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25 de Noviembre del 2013
Historias
Lectura: 17 minutos
25 de Noviembre del 2013
Redacción Plan V
"Debemos parar, chiquita...": la historia de Raquel (parte dos)

La prueba 3 es el cuchillo marca Tramontina, que fue usado en la pelea entre Andrés y su compañera, Raquel. No hubo huellas dactilares, pero la acusada lavó el arma.

 

La vida de Raquel es evaluada. Víctima de violación intrafamiliar, y de la dependencia con un conviviente que la maltrató sistemáticamente durante 18 años.

El departamento es pequeño, de clase media del sur de Quito. Tres dormitorios demasiado reducidos en menos de 70 metros cuadrados. Insertado en el segundo piso de un conjunto multifamiliar. Es de esos donde todo se oye tras las delgadas paredes y se sabe de los vecinos más de lo que cada uno de ellos logra enterarse de sí mismo.

El lugar, descrito con el lenguaje de los investigadores es “una escena cerrada, las vías de ingreso son de primer orden y la zona es residencial. Para el ingreso a dicho lugar existe una puerta metálica peatonal, de color plomo (…) El departamento está ubicado en el segundo piso de una estructura de hormigón armado, de colores marrón claro y obscuro, en cuyo primer piso existe una puerta de aluminio y vidrio. Hay escaleras de emergencia frente a las cuales se encuentran dos ascensores. Llegando al piso se puede observar, al fondo a mano derecha del pasillo, la entrada al departamento. En el costado oriental. Una puerta metálica de rejas color blanco, con chapa de seguridad. Una puerta de madera de color blanco con chapa de seguridad. Aparecen a primera vista, como quien mira de izquierda a derecha, la cocina y la sala; luego el comedor y tras adelantar algunos pasos se pueden ver el baño y el acceso a tres dormitorios”.

Ahí, al dar el primer paso, cerca del equipo de sonido marca Sony, el grupo que encontró el cuerpo desangrado de Andrés en el pasillo exterior, vio las primeras señales de la tragedia: un pantalón de mujer, color azul, ensangrentado a la altura de las rodillas y la parte superior de los muslos; un limpión blanco floreado, también con manchas de sangre. El trapo estaba recién lavado. Máculas, las llaman los investigadores, y eran notorias sobre el color claro del piso flotante. Manchas esparcidas, como restos de una limpieza urgente. Había desorden, el fruto de una pelea no podía dejar menos evidencias. Ropa por el piso, las camas desbaratadas, la destartalada cocina con los platos sin lavar, trapos, una escoba en el piso, cubiertos desperdigados. Una bicicleta al fondo de la cocina… Al entrar al pequeño y único baño, los investigadores encontraron un cartón con ropa en medio de varios cachivaches, y dentro del cartón encontraron el cuchillo marca Tramontina con el cual Raquel hirió a su esposo. Había sido limpiado de cualquier resto de sangre. “Ingresamos al departamento donde vivían mi cuñada y mi hermano, con el personal de la Policía Judicial. Le preguntaron por qué había sangre a la entrada de la cocina y un trapo con sangre que lo habían lavado.  Ella contestó que lo lavó. Y por qué estaba un pantalón manchado de sangre. Que se había cambiado de ropa para ir al hospital”.

Raquel se ha prestado a contar su pasado, mientras aún no sabe qué pasará con ella. Sabe sí, y eso la tiene tranquila al menos, que sus tres hijas están en Estados Unidos a cargo de su madre.

Fue esposada. A las 11:40 de esa mañana, recibió las palabras que dicta la ley en estos casos: "Soy NN, perteneciente a la Policía Judicial de Pichincha. Usted, señora se encuentra detenida por homicidio. Tiene derecho a solicitar un abogado. Si no lo tiene, el Estado ecuatoriano le otorgará un defensor público. Tiene derecho a permanecer en silencio. Usted tiene derecho a comunicarse con un familiar o cualquier persona que indique. Se respetará su integridad física, psíquica y moral". Su firma aparece en el documento policial donde se oficializa su detención. Es una firma de letras grandes y redondas, como la de una niña de sexto grado. Una prima suya, que vive en Pomasqui, recibió la llamada en la cual se informaba que Raquel estaba detenida, por asesinar a su esposo.

Estaba vestida con una chompa color morado, imitación GAP, la cual no presentaba ningún tipo de desgarres ni roturas, pero estaba manchada con gotas de sangre. Tenía también una camiseta color amarillo, manchada de sangre y sin signos de desagarre. Un pantalón deportivo gris.

