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12 de Noviembre del 2021
Historias
Lectura: 22 minutos
12 de Noviembre del 2021
Álvaro Espinosa
Una Rosa que florece en la estepa del IESS
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Rosita, madre de familia y afiliada al IESS, nos contó su historia sobre la atención médica de la seguridad social.  Fotos: Álvaro Espinosa

 

En esta primera parte de esta serie sobre el drama del sistema de salud del IESS, la historia de Rosa Rodríguez, una mujer de 61 años cuya vida depende de la medicina biológica que le entrega el Seguro para paliar en algo sus dolencias de la artritis reumatoidea y la artrosis degenerativa. Ahora, Rosa no recibe su medicina, que en el sector privado le cuesta USD 1700 cada inyección al mes. Plan V presenta un informe de tres partes para mostrar que las angustias de Rosa no terminan por la invencible corrupción que azota al Instituto.



Lea la SEGUNDA y la TERCERA PARTE de este reportaje


Su día empieza a las seis de la mañana, cuando los primeros rayos de sol rozan el alféizar de su ventana y el bisbiseo del televisor se pierde entre los gorjeos de las aves. Le susurra los buenos días a “Noche”, su perrita, y esta le dedica un par de golpeteos con su cola. Permanece unos minutos recostada sobre su cama, mientras los informativos matutinos narran hechos cada vez más ominosos.

El miedo al hampa se afinca en su mirada y la invade un arranque de sobreprotección. Teme que alguno de sus pequeños sucumba víctima de la sórdida maldad que acecha en cada calle. Un corte comercial la despabila del frenesí del pavor mediático y presiona el botón rojo del control remoto.

Ahora solo el susurro del resuello de sus hijos y su esposo la acompañan en su marcha hacia el sanitario. Se mira frente al espejo y atestigua las huellas del tiempo. Voltea su cabeza hacia ambos lados, dirige sus manos hacia su rostro y bosteza. Da un par de pasos hasta la ducha, pliega la cortina hacia un costado y abre la llave. Toma su baño en silencio.

La agonía de sus huesos no ha estropeado su gracia; con sus rizos ataviados y un discreto maquillaje comienza un día más en la vida de Rosa Rodríguez, madre de tres hijos y paciente del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) diagnosticada con artritis reumatoidea, artrosis degenerativa y con problemas de circulación, un aciago cuadro médico al que su dolida humanidad ha enfrentado con denuedo.


Rosita con su esposo Oswaldo y su nieta.

Comienza un día más en la vida de Rosa Rodríguez, madre de tres hijos y paciente del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) diagnosticada con artritis reumatoidea, artrosis degenerativa y con problemas de circulación, un aciago cuadro médico al que su dolida humanidad ha enfrentado con denuedo.

Pese a las complicaciones de sus patologías, Rosa (Rosita) cumple con su cotidiana labor en el hogar sin que ninguna dolencia, achaque vespertino o un manguito rotador descoyuntado disminuyan su empeño. Una compresa caliente y un antiinflamatorio, al final de cada día, le procuran alivio.

Jardinera, chef gourmet, lavandera, psicóloga, veterinaria y niñera, son algunas de las profesiones que Rosita ejerce todos los días con entrega. Nunca ingresó a la universidad, consagró su vida al beneficio ajeno y a la maternidad.

Salud y vida, solo eso le pide a Dios. Le basta con que sus delicados huesos no desfallezcan antes de tiempo. Ansía ver a Isabellita, su nieta de dos años, entrar a la escuela.


Rosita entre sus plantas, ella cuida de su jardín durante sus ratos libre.

Espera eterna

Sin embargo, la espera por sus medicamentos parece eterna. Las semanas se hacen meses y el tableteo de las pastillas en los frascos desaparece inexorablemente con sorbos de agua. Algunos ya solo conservan el aroma de los fármacos.

