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29 de Mayo del 2017
Historias
Lectura: 31 minutos
29 de Mayo del 2017
Roberto Mata /Prodavinci
Seis historias de la represión en Venezuela

Fotografía: Roberto Mata

Pedro Michel Yamine, uno de los tantos jóvenes heridos en Venezuela en el marco de protestas por la situación de su país. 

 

Estos testimonios, tomados del blog de Roberto Mata, evidencian el drama de los ciudadanos comunes que en Venezuela han perdido a sus hijos en medio de los violentos choques entre manifestantes que protestan por la situación del país y los cuerpos de seguridad del Estado. Las historias de vidas truncadas en medio de una crisis que no parece tener fin.

“Me hace falta su desorden”

Luisa Castillo, 33, profesora de preescolar en el Colegio San Ignacio de Loyola, donde estudió y se graduó Miguel también.

“—¿Tú eres la hermana de Miguel Castillo?

—Sí, ¿qué pasa?

—Lo hirieron y lo están llevando a la Policlínica Las Mercedes.

Nunca supe quién me llamó. Era una muchacha que estaba en la manifestación.

En la clínica no me decían nada ni me dejaban entrar. A mis tíos tampoco. Yo no era el familiar más directo y mi mamá estaba en camino, un asunto de protocolo. Cuando ella llegó y la dejaron pasar, un médico la agarró los brazos por si se desmayaba y le dijo: ‘Él murió’.

Yo estaba afuera, rodeada de camarógrafos y ella se asomó por un ventanal.


Luisa Castillo Foto: Roberto Mata

Pude leer sus labios. ‘Murió’. E hizo el gesto de la mano de manera horizontal de izquierda a derecha a la altura del cuello. Ninguno de los periodistas vio ese momento, y yo quería equivocarme, anunciar su muerte y luego decir que era un error, que me había equivocado. Estaba en shock. Estaba y no estaba.

Éramos tres. Miguel, de 27 años, era el chiquito, yo la del medio, con 33 y Juan, mi hermano mayor, de 35, que vive en Chile desde hace año y medio. Cuando Juan se fue le dijo a Miguel: ‘Te prometo que te voy a cuidar toda la vida’. Juan era el héroe de Miguel, la figura paterna. El rol a seguir. Estudió la misma carrera (Comunicación Social), y decía que quería hacer familia como su hermano mayor. Juan se enteró de que mataron a mi hermano por las redes.

‘Le fallé a Miguel. No me he debido ir nunca’, me dijo llorando por teléfono.

La casa ahora nos queda grande. Estamos mi mamá, mi abuela y yo. Mi abuela no entiende. Tiene 90 años. Juan ya volvió a Chile, con su esposa y su bebé. Miguel ocupaba tanto en casa, la bulla, las puertas batidas. Me hace falta su desorden y el reguero de ropa por todos lados.

"Protestaba cuando podía faltar al trabajo, no siempre. Con máscara, casco y sin escudo pero con un brazo muy potente por el béisbol y el softball. Quería que jóvenes de bajos recursos obtuvieran becas de estudio".

Lo mataron el miércoles 10 de mayo, y el miércoles 3 de mayo había cargado del piso a un muchacho que dijo: ‘¡Me dieron, me dieron!’, igual que él una semana después. Al quitarle la máscara reconoció a un compañero de futbolito de la Concha Acústica de Bello Monte. Era Armando Cañizales, de 18 años, tocaba viola en el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela.

Protestaba cuando podía faltar al trabajo, no siempre. Con máscara, casco y sin escudo pero con un brazo muy potente por el béisbol y el softball. Quería que jóvenes de bajos recursos obtuvieran becas de estudio. Manifestaba por convicción, para tener lo que no había logrado tener hasta ese momento, una Venezuela libre. Su sueño era ser comentarista deportivo. Tenía en mente un posgrado en el área en Argentina.