Fue llevada a la Policía Judicial. Ahí entregó voluntariamente su teléfono celular y permitió que un agente tomara, con un hisopo, muestras de la sangre que manchaba sus manos.  Luego, en la Unidad de Flagrancia se le hizo el examen médico. Fue detectado un hematoma en el lado derecho de la frente, de unos tres centímetros. En el lado izquierdo de la cabeza, dos equimosis de tres y cuatro centímetros; el seno derecho con dos excoriaciones verticales de ocho a diez centímetros de extensión, otra excoriación de dos centímetros en la parte superior del brazo derecho. El informe médico legal agrega: “dichas lesiones son provenientes de la acción traumática de un objeto contundente y la presión de las uñas humanas sobre la piel, lo cual determina incapacidad física”.

Raquel aparece para la primera sesión de evaluación psicológica en buenas condiciones físicas, con apariencia limpia, prolija, arreglada y sin descuido. Está ya siete meses en la cárcel de mujeres de Quito, donde recibe a la psicóloga jurídica Gladys Montero. Raquel se ha prestado a contar su pasado, mientras aún no sabe qué pasará con ella. Sabe sí, y eso la tiene tranquila al menos, que sus tres hijas  están en Estados Unidos a cargo de su madre. Pero sabe también que lo ha perdido todo, y que también depende de esta historia si perderá su libertad por muchos años. La psicóloga escribe en su libreta de notas: llega con una actitud de  confianza y con buena predisposición a la tarea. Su informe también registraría que estuvo orientada en el tiempo y en el espacio, en relación con los otros y las circunstancias que la rodean y sin alteraciones en los procesos mentales como la percepción, la memoria, el pensamiento, el lenguaje, la atención y la concentración. La evaluadora no ahorra adjetivos para su comportamiento: atenta, serena y amable en sus respuestas. Pero el proceso fue difícil para ella, dice el informe, por el dolor que generan los recuerdos…

Pero no sería lo peor. Menos de un año después, mientras en calidad de muchacha recogida atendía a sus parientes maternos fue acosada y violada por su tío político.

Su madre abandonó a Raquel y a su hermano, cuando ella tenía 7 años de edad. Se fue a Estados Unidos huyendo de episodios de maltrato y violencia física por parte de su esposo. Los hermanos perdieron también al padre, quien se fue con otra mujer, y quedaron a cargo de una tía materna, su esposo y sus hijos. El padre: hombre violento, alcohólico y drogadicto. Maltrataba tanto a su esposa que luego ella azotaba cruelmente a su hermano.

Raquel y su hermano permanecieron en casa de su tía, en calidad de cuasi sirvientes. Su padre algunas veces los visitaba. Un día resolvió que sólo saldría con la niña. La llevó a un parque, estaba drogado y borracho. La violó. Nadie puede saber qué piensa o en qué estado mental puede quedar una niña violada por su padre a los siete años; más si no tiene a su madre, a alguien de su confianza plena para poder sacar de alguna manera todo el horror que ello trae. Así que nadie lo supo hasta esa tarde de junio del 2013 cuando Raquel contó a esta mujer, una psicóloga, estos hechos.

Pero no sería lo peor. Menos de un año después, mientras en calidad de muchacha recogida atendía a sus parientes maternos fue acosada y violada por su tío político. El esposo de su tía. Y la amenazó con matarla y matar a su hermano si contaba esto alguien. Fue un trauma peor. Nuevamente tuvo que vivir este hecho sola, sin posibilidad alguna de que el agresor reciba sanción o castigo.

Como su madre era la que sostenía a los dos hijos desde los Estados Unidos, se los llevó a ese país luego de algún tiempo. Raquel tenía un poco más de 9 años de edad. Nunca contó con su madre como una protección frente a las diversas amenazas que sentía. Trabajaba desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche, en varios empleos, como cualquier migrante. Su relación fue funcional, pues la madre era la proveedora del hogar. Con una infancia carente de afecto siempre reclamó espacios y compañía, como confesaría a la psicóloga que reclamaba a su madre: “mamá, hay veces que la plata y el dinero no son necesarios. Si pudiera cambiar todo lo que tenía por un día en el parque con usted, lo haría”.

Fue el único que se ocupó de atender los requerimientos de esta niña arisca y ávida de atención. La acompañaba a sitios donde sus padres no la acompañaban, le ayudaba en sus tareas. Se enamoró.

