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12 de Mayo del 2021
Historias
Lectura: 17 minutos
12 de Mayo del 2021
Fernando López Romero

Historiador. Investigador social. Profesor principal e investigador de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador.

“Tu patria es mi patria, tu problema es mi problema"
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Las movilizaciones y la sangrienta represión en Colombia son el último episodio de una serie de protestas que se han dado en varios países de América Latina. Foto: Carlos Ortega / EFE

 

En toda la región, las explosiones populares demandan otra democracia y se enfrentan al neoliberalismo, la punta de lanza de un modelo de desigualdad. Cruje y se desmorona una institucionalidad democrática corrupta, corruptora y excluyente.


En la puerta de la Universidad del Valle, desde su lujosa camioneta, un hombre vestido de blanco gritaba: “Tenemos 25.000 armas”, y un estudiante le respondió: “Nosotros tenemos una de las mejores bibliotecas del país”.

“Gente, gente, tu bandera es mi bandera”

En los últimos tres años América Latina ha sido convulsionada por una explosión en cadena.

En Nicaragua, la creciente oposición al gobierno de Ortega-Murillo por parte de los estudiantes universitarios, de los campesinos que se oponen a la construcción del canal interoceánico, de las mujeres, de los activistas de derechos humanos y los trabajadores, fue sofocada mediante la represión.

Luego se produjo el gran levantamiento popular ecuatoriano de octubre del 2019. En Chile la rebelión social generalizada contra los rezagos del pinochetismo rompió en pedazos a la mejor publicitada vitrina del neoliberalismo. La movilización fue la respuesta indígena y popular a la derecha racista boliviana. Las inmensas movilizaciones peruanas de finales del 2020 detuvieron el intento de instalar a una dictadura camuflada. Y ahora, desde finales de abril, Colombia se agita con una rebelión general contra el gobierno de Iván Duque.


Los años finales de la década de los años 20 han presenciado una seguidilla de explosiones populares: Nicaragua, Ecuador,  Perú, Chile, Colombia... La foto corresponde a Quito, durante las jurnadas del paro de octubre del 2019 Foto: PlanV

Estas inmensas y generalizadas luchas sociales, inéditas por su extensión y profundidad, que han salido a la superficie sobre todo en los países andinos, no han sido derrotadas a pesar de que en todos nuestros países la pandemia fue aprovechada para profundizar la agenda política y económica de las élites, que consiste en cargar la crisis sobre la población.

A la vez que demostraba insensibilidad e ineficacia palmaria para enfrentar la crisis sanitaria, en Ecuador Lenin Moreno traicionó el acuerdo alcanzado en el diálogo con los indígenas para superar la explosión social de octubre del 2019, y aprovechó para expedir la llamada “Ley humanitaria”, un golpe terrible para el pueblo ecuatoriano. En contragolpe, en las elecciones presidenciales del 7 de febrero y del 11 de abril las fuerzas populares expresadas en Pachakutic se expresaron como una fuerza alternativa a la derecha neoliberal y al populismo correísta. En Chile está en marcha un proceso constituyente para acabar con los rezagos del pinochetismo. En Perú una candidatura de izquierda ha llegado a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales.

“Amarillo oro, azul sangre azul, y el pobre rojo sangra que sangra, que sangra

El pueblo colombiano ha sufrido una larguísima historia de opresión, de explotación y de violencia y ha protagonizado trágicos y bellos episodios de resistencias y de rebeldías que han sido recogidos por sus artistas, por sus músicos y cantoras, por sus poetas y narradores, por sus historiadores y cientistas sociales.

Su historia moderna comienza con el final de la Guerra de los Mil Días entre liberales y conservadores. Sus marcas más visibles, en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI, son el asesinato de Rafael Uribe Uribe en 1916, la masacre de las bananeras en 1929, el asesinato de Gaitán y el Bogotazo de abril del 48, y una guerra civil que dura más de setenta años, en la que la inmensa mayoría de las víctimas han sido los campesinos, los indígenas y las mujeres.

Desde la firma de los Acuerdos de Paz en La Habana entre el Gobierno y las FARC en el año 2016, torpedeados por Álvaro Uribe el jefe político, militar y espiritual de la extrema derecha, la guerra ininterrumpida contra el pueblo colombiano ha cobrado centenares de vidas que han sido segadas por las bandas de narcos y de paramilitares que son la punta de lanza sobre las tierras, los territorios y los recursos naturales. No se ha detenido el proyecto de muerte que es la herramienta de la acumulación capitalista permanente.

Desde la firma de los Acuerdos de Paz en La Habana entre el Gobierno y las FARC en el año 2016, torpedeados por Álvaro Uribe, la guerra ininterrumpida contra el pueblo colombiano ha cobrado centenares de vidas.