Miguel y yo éramos compinches, gemelos de alma. Era su alcahueta, me contaba todo, aunque lo regañara. Le ordené su cuarto y me quedé con dos franelas, de esas que nunca se quitaba. Los perros de mi casa lloran todas las noches, el veterinario me dijo que les diera algo de su ropa, de su olor, que así se van a tranquilizar.

Yo soñé con él:

—¿Negrito, cómo fue?

—Tranquila, bebé. Fue un solo dolor, cuando entró y ya. Deja la lloradera”.

“Estoy llorando seco”

Héctor Lugo, (50) Técnico en Química, Técnico en Plantas Termoeléctricas, Médico Integral Comunitario, Médico General Integral en el CDI sector 7, Los Guayos, Edo.Carabobo. Padre de Hecder Lugo Pérez.

“Sentí un tumulto en la calle frente a la ventana de mi cuarto. Estaba descansando porque había estado de guardia. Me asomé y gritaron: ‘¡Muévete Héctor, muévete! El Gordo está muy mal!’. Eran como setenta personas, gente llorando. Se habían enterado por el grupo de Whatsapp de la comida: a El Gordo le habían dado un tiro. No me dejaron manejar mi propio carro para ir a la clínica, entonces entendí que era algo grave, muy grave.

Ese día llegué de la guardia a las dos de la tarde y Hecder (20) estaba en mi cuarto, en la computadora y chateando. A las tres lo llamaron los amigos.

—Bendición, papá. Ya vengo.

—¿Para dónde vas tú? Eso está feo en la calle.

—No te preocupes, papá. Voy aquí mismo y vengo.

A mí no me deja dormir lo que vi en el video, los muchachos tratando de rescatarlo mientras estaba herido en el piso porque ya le habían disparado a la cabeza. La GNB reprime más la marcha y les lanza bombas, cerca de su cuerpo casi muerto. Entonces aparece un guardia y le dispara a quemarropa en el abdomen, eso es lo que de verdad no me deja dormir.


Hector Lugo retratado por Roberto Mata

Cuando llegué a la clínica, me asomé por una rendija mientras lo estaban entubando y lo vi muy mal. Tuvo pérdida de masa encefálica, me dijeron los especialistas que lo atendieron: ‘le vamos a ser sinceros doctor porque usted es médico y no podemos mentirle: su hijo del uno al diez, tiene posibilidad tres de vivir’. Pasó la noche en trauma shock, nos dejaron estar con él, salíamos solo de a raticos.

A las nueve de la mañana del cinco de mayo, estaba dando declaraciones cuando me interrumpieron: ‘Señor Héctor, señor Héctor, venga urgente’. A Hecder le había dado un paro. Falleció. No terminé de declarar. El dolor era muy fuerte. Yo tenía dos hijos, ahora me queda solo una de veinticinco que estudia Psicología y Hecder se convirtió en el número treinta y seis de los que han matado durante las protestas.

"El dolor era muy fuerte. Yo tenía dos hijos, ahora me queda solo una de veinticinco que estudia Psicología y Hecder se convirtió en el número treinta y seis de los que han matado durante las protestas".

Necesito que se haga justicia.

Yo siempre escucho en los canales oficiales de televisión que ‘sean de donde sean los muertos, los casos serán investigados y los culpables puestos a la orden del Ministerio Público para que sean juzgados’. Entonces, a mí me extraña que eso no haya pasado con el asesinato de mi hijo. El fiscal, que estuvo en el sitio y recogió todas las evidencias, me dice que el componente de la GNB que actuó ese día no se ha puesto a derecho.

Me pregunto si el guardia que le disparó a la cabeza fue el mismo que luego lo vino a rematar, o si fueron dos distintos. Eran solo treinta funcionarios los que actuaron ese día. Nombre y apellido, eso es lo que yo quiero. Confío en que, cuando se sepan quiénes fueron los asesinos y los juzguen, los otros guardias se darán cuenta de que lo están haciendo mal y disminuya la ofensiva contra la población.

