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10 de Febrero del 2020
Historias
Lectura: 10 minutos
10 de Febrero del 2020
Alexandra Cárdenas @AlecCardenas
Alec Cárdenas: "lo más impactante es la disciplina de la gente en China"
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Fotos: Alexandra Cárdenas

Alexandra mantiene el buen ánimo a pesar de superar las tres semanas de crisis. Las medidas sanitarias son extremas para evitar el contagio y ella lo muestra en una fotografía colocada en su cuenta de Twitter.

Desde la ciudad china de Guangzhou la compatriota Alexandra Cárdenas, quien reside con su familia en el gigante asiático, relata en la vida cotidiana en el país asediado por el coronarivus. La disciplina y el desarrollo de la gente, así como la sobrepoblación en las ciudades asiáticas llaman la atención de la ecuatoriana, que extrema cuidados para proteger a su familia de la letal enfermedad infecciosa.

Alexandra Cárdenas se mudó desde Quito hacia China. 

Guangzhou, China.-  Cuando veo los ojos llenos de lágrimas de mi hijo mientras me dice “¡mamá, ya no me des más tareas, lo que quiero es ir al colegio por favor!”, es cuando mi realidad me duele.

Los colegios en China no reanudarán clases antes de marzo. Qué delgada es la línea que nos encierra en esta burbuja permeable. Esos ojos llorosos me transportan a los más tristes pensamientos encadenados a otros aun más tristes, más negativos, más pesimistas y más virulentos. Mi hijo me suplica ver a sus amigos; dicho sea de paso, amigos que tanto le costó conseguir al no hablar mandarín y ser recién llegado de Ecuador, en la remota América Latina.

Los extraña, añora su aula, el recreo y el simple hecho de salir de casa. Y, con la fortaleza que tenemos las madres, no me detengo en sus lágrimas y le repito fuerte: ocho más dos diez, escribo el cero y llevo uno… apúrate hijito que tengo que cocinar. Así somos las madres, nos tragamos un rollo de agujas como si fuera espumilla. Sabemos nosotras que nuestro llanto esta reservado para la ducha, para cuando trapeamos el patio o, el peor escenario, cuando hacemos fila en el supermercado. 

Hace 17 días nos estamos escondiendo del novel coronavirus. A ratos con miedo, y la gran mayoría de días con la calma del que se adapta a una nueva vida. Usamos máscaras con total normalidad, ya superamos el calor, el agobio del aire caliente y la claustrofobia. Tenemos una cajita a la entrada del departamento con las tres valiosas máscaras, alcohol al 95%, gel antibacterial y unos pañitos húmedos que de desinfectantes no deben tener nada, pero huelen rico.

"Hace 17 días nos estamos escondiendo del novel coronavirus. A ratos con miedo, y la gran mayoría de días con la calma del que se adapta a una nueva vida. Usamos máscaras con total normalidad, ya superamos el calor, el agobio del aire caliente y la claustrofobia".

Nos sacamos los zapatos al entrar y corremos a lavarnos las manos con un detenimiento único que ya se ha vuelto automático: las palmas bien restregadas, el dorso de las manos, las puntas de los dedos, los pulgares; todo un rito que posiblemente no dejaremos jamás. Sabemos bien que el agua y el jabón son la mejor manera de mantenernos sanos. 

Lo más impactante, siendo 100% ecuatoriana, es la disciplina de la gente en China. Todos mis vecinos, casi 9.000 personas, acatan las reglas al pie de la letra. Unos hombres educados y elegantes cubren los botones de cada ascensor con papel celofán, pegan cajitas de pañuelos desechables al lado de las entradas para que empujes la puerta con el pañuelito y no lo toques con tu mano. También controlan que los pisos estén desinfectados y todo huele a cloro. Los guardias nos toman la temperatura a todos, mientras prohíben el ingreso a visitantes o mensajeros. Los hermosos jardines están vacíos, el aire está extrañando las risas de los niños y los gritos de las abuelas disciplinadoras. Los ascensores, hoy por hoy están vacíos, a diferencia de lo que eran hasta inicios de diciembre. Esperábamos en bola y nos metíamos apretados, especialmente en horas pico.


