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28 de Abril del 2020
Historias
Lectura: 28 minutos
28 de Abril del 2020
Arturo Villavicencio
¿Y si no fuera únicamente el coronavirus?
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Sobre la base de información sesgada y supuestas estadísticas sin ninguna validez y significado se han tomado decisiones traumáticas para el país, cuyas repercusiones son difíciles de imaginar. Las observaciones anteriores de ninguna manera pretenden minimizar, peor aún ignorar, la gravedad de la crisis de salud por la que atraviesa el país. Lo que queremos destacar es que decisiones trascendentales han sido tomadas de la manera más unilateral y arbitraria.

El científico F. Capra1 sostiene que una de las cosas más difíciles de asimilar para las personas es entender que si algo es bueno, más de lo mismo no necesariamente es mejor. Esta reflexión resulta pertinente en las actuales circunstancias cuando nos preguntamos si el aislamiento total, con repercusiones sociales y económicas difíciles de imaginar, al que nos ha sometido el Gobierno era la respuesta más adecuada para combatir el virus COVID-19 causante de la enfermedad del coronavirus. 

Este cuestionamiento adquiere fuerza si incluimos en la ecuación de la epidemia la fiebre del dengue, una enfermedad que, según la Organización Panamericana de la Salud, corre el riesgo de convertirse en los momentos actuales en una epidemia de proporciones históricas. Las razones para un cuestionamiento semejante se exponen a continuación. 

Factores de riesgo

Los estudios y análisis sobre la difusión de una enfermedad como el coronavirus coinciden en señalar  como factores de que aumentan o disminuyen el riesgo de propagación de la epidemia los siguientes2:

1) La estructura edad de la población: porcentaje de la población mayor de 65 años. Este porcentaje esta directamente correlacionado con el nivel de desarrollo económico: mientras más alto es el PIB per cápita, mayor es el porcentaje de la población adulta mayor
2) Patrones de co-morbilidad que afectan a la población adulta (hipertensión, afecciones coronarias, diabetes). Estos patrones difieren entre los países, regiones y estatus económico.
3) Las características del hogar es un contexto clave para la transmisión del COVID. Varios factores favorecen una rápida transmisión del virus: el tamaño del hogar, la presencia de miembros mayores de 65 años y los patrones de contacto entre los grupos de edad. Evidentemente, estos factores aumentan el riesgo de propagación en los países en desarrollo.
4) La infraestructura hospitalaria, concretamente el número de camas de hospital y el porcentaje de ellas en unidades de cuidados intensivos, factor decisivo en la mitigación de la epidemia y la disminución de víctimas fatales.
5) El distanciamiento social, ya que en definitiva, son los contactos interpersonales y su intensidad los mecanismos de transmisión del virus.

Ante la falta de una vacuna que posibilite detener la propagación de la epidemia o de medicamentos que permitan atenuar sus efectos letales, las únicas opciones son las llamadas Intervenciones no farmacéuticas, acciones focalizadas en mitigar los dos últimos factores de riesgo señalados. Estas acciones inciden en dos direcciones: una rápida adecuación y aumento de la infraestructura hospitalaria para hacer frente a un incremento súbdito de la demanda de servicios de salud y, una segunda focalizada en la contención y reducción de la amenaza mediante la aplicación de normas y regulaciones para mantener el distanciamiento social entre las personas a niveles que anulen la posibilidad de transmisión del virus. Es sobre este último tipo de intervención sobre el cual es necesaria una corta reflexión.

Las respuestas a la pandemia

Las intervenciones no farmacéuticas adoptadas por los países frente a la arremetida del COVID-19 pueden agruparse en tres tipos de estrategias: (i) una primera, llamada por los epidemiólogos la inmunidad de grupo, se basa en la idea que la epidemia puede ser contenida si una proporción significativa de la población es afectada, adquiere inmunidad y reduce así las posibilidades de contagio al resto de la población; (ii) una estrategia de mitigación focalizada en ralentizar, pero no necesariamente detener, la expansión de la epidemia; y (iii) una estrategia de supresión, centrada en revertir el crecimiento de la epidemia. Los países afectados, por diversas razones, han adoptado una o una combinación de estas estrategias con resultados muy diferentes.

