
El viernes 14 de este mes cumplió 80 años Leonardo Boff, sin duda uno de los mayores y más importantes teólogos, filósofos y ecologistas de América Latina.
Autor de más de 100 libros, es un referente para Brasil y toda América por sus cualidades de pensador pero también de profeta. “Su nombre está estrechamente vinculado al camino de la Iglesia latinoamericana. En cierto sentido, se volvió referencia, símbolo, ícono de esa Iglesia: sea como referencia positiva de comunión e identificación, sea como referencia negativa de crítica y rechazo. De una u otra forma, ese nombre está radicalmente ligado a la Iglesia de la liberación” dice el teólogo también brasileño Francisco de Aquino Junior.
Boff, fraile franciscano, fundador de la Teología de la Liberación junto con el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, en 1985 fue juzgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe por su libro del año anterior “Iglesia: carisma y poder”. Suspendido de su ejercicio sacerdotal (suspensión “a divinis”) y condenado al silencio (primero indefinidamente y luego por un año), permaneció como franciscano pero cuando estuvo a punto de ser silenciado de nuevo por Roma, para evitar que participara en la Cumbre Mundial del Medio Ambiente de Río de Janeiro en 1992, decidió reducirse al estado laical (es decir dejó de ejercer como sacerdote y salió de la orden franciscana). Ganó por concurso una cátedra en la universidad estadual de Río de Janeiro, donde ha dictado cursos y ha investigado sobre temas de ética, filosofía de la religión y ecología. Se casó, y hoy vive retirado en Petrópolis.
“Primeramente agradezco a Dios por haber llegado hasta aquí y por haber sobrevivido”, dice en un artículo que publicó la víspera de su cumpleaños, en el que cuenta que, de pequeño, cuando solo tenía unos meses, le desahuciaron: estaba destinado a morir. No había médicos en su pequeño pueblo, en Concordia, estado de Santa Catarina. Todos, desolados, coincidían en que el niñito iba a morir. “Mi madre, desesperada, después de hacer el pan familiar en un horno de piedra, dejó que se entibiara y sobre una tabla de madera me colocó unos buenos minutos allá adentro. A partir de este experimento final, mejoré y estoy aquí como sobreviviente”.
Boff confiesa que siempre creyó que no pasaría de la edad de su padre, quien murió de un infarto fulminante a los 54 años. “Sobreviví y escribí un balance de mis primeros 50”. Después creyó que no pasaría de la edad de su madre que también murió de infarto a los 64 años. “Sobreviví. Hice otro balance de los 60”. Después, estuvo seguro de que no llegaría a los 70. “Sobreviví. Tuve que escribir otro balance de los 70”. Por fin, estuvo convencido de que no había manera de llegar a los 80. “Sobreviví. Y tengo que escribir otro balance” y añade “Ahora, desmoralizado de mis fallidas previsiones, ya no pienso en nada. Cuando llegue la hora, que solo Él lo sabe, iré alegremente al encuentro del Señor”.
Releyendo sus diferentes balances, en ese artículo de la semana pasada hizo una lectura de lo más relevante de su producción. “Siempre me movió una pasión más fuerte que me llevaba a hablar y a escribir”, confiesa.
La primera pasión fue por la Iglesia renovada por el Concilio Vaticano II. Escribió su tesis doctoral en Múnich: “La Iglesia como sacramento”; y luego los libros, “Iglesia: carisma y poder” (que le llevó a un silencio impuesto, primero por tiempo indeterminado que luego fue reducido a un año) y “Eclesiogénesis: las CEB reinventan la Iglesia”.
La segunda pasión fue por el Jesús histórico, la gesta que lo llevó a la cruz. Escribió “Jesucristo Libertador”; “Nuestra resurrección en la muerte”; “El evangelio del Cristo cósmico”; “Víacrucis de la justicia”.