En estos mulfamiliares viven miles de personas, en la ciudad china de Guangzhou.

La gente en China tiene esta rara costumbre de ser "amable" con los de atrás de la fila. Lo cordial es apretarse para que más personas puedan entrar. Con intención de ser respetuosa procuraba yo dejar espacio y no topar al de adelante mío; esa costumbre que tenemos en Occidente de respetar al de adelante. Poco a poco, con las miradas de reproche de todos, entendí que yo estaba haciendo algo mal.


Calles y vagones vacíos en las ciudades chinas evidencian el temor ante la nueva enfermedad.

Dejar ese espacio libre con el de adelante es una grosería cuando vives en un condominio de nueve mil personas, cuando te transportas en un metro que tiene ocho millones de usuarios diarios, cuando vives en una ciudad de dieciseis millones de habitantes, y eres parte de un país que tiene mil cuatrocientos millones de ciudadanos. 

"La gente en China tiene esta rara costumbre de ser amable con los de atrás de la fila.  Lo cordial es apretarse para que mas personas puedan entrar. Con intención de ser respetuosa procuraba yo dejar espacio y no topar al de adelante mío, esa costumbre que tenemos en Occidente de respetar al de adelante".

Cada centímetro cuadrado es oro. Lo más impresionante es que todo funciona.  A pesar de que nos movemos entre cientos de miles, el paso es rápido, la seguridad es rigurosa y revisan cada maleta y cartera con rayos X con la eficiencia más abrumadora. Los tiempos de espera son cortos, la frecuencia de los trenes es tal que para cuando llegas se abre la puerta del siguiente; las filas no son de uno en uno, sino en “tumultos” donde todos, como por arte de magia, logramos subirnos en la escalera eléctrica y salir de debajo de la tierra para llegar a nuestro lugar de trabajo. Seis meses de estar en Guangzhou y todavía no logro dimensionar la inmensidad.

Si las autoridades nos dan las cifras reales no lo sé. Lo que si sé es que solo en China este virus puede ser contenido. No hay otro país en el mundo que sea capaz de proteger a mil trescientos cuarenta millones de habitantes por medio del asilamiento de casi sesenta millones de personas, y, que las personas aisladas estén abastecidas de víveres y de servicios médicos, hospitales y kits de diagnóstico. Capaz hay gente en lista de espera o en camillas en algún corredor, es por demás entendible. Mi corazón está con cada una de las personas en la provincia de Hubei, y con cada uno de los servidores de salud que lo están arriesgando todo. Siento gratitud hacia ellos porque sé que además de sanar a los que más puedan, también estarán descubriendo la manera de que tú tengas una vacuna en los próximos meses. 

China tiene una doble tarea, pues no solo tiene que combatir al virus, sino a toda una campaña de desprestigio de la que muchos de ustedes son parte por regar informacion falsa, que indigna a los extranjeros que estamos aquí viendo el sacrificio de tanta gente buena. Y digo que nos indigna a los extranjeros, porque los chinos se hacen los de la vista gorda: no es la primera vez que alguien los discrimina por el simple hecho de tener los ojos rasgados. Y no, no es común en China comer murciélagos, como en Ecuador no es común comerse la placenta de la mujer recién parida, aunque haya gente que lo haga.

Y digo que nos indigna a los extranjeros, porque los chinos se hacen los de la vista gorda: no es la primera vez que alguien los discrimina por el simple hecho de tener los ojos rasgados. Y no, no es común en China comer murciélagos, como en Ecuador no es común comerse la placenta de la mujer recién parida, aunque haya gente que lo haga.

Son los ojos llenos de lágrimas de mi hijo los que me recuerdan que, con mi pasaporte ecuatoriano, no hay manera de que yo pueda salir sin hacer escalas en países que requieren visa que no tengo, o que me tendrían en aislamiento por 14 días; los que me hacen cuestionar si estoy haciendo lo suficiente por protegerlo, si será de pasar el trapeador con desinfectante una vez más, o si será necesario tapar los desagues por si el virus efectivamente viaja por el aire…

¡Yo le apuesto a China!

#LaSraDeLaPuerta

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