La primera estrategia, la inmunidad de grupo, fue la respuesta adoptada inicialmente por países como Suecia3, el Reino Unido, los Estados Unidos y Holanda en una primera etapa. Según T. Bourgeron se trata de la respuesta neoliberal a la amenaza de epidemias4; la trasposición de las leyes eficiencia de mercado al caso de la difusión de un virus en una población. Cuando existe una vacuna esta estrategia puede dar resultados. En caso contrario, el caso del COVID-19, los resultados pueden ser catastróficos como lo demostró la experiencia en los países mencionados. Permitir que la población adquiera inmunidad mediante esta estrategia, en lugar de una amplia campaña de exámenes, control de los contactos y aislamiento, significa aumentar el riesgo de las poblaciones más vulnerables.

Numerosos científicos han llamado la atención sobre los obvios errores de este razonamiento: no hay ninguna seguridad que únicamente la gente joven sea infectada; el efecto de grupo implica que el 60-70 por ciento de una población joven y sana sea infectada y se recupere ignorando que en ningún país existe ese porcentaje de población con las características requeridas; la estrategia no incluye la posibilidad, comprobada en varios casos, de recurrencia de la enfermedad demostrando que la inmunidad no se puede asegurar para esta clase de virus y, por última se olvida que los jóvenes también se infectan lo que significa aumentar la presión por la aguda demanda de servicios hospitalarios.

no hay ninguna seguridad que únicamente la gente joven sea infectada; el efecto de grupo implica que el 60-70 por ciento de una población joven y sana sea infectada y se recupere ignorando que en ningún país existe ese porcentaje de población con las características requeridas; la estrategia no incluye la posibilidad, comprobada en varios casos, de recurrencia de la enfermedad demostrando que la inmunidad no se puede asegurar para esta clase de virus.

No debemos perder de vista que la epidemia es un caso de gran incertidumbre y un elemental principio de precaución exige estar preparado para cualquier eventualidad. El SARS-Cov2 nos recuerda la presencia del “efecto mariposa”, según el cual los sistemas complejos interconectados presentan atributos que permiten a ciertos fenómenos escapar a todo control y de generar resultados extremos. En estas circunstancias, tomar riesgos es un asunto privativo de los individuos, mientras la seguridad colectiva y el riesgo sistémico son tareas básicas del Estado5 (Taleb 25/03).

La estrategias de mitigación y supresión están focalizadas en el comportamiento de un parámetro clave en la difusión del virus: el número de casos secundarios (número de reproducción, R) que cada caso comprobado de contagio genera. En el caso de supresión el objetivo consiste en mantener R a un nivel menor a uno de tal manera de eliminar la transmisión del virus vía contacto humano-humano. Bajo la estrategia de mitigación, por el contrario, el objetivo no consiste en interrumpir completamente la transmisión del virus (R se mantiene superior a uno), sino reducir el impacto de la epidemia de manera similar a las estrategias adoptadas frente a las epidemias de influenza en 1957, 1968 y 2009. En este caso, la inmunidad de la población es construida a través de la epidemia, conduciendo a una eventual disminución rápida del numero de contagios y niveles bajos de transmisión.

La distinción entre dos estrategias consiste en el grado de severidad de las medidas adoptadas para asegurar un distanciamiento social que anule las posibilidades de transmisión del virus. La supresión implica un confinamiento total de las personas, reduciendo a los contactos al mínimo indispensable.

Además de los efectos económicos y sociales negativos, el problema con esta estrategia consiste en que para ser efectiva requiere ser mantenida hasta la disponibilidad de una vacuna. Las medidas de mitigación, en cambio, van desde cuarentenas domiciliarias, confinamientos selectivos, limitaciones de movilidad, restricción de ciertas actividades sociales, suspensión de algunos servicios etc. Países y territorios exitosos en la contención de la epidemia como Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur  tempranamente  adoptaron amplias campañas de pruebas, confinamiento de casos comprobados de contagio, seguimiento y cuarentena para quienes han tenido algún contacto con los contagiados. Otros países (algunos países europeos como Alemania, Dinamarca, Holanda) adoptaron medidas de mitigación así mismo flexibles, con resultados favorables, evitando medidas extremas de supresión como el confinamiento total de la población. La respuesta del Gobierno del Ecuador fue la puesta en marcha de una estrategia estricta de supresión de la epidemia.

