
Fotos cortesía de María Belén Andradde
El pañuelo verde es el símbolo de la lucha feminista por los derechos sexuales y reproductivos.
Lucía tiene rizos castaños, unos ojos marrones grandes como sus pestañas, y una sonrisa cálida. Viste de pies a cabeza de verde intenso, su sombrero, atuendo y zapatos perfectamente combinados. No parpadea, ni se mueve. No habla, pero parece que escucha. Lucía es una muñeca y protagoniza la historia de Vanessa*, su dueña.
Vanessa tuvo un aborto en una clínica clandestina hace más o menos un año. “Además de que fue muy arriesgado, tuve que pagar alrededor de 1.200 dólares por el procedimiento”. Lucía fue un regalo de su expareja cuando se enteró de que abortó sola y desde entonces la acompaña a compartir su testimonio.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, tres de cada cuatro abortos en América Latina se realizan en condiciones riesgosas. Alrededor de 7 millones de mujeres son hospitalizadas cada año a raíz de un aborto practicado en un entorno inseguro.
Lucía observa al público desde una tarima. El que esté vestida de verde no es una coincidencia. El verde es el color simbólico de la lucha feminista para despenalizar el aborto. Para Vanessa, la muñeca representa a las mujeres que no contaron con su suerte, a aquellas que han tenido que someterse a procesos peligrosos, jugándose su libertad y su vida. “Traje la muñeca para mostrarles, porque para mí, encarna la lucha de todas”. La voz se le quiebra un poco. Su historia es poderosa y lacerante a la misma vez. A Lucía, aún con su sonrisa brillante, se la siente más humana todavía.
“Traje la muñeca para mostrarles, porque para mí, encarna la lucha de todas”.
“Gracias por oírme y por esta reunión tan hermosa. Será ley”. Vanessa se aleja del micrófono y la habitación junta sus manos en aplausos discretos, casi silentes, reflexivos. Hay pañuelos verdes y morados, rostros familiares y rostros desconocidos, mujeres y hombres. Es un encuentro organizado por varios colectivos para hablar de algo de lo que nadie quiere hablar; de una realidad funesta y desatendida. Le han llamado “Jueves Verde”, y está hecho para reunirse y conversar sobre aborto.
***
“Buenas noches, te has comunicado con Las Comadres, red de información y acompañamiento en aborto. ¿En qué te podemos ayudar?”
El silencio al otro lado de la línea de teléfono es difuso. Las palabras comienzan a salir estrepitosamente, tropezándose una con la otra. “Empecé a hablar y hablar como tratando de justificarme. Al minuto de hablar, la persona que me contestó, me dijo: ‘mira, no es necesario que me digas las razones por las que quieres hacerlo, aquí estamos para ayudarte si es que tú ya tomaste la decisión’. Me quedé fría porque no me esperaba esa respuesta, pero me sentí segura y me dije: ‘tal vez esto sí va a funcionar’ ”.
Publicidad con el número de contacto de Las Comadres.
Mayra* recuerda todo como si hubiese pasado hace mucho tiempo. Quizás así le resulta más fácil sobrellevar su experiencia, advirtiéndola desde la lejanía. Hace un año, fue abusada sexualmente por su pareja y producto de ello quedó embarazada. Supo inmediatamente que no quería llevar la gestación a término; supo a quién llamar. “Sabía de la existencia de Las Comadres por una amiga. Cuando supe que estaba embarazada, las busqué en redes sociales e hice el primer contacto”.
Las leyes de aborto en el país están vigentes desde 1938 y desde entonces no se han modificado. A partir de 2014, Las Comadres han suplido un rol que el Estado ecuatoriano no ha sabido cumplir: garantizar los derechos sexuales y reproductivos.
Las Comadres es una red feminista que asiste a mujeres que deciden abortar. Acompañan antes, durante y después del proceso. Se denominan ‘comadres’ porque hacen alusión a aquellas mujeres en las que se puede confiar; las amigas, las vecinas. Para ellas, su nombre sintetiza un mensaje de complicidad, apoyo y escucha que es necesario arrojar hacia quienes acuden en busca de su ayuda.
“Cuadramos un encuentro al día siguiente. Cuando llegué vi a otras chicas que también llegaban. Estábamos en total 4. Una era bien joven, se le veían los nervios en el rostro. Otra era mayor y era madre, y más bien trataba de disimular que estaba bien, que estaba tranquila. Otra que estaba muy seria, no decía nada. Yo estaba con mi hija. Me sentí aliviada al ver más mujeres en mi situación, me hizo relajarme y me sentí segura”.
Las leyes de aborto en el país están vigentes desde 1938 y desde entonces no se han modificado. A partir de 2014, Las Comadres han suplido un rol que el Estado ecuatoriano no ha sabido cumplir: garantizar el ejercicio de los derechos humanos, particularmente de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. “Estamos rebatiendo y disputando ese poder del Estado, de la sociedad y de las instituciones el control sobre nuestros cuerpos”, manifiesta Sarahí Maldonado, representante de la red. Su voz es dulce, calmada, pero firme. “Muchas de nosotras también hemos abortado y podemos decir de primera mano lo importante que es una red, la información, el fácil acceso. El encuentro es ese espacio en donde todas ponemos el cuerpo, unas buscando un aborto, otras acompañándolo”.