Lo cuidaba mucho y le pedía que no fuera a marchar, porque sabía que había mucha violencia. Pero se fue sin decirme. De haber sabido que estaba en la marcha, voy, lo busco y lo saco a punta de correa. Quería estudiar Ingeniería Civil o Criminología. Se estaba preparando para ser admitido en cualquiera de las dos. Se levantaba temprano, hacía pesas todos los días, trotaba y después me ayudaba con una casa que estoy construyendo. Así como le gustaba comprar ropa, la regalaba: era normal que ayudara a los amigos que no tenían ropa para ir a una fiesta.

Primera vez en la vida que voy a un psicólogo. Tengo sentimiento de culpa. No tuve suficiente autoridad para no dejarlo ir ni me fui con él. Yo sí sabía que en la calle la vaina estaba fea. Tenía que ponerme firme. Tenía un mal presentimiento, pero él tenía su convicción. He llorado tanto que ya no tengo ni lágrimas. Me estoy reventando por dentro. Si tuviera lágrimas me podría desahogar, pero estoy llorando seco.

Mi esposa y mis hijas son cristianas y eso les da fortaleza, pero yo me encierro en el cuarto a recordarlo. El psicólogo me dice que debo adaptarme, que la muerte de mi hijo no la repara nadie, que no me puedo echar a morir porque es injusto con los que están vivos y que le pida a Dios que llegue la justicia. Sé que voy a estar más tranquilo si condenan a los culpables… por lo menos un poco.

Compartíamos mi cuarto. Yo trabajo por guardias nocturnas y prefiero el aire acondicionado, pero mi esposa sufre de frío. Él y yo dormíamos juntos. Su cuarto era solo para guardar peroles.

La alcaldía de San Diego asumió todos los gastos de la clínica y, como soy jubilado de CORPOELEC, el seguro cubrió la funeraria y el entierro. Aunque soy empleado activo del Ministerio del Poder Popular para la Salud, no tengo seguro.

Yo estudié y saqué mi profesión durante el chavismo. Fui chavista, pero en el momento en que enterraron a mi hijo enterré al chavismo. Ahora me ven como a un traidor, pero como no es a ellos a quienes le mataron un hijo. El oficialismo no se ha acercado porque lo mataron en una manifestación de la oposición. No han sido ni diplomáticos. ¿Qué esperanza puedo tener si la misma gente en la que yo creía, me mató un hijo? Una parte de mi familia es chavista y estábamos divididos, ahora estamos unidos todos en el luto. Yo necesito que el presidente lea esto.

A mí me va a hacer falta mi hijo”.

 

“¿Te duele mucho el pecho?”

Nelson Dudier, 52, educador, miembro activo de Fundación Una Mano Amiga. @FundacionUMA

“Mis hijos (26) y (21) viven afuera. Sintieron que no tenían opciones aquí. Yo marcho y protesto para que ellos quieran regresar, no solo de visita. He participado en las manifestaciones desde que empezaron en abril. No he faltado a ninguna. Esa es mi contribución y sé que suma. Hice click con el movimiento estudiantil, especialmente con los de la UCV @creoenlaucv y eso me motivó mucho. Muchachos que podrían ser hijos míos. Los acompaño, les tomo fotos y aunque nos separamos cuando empieza el bululú, al final de la tarde siempre les mando las imágenes del día. Me cuidan, me tratan con cariño y me tutean, aunque no todos. Creo que algunos quizás me ven como un papá.

El 3 de mayo fue igual. Nos reunimos en la plaza Altamira y de allí fuimos al distribuidor de Altamira, líderes adelante, movimiento estudiantil detrás. Bajamos a la autopista, seguimos hacia El Rosal donde empezó la guerra de bombas y yo como siempre para atrás, corriendo. Misión cumplida. Había hecho presencia, labor de bulto.