El factor climático

La mayoría de análisis y estudios prospectivos sobre la difusión de la pandemia, especialmente en los países en desarrollo, han centrado la atención en parámetros demográficos y la intensidad de los contactos personales. Escasa atención se ha prestado al factor climático que, de acuerdo a un criterio científico casi generalizado, podría tener un impacto significativo y positivo en los países del Sur, afectándolos con una intensidad mucho menor que a los países de clima temperado. Esto por dos razones principales. Aunque los virus SARS-CoV-2 se multiplican al interior del cuerpo humano a una temperatura de 37 grados, ellos sobreviven y se transmiten con mayor facilidad en el exterior del cuerpo humano, a temperaturas y niveles de humedad mucho más bajos y en contexto de menor radiación ultravioleta. Además de este entorno favorable para la transmisión, el sistema inmunológico de las personas en estas zonas es menos efectivo en el invierno en parte por una menor producción de vitamina D y melatonina debido a una menor radiación solar6.

De ahí que en la batalla contra la pandemia algunos científicos esperan la llegada de una primavera calurosa y soleada bajo la hipótesis, perfectamente razonable, de que si el virus sigue los patrones estacionales de otras infecciones respiratorias, el clima de los próximas meses contribuirá, al menos de manera temporal, a su supresión. Un número importante de estudios estima que el nuevo coronavirus seguirá los patrones estacionales mostrados por otros virus genéticamente cercanos que han estado circulando por muchos años entre los seres humanos. De ahí que los estudios concluyan que la difusión del virus es más difícil en regiones cálidas y húmedas como los países tropicales.

Un número importante de estudios estima que el nuevo coronavirus seguirá los patrones estacionales mostrados por otros virus genéticamente cercanos que han estado circulando por muchos años entre los seres humanos. De ahí que los estudios concluyan que la difusión del virus es más difícil en regiones cálidas y húmedas como los países tropicales.

Según el influyente periódico Financial Times (25/3/20), científicos de las universidades Beihang y Tsinghua, en China, que han estudiado la transmisión del virus en 100 ciudades chinas, concluyen que “elevadas temperaturas y una humedad relativamente alta reducen de manera significativa la transmisión del COVID-19”7. En la misma línea, un exhaustivo estudio realizado por científicos de la Universidad de Maryland8 señala que hasta hoy el virus se ha propagado de manera significativa en ciudades y regiones a lo largo de un corredor este-oeste, relativamente estrecho, distribuido aproximadamente entre 30-50 grados de latitud norte y de patrones climatológicos similares con temperaturas promedio entre 5 y 11 grados, humedades específicas entre 3-6 g/kg y humedades absolutas entre 4-7 g/m3.  El estudio estima que en las próximas semanas la propagación del virus se desplazaría hacia el norte de Europa y Canadá antes de atenuarse en los meses de verano y probablemente intensificarse en las regiones temperadas del hemisferio sur. Un comportamiento similar prevé el estudio de los científicos chinos. De todas maneras, ambos estudios no descartan una intensificación de la propagación del virus en la temporada invernal 2020-21, similar al comportamiento de la influenza en los años 1918-19.

Otro estudio realizado por científicos europeos9 sobre la base de modelos de 200  nichos ecológicos para proyectar variaciones climáticas propicias para la difusión del virus a lo largo de un año climatológico típico muestra un patrón de concentración de la propagación del virus en áreas de climas temperados y fríos, mientras las regiones con climas cálidos y húmedos resultan menos favorables.