Las Comadres asisten de 30 a 35 abortos semanalmente. Al momento han ayudado a cerca de 2.500 mujeres. Lo hacen fundamentándose en información sobre aborto seguro con medicamentos, la cual es basada en datos y protocolos públicos de la Organización Mundial de la Salud y de países donde el aborto es legal.
“Nos dieron una guía bastante completa, cosas que ni me imaginaba que necesitaba saber: qué son y qué tienen los medicamentos que nos iban a dar, cómo se deben tomar, cuáles van a ser las reacciones, cómo tenemos que controlar el sangrado. Incluso nos indicaron que en caso de tener alguna emergencia, alguna hemorragia cómo debemos actuar, a dónde tenemos que ir, qué es lo que tenemos que decir”.
De acuerdo a cifras del Ministerio de Salud, en el Ecuador el 15,6% de muertes maternas está relacionado a abortos realizados en condiciones inseguras, estos ocupan el quinto lugar entre todas las causas de muerte y el tercero en las causas de muerte materna. La Fiscalía contabiliza 36 mujeres muertas durante estos procesos en los últimos 4 años. Los casos no registrados estiman cifras aún mayores.
Mayra acaricia el cabello de su hija, que se encuentra sentada en su regazo, mientras rememora. “Al día siguiente de tomar las pastillas y expulsar todo, lo primero que sentí fue un súper alivio y luego pensé: ‘bueno, lo hice segura, y estoy viva’ “.
***
Unos ojos achinados y pardos tras un par de lentes bailan de un lado a otro mientras cuentan su historia. Recuerdan un poco a los de la muñeca Lucía por su color oscuro y energía inocente. Miran al frente, penetrantes, “nunca le dije nada a nadie. Pasaron los años, apareció el feminismo y ahí sentí que finalmente podía decir algo”. Doménica* reflexiona sobre su proceso con la sabiduría y sensatez que reflejan sus ojos. Tenía 14 años cuando supo que estaba embarazada. Hoy, 9 años más tarde, profundiza sobre el gran riesgo que tuvo que correr por no poder acceder a los recursos necesarios. Abortó sola con información que encontró en internet.
“Era de mi primer novio, el del colegio. Investigamos con la computadora sobre las pastillas y descubrimos que costaba 50 dólares cada pastilla y me tenía que tomar 10. En el internet encontré información pero no sabía a qué fuente creer, un sitio decía una cosa totalmente diferente de otro. Yo solo escogí el que más me daba confianza”.
Las Comadres se sostienen bajo la firme convicción de que el acceso a la información y a los medicamentos es fundamental. Tener información es tener poder, y eso favorece a las mujeres a tener potestad sobre sí mismas. Sin embargo, también se enfocan en una sensibilidad despenalizadora, es decir, el extraer el estigma social punitivo sujeto al aborto. Esto lo plantean poniendo voz, rostro e historia a las cifras, visibilizando la humanidad de las mujeres que deciden abortar. “Brindar una contención y una escucha de esas mujeres es muy importante: ¿quiénes son? ¿cuáles son sus necesidades? El tener la posibilidad de compartir sus vidas, sus relatos”, afirma Sarahí.
Doménica tuvo que correr con graves riesgos por no poder acceder a los recursos necesarios. Abortó sola con información que encontró en internet.
Doménica no contó con esa fortuna. En el 2010, año en que decidió interrumpir su embarazo, muy poco se hablaba sobre la problemática general de aborto y no existían espacios o colectivos seguros para compartir. “Ahora hay grupos, hay Las Comadres, hay redes de acompañamiento. Yo cómo no hubiera querido que cuando me pasó, haya existido eso para ayudarme. Dedicar tiempo, recursos y hasta jugarte tu seguridad y tu vida solo para ayudar a otras mujeres es algo muy admirable. Si no hubiera mujeres como ellas, capaz el movimiento no existiera y yo no te estaría contando esto. Tal vez hubiera sido madre, no hubiera cumplido mis sueños, tal vez hubiera muerto”.
***
Otra mujer sube a la tarima. Está nerviosa, se nota por su inhibición.
Lucía mira sentada desde una mesa, atenta.
“Mi método anticonceptivo falló, por eso busqué un aborto”, comienza. Todos los ojos en el cuarto se concentran en su presencia. Pero no juzgan, no critican, solo están ahí para acompañar.
“El escenario, el abanico de razones, son tan diversos como lo somos las mujeres y como lo son nuestros contextos. Acompañar para nosotras significa un acto político de transformar la experiencia de aborto, y percibirla algo que vivimos muchas mujeres en el transcurso de nuestras vidas y no necesita estar marcado por la desolación, el riesgo, la vergüenza o el silencio, sino tener un espacio de contención, de escucha, de respaldo y de acompañamiento feminista”, Sarahí declara con dulzura y solidez.
Lucía, con su atuendo verde, sigue sonriendo. Mientras haya quien necesite hablar sobre aborto, ella escuchará.
*Nombres protegidos
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]


[MÁS LEÍ DAS]