La tercera pasión fue por san Francisco de Asís, a quien llama “el primero después del Último (Jesús)”. Escribió “Francisco de Asís: ternura y vigor”; “San Francisco: saudades del Paraíso. Comentario a su oración por la paz”.
La cuarta pasión fue por los pobres y oprimidos. Nació la teología de la liberación y escribió: “Teología del cautiverio y de la liberación”; “El caminar de la Iglesia con los oprimidos”; y junto con su colega Fray Clodovis, “Cómo hacer teología de la liberación”.
La quinta pasión fue por la Madre Tierra súper explotada. Escribió “La opción Tierra: la solución para la Tierra no cae del cielo”; “El Tao de la liberación: una ecología de transformación” junto con Mark Hathaway, y “Cómo cuidar de la Casa Común”.
La sexta pasión fue por la condición humana “sapiente y demente”. Escribió “El destino del hombre y del mundo”; “El águila y la gallina: metáfora de la condición humana”; “Despertar del águila: lo dia-bólico y lo sim-bólico en la construcción de la realidad”; “Saber cuidar”; “El cuidado necesario”; “Femenino-Masculino” junto con Rose-Marie Muraro; “El ser humano como proyecto infinito”.
La séptima pasión fue por la vida del Espíritu: tradujo lo principal de la obra del místico Mestre Eckhart; retradujo de forma actualizadora la “Imitación de Cristo” de 1441 añadiéndole una nueva parte; y escribió: “El seguimiento de Cristo”; “Experimentar a Dios hoy”; “La Sma. Trindad es la mejor comunidad”; “El Espíritu Santo: fuego interior, dador de vida y padre de los pobres”; “Espiritualidad: un camino de transformación”.
Dice que cuando le preguntan: “¿cómo se gana la vida?”, responde: “soy un trabajador como cualquier otro, como un herrero o un electricista. Solo que mis instrumentos son muy sutiles: apenas son sílabas”.
Y ante la pregunta de qué es lo busca con tantas letras, responde: “Solo pensar, en sintonía, las mayores preocupaciones de los seres humanos a la luz de Dios; suscitar en ellos la confianza en las potencialidades escondidas dentro de sí para encontrar soluciones; procurar llegar al corazón de las personas para que tengan compasión del injusto sufrimiento del mundo y de la naturaleza, para que nunca desistan de siempre mejorar la realidad, comenzando por mejorarse a sí mismos”.
Y a la pregunta “¿Valió la pena tantos sacrificios para escribir?”, responde citando al poeta Fernando Pessoa: “Todo vale la pena si el alma no es pequeña”. “Me esforcé para que no fuese pequeña. Dejo a Dios la última palabra. Ahora al tramontar de la vida, pienso en los días pasados y tengo la mente vuelta hacia la eternidad”.
De Aquino Júnior dice que “se puede no estar de acuerdo con uno u otro punto con una u otra formulación de Boff (ninguna teología es absoluta y él sabe de eso mejor que nadie y hasta lo pagó caro), pero no se puede negar su importancia fundamental en nuestra teología”. Y ello tanto a nivel académico como a nivel pastoral.
Boff ha sido un profeta en el sentido de clamar e insistir en lo que constituye el corazón de la fe judeo-cristiana –y, en cierta forma, de todas las grandes tradiciones espirituales de la humanidad– que es la defensa del pobre, del huérfano, de la viuda y del extranjero o de aquello que, a partir de América Latina, se empezó a llamar la “opción por los pobres”. Y también por exigir fidelidad institucional de la Iglesia al Evangelio: en relaciones fraternas, en el ejercicio del poder como servicio, en el despojo de privilegios y en la austeridad de vida, en el compromiso con los pobres y marginados, etc. Pagó caro por ello, como los profetas: incomprensión, calumnia, persecución, condena, exclusión.
También ha sido profeta de la vida, porque habiendo escuchado los gemidos de la tierra y del pobre, no ha dejado de denunciar las torturas a las que sometemos a la Madre Tierra y las dinámicas de muerte en las que estamos metidos.
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