Conclusiones similares pueden encontrarse en números estudios de centros e institutos especializados de reconocido prestigio. La comunidad científica internacional anunció que se trataba de una buena noticia para los países en desarrollo, especialmente para algunos países de África (y América Latina) donde los sistemas de salud son notoriamente deficitarios para enfrentar epidemias severas. A esto ayuda el porcentaje de población joven de esos países, con un estilo de vida que los lleva a permanecer la mayor parte del tiempo fuera de sus hogares10. Esto explicaría el impacto relativamente benigno de la epidemia en los países en desarrollo donde los factores de riesgo, señalados al inicio de este artículo, serían más propicios para una propagación intensiva de la enfermedad.

Es el dengue, estúpido

Con sobrada razón, los lectores y lectoras de la presente nota se preguntarán cómo se explica el supuesto brote agresivo del coronavirus en una zona tropical, cálida y húmeda como Guayaquil; fenómeno que contradice un gran número de estudios y expectativas de la comunidad científica internacional. Una explicación, perfectamente plausible, se encontraría en la presencia de otra epidemia de efectos mucho más devastadores en nuestros países: el dengue11.

Hace pocas semanas, la BBC12 anunciaba con un gran despliegue que “mientras el mundo observa con atención la epidemia desatada por el nuevo coronavirus, América [Latina] atraviesa la mayor propagación en la historia de otra enfermedad: el dengue”. Así mismo, el diario El Universo13 señalaba que “la enfermedad que más preocupa por estos días a América Latina es la fiebre del dengue que ha alcanzado ahí su máximo histórico y ha avanzado exponencialmente en las últimas décadas”. Estos anuncios se hacían eco del informe anual de la Organización Panamericana de Salud según el cual en el año 2019 fueron reportados más de tres millones de casos de infección y más de 1.500 muertes. 

En una actualización sobre el desarrollo de esta enfermedad, la OPS reportó que en las primeras cuatro semanas del 2020 se registraron 125 mil casos, superando así la cifra para el mismo período del año pasado y, en una actualización aún más reciente, este organismo internacional reportaba que en las ocho primeras semanas de este año el número de casos (560 mil) había superado ampliamente el número de casos registrados en el mismo período del 2019 (316 mil), superando en alrededor del 77% los casos reportados en el mismo período del 2015, un año calificado como epidémico14.

Casi como un milagro, luego que se anunciara el primer fallecimiento en el país por causa del coronavirus, el dengue desapareció como preocupación del Gobierno y centro de atención de la opinión pública. Como una coincidencia, el 82.3% de los casos de contagio del coronavirus se ha producido en la costa, precisamente una región donde el dengue se ha convertido casi en una enfermedad estacional endémica. Surgen algunas dudas al respecto. Entre ellas: ¿muchos de los casos registrados como contagios y algún porcentaje de fallecidos no estarán relacionados más con el dengue que con el coronavirus? O, simplemente, ¿el coronavirus exacerbó los brotes, intensidad y efectos de la fiebre del dengue? Estas preguntas adquieren aún más fuerza por el hecho que no existe ninguna certeza sobre la validez de las estadísticas presentadas sobre la propagación del COVID-19.

¿muchos de los casos registrados como contagios y algún porcentaje de fallecidos no estarán relacionados más con el dengue que con el coronavirus? O, simplemente, ¿el coronavirus exacerbó los brotes, intensidad y efectos de la fiebre del dengue?

La periodista Susana Morán, en un reportaje sólidamente documentado15 se refiere a declaraciones del ministro de Salud quien afirmaba, refiriéndose al inusual aumento de fallecimientos en Guayaquil, que no se podrá confirmar si esas muertes fueron por COVID-19. Añadía el ministro, según la crónica, que “se necesitaría tomar una muestra del pulmón. Y eso es un procedimiento costoso y riesgoso. [Sin embargo] tenemos una alternativa: la autopsia verbal [¡]. Hablamos con los deudos sobre los síntomas que el paciente presentaba”. Todo esto en un país en el que más del 40 por ciento de defunciones ocurren en los hogares y en circunstancias donde algunos de los síntomas del coronavirus y el dengue son similares y, por lo tanto, en una primera fase las dos enfermedades pueden ser objeto de confusión para quienes no son expertos. Pero para las autoridades del Gobierno, este curioso protocolo tiene un nombre para camuflar la irresponsabilidad e ineptitud de las instituciones: “proceso de investigación y recuperación de causas de defunción”.