Retirándome, junto a muchas otras personas, desde el aeropuerto de La Carlota (Base Aérea General Francisco de Miranda) nos empezaron a disparar bombas y tuve que correr hacia Altamira. En el puente del distribuidor, muy cansado, vi cómo llegó un contingente motorizado de la Guardia Nacional Bolivariana disparando lacrimógenas por el Liceo Gustavo Herrera. Estaba en el medio de una emboscada. Corrí de nuevo. Decidí meterme a la urbanización La Floresta, tapándome la cara, tosiendo, llorando, ahogado. Todos huimos de la cada vez más agresiva represión.


Nelson Dudier retratado por Roberto Mata

Estas bombas que están lanzando ahora me trancan el pecho, me dan un ardor, pensé, es como un fuego. Las anteriores daban picazón: estas duelen. Frente a la Clínica La Floresta dudé en entrar. ‘Esto se me quita cuando esté lejos de las bombas y respire mejor’, pensé. Seguí caminando, sudando, muy cansado. Cien bolívares pagué a una camionetica que iba a Petare para que me dejara en Parque Cristal, donde estaba mi carro. Ya no podía caminar ni esas dos cuadras. Conecté mi celular ya sin pila y de inmediato, un mensaje desde Buenos Aires. Mi hija Andrea.

—¿Cómo estás, papá? ¿Ya saliste de la marcha? ¿Estás bien?

—Bien.

En el código padre e hija, ella entendió. Algo pasaba. Ante la sospecha, activó toda la red familiar.

—¿Te duele mucho el pecho? ¿Tragaste muchas bombas lacrimógenas o es otra cosa?

Después de esa pregunta se cayó Whatsapp a nivel mundial y no le pude responder a mi esposa lo que sentía.

Manejando a mi casa comenzó a dolerme el brazo, me costaba conseguir una posición para ponerlo sin dolor. Sudaba y trataba de hacer ejercicios de respiración. Había tráfico.

—Usted tiene un infarto en desarrollo. Aquí no lo podemos atender. Vaya a una clínica con servicio de cardiología.

Cateterismo, stent y dos días hospitalizado. Frustración e indicación de un reposo inteligente. Tengo que averiguar bien qué significa eso cuando vaya a la consulta.

Me fui con mi hermano y el diagnóstico de infarto a otra clínica. El día antes de morir, a mi suegra le dolía el brazo, a mí también. Estaba asustado. ¿Cuánto tiempo me queda?, fue mi pensamiento durante todo el camino. El ardor que sentía en el pecho y el brazo era un infarto. El no saberlo me ayudó a sobrevivir. Cuando me enteré, me angustié mucho. Solo quería llegar a que me atendieran. He podido caer en la autopista, pensé. Un viejo que se muere huyendo de la guardia y la gente le pasa por encima. ¿Cuánto tiempo les hubiera tomado saber quién era? ¿Cómo contactar a mi familia?.

Cateterismo, stent y dos días hospitalizado. Frustración e indicación de un reposo inteligente. Tengo que averiguar bien qué significa eso cuando vaya a la consulta.

Tengo sentimientos encontrados, porque mis hijos nos enamoran para que nos vayamos. Queremos estar con ellos, pero el arraigo país es muy fuerte. De solo pensarlo duele”.

 

“Mamá, Pedro es a quien arrolló dos veces la tanqueta”

María Auxiliadora Escobar de Yammine, 66, egresada de Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico [Barranquilla, Colombia], máster en Educación Bilingüe de la Universidad de Boston [Boston, EUA] y madre de Pedro Michel Yammine.

“A las 4 y 45 p.m llamaron de la Clínica El Ávila.

–¿Usted es familiar de Pedro Yammine?

–Sí, la mamá.

–Pedro está herido acá en la clínica. Necesitamos que un representante venga.

–¿Cómo está mi hijo?

–Necesitamos que venga

Pedro había estado en la casa media hora antes para buscar agua. Yo le pedí que subiera, que se quedara, pero me dijo que tenía que seguir. La protesta había sido reprimida y desplazada de la autopista Francisco Fajardo hasta Altamira y se fue. Era 3 de mayo. Vivimos a tres cuadras de la Torre Británica, en Bello Campo. Demasiadas bombas, demasiados disparos, demasiado gas, demasiado todo.