“Café y petróleo, cumbia del mar, joropo del llano, aguardiente y ron

Un antecedente de la movilización social que se desarrolla en Colombia fue un Paro Agrario en el año 2013 que tuvo alcance nacional. Luego de la firma de los Acuerdos de Paz vino la victoria electoral de Iván Duque, el títere de Uribe. Antes de la pandemia, el pueblo colombiano había comenzado a movilizarse contra el gobierno por su política económica y el estado de terror. Para marzo del 2020 Iván Duque estaba cercado por cinco meses de movilizaciones sociales, que habían arrancado en noviembre del 2019 e incluyeron un Paro Nacional convocado por los sindicalistas.

La gasolina que reactivó la llamarada de la protesta a finales de abril fue una Ley Tributaria brutalmente clasista, que imponía más impuestos sobre la población trabajadora para beneficiar a los más ricos y seguir atrayendo inversiones extranjeras. Colombia ocupa el tercer lugar en América Latina en inversión extranjera, por encima de Argentina.

Las tres centrales sindicales llamaron a una protesta nacional que se transformó en una creciente e indetenible movilización en las principales ciudades colombianas. La convocatoria movilizó a las clases medias, cada vez más empobrecidas, a las mujeres, a los activistas por los derechos humanos, a los artistas, a los estudiantes y a la juventud en las calles, en las plazas y en las barricadas.


Las protestas en Colombia iniciaron en el 2020 con la convocatoria sindical al Paro Nacional, y fueron interrumpidas por la pandemia. Las movilizaciones se retomaron a mediados del 2021.

La respuesta de Duque fue la violencia a través de una policía antidisturbios, militarizada y omnipotente (ESMAD), similar a las utilizadas en Nicaragua, en Ecuador, en Chile y el Perú. A la policía antidisturbios se han sumado militares y grupos de civiles armados. El saldo de 37 muertos en una semana, de cientos de heridos y decenas de desaparecidos son la cara más visible del régimen de Duque, que se suman a los 79 activistas por los Derechos Humanos, dirigentes sociales y firmantes de los Acuerdos de Paz del 2016 que han sido asesinados en lo que va del 2021. Obligado a llamar a una negociación en medio de una lucha que se profundiza y se extiende, Duque se encuentra contra la pared.

Desde Álvaro Uribe, el supremo señor de la guerra de la extrema derecha colombiana y “la mano que mece la cuna” de Duque, pasando por los neonazis chilenos y la extrema derecha peruana, hasta el ex banquero liberal cristiano Guillermo Lasso, presidente electo del Ecuador, la explosión colombiana quiere ser explicada por teorías de la conspiración: la mano de Maduro y de Gustavo Petro, candidato presidencial centro izquierdista.

Ya en octubre del 2019 se dijo en Ecuador que la movilización social era parte de un golpe de Estado, subvencionado por Venezuela y dirigido por Rafael Correa, mientras los jefes políticos de la derecha llamaban a los indios a regresar al páramo y en las redes sociales circulaban llamados a comprar armas para defender Quito en el futuro. El mismo Correa, en su intento de explicar la derrota electoral de su candidato en Quito, echó mano de ese discurso reaccionario. Similares argumentos se han utilizado para denunciar a “las turbas violentas” y a “la juventud irresponsable” en Chile y en Colombia. Como en los tiempos de la Guerra Fría se acusa a los comunistas de subvertir el orden en la región, y el neonazi chileno Alexis López habla de “una revolución molecular disipada”. Con esta ruana de sabiduría se arropan para justificar la represión.

Ya en octubre del 2019 se dijo en Ecuador que la movilización social era parte de un golpe de Estado, subvencionado por Venezuela y dirigido por Rafael Correa, mientras los jefes políticos de la derecha llamaban a los indios a regresar al páramo.

“Hola chico ala coca colo, Cónchale vale, como son las vainas”

Las causas de la explosión social son profundas y antiguas. Si miramos más allá de la ideología de las ganancias, podemos encontrar mejores pistas para entender lo que ocurre y las teorías de la conspiración se estrellan contra las cifras que revelan la amarga realidad de la vida cotidiana. Veo un artículo de Gabriel Puricelli, Coordinador del Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas en Argentina, publicado a principios de mayo por Le Monde Diplomatique. Leo también una entrevista al historiador ecuatoriano Eduardo Durán Cousín en el diario El Comercio, publicada el pasado 9 de mayo, miro y escucho videos y testimonios de lo que ocurre en las principales ciudades de Colombia, que circulan por las redes a pesar de los poderosos trolls montados para impedirlo. 

Puricelli anota una “furia social” como respuesta contra la prioridad del gobierno de Duque de mantener el “grado de inversión extranjera” a través de medidas tributarias contra el pueblo, y una extremada polarización política generada por Álvaro Uribe. Durán Cousin apunta a una causa estructural y destaca que los indicadores de pobreza en Colombia son de 42.5 puntos (Ecuador está en 32.4), que la pandemia ha llevado a la pérdida de 1 millón cien mil empleos, lo que aumenta el desempleo al 17% (el 20% en algunas ciudades), con 2.3 millones de familias que solo hacen dos comidas diarias. Esta Colombia, puesta por los publicistas de la derecha como el ejemplo a seguir por el Ecuador, solo es superada en desigualdad social por 9 países del África Subsahariana y por 3 países del Hemisferio Occidental. Entre el 2019 y el 2020 hay 6.4 millones más de pobres y casi la mitad de la población sobrevive en la pobreza.