A los 11 años, su madre se unió a otro hombre. Raquel, que cargaba el peso de la violación de su tío político, intenta suicidarse tomando una sobredosis de fármacos. Sabía que cada hombre era una amenaza más aun en un hogar que no consideraba suyo. Pasó cinco días en el hospital. Luego de esas  crisis las cosas no cambiaron porque su madre no le prestaba atención. Pero algo sí rompió definitivamente su rutina de confrontaciones: Andrés llegó a su vida. Lo conoció a sus 12 años de edad. Él tenía 28, y era el hermano de su padrastro y se alojó en la casa cuando llegó de visita a Estados Unidos. Fue el único que se ocupó de atender los requerimientos de esta niña arisca y ávida de atención. La acompañaba a sitios donde sus padres no la acompañaban, le ayudaba en sus tareas. Se enamoró.

Esa relación fue para siempre. Con tantos años de diferencia y ya siendo un adulto hecho y derecho, Andrés puso las condiciones de la relación. Una relación marcada por los celos y la violencia. Como los reclamos a la hora en que la pequeña Raquel llegaba de la escuela: "por qué llega  a esta hora, debe de andar de puta por ahí…"

Una relación patológica, con escándalos en la calle o frente a los amigos comunes, sin ningún tipo de reparos. Para huir de esta relación que se fue convirtiendo en un agobio, pide a su madre que la ingrese en un internado. Así lo hace, pero nada la libra de Andrés. La acosa y persigue hasta en el internado, a donde entra como Pedro por su casa. A los 16 años, Raquel queda embarazada. Andrés la lleva a que se haga un aborto, porque le parece muy chica para tener un bebé.

La relación no dio para más. A los 17 años su madre se entera del secreto que llevaban. Raquel termina la relación y empieza otra. Esta vez con un chico de su edad, de quien se embaraza. Su madre la expulsa de casa, y el novio también termina la relación. Entonces reaparece Andrés para acogerla, protegerla y aceptar como hija suya a la niña que nace de la relación anterior de Raquel. Pero el maltrato continuó. Y las agresiones sexuales porque era obligada a tener sexo luego de episodios de violencia. Andrés se convirtió en una droga para ella, y él se aplicaba en una relación esquizofrénica donde a las confesiones de amor eterno y caricias tiernas seguían los insultos y agresiones, de ángel derivaba en puta que "tenía una hija de ese hijueputa".

Estas agresiones lo llevaron a ser detenido por la Policía de Nueva York, cuando los vecinos denunciaron agresiones en contra de Raquel. Los maltratos continuos la llevaron a buscar atención médica en consultorios particulares, incluso buscó atención psicológica, pues no comprendía el apego que sentía por Andrés a pesar de la violencia.

El informe psicológico de Raquel, luego de apuñalar a su esposo señalaría que: la violencia no sólo la deja en la indefensión sino que la culpabiliza de su existencia.

En el 2011 ella lo vuelve a abandonar. Tiene ya tres hijas, las dos últimas con Andrés. Regresa al Ecuador con las niñas. Vive sola y a duras penas progresa. Busca de nuevo el apoyo de Andrés y le pide que regrese al país con ella. Él vuelve. Los episodios continúan sin aparente mejora con la misma ecuación perversa: dependencia emocional, agresión física, sexual y psicológica. Al año siguiente, una nueva paliza mata al hijo de 4 meses de gestación que llevaba en las entrañas. El reporte médico detalla el peligro que corrió Raquel por llevar un feto muerto durante tres días.

El informe psicológico de Raquel, luego de apuñalar a su esposo señalaría que: la violencia no solo la deja en la indefensión sino que la culpabiliza de su existencia. La mantiene callada, en silencio, precisamente porque la avergüenza. La violencia es algo que ella “debe” soportar porque él la salvó de la indefensión en la cual nuevamente se encontraba por su embarazo. Por lo tanto, minimiza los hechos que él realizaba en desmedro de su dignidad, tanto física como psíquica, y ve a su detractor como “un hombre bueno, buen padre y persona, que solo con ella reacciona sin saber por qué”. En el vínculo y las relaciones se genera la conducta. Y este vínculo en particular a él lo hacía una persona violenta y agresiva y a ella una persona dependiente y sin defensas. Como Andrés mismo le decía: “debemos parar chiquita, porque en una de esas uno de los dos va a salir muerto”.

Andrés salió muerto. Falleció tras 25 minutos de desangre frente a la puerta de su casa, luego de un episodio más de violencia. 

Lea la primera parte de esta historia

En la última entrega:

El juicio. Una sentencia polémica. El derecho a la vida está por encima de la integridad física y el derecho a no ser violado o agredido sistemáticamente. Para los jueces, en esas circunstancias, Raquel no pudo probar la agresión de su esposo. El camino de la violencia lo padecen miles de mujeres.

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