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2 de Septiembre del 2013
Historias
Lectura: 13 minutos
2 de Septiembre del 2013
César Ricaurte
Camboya, el desconocido genocidio
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Los asesinos de Pol Pot, el sátrapa de Camboya, liquidaron a millones de personas en un pavoroso intento de crear una gran "revolución" en la que los disidentes o indiferentes fueron brutalmente ejecutados. PLAN V estuvo en el museo de esa tragedia.

Foto: César Ricaurte

En las cercas de bambú que rodean las fosas comunes dónde se han encontrado decenas y hasta centenas de cráneos y huesos, los camboyanos suelen amarrar cintas de colores que simbolizan su respeto hacia las almas de los asesinados. El pueblo camboyano, en su mayoría budista, cultiva una espiritualidad que se manifiesta en cada casa y en cada familia. En la era de los Khmer Rouge, todo signo de espiritualidad fue prohibido, so pena de muerte.

Los asesinos se llenaron de palabras grandes: "revolución", "pueblo", "democrático" y contaron con el aval cómplice de la comunidad internacional.

Este sábado las lluvias del Monsún caen copiosamente en el Choeung El Memorial, conocido como “Killing Fields” o “Centro del Genocidio”, a 17 kilómetros de la caótica y luminosa Phnom Penh, capital del actual Reino de Camboya. Hay decenas de turistas y camboyanos. Los más viejos están aquí para recordar una época por demás oscura de su historia, los más jóvenes para conocer la barbarie. Todo es silencio. Creo que colectiva y tácitamente entendemos que estar ahí es hacer un viaje al lado más oscuro del alma humana.

Una Pagoda es la única construcción visible. Lo demás son árboles y fosas que se van descubriendo al caminar. No quedó construcción alguna de esta otra factoría de la muerte. Pero quedó todo… El “árbol de los niños”, dónde los bebés eran estrellados para ahorrar balas en su ejecución. “El árbol del silencio”, dónde se ataban megáfonos a todo volumen para ahogar los gritos de las víctimas. Campos que contienen osamentas decapitadas. Senderos dónde la lluvia saca pedazos de huesos y harapos de las víctimas. Al final la Pagoda de unos 30 metros de alto, dónde reposan 7 000 cráneos de hombres, mujeres y niños de todas las edades, en siete niveles como para que nos pese en el alma la dimensión de la masacre.

Con el tejido de jets, autos y televisiones planas, desde la comodidad del mundo globalizado, pretendemos creer que la barbarie quedó sepultada en 1945 cuando los nazis-fascistas fueron vencidos por las fuerzas aliadas y el mundo reconoció el horror de la razón puesta al servicio de la muerte, en la eficiente factoría de asesinatos en masa llamada Auschwitz.

Pero, no. En realidad, la oscuridad acecha en todo momento. En cualquier lado.

Lo que más me llama la atención del totalitarismo asesino de los Khmer Rouge de Pol Pot es la profunda perversión de las palabras. Su salvaje experimento se llamó Kampuchea Democrática y en su nombre se vaciaron las ciudades para mandar a sus habitantes a campos de trabajo agrícola, se eliminó la educación y se intento dinamitar cualquier vestigio de historia anterior. Los asesinos se llenaron de palabras grandes: “Revolución”, “pueblo”, “democrático”. El autogenocidio, además, contó con el aval cómplice de la comunidad internacional, al punto que aún después de que el ejército vietnamita pusiera fin al horror y se comenzara a establecer su dimensión, el mundo “civilizado” siguió reconociendo al sanguinario Pol Pot como legítimo gobernante y a Kampuchea Democrática como un Estado legal.

En esto de repartir culpas, hay que dar a cada uno lo suyo. Se debe recordar que la implantación de la guerrilla de Pol Pot y su posterior triunfo fue impulsada por la política torpe y asesina del gobierno de la época de los Estados Unidos que a pretexto de cortar los suministros al Vietcong bombardeó sin piedad a los campesinos camboyanos y luego cerró los ojos a las evidencias del genocidio.

Aún ahora, mientras se filman decenas de películas sobre el Holocausto judío y se construyen suntuosos museos para recordarlo, el genocidio Camboyano sería casi desconocido, sino fuera por dos filmes indispensables: “Killing Fields” del franco-británico y (detalle importante, en este caso) judío Roland Joffé y “S-21: La máquina de matar de los Khmeres Rojos”, documental del camboyano Rithy Panh.

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Una pagoda que no existía en el antiguo Killing Fields, es la construcción con la cual se quiere honrar la memoria de las miles de víctimas. Aquí se guardan hasta 20.000 cráneos. Entrar aquí es toparse con pisos enteros de los signos del terror y del horror generado por seres que olvidaron su humanidad para ponerse al servicio de una ideología, un partido y un líder, obedecidos ciegamente.

“En el siglo XX , Camboya vió cómo la banda de criminales de Pol Pot cometió un genocidio más cruel que el del fascismo de Hitler ”.

Sí. El mundo debería pedir perdón al pueblo Khmer por permitir un genocidio ejecutado antes de ayer. Realmente, nos debe avergonzar como humanos, que esto haya sucedido antes de ayer, entre 1975 y 1979, y apenas lo sepamos de oídas. Pero quienes deberían esconder sus impresentables caras son aquellos cómplices que por todo el mundo y bajo el pretexto de “ser de izquierda” estuvieron (están) dispuestos a perdonar cualquier salvajada a líderes de pacotilla que se creyeron (se creen) destinados a reinventar el mundo desde el Año 0.

Y debe avergonzar a todos los Estados y a los gobernantes que con Naciones Unidas y todo. Con Declaración Universal de Derechos Humanos y con un costoso sistema internacional para su protección, permitieron que se asesinaran sistemáticamente a millones de personas y que además, el genocidio quede casi en la impunidad total.