Esa mañana desayunó su menú favorito: huevos, arepa y jugo. Se lo hago yo. Él cocina pero no perdona que no le haga el desayuno.

Salió a la una de la tarde a protestar, como ha hecho en casi todas las marchas. Es fotógrafo, pero nunca hace fotos de las manifestaciones, sólo hace fotos para enaltecer la belleza del país. Acaba de hacer un curso de fotografía submarina para mostrar los corales de Venezuela, eso me dice siempre.

Colgué el teléfono. Temblaba. No conseguía las llaves. No encontraba cómo ir.

Un vecino me llevó. Nos tomó hora y media recorrer dos kilómetros. A Pedro lo llevaron en moto dos hermanos. Tenía siete costillas fracturadas, ambos omóplatos, aire en su cuerpo, fuera de los pulmones y varias cortadas y raspones. Llegó consciente. La enfermera le preguntó qué había almorzado. El respondió: gases lacrimógenos.


María Auxiliadora Escobar de Yammine retratada por Roberto Mata

A Pedro lo llevaron en moto dos hermanos. Tenía siete costillas fracturadas, ambos omóplatos, aire en su cuerpo, fuera de los pulmones y varias cortadas y raspones.

Tiene 22 años, no es bachiller aunque quiere serlo, es ambidiestro, se hace llamar Pedreishon solo para burlarse de mí. Vive para la fotografía. Es muy querido por sus amigos. Protege a todos. Sufre de un déficit de atención importante y es miope, muy miope. Entonces yo le he dicho:

–¿Y si en medio de la protesta qué pasa si se te caen los lentes? ¿Qué vas a hacer, Pedro?

–Yo defiendo los lentes con mi vida, mamá.

Esa noche, más tarde, mi hija me contó:

–Mamá, Pedro es a quien arrolló dos veces la tanqueta. Lo reconocí en el video.

No sabía qué era lo que le había pasado, yo creía que lo había atropellado una moto.

No he visto el vídeo, mi esposo tampoco. No podemos.

Mi hijo estuvo anestesiado durante dos días. No se movía, tenía los ojos cerrados, estaba hinchado, respiraba conectado a una máquina, y yo le dije: ‘Levántate, fotógrafo, la fotografía te espera’. Lo hice así, sin llorar, porque sé que no le gusta que llore. Él movió los labios, me oyó. Entonces tuve esperanzas de que se salvara.

El médico que lo recibió, compañero de buceo de Pedro por casualidad, cree en la ciencia pero acepta el milagro. Porque los pulmones de Pedro son un milagro. Sobrevivió la noche del 3 de mayo. Esa es la única explicación.

Me dicen que la tanqueta se lo llevó por delante estando de espaldas, la primera vez. No sé qué pasó después.

Pedro es una víctima pero yo no tengo espacio para el rencor. Solo quiero a mi Pedro alegre de nuevo conmigo.

Pedro es y no es Pedro. Su nombre original es Michel. Pedro y su hermana son adoptados. Los tuve en el 96, pero Michel nació en 1994. Los hijos no sólo se tienen de sangre, también se tienen de corazón y son igual de hijos. Los míos los tuve de corazón.


María Auxiliadora Escobar de Yammine retratada por Roberto Mata

En el Instituto Nacional de Asistencia al Menor (INAM), salió del grupo de niños, me agarró la mano y dijo: ‘esta es mi mamá’. No tuve chance de escogerlo, él me escogió a mí. Vino acompañado de su hermana de seis meses. Soy una mamá vieja, estudié educación bilingüe en Boston, allí conocí a mi esposo que es venezolano, porque soy de Barranquilla. No tengo acento, los costeños no tenemos acento.