La naturaleza diluye sus padecimientos en el verdor de sus plantas. No hay tribulación que sobreviva al regocijo de mañanas enteras junto a Noche en su pequeño vivero. Las visitas de abejas y colibríes a sus flores, y el aleteo de las aves que salen de los arbustos adormecen su angustia. Solo la hojarasca y los tallos secos le recuerdan el transcurso de los días sin sus medicamentos. La broza en el suelo es recogida por su esposo, Oswaldo Espinosa, adulto mayor y jubilado, quien con escoba y pala en mano barre los desechos.

Medicamentos de Rosita. Abajo: Caja de Enbrael vacía.

—Tengo un hermoso jardín al cual me dedico cada mañana una o dos horas. Soy ama de casa y yo sigo con mi vida normal. Esta enfermedad no es un impedimento para que yo siga con mi vida diaria haciendo todas mis cosas, comentó Rosita, mientras Noche se arrullaba con el roce de su amor.
Eran las once de la mañana, la hora del almuerzo se acercaba. Si bien la borrasca entorpeció su arrobamiento entre sus plantas, Rosita nunca suspende su jornal; siempre hay algo que limpiar u ordenar. Las obligaciones no cesan por una tormenta, así que decidió ir a la cocina y calentar la comida.

Rosita y Noche en su sala.

Luego de ello, a la hora de enfrentar la cámara y la grabadora, su esposo la calmó:

—Solo cuéntale tu situación, como cuando nos conversas a nosotros que nunca atienden tus llamadas al Seguro y que se te acaba tu medicación y nos toca comprar a nosotros-sugirió su esposo en un arranque de salvación.

Rosa tragó saliva, respiró hondo, carraspeó un par de veces hasta aclarar su voz y se presentó formalmente, como quien testifica en contra de un crimen.

—Me llamo Rosy de Espinosa, tengo 61 años y desde hace ocho años me detectaron artritis reumatoidea. También tengo artrosis degenerativa y tengo un problema de circulación. He sido atendida en el IESS, primero en el Batán y luego me transfirieron al hospital Carlos Andrade Marín. Luego de varios meses califiqué para la terapia biológica debido a mi enfermedad degenerativa.

La artritis reumatoidea es un trastorno inflamatorio crónico que afecta a las articulaciones y al sistema inmunológico de quien la padece. Al ser una enfermedad que progresivamente daña al revestimiento de las articulaciones, es común ver cuadros con inflamaciones dolorosas, sobre todo en manos y pies.

La artritis reumatoidea es un trastorno inflamatorio crónico que afecta a las articulaciones y al sistema inmunológico de quien la padece. Al ser una enfermedad que progresivamente daña al revestimiento de las articulaciones, es común ver cuadros con inflamaciones dolorosas, sobre todo en manos y pies.

A largo plazo, dichas inflamaciones devienen en el desgaste de los huesos y en su deformación. Esta patología consta en el registro de enfermedades catastróficas que el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en teoría, atiende en su red de hospitales de tercer nivel. La nómina de pacientes que sufren de esta severa afección es amplia y la cobertura que brinda el Seguro es deficiente. “Por el momento no tenemos, mi señora”, es la contestación inercial de las dependientes en farmacia. Por lo general, allí no existe más que polvo y telarañas. La resonancia del vacío de los estantes se encarga de imprimir la máxima de las carencias en cada afiliado, jubilado y pensionista que, por el pago de sus aportes, lo menos que esperan es ser atendidos dignamente.

Nadie responde los teléfonos en el Andrade Marín

Rosita ya ha perdido la cuenta de todas las veces que ha llamado “al 1140” esperando que algún encargado de farmacia levante el teléfono. “Antes, cuando estaba (Lenín) Moreno, por lo menos contestaban el teléfono, ahora ni eso”, recordó, a lo que agregó con indignación: “he tratado en varias ocasiones de llamar al HCAM sin tener respuesta alguna; llamo a las diferentes extensiones del hospital a tal punto de que cuando me han contestado he preguntado si labora el hospital, porque realmente no hay quien conteste. Y en muchas ocasiones también, de una manera bastante maleducada, me han contestado, porque no tienen respeto alguno, entonces realmente no entiendo porque estas personas no tienen calidad humana. Y cuando voy no dan ningún tipo de explicación”.

