
Hay un cierto consenso entre los perdedores de la consulta de 2018. Coinciden en que los ecuatorianos somos tontos, que no obramos con nuestra voluntad y que los resultados de la ocasión fueron una propiedad del gobierno que ellos mismos instalaron en el poder. Aseguran que nunca quisimos inhabilitar a los corruptos de la vida pública o eliminar la reelección a perpetuidad, los dos pilares que sostuvieron, y que todavía soportan, el podrido poder de Alianza País.
Los perdedores de la consulta de 2018 son menos del 27% de los electores. La cifra se deduce de lo obtenido por la oposición a la pregunta de la consulta sobre la imprescriptibilidad de los delitos sexuales cometidos en contra de los niños. Esta aberración es la única forma matemática de calcular el voto duro del correismo de entonces. Pero tampoco puede afirmarse que esta cifra sea el capital político de nadie. Es lo que corresponde al voto populista histórico que hoy se podrían disputar entre algunos.
La actual coincidencia entre los perdedores de 2018 ratifica su tendencia populista, antidemocrática y autoritaria. Para éstos el mundo se divide únicamente en dos mitades. Por eso es imposible darles algo de crédito. Simplemente, es ridículo pensar que la sociedad se debata entre correistas y anticorreistas. Sin embargo, repetirse este autoengaño es cuestión de subsistencia porque los mantiene vivos, victimizados y reflotados, pero en un entorno que los señala como los responsables de un sistema de corrupción que ellos cimentaron y que todos los días estalla en nuevos casos.
Para los tercos de las “7 veces no” el voto de los ecuatorianos expresó aprobación por Lenin Moreno. Pero eso es una vil tontería. Expresó el rechazo contundente a las ínfulas de perpetuidad de Rafael Correa como a su sistema de corrupción rampante. Por eso los aplastantes resultados en la consulta son absolutamente legítimos.
Pero, por desgracia, la política instalada por el aliancismo en los tres últimos lustros, la de Rafael Correa primero y la de Lenín Moreno después, es consecuencial. Como son los mismos pero enfrentados entre sí por un mal reparto, entonces repiten tan neciamente que la gente votó embobada por la publicidad financiada con los dineros de las instituciones públicas y que por eso los resultados son ilegítimos. ¿Creen que los ecuatorianos somos tan simplones y que votamos encandilados por una persona? Ni que fuéramos como ellos.
Para los tercos de las “7 veces no” el voto de los ecuatorianos expresó aprobación por Lenin Moreno. Pero eso es una vil tontería. Expresó el rechazo contundente a las ínfulas de perpetuidad de Rafael Correa.
Lo que realmente sucedió fue que Rafael Correa, todavía en el poder, caía estrepitosamente en las encuestas, que su modelo de dispendio, corrupción y abusos no le permitiría reelegirse; que Jorge Glas no podría ser su sucesor por falta de aptitud, que ambos necesitarían un títere que pudiera suplantarse con el tiempo y que en esa necesidad recurrieron al bonachón de Lenín Moreno como candidato.
Ocurrió también que Moreno, ya en el poder, se negó a ser una marioneta del pacto Correa-Glas y que se los quitó de encima destapando la montaña de podredumbre que hubiera sido imposible conocer si no los traicionaba. Por eso era urgente liberar del acoso de la política a las instituciones judiciales y de control, así como a los medios de comunicación, todo para que se investigara la corrupción y para que se ventilara ante la opinión pública. Ahora se entiende mejor por qué era tan urgente destrabar esta parálisis institucional y se convocara a una consulta popular que la gente favorecería masivamente.
Esto lo sabían los principales operadores del nuevo aliancismo y como buenos herederos del correismo encontraron en el masivo apoyo a la consulta una oportunidad para enriquecerse. Fue así como esta nueva falange de oportunistas cabildeó la exacción de recursos públicos y seguramente diseñaron las formas para poder beneficiarse de estos dineros bajo el pretexto de la publicidad electoral. Eso es lo que realmente debe investigarse, no la bobería que se dice de unos resultados cuya orden soberana es inamovible.
Solamente los extraviados de las “7 veces no” confunden al soberano con el partido, a una consulta popular con la popularidad del mesías y al peculado con la publicidad. ¿Por qué? Porque son los mismos. Los corruptos de hoy tienen la genética de los corruptos de ayer.
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