Entonces, sobre la base de información sesgada y supuestas estadísticas sin ninguna validez y significado se han tomado decisiones traumáticas para el país, cuyas repercusiones son difíciles de imaginar. Las observaciones anteriores de ninguna manera pretenden minimizar, peor aún ignorar, la gravedad de la crisis de salud por la que atraviesa el país. Lo que queremos destacar es que decisiones trascendentales han sido tomadas de la manera más unilateral y arbitraria. En ningún momento se ha hecho un esfuerzo por entender y analizar el problema; soluciones alternativas han sido ignoradas, no se han establecido criterios para monitorear y evaluar la evolución del fenómeno; es decir, las reglas elementales recomendadas en la formulación de políticas públicas se han pasado por alto.

La posibilidad de introducir medidas graduales y selectivas de mitigación como las señaladas anteriormente, adoptadas con resultados positivos por varios países, acaso no hubieran sido suficientes para la contención del contagio de la enfermedad teniendo en cuenta el factor climático y, sobre todo, la presencia del dengue. Ahora, con los mismos argumentos que sirvieron para paralizar completamente el país, es decir ninguno, se da paso del “aislamiento al distanciamiento”, como si el “aplanamiento de la curva” fuera señal mágica para un retorno a la normalidad. Frente a cualquier respuesta a las preguntas planteadas en el párrafo anterior, la estrategia prioritaria, la más sensata  y más efectiva era y continua siendo una movilización de todos los recursos disponibles para controlar la fiebre del dengue. Las medidas de distanciamiento social, con la intensidad que sea, resultan complementarias.

Ganadores y perdedores

Naomi Klein sostiene que siempre hay un Desastre 1 —terremotos, tormentas, debacles económicas y ahora pandemias— y un Desastre 2, las cosas negativas que la gente con poder consigue subsecuentemente, como la arremetida de medidas económicas extremas o engullirse las oportunidades post-crisis para enriquecerse mientras el resto esta muy aturdido para darse cuenta16.

Agrega esta autora que muchas veces la gente interesada desencadena el Desastre 1 para dar inicio al Desastre 2. Al respecto, Juan Cuvi17, de manera aguda y pertinente, plantea la pregunta clave de las actuales circunstancias: “¿Será la salida de la pandemia similar a la salida del sucre?”. Añade este analista que “guardando tiempos, distancias y proporciones existen demasiadas coincidencias entre ambos eventos: una crisis inmanejable, un gobierno raquítico, un primer mandatario abstraído, una amenaza de disolución nacional… en fin, el cuadro perfecto para que las soluciones sean devastadoras. Como en 1999. La angurria de los viejos grupos de poder es inocultable. No solo miran exclusivamente por sus intereses, sino que apuntan a sacar provecho de la debacle nacional. El coronavirus puede ser el chivo expiatorio para otro gran saqueo nacional”. Tenemos entonces los primeros ganadores de la pandemia.

Los segundos resultan más familiares y conocidos. Señala acertadamente Patricio Carpio18 que “los diferentes actores de la estructura de gobierno, local y nacional, se disputan a dentelladas el protagonismo político para ganar relevancia en las elecciones del 2021. Cada quien hace por su lado los malabares más auspiciosos según su parecer para mostrarse efectivo, solidario y sobre todo necesario. Triste imagen de esta clase que ha privilegiado la promoción en redes sociales, sobre la tragedia humana”.

La posibilidad de introducir medidas graduales y selectivas de mitigación como las señaladas anteriormente, adoptadas con resultados positivos por varios países, acaso no hubieran sido suficientes para la contención del contagio de la enfermedad teniendo en cuenta el factor climático y, sobre todo, la presencia del dengue.