"He tratado en varias ocasiones de llamar al HCAM sin tener respuesta alguna; llamo a las diferentes extensiones del hospital a tal punto de que cuando me han contestado he preguntado si labora el hospital, porque realmente no hay quien conteste".


Hospital Carlos Andrade Marín.

Con mucha nostalgia, Rosita aseguró que la entonces jefe de farmacia era muy amable e incluso la llamaba por teléfono para notificarle sobre la llegada de sus medicamentos. Ahora esas llamadas han dejado de llegar y, pese a que Rosita intentó “hacer lo propio”, jamás recibió respuesta alguna desde la posesión del actual gobierno. “Está otra señora ahí y de una manera bastante grosera me dijo que ellos no hacen ese trabajo; que nosotros, las personas interesadas, tenemos que estar todos los días molestando al Seguro por la medicación, cosa que he venido haciendo a través de diferentes canales: ya sea llamando por teléfono, ya sea yendo, pero hasta ahora nada de nada, nada…”, apuntó.


Farmacia del Hospital Carlos Andrade Marín.

Ni el pago cumplido de sus aportes, ni cartas dirigidas al directorio del hospital Carlos Andade Marín han subvertido la tónica de indiferencia y frivolidad con la que sus apremiantes necesidades médicas son desestimadas. “Realmente el Seguro Social tiene una pésima atención para sus jubilados y afiliados. Yo he tenido que hacer valer mis derechos, en varias ocasiones, con oficios (dirigidos) al director del Seguro, al presidente del directorio de cada época he puesto mis quejas. Incluso por medio de mi hijo que es periodista; él ha puesto quejas, se ha valido de la prensa para sacar correos de que la medicina no están entregando, pero ahora no sé qué pasa porque antes por lo menos me daban. Mi hijo se quejaba y enseguida me entregaban la medicina, pero ahora no me dan la medicina, sabiendo que esta enfermedad es degenerativa y que tengo la artrosis que… pues eso me ha degenerado más mis huesos, a tal punto que tengo mis hombros dañados”.

Ni el pago cumplido de sus aportes, ni cartas dirigidas al directorio del hospital Carlos Andade Marín han subvertido la tónica de indiferencia y frivolidad con la que sus apremiantes necesidades médicas son desestimadas.

La inacción de quienes no contestan las llamadas telefónicas deviene en onerosas cuentas de farmacia. Finalmente la leyenda del “no tienen ni paracetamol” dejó de ser un chisme de pasillo. Ya no es una fábula, es una realidad. El IESS, de acuerdo con el último reporte anunciado por el actual presidente del directorio, Francisco Cepeda, cuenta con un desabastecimiento del 75% en el Hospital Carlos Andrade Marín; en el Teodoro Maldonado el desabastecimiento llega al 67% y en el José Carrasco al 56%. Estos porcentajes son el trasunto de la inopia; no existen medicamentos genéricos, antaño repartidos a los afiliados como la panacea a todas sus dolencias, mucho menos tienen existencias de Enbrel de 50 mg. Una caja de las codiciadas inyecciones biológicas contra la artritis reumatoidea cuesta USD 1.700, valor que excede por mucho el presupuesto mensual de Rosita. En su última caja solo le quedan dos inyecciones y después de eso no existe más que incertidumbre y preocupaciones.


Rosita regresando a casa sin su medicina. Ella debe llevar el contenedor térmico para conservar el frío. 