Pedro repitió muchas veces lo que tanto le había pedido Pedro Yammine, su padre, si le llegaba a pasar algo: Pedro Michel Yammine, Clínica El Ávila, Seguros Qualitas, la cédula, el teléfono de casa, los celulares. En la clínica no nos han hablado de costos a la familia Yammine y los médicos tratantes desde el primer momento decidieron no pasar honorarios por atenderlo. El apoyo ha sido total, incluida la Alcaldía de Chacao.


Pedro Michel Yammine retratado por Roberto Mata

Está en terapia intensiva. Ya no está entubado pero tiene un drenaje en el pulmón izquierdo. Respira por sí mismo pero no sé cuándo me lo entreguen. No tenemos habitación asignada y yo me debo ir a dormir a casa cada noche, cuando lo que quiero es estar con él. Soy la que le da la comida y come, tiene mucho apetito. Nos espera año y medio de rehabilitación, me han dicho.

A la clínica entró con los lentes rotos y apretados con la mano derecha. Cuando finalmente perdió la consciencia, sus lentes se extraviaron y hasta hoy vio borroso. La madre de un compañero del colegio le mandó a hacer unos lentes nuevos”.

La fotografía de Pedro Yammine fue autorizado por él y su madre.

 

“¿Es normal que no sienta las piernas?”

Andrés Guinand, 28, arquitecto.

“Fui con mi novia y mis suegros a la marcha del 19 de abril. Estábamos en la autopista Francisco Fajardo, a 300 metros de la primera fila de la manifestación. Los gases no llegaban hasta nosotros.

De repente, todo el mundo comenzó a devolverse. La represión de la Guardia Nacional Bolivariana nos alcanzó y comenzó el pandemonio. Mi novia y yo nos lanzamos desde una altura de dos metros y medio, al terreno entre El Guaire y la autopista y nos separamos de mis suegros. Allí nos dispararon gases lacrimógenos por detrás y por delante. Quedamos atrapados junto a otras personas, algunas sin poder respirar, tiradas en el piso. La mejor opción, sin duda, fue cruzar El Guaire. Ya otros con el agua a la cintura lo estaban haciendo. Del otro lado todo lucía más tranquilo.

El Guaire no huele a nada. El agua se siente como un río cualquiera, aunque hay basura en el fondo. El miedo era a una cabilla o algo que me pudiera clavar. Llegamos a la otra orilla y mi novia se cayó un par de veces tratando de salir, por lo empinado del terraplén. Vi como una persona se quitó los zapatos y logró subir en medias. Los siete que estábamos allí hicimos lo mismo e intentamos subir.


Andrés Guinand retratado por Roberto Mata

Sentí un golpe, un pitido me dejó sordo por unos segundos y me caí hacia el terraplén. ¡Me dieron!, logré gritar. Me dispararon una bomba lacrimógena cilíndrica en la cabeza. Rebotó en la espalda de mi novia y cayó al agua. No hubo gas.

Mi novia y William, desconocido hasta ese momento y de quién no sé nada aún, me sentaron y me sostuvieron porque me estaba deslizando hacia el río. Me pidieron que me parara. ‘¡Párate que vamos a sacarte de aquí!’. Me di cuenta de que lograba mover las piernas dentro del agua, pero sin sentirlas. No las podía coordinar. Imposible pararme.


Fotografía cortesía de David Dittmar / PTP Documental

Mientras Wilbany y Darwin, paramédicos de Vías Rápidas, me vendaban la cabeza, colocaban el collarín, me montaban en la camilla y entre muchas personas de la marcha halaban la cuerda a la cuenta de tres, la GNB volvió a atacarnos con lacrimógenas, dos veces más. Por suerte cayeron en el terraplén y de allí fueron pateadas al agua por los paramédicos.

—¿Es normal que no sienta las piernas?
—Te voy a ser sincero: no es normal que no sientas las piernas.

Me subieron a la avenida Río de Janeiro en Bello Monte y de allí me llevaron en ambulancia a un centro de salud privado.