Un dato gravísimo sobre la situación colombiana es que el 95% de las propiedades no están catastradas, es decir que solo el 5% pagan impuestos. Es el reino soñado, el país de Jauja de los neoliberales más duros; realizado en medio de una inmensa catástrofe social y sanitaria, en la que mueren 500 personas diarias víctimas del Covid y son ya 70.000 los muertos en lo que va de la pandemia.

Los recursos económicos que permitieron los éxitos iniciales de estos gobiernos "progresistas" ya no existen. La pandemia ha profundizado los efectos de la crisis económica en curso desde el 2008.

“A cinco el saco, a ocho el barril, vendo, vendo, vendo, vendo, vendo, vendo

Desde los 90 y a las dos décadas del año 2.000, bajo políticas liberales o de gobiernos de izquierda reformistas o populistas se ha registrado una mejoría de los indicadores macro económicos, reflejados en la modernización de la infraestructura especialmente de comunicaciones y transporte, en el crecimiento de las inversiones extranjeras sobre todo en minería y de las exportaciones; y en algunos países por una mejoría transitoria de los índices de pobreza. Las explosiones en cadena llevan a preguntarnos sobre la crisis de las democracias representativas de orientación liberal vigentes de los años 80 y 90 en América latina.

De ser cierto, solo habría tres alternativas a esta crisis de la representatividad democrática: el paso a dictaduras abiertas de “salvación nacional”, con el apoyo militar y de fuerzas paramilitares, en las cuales las élites se articulen detrás de liderazgos conservadores y autoritarios; o un continuado deterioro de las instituciones actuales, que localice y profundice las políticas represivas manteniendo la fachada democrática; o el inicio de períodos de transición democrática que apunten a cambios revolucionarios profundos y de mayor alcance.


Masiva protesta contra Bolsonaro en Brasil durante el 2019. La pandamia detuvo la escalada de la movilización social, que ahora es el país más afectado por la crisis sanitaria.

Los recursos económicos que permitieron los éxitos iniciales de estos gobiernos ya no existen. La pandemia ha profundizado los efectos de la crisis económica en curso desde el 2008 y las inconsistencias de las izquierdas reformistas y populistas, han abierto la jaula de la extrema derecha del tipo Bolsonaro en Brasil, y de signo clasista y racista abierto en el área andina como en Bolivia, Perú, Ecuador, Chile y ahora en Colombia. En toda la región, las explosiones populares demandan otra democracia y se enfrentan al neoliberalismo, la punta de lanza de un modelo de desigualdad. Cruje y se desmorona una institucionalidad democrática corrupta, corruptora y excluyente.

“¿Quién da más, nadie da más? Entonces vendido a la Coffee Petroleum Company

Frente a la profunda crisis que traviesan nuestras sociedades, las élites políticas y económicas no tienen otras propuestas que no sean más de lo mismo. El caso colombiano está en el límite: una profunda desigualdad económica y social, un entramado de violencia, el 95% de los propietarios, entre ellos grandes terratenientes, mineros y agiotistas, que no pagan impuestos y unas élites económicas y políticas completamente deslegitimizadas.

“Somón Bolívar, Libertador, murió en Santa Marta, en Caracas nació”

Vistas en cada caso y en su conjunto, las explosiones en cadena tienen rasgos en común. Han surgido como respuestas a medidas económicas que agudizan las desigualdades, a la violencia oficial o a medidas políticas antidemocráticas. Fueron convocadas como acciones puntuales a las que se incorporaron amplios sectores de la población y las sostuvieron incluso más allá de sus convocantes.

Los amplios sectores movilizados se han dotado de sus propias formas organizativas. Son explosiones en cadena estallidos localizados. Son movimientos pacíficos, diversos, festivos y de autodefensa frente a la escalada represiva que desarrollan sus propias formas de comunicación. Han expresado una amplísima presencia social constituyéndose como “el otro”, como el sujeto pueblo, con presencia de las capas medias empobrecidas, de las mujeres y los indígenas, de activistas y de micro organizaciones, en un inmenso y tácito Frente Único; son, en los hechos, un enfrentamiento de clase contra clase. Recogen diversos símbolos, cantos, consignas y banderas diversas, pero los manifestantes encuentran en las banderas nacionales los emblemas de la más amplia unidad, para con ellas en las manos rechazar al sistema político dominante.

Las explosiones sociales son una leve primavera. Revelan la profundidad de la crisis del modelo de acumulación sostenido en el crecimiento de la desigualdad. Son quizá el inicio de un momento de inflexión entre un antes y un después. Pero ese después, esa salida abierta no será posible sin la propuesta organizativa y programática de una sociedad distinta constituida sobre otras bases.

Colombia es la prueba del fracaso de una política económica como la que intentará imponer en Ecuador el gobierno de Guillermo Lasso.

No solo duele Colombia, también es esperanza. Es posible reconocernos en la respuesta del joven estudiante de la Universidad del Valle al paramilitar con la que inician estas líneas.
 

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