El IESS y la "confidencialidad"

La firma del denominado “Compromiso de confidencialidad de la información”, impulsado durante el correato y amparado en la Constitución de la República crea una barrera de hermetismo al interior de la red hospitalaria del IESS. En su página oficial, el objeto del compromiso de confidencialidad reza que su finalidad es “proteger la información de propiedad institucional y la de carácter personal de los asegurados, así como de los empleadores, que se encuentra bajo su custodia en archivos físicos, bases de datos o almacenada en los recursos tecnológicos; sea impresa, digital o electrónica; y, aquella que se encuentre en etapa de gestión en procesos internos estratégicos, operativos o de apoyo, considerada como activo del IESS fundamental para el cumplimiento de la misión del IESS, garantizando su disponibilidad, confidencialidad e integridad por parte de todos sus directivos, servidores y terceros, en cumplimiento de la normativa legal vigente”.

Esta tendencia hacia el repliegue y la reserva exhorta a los funcionarios del IESS a guardar silencio acerca de todo lo que se urde dentro de cada hospital, de lo contrario un sumario administrativo los saca de su trabajo. “Nadie puede hablar porque enseguida te botan de la institución y está vigente desde Correa”, aseguran algunos trabajadores.

Pero este no es el peor escenario; algunos incluso comentan que han recibido amenazas de muerte por hablar de más o hacer preguntas que no deben. Más allá del silencio no puede existir nada. Si alguien comete la “barbaridad” de ser honesto puede darse por muerto, o en el mejor de los casos despedirse de su puesto.

Esta tendencia hacia el repliegue y la reserva exhorta a los funcionarios del IESS a guardar silencio acerca de todo lo que se urde dentro de cada hospital, de lo contrario un sumario administrativo los saca de su trabajo.

Con el riesgo que esto conlleva, algunos funcionarios comentan que desde hace un año atrás, en el Hospital Carlos Andrade Marín, no compran nada. “Esta compra acostumbra a hacerse en los últimos tres meses de cada año. Ahí se manda lo que se llama el Plan estratégico, que es donde tú haces las compras, haces todo el levantamiento del presupuesto y la compra para los meses siguientes. Entonces, la Seguridad Social está de tumbo en tumbo. No hacen la compra de todo lo que es insumos y medicación durante un año, o sea se queda ahí y lo que hacen es comprar de poquito en poquito, por ínfima cuantía, pero eso no aguanta ni una semana”, aseveran.

Que no hay analgésicos, ni antiinflamatorios, mucho menos insumos para las cirugías. Todo es comprado por los pacientes y cuando sus limitados recursos se esquilman los médicos “rotan medicamentos” que aparecen en farmacia por las compras fraccionadas.

Según fuentes cercanas al HCAM, el actual gerente general, Daniel Rodríguez, aseguró que “soportarían” la situación hasta marzo del próximo año. En esa fecha se prevé que la fase de compras haya terminado con un porcentaje estimado del 60% de abastecimiento. “Con que llegue al 75% u 80% sería lo ideal, o que llegue hasta un 60% hasta marzo ya podríamos estar defendiéndonos. Primera vez que el Hospital Carlos Andrade Marín está así, que llega a esos extremos, primera vez”, enfatizó con tristeza.

Se responsabiliza al anterior régimen, pues algunos de los antiguos funcionarios, como el actual viceministro de Atención Integral, Miguel Moreira, que se desempeñó como director técnico y gerente encargado del Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS, no habrían gestionado la última compra.  “Son el mismo grupo; el que no hizo las compras fue el viceministro (Moreira), él debía dejar hecho las compras, pero no cumplió”, mencionan.

Que no hay analgésicos, ni antiinflamatorios, mucho menos insumos para las cirugías. Todo es comprado por los pacientes y cuando sus limitados recursos se esquilman los médicos “rotan medicamentos” que aparecen en farmacia por las compras fraccionadas.