‘La bomba penetró, tienes fractura de cráneo, te aplasta el cerebro y te vamos a operar’

Con un taladro me hicieron unos huecos en el cráneo, los unieron, y me quitaron y descartaron ese pedazo de cráneo del tamaño de una pelota de golf. El riesgo de una infección por haber cruzado el Guaire era la mayor preocupación de los médicos.

En seis meses, cuando el cerebro esté completamente desinflamado, me harán una tomografía e imprimirán en un material especial la forma del pedazo faltante y me operarán para volverla a colocar.

Mientras me falte parte del cráneo, no puedo recibir ningún golpe.

Me duele la cabeza todo el tiempo. Es una punzada permanente. Ando mareado y no puedo hacer actividades que me exijan concentración.

Me duele la cabeza todo el tiempo. Es una punzada permanente. Ando mareado y no puedo hacer actividades que me exijan concentración. Si me pongo a leer, llega un momento que debo cerrar los ojos y recuperarme por veinte minutos. La pierna izquierda tiene una sensibilidad media y mi cerebro está inflamado. Estoy lento.

Yo no quiero meter a todos los guardias en el mismo saco, quiero creer que uno disparó y que otro le dijo: ‘a ese le diste en la cabeza, casi lo matas en el Guaire, ten más cuidado’.

Me queda la duda de para qué se dispara una bomba a una gente huyendo en el río, donde el gas no hace efecto.

¿Qué buscaban?

Yo no puedo marchar, pero a pesar de que unos días antes mi tío abuelo (80) también recibió una bomba en la cabeza, toda mi familia lo sigue haciendo, ahora con casco”.


Andrés Guinand retratado por Roberto Mata

 

“¡Quiero a la prensa fuera en cinco minutos!”

Reinaldo Riobueno, 24, estudiante de Ingeniería en Telecomunicaciones de la Universidad Católica Andrés Bello,  fotógrafo de Unión Radio.

“Dispárale al de suéter blanco”, dijo el superior de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), por el parlante desde la tanqueta en la autopista Francisco Fajardo.

Reinaldo vio a los camarógrafos y fotógrafos que estaban cubriendo la represión, y notó que él era el único de suéter blanco. A la una y media de la tarde, quince minutos después y a no más de veinte metros, cumplieron la orden. Le dispararon.

Esta es la cuarta bomba que ha recibido Reinaldo, pero la que logró fracturarle la pierna mientras hacía su trabajo: fotografiar.

Con la pierna fracturada lo obligaron a caminar. Logró negociar, una moto lo recogió y lo llevó a Salud Chacao. Minutos después llegó un par de colegas, con impactos similares en las piernas.

Sus padres se sentían más seguros desde que Reinaldo Riobueno, 24, estudiante de Ingeniería en Telecomunicaciones de la Universidad Católica Andrés Bello, dejó de protestar (2014), estudió y se convirtió en fotógrafo de Unión Radio, con chaleco, casco y credencial.

Pero el 3 de mayo, la GNB arremetió directamente contra los medios.

“¡Quiero a la prensa fuera en cinco minutos!”, se escuchó.

Dos fotógrafos se quedaron con él para cuidarlo. Sentado sobre una piedra y con un dolor insoportable, trataba de llamar por teléfono para ser rescatado. Se quitaron las máscaras y la GNB les volvió a disparar.

Con la pierna fracturada lo obligaron a caminar. Logró negociar, una moto lo recogió y lo llevó a Salud Chacao. Minutos después llegó un par de colegas, con impactos similares en las piernas.

Reinaldo no lloró por la fractura de la tibia; sin embargo, la frustración era otro tema. Está dispuesto a salir de nuevo a la calle, pero lo van a operar. Le colocarán una placa de titanio y deberá guardar reposo por diez semanas.

Por ahora, tiene un yeso. A su hermanito de 8 años le dice que es un disfraz de momia.

Tomado del blog de Roberto Mata en Prodavinci

 

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