
Al finalizar el 2017 es bueno pasar revista de la situación macroeconómica del Ecuador a efecto de visualizar no solamente como nos ha ido en este último año, sino fundamentalmente proyectarnos a los siguientes años y tomar medidas correctivas si fuera necesario.
En lo fiscal, si bien no estamos en cuidados intensivos, creo que necesitamos una muy buena dosis de antibióticos, además de un estricto régimen de dieta, so pena de dejar que avance la enfermedad y tener problemas mayores.
¿Qué duda cabe? Un déficit fiscal del 4.5% en 2017 y uno proyectado del 3.9% para 2018. Una carga presupuestaria de USD 6.000 millones (20% del presupuesto total) para el pago de la deuda, en un nivel equivalente al gasto total en educación. Una proyección para el 2018 de estar al límite legal del techo de endeudamiento, inclusive bajo la artimaña de considerar únicamente la deuda consolidada, por cuanto, al considerar la deuda total ésta ya supera el 60%. Todo esto me parece que es la fórmula perfecta del desastre, que sumado a mantener el gasto público sin previsiones de mayores reducciones y seguir apostando al endeudamiento como estrategia de crecimiento, hace prever que la bomba de tiempo fiscal no está desactivándose, sino que continua su curso hasta el momento de su explosión.
Frente a esta situación, vanagloriarse de que no habido paquetazos es como aquel médico homeópata que se vanagloria de no haber recetado antibióticos para no dañar el estómago, pero ve cómo avanza la infección hasta llevar al paciente a una sala de cuidados intensivos.
Por otro lado, la última evidencia del fracaso del Socialismo del Siglo XXI es la propuesta de subir el Bono de la Pobreza según el número de hijos. Diez años después de aplicar un modelo económico, cualquiera que éste sea, ya es hora de mostrar resultados y el bono debía haberse comenzado a reducir y no aumentarlo. Insistir en los objetivos de redistribución de riqueza como el norte de la estrategia gubernamental violenta las estrategias exitosas y sostenibles de crecimiento, tal cual lo reconoce el profesor y premio nobel de economía, Angus Deaton, que sostiene que la inequidad es consecuencia de malas elecciones de política y no de las fuerzas imparables de la globalización y el cambio tecnológico, como nos intentan hacen creer nuestros pseudo políticos de la revolución ciudadana.
Creo que llegó la hora de discutir en serio los subsidios y el tamaño del estado, porque la economía tal cual está no da para más.
En el sector real, si bien revertir de una caída del PIB de -1.7% en 2016 a un crecimiento positivo del 1.5% en 2017 y 2% en 2018 suena bien; pero celebrar esto: ¡por Dios, tan bajo que hemos caído! Para dimensionarlo, creciendo al 2% el Ecuador necesitaría 35 años para duplicar su ingreso, mientras un país que crece al 6%, lo podría hacer en apenas 12 años.
También debiera preocuparnos por qué —a pesar de que las condiciones externas han mejorado ya hace un buen tiempo— Ecuador sigue creciendo muy poco. Y aunque pequeño, este crecimiento viene básicamente del mejoramiento de las condiciones externas y de nuevo endeudamiento, no de políticas publicas pro crecimiento. Esto es insostenible e incompatible con un crecimiento de mediano y largo plazo, por lo que debemos seguir extraordinariamente preocupados de este débil desempeño que nos aleja cada vez más del sueño del desarrollo y que produce un estancamiento en la calidad de vida de los ecuatorianos.
En lo externo tenemos muy escasas expectativas de atracción de nuevos capitales productivos como inversión extranjera directa, lo cual muestra que todavía hay nubarrones sobre el modelo económico, aun cuando el riesgo país haya caído de 700 a 400 puntos base.
En lo monetario, la buena noticia es que el sistema financiero privado salió bien librado de la gran recesión. Lo que preocupa es el permanente deterioro de los indicadores de liquidez del Banco Central, cuya relación de reservas internacionales a pasivos de corto plazo alcanzó la peor cifra en lo que va de la dolarización, esto es un 25%.
Otra muy buena noticia es que se ha excluido al Banco Central del manejo del dinero electrónico, y no solamente porque allí hay posibilidades de que emerja esta buena idea de eficiencia monetaria, sino porque calma a los mercados financieros y elimina aquellas expectativas negativas de que el dinero electrónico es el salvavidas fiscal. Algo similar ocurre con haber eliminado el impuesto a los retiros de depósitos de más de USD 5000, que eran medidas que trataban de apagar el incendio con gasolina, y que para el Presidente no sé si eran cascaritas puestas a propósito de sus propios amigos, o es que hay una aberración ideológica o ignorancia suprema que verdaderamente asusta, en tanto esa gente es la que está llevando los destinos del país.
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