenómenos naturales no son catástrofes, se convierten en catástrofes cuando la sociedad no ha sabido gestionar el riesgo. Y es entre todos que debemos construir la gestión de riesgos, porque lo que hay es heredero de la “defensa civil”, una defensa reactiva, sin planificación, sin mitigación. Lo que necesitamos son medidas para reducir la vulnerabilidad frente a las amenazas ciertas. Y la más cierta es el sismo de magnitud. Por eso reforzar las construcciones con el fin de asegurar nuestras casas, escuelas u hospitales para que no se caigan con los efectos de un terremoto sería la tarea básica de mitigación.
“Los ciudadanos podemos hacerlo”, insistió Jaime Vásconez. “Educación”, dijo Rivadeneira. “Elevar los niveles de conciencia”, propuso Zambrano. “Reforzar la comunicación”, dijo Rivadeneira, aunque se lamentó de que “muchos medios están más apegados a los políticos que a la gente” y de la abundancia de noticias falsas. Vásconez, en cambio, insistió en que eso se puede vencer con el boca a boca, si es que cada uno de los asistentes habla con 10 personas sobre el tema y los convence de que la plata mejor gastada es reforzar la vivienda. De mi parte, en mi fuero interno, resolví que debía escribir este artículo: mi contribución para “terremotizar a Quito”.
¿Qué es un terremoto?
Un terremoto es el movimiento brusco de la Tierra (con mayúsculas, ya que nos referimos al nombre del planeta), causado por la brusca liberación de energía acumulada durante un largo tiempo. La corteza de la Tierra está conformada por una docena de placas de aproximadamente 70 km de grosor, cada una con diferentes características físicas y químicas. Estas placas ("tectónicas") se están acomodando en un proceso que lleva millones de años y han ido dando la forma que hoy conocemos a la superficie de nuestro planeta, originando los continentes y los relieves geográficos en un proceso que está lejos de completarse.
Habitualmente estos movimientos son lentos e imperceptibles, pero en algunos casos estas placas chocan entre sí como gigantescos témpanos de tierra sobre un océano de magma presente en las profundidades de la Tierra, impidiendo su desplazamiento. Entonces una placa comienza a desplazarse sobre o bajo la otra originando lentos cambios en la topografía. Pero si el desplazamiento es dificultado comienza a acumularse una energía de tensión que en algún momento se liberará y una de las placas se moverá bruscamente contra la otra rompiéndola y liberándose entonces una cantidad variable de energía que origina el Terremoto.
Las zonas en que las placas ejercen esta fuerza entre ellas se denominan fallas y son, desde luego, los puntos en que con más probabilidad se originen fenómenos sísmicos. Sólo el 10% de los
terremotos ocurren alejados de los límites de estas placas.
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