
Es guayaquileño, abogado por la Universidad de Guayaquil, tiene 32 años y reside en Quito. Pertenece a la organización Coparentalidad Ecuador.
El “olfato jurídico” de los abogados se encuentra sensible y ha detectado olores putrefactos en la justicia constitucional ecuatoriana. El ciudadano puede pedir lo que quiera ante la justicia (el papel aguanta todo), otro asunto es que el juez conceda o no lo peticionado.
Luego del, a mi juicio, nefasto precedente desarrollado en la sentencia No. 141-18-SEP-CC, el cual señala que los jueces que conocen garantías constitucionales jurisdiccionales no son susceptibles de prevaricar, ha dejado una ventana abierta para (i) cometer actuaciones arbitrarias y (ii) actos de corrupción.
Existen muchas críticas por abogados especializados en Derecho Constitucional quienes dentro del ejercicio profesional suelen desnudar en redes sociales las terribles falencias de ciertos jueces que desconocen la materia que están sustanciando; y me uno a dichas críticas, ya que también las he experimentado como abogado a tal punto que he llegado a pensar de un puño reducido de jueces que ha sido seducidos por la tentación del cohecho, porque no puedo encontrar una razón justificable para que hayan fallado de formas absurdas.
He leído en redes y escuchado conferencias de entendidos en materia constitucional que proponen una reforma a la justicia y se creen unidades especializadas en justicia constitucional para superar las falencias actuales. Coincido con esta propuesta. No obstante, si el problema que se está planteando tiene que ver más con corrupción que desconocimiento del Derecho, por más que existan jueces unidades judiciales especializadas en materia constitucional, el problema persistirá. El problema planteado no es intelectual, sino moral; ¿de qué sirve tener un erudito en Derecho Constitucional como juez si mantiene una relación amorosa con las coimas? Bien dijo C. S. Lewis: “La educación sin valores solo convierte al hombre en un demonio más inteligente”.
La frase “algo huele mal en Dinamarca” extraída de Hamlet, ha sido acuñada para ilustrar el mal caminar de la vida política de un Estado a causa de la corrupción. La cosa pública en su faceta de justicia en Ecuador, específicamente la constitucional, en definitiva, no marcha bien.
Nos quejamos de los jueces corruptos; pero, ¿acaso no le doy “para las colas” al agente de tránsito para evitar la multa?, ¿acaso no copio en los exámenes?, ¿acaso como empresario no evado impuestos?, ¿acaso no soborno al profesor para aprobar la materia o existen profesores que piden contribuciones “para fundaciones” a cambio de exonerarlos? Existe una relación bilateral de corruptor y corrupto. Mientras exista la oferta, existirá la demanda y viceversa.
Sin duda alguna, la corrupción es un mal incrustado en el corazón de la sociedad. Somos corruptos quejándonos de los corruptos por actos de corrupción distintos a los que cometemos, pero finalmente, actos de corrupción. Somos hipócritas criticando lo que nosotros como sociedad practicamos o fomentamos. Seamos honestos: ¿compraría sorteos y sobornaría a un juez con tal de ganar un caso?
La frase “algo huele mal en Dinamarca” extraída de Hamlet, ha sido acuñada para ilustrar el mal caminar de la vida política de un Estado a causa de la corrupción. La cosa pública en su faceta de justicia en Ecuador, específicamente la constitucional, en definitiva, no marcha bien.
La creación de unidades especializadas en derecho constitucional es necesaria para resolver el problema intelectual, pero no para solucionar el problema moral.
Nuestra Constitución prescribe que es deber de todos los ecuatorianos combatir la corrupción y, mientras sigamos señalando actuaciones judiciales presuntamente corruptas y paralelamente sigamos sobornando al agente de tránsito, algo seguirá oliendo mal en Ecuador; ¿acaso esos jueces que calificamos como corruptos no son un fiel reflejo de nosotros como sociedad?
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