
El correísmo muere. Lo saben sus propios dirigentes. De la organización que impulsó la candidatura de Rafael Correa en 2006 y de la infraestructura que se instaló en la presidencia del gobierno del Ecuador entre 2007 y 2017, no quedan ni las pisadas. Tampoco quedan rastros de sus perjuros que prolongaron al correísmo persiguiendo a los correístas entre 2017 y 2021.
Rafael Correa no inventó el correísmo. El correísmo es la prolongación espontánea de un fenómeno anterior que extirpó las bases populares a los partidos de izquierda desde el segundo tercio del siglo pasado o incluso antes. El velasquismo, el bonifacismo, y el guevaramorenismo que migró al bucaramismo de Assad y después de Abdalá, hasta llegar al correísmo, son procesos de edificación de los personalismos basados en el culto al líder autoritario. Según esta fórmula, la persona del caudillo es la reencarnación del pueblo. Sin este mesías, las masas no se redimen de una supuesta opresión y de un enemigo imaginario.
En el populismo, la persona del líder es un significante vacío y en ese lugar ficticio se mezclan anhelos, demandas, revanchas o venganzas de distinto cuño ideológico, desde la derecha más conservadora a la izquierda más reaccionaria. Y aunque para algunos el populismo es simplemente una metodología, el correísmo se ha mezclado con matices cada vez más antidemocráticos, anticonstitucionales, antipluralistas y antilógicos. El fenómeno populista alrededor de Rafael Correa contradice toda lógica porque es cada vez más irracional, supersticioso y tiránico.
Precisamente por eso el correísmo está en extinción, porque al principio fue incluyente, diverso y dinámico. Hoy el correísmo es un populismo perezoso. Acuartelado en las redes sociales para insultar a todo el mundo, crea ejércitos de identidades digitales falsas para viralizar contenidos de sus voceros que solo ellos consumen. Militan políticamente desde sus teclados, operan solo bajo retribuciones que ya no están dispuestos a pagar y que al momento de desplegarse en las calles dependen de sus estructuras locales de poder que ya no se reportan a un mando centralizado como cuando Rafael Correa era el omnipresente gobernante de su mundo.
El correísmo hoy depende de un líder ausente, deslucido y fatigado. Rafael Correa ya no es el rutilante, categórico y llamativo líder de la extinta plataforma compuesta por 30 distintas organizaciones de izquierda militante. Hoy es apenas el pastor de una facción de fanáticos digitales que le tiran corazones a sus publicaciones. Sin las poderosas catapultas que tuvo en un inicio, Correa es la sombra de lo que fue.
El correísmo hoy depende de un líder ausente, deslucido y fatigado. Rafael Correa ya no es el rutilante, categórico y llamativo líder de la extinta plataforma compuesta por 30 distintas organizaciones de izquierda militante. Hoy es apenas el pastor de una facción de fanáticos digitales que le tiran corazones a sus publicaciones.
En 2008, inmediatamente después de expedir su Constitución concentradora de poder, el correísmo se desembarazó poco a poco de sus principales socios en la izquierda militante con la intención de formar un solo bloque de operación política, de acabar con la oposición democrática, de instalar un Estado unipartidario y de consagrar a un solo líder como jefe perpetuo de todos los poderes públicos.
Pero la ambición rompió el saco. El precio del petróleo cayó en el 2015 y ya sin dinero el presidente empezó a perder su popularidad. Después de ser despedidos o desencantados, sus principales socios en la izquierda se reconfiguraron y ahora mismo gozan de una indiscutible legitimidad electoral. Es innegable la fuerza del Movimiento Pachakutik o de la Izquierda Democrática, que entre los dos hoy concentran más del 30% de la representación legislativa conseguida en las últimas elecciones de 2021. De tener en el 2017 el 5% de los escaños, crecieron exponencialmente por el inevitable desencanto de los votantes en una izquierda autoritaria y por el incuestionable agotamiento del correísmo.
¿De dónde procede, entonces, la montaña de votos que actualmente permite al correísmo disponer del 35% de la representación legislativa? Proviene de las estructuras locales perfectamente bien ensambladas, organizadas y financiadas tras 14 años de correísmo y morenismo. Pero sin el Estado son nada. Como no pudieron ganar la presidencia no tienen qué repartirse: ni puestos, ni contratos y, en muchos casos, ni sobornos. Esas mismas estructuras apostarán por los gobiernos locales, pero junto a quien tenga más posibilidades de ganar en cada lugar.
El correísmo muere. Y lo saben sus propios cabecillas. Hoy el novel movimiento populista es apenas una araña en comparación con su colosal progenitor. Algunos dirán que con el voto populista sobrevivirá, pero tendrán que compartirlo con los nuevos liderazgos nacidos del Paro Nacional. Además, tendrá que superar su intensa fractura interna, su dispersión regional, su guerra de sucesión, su total ausencia de brújula política y el riesgo de ser devorados por Jaime Nebot.
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