El tercer ganador es, sin lugar a dudas, el Gobierno. La pandemia del coronavirus resulta el álibi perfecto para camuflar tres años de un manejo económico cargado de ineptitud y estulticia y también para hacernos olvidar diez años de irresponsabilidad, despilfarro y corrupción. Hace dos meses el país se encontraba ya al filo del abismo; el Gobierno lo llevó un paso adelante. Resultó fácil explotar, hasta con un cierto grado de cinismo, el miedo de la población y exhortarla a “quedarse en sus casas” en una sociedad donde más del 70 por ciento de su población depende de los ingresos diarios para su subsistencia. Hemos sido víctimas de una manipulación de los dos elementos que conforman la ecuación del riesgo: la probabilidad y el impacto. De manera irreflexiva (o quizá intencional) se ha jugado con estos dos factores hasta provocar grados extremos del fenómeno conocido como amplificación social del riesgo.  

Siempre debemos tener presente que “la desinformación es un fenómeno que cala profundamente en la sociedad y detrás de estas estrategias suele esconderse el interés de generar pánico colectivo. Más en momentos de crisis como la que se vive en la región”19.  Pero quizá lo más preocupante resulta la pérdida de sentido común a la que nos puede llevar todo esto. Ya el Gobierno, con desfachatez que no deja de asombrar, ha anunciado que es el momento propicio para eliminar los subsidios a los combustibles, medida anunciada en circunstancias en las que los precios internacionales del petróleo han alcanzado niveles negativos. Pero, también nos asombra la candidez con la que se han anunciado movilizaciones populares contra esta medida.

Pero además de ganadores, como en todas las decisiones que involucran las políticas públicas, hay también perdedores. En este caso, inútil insistir, los perdedores son la inmensa mayoría de la población ecuatoriana y las pérdidas se van air acumulando de manera explosiva en las próximas semanas. Sin embargo, también podemos señalar ganancias:  sin el confinamiento no hubiésemos tenido los momentos de reflexión, reconfortantes y también de ansiedad, que nos ha proporcionado la lectura del Diario de cuarentena de, Carlos Arcos.

Referencias:

[1] Fritjof Capra: The Turning Point. Harper Collins; 1983

[2] P. Walker y otros: The Global Impact of COVID-19 and Strategies for Mitigation or Supression. Imperial College London, 2020. https://doi.org/10.25561/77735

[3] The Guardian Weekly; 24/04/2020

[4] Théo Bourgeron: Au Royaume Uni, la tentation de l’inéluctable. Le Monde Diplomatique; Abril 2020

[5] Bruno Tertrais: L’anne du Rat. Conséquences stratégiques de la crise du coronavirus. Fondation pour la Recherche Stratégique; Note no 15/20.

[6] J. Rossman: Will the warmer weather stop the spread of coronavirus? https://theconversation.com

[7] La tasa de contagio en Andalucía ha sido hasta ahora cuatro veces menor que en el resto de España. El factor clima sería una explicación (El País; 26/04/2020).

[8] M. Sajidi y otros: Temperature, Humidity and Latitude to Predict Potntial Spread and Seasonality for COVID-19. Institute of Human Virology, University of Maryland School of Medicine

[9] M. Araújo y otros: Spread of SARS-CoV-2 Coronavirus likely constrained by climate. https://www.medrxiv.org

[10] Global Virus Network. https://gvn.org

[11] Mi agradecimiento a Ana Villavicencio por haberme llevado a reflexionar sobre la posible incidencia del dengue en esta crisis de salud.

[12]  https://www.bbc.com/mundo/noticias

[13]  En América Latina mata el dengue, no el coronavirus. El Universo; 7/02/2020

[14] OPS: Actualización Epidemiológica Dengue 23/3/2020. https://www.paho.org/es/file/6129

[15] Susana Morán: 10 claves para entender por qué Guayaquil llegó a una crisis humanitaria sin precedentes. Plan V, 9/04/2020

[16] Naomi Klein: The Shock Doctrine – The rise of disaster capitalism. Picador; 2007

[17] Juan Cuvi: ¿Se prepara un segundo saqueo nacional? Plan V; 23/04/2020

[18] Patricio Carpio: Pandemias del mal desarrollo: Ecuador al desnudo. Plan V; 15/04/2020

[19] Fundamedios: El oportunismo autoritario: cómo los gobiernos de América Latina restringen la libertad de expresión a pretexto del COVID-19. Plan V; 15/4/2020

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