Apenas un dirigente de los Khmer Rouge, el temible Duch, director de los Killing Fields, ha sido condenado. Pol Pot murió en el exilio en Thailandia, bajo arresto domiciliario, pero como se dice en la guía: tuvo una vejez tranquila rodeado de su segunda esposa y sus nietos. Algo que negó a más de 2 millones de camboyanos, asesinados en nombre de la “Nueva Era Marxista y Maoista”.

El siguiente texto, que aparece en khmer, inglés y francés a la entrada del Choeung Ek Memorial ofrece una idea de lo que fue y de lo que debe permanecer en la memoria:

“Lo más trágico es esto: En este siglo XX Camboya vio como la banda de criminales de Pol Pot cometió el genocidio más odioso de la actualidad, la matanza de la población con una atrocidad incalculable, mucho más cruel que el genocidio cometido por el fascismo de Hitler, más terrible que cualquier otra experiencia que el mundo haya conocido antes. Con estupor delante de nosotros, imaginamos la voz dolorosa de las víctimas maltratadas por los hombres de Pol Pot con palos de bambú o azadones y apuñaladas con armas blancas. Nos parece estar mirando las escenas de horror y pánico. Los rostros heridos de personas fatigadas por el hambre o por los trabajos forzados o torturadas sin misericordia en sus famélicos cuerpos. Murieron sin dar las últimas palabras a sus parientes y amigos. Como si fueran animales dañinos, las víctimas eran golpeadas con palos en sus cabezas o con azadones y apuñalados antes de su último aliento. ¡Cuán amargo final viendo a sus niños queridos, esposas, maridos, hermanos o hermanas atados fuertemente antes de la masacre! Aquel momento en que esperaban por turnos la misma suerte trágica de los demás. El método de matanza que la banda de criminales de Pol Pot hizo con camboyanos inocentes no puede describirse total y claramente con palabras, porque la invención de tales métodos es extrañamente cruel, por lo que es difícil determinar quiénes fueron ellos, pues tenían forma humana, pero su pensamiento era totalmente primitivo, tenían rostros camboyanos, pero sus actividades eran completamente reaccionarias. Quisieron transformar a la gente de Camboya en un grupo de gentes sin razón, ignorantes y que no entendieran nada, que siempre doblaran la cabeza para llevar a cabo las órdenes de la Organización de manera ciega, de la manera en que ellos les habían educado y transformaron a los humildes y nobles jóvenes y adolescentes en ejecutores de una justicia odiosa que los llevó a matar a inocentes, e incluso a sus propios padres, parientes y amigos. Quemaron las plazas de mercado, abolieron el sistema monetario, eliminaron los libros, reglas y principios de la cultura nacional, destruyeron escuelas, hospitales, pagodas y monumentos como fue Angkor Wat, orgullo nacional y memoria del conocimiento, genio e inteligencia de nuestra nación. Intentaron destruir el carácter camboyano y transformar la tierra y las aguas de Camboya en lugares de sangre y lágrimas eliminando toda nuestra cultura, civilización y carácter nacional. Querían destruir toda la sociedad de Camboya y hacer retroceder al país entero hacia la Edad de Piedra.”

Hay pinturas que recrean las escenas en las que los Khmer Rojos con sus trajes verdes, sus pañuelos rojos y sus sombreros de Mao con la estrella, cortan dedos, ahogan, azotan, aplican picanas eléctricas.

La guía del Choeung Ek Memorial , más conocido por Killing Fields, concluye con una reflexión: es necesario conocer lo que allí pasó. Conocerlo bien, porque el totalitarismo disfrazado de palabras grandes como “Revolución”, “pueblo”, “democratización”, “ciudadanos” puede reaparecer en cualquier parte. En cualquier momento.

No lo dice la guía, pero no hay mejor ejemplo que Camboya. Dónde floreció el más esplendoroso imperio del Sudeste asiático con la imponente ciudad de Angkor como centro. Y dónde la gente tiene una actitud pacíficamente budista ante la vida y una sonrisa siempre en los labios.

El totalitarismo puede florecer incluso sin que nos demos cuenta. En la temible prisión de Sloan Toat, conocida como la S21, una antigua escuela que fue transformada en el campo dónde se torturaba a todo sospechoso de pensar distinto. O simplemente de pensar, literalmente.

En las salas de la S21, aulas que fueron transformadas en celdas de un metros por metro para torturar de todas las formas posibles a miles de víctimas, se acumulan las fotografías extraídas de los registros infames del mismo Khmer Rouge. Allí se puede ver, por ejemplo, un doctor en leyes torurado solo por serlo. O la dignidad en la mirada de una madre y su bebé, esposa e hijo de un ministro que cayó en desgracia… Pinturas que recrean las escenas en las que los Khmer Rojos con sus trajes verdes, sus pañuelos rojos y sus sombreros de Mao con la estrella, cortan dedos, ahogan, azotan, aplican picanas eléctricas. Imágenes que remueven el alma.

Al salir con el espíritu destrozado, me encuentro cara a cara con un grupo de adolescentes camboyanos que entran a la cárcel ahora convertida en museo. Entre ellos, hay un chico con audiófonos en las orejas y celular listo para tomar fotos de todo. Me fijo en su vestimenta: Lleva pantalones verdes de corte militar y gorra maoísta con la estrella roja. La misma que acabo de ver en las pinturas de los Khmer Rojos. ¿Se imaginan a un adolescente entrando a un campo de concentración nazi con una camiseta dónde se haya estampado la esvástica?

Pero, por alguna razón, hay símbolos que están “cool”, pese a representar a asesinos. Lo dicho, la oscuridad, acecha en cualquier parte.

 

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