Esto último lo corrobora la propia Rosita, quien el 13 de julio de 2020 dirigió un oficio al entonces presidente del Consejo Directivo, Jorge Wated, al director técnico encargado, Roberto Belatanga, y al propio Moreira. “Solicito, de la manera más comedida, me indiquen cuando debo ir a retirar el medicamento antes mencionado, ya que califiqué para ser merecedora de la terapia biológica por mi delicado estado de salud, tomando en consideración que mi enfermedad es de carácter degenerativa”, decía el oficio.

Una semana después las inyecciones le fueron entregadas y desde ese momento hasta mayo del 2021 pudo acceder a sus tratamientos. Ahora, en el congelador de Rosita, yacen tres cajas apiladas; una totalmente vacía, otra cuyos émbolos fueron empujados por sus guías hacia su vientre, y una más con dos agujas que se aferran a la vida, intentando postergar su encuentro de cada diez días.

“Desde que comencé con esta enfermedad solo un año me dio el IESS la medicación, porque todo el tiempo he comprado mi medicina. Lo único que me da el seguro es la terapia biológica, que es una inyección que me pongo semanal alrededor del ombligo. Y pues ahora desde la cuarentena y desde que estamos en pandemia, el Seguro no me da desde el 18 de agosto de 2021, que fue la última vez que fui atendida, no me da, porque no hay medicina. Llamo por teléfono a la farmacia, voy al HCAM pero no, no tengo respuesta alguna, no me dicen cuándo me van a entregar la medicación. Ya tengo nuevamente la cita en noviembre, sin embargo, pues no sé qué va a pasar, porque es una medicina bien cara, enfatizó Rosita, mientras el crujido de las bisagras de la puerta alertaban a Noche.

Comprando afuera las pastillas

Son USD 280 mensuales los que Rosa tiene que gastar para procurarse su medicina. Son 30 tabletas recubiertas de Arava de 20 mg, 60 tabletas de Medrol de 4 mg, 50 tabletas de Ibuprofeno de 600 mg, 16 cápsulas de Omeprazol de 20 mg, 30 sobres de Colnatur Complex 10 de 330 mg y 320 tabletas de Caltrate de 20 mcg (microgramos). Un cóctel de medicamentos con un alto precio. “Realmente es un problema, no sé en que irá a parar todo esto porque nunca antes nos habían tratado así. Con decir que no tienen ni siquiera un paracetamol allí en el IESS, que antes eso me daban, que era lo único que me daban porque el resto de medicina yo la compro. Yo tengo un gasto mensual de doscientos ochenta dólares porque tengo mi problema de artrosis, artritis y de circulación, que por cierto tampoco he sido atendida en el San Francisco. Allí me hacía la escleroterapia, pero a raíz de la cuarentena y la pandemia no me han atendido hasta la presente fecha”, dijo Rosa.


Medicamentos que debe tomar. Ante el desbastecimiento en el IESS los debe comprar. 

Pero no todos los meses son de bonanza para su bolsillo. En épocas en las que las deudas superan a la jubilación de su esposo y ni las rentas de su casa de Guayaquil, ni la colaboración mensual de sus hijos alcanzan para los gastos, ha tenido que suspender, por falta de recursos, sus tratamientos. No es fácil admitirlo, pero el dinero no alcanza y teme que el Seguro Social ya no le entregue sus inyecciones para su terapia biológica. “En muchas ocasiones he dejado pues de tomar cierta medicina, debido a mi falta de economía (...) pero a pesar de todas mis dolencias sigo con mi vida normal”.

Cuanto más infausto luce el panorama, Rosa conserva la calma. Va a su jardín por la mañana, como lo hacía su madre antes que ella, conversa con Noche, las aves y sus plantas, el viento la mece gentilmente y le recuerda que debajo de sus huesos de cristal se aloja un corazón generoso. Esa es su fortaleza, aquello que sus hijos admiran y la hace una grandiosa madre y amiga.

Lea en la segunda parte: Las artimañas de la corrupción: un software para robar al sistema salud

GALERÍA
Una Rosa que florece en la estepa del IESS
 


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