Ha sido una de las noticias relevantes de la semana pasada, pero nunca debió serla. Sin embargo, la agresión pública que sufrió el sonidista Alonso Lara el pasado domingo 9 de octubre, por parte del entrevistador Carlos Vera en uno de sus programas políticos, se volvió viral y generó una reacción muy fuerte en contra del conocido conductor.
No califico de periodista a Carlos Vera —y nunca lo haré— por razones que van más allá de que no tenga el título profesional, porque sí hay quienes no cuentan con el cartón académico pero realizan su trabajo con dignidad y con respeto al público, a sus colaboradores y a sí mismos.
Digo que Vera no es periodista porque ejercer este maravilloso y apasionante oficio es otra cosa. Como decía el gran maestro Ryszard Kapuscinski, considerado el mejor reportero del mundo, “para ser un buen periodista hay que ser un buen ser humano”.
Y no creo que alguien conocido por sus exabruptos frente a la pantalla y a los micrófonos merezca llamarse periodista. Porque esta profesión, cuyo componente central es un alto sentido social, tiene mucho que ver con la construcción de una sociedad democrática, tolerante y plural donde todos nos merezcamos respeto y buen trato, en especial quienes están en la parte baja de la pirámide socioeconómica.
Ante la agresión de su jefe (si se le puede llamar “jefe” a un maltratador contumaz), Alonso Lara dijo que renunció al programa de entrevistas y análisis político llamado (nunca tan preciso este nombre) Vera a su manera.
A su manera, claro. Una manera prepotente, descontrolada, carente de madurez emocional que evidencia que no solo Vera sino muchas de estos popstars de la farandulera televisión criolla son arrogantes, atropelladores e ignorantes de los derechos humanos del personal que tienen a cargo.
Vera nos ha hecho un favor porque si reaccionaran los organismos encargados de la protección de periodistas y trabajadores de la comunicación social a favor del caso de Alonso Lara, saldrían a la luz una serie de episodios graves que han ocurrido y ocurren dentro de los medios, dentro de los llamados grandes medios.
No son todos, por supuesto. Generalizar será, siempre, injusto y fuera de lugar. Pero este tipo de hechos dentro de los medios muestran que el maltrato es una constante contra quienes desempeñan trabajos que no son visibles para las audiencias pero que son fundamentales para el éxito de un programa en cualquier formato (radio, televisión abierta, televisión digital, espacios en internet y medios impresos).
Según contó diario El Comercio, la actriz Sofía Caiche entrevistó en su cuenta de Instagram a Alonso Lara. Sus primeras palabras fueron estas: “Tuve unas increíbles ganas de llorar, me las aguanté como no tienes idea”.
¿Algún lector de esta columna se imagina cómo se sentiría si le ocurriera algo parecido frente a cientos o miles de personas?
Creo que, como nunca, hay que tener empatía con Alonso Lara y entender su nobleza, porque, al contrario de lo que muchos hiciéramos si nos ocurriera algo así, el sonidista descartó emprender una acción legal contra Vera luego del maltrato verbal en la emisión en vivo.
Pero Alonso tiene una razón de fondo para no emprender una demanda. Y es la descomposición del Estado y la falta de credibilidad en las instituciones que debieran protegernos por igual a todos los ciudadanos: “Una acción legal es imposible. Sabiendo cómo está el país, ¿quién pesa más?”. Una expresión contundente de parte de una persona que no tiene poder ni influencia ni espacio para presionar, como Vera presiona públicamente cuando la Policía Nacional no le da lo que él considera una seguridad adecuada.
No hay duda de que en el Ecuador hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda categoría.
El caso de Alonso Lara fue tan viral y produjo tantas reacciones en el país que hasta el presidente de la República, con quien Vera tuvo una entrevista en vivo la noche del 12 de octubre, dijo al presentador que “en un ambiente de violencia en el país es un mal ejemplo ver a un referente como usted maltratando a un colaborador”.
Vera trató de esquivar el tema frente al público y minimizar el incidente y expresó que ya se había disculpado en el programa con el sonidista, pero cuando se le preguntó a Alonso Lara si eso había ocurrido, explicó que el entrevistador nunca se disculpó con él ni en forma pública ni privada.
La nota de El Comercio dice que en otra entrevista con el locutor de radio Edison Mendoza, Lara “contó que el lunes 10 de octubre volvió al programa por pedido de una compañera y Carlos Vera ni lo miró ni lo saludó y, peor, se disculpó”.
En ese espacio radial, “Lara reconoció que el programa venía arrastrando problemas técnicos que no necesariamente eran su culpa, pero el conductor del programa lo responsabilizó a él por estar al frente de la consola”.
Este tipo de hechos dentro de los medios muestran que el maltrato es una constante contra quienes desempeñan trabajos que no son visibles para las audiencias pero que son fundamentales para el éxito de un programa en cualquier formato
Explicó, además, que el inconveniente se produjo por emitir un promocional sin sonido: “Ese día había que poner una promo, el productor la puso y lo que yo hice fue abrir los controles. Yo ‘desmuteo’ el control para que haya sonido dentro del estudio y, lamentablemente, el video vino sin audio y esa fue la reacción de Carlos Vera”.
Alonso Lara se ha quedado sin trabajo y el entrevistador sigue al aire. ¿Alguna organización privada o pública hará algo por tenderle la mano a Alonso? ¿Dónde están las alertas de las organizaciones encargadas de proteger a quienes laboran en los medios de comunicación?
Citando de nuevo a Kapuscinski en su libro Los cínicos no sirven para este oficio (editorial Anagrama, 2002), “una de las características de nuestra profesión es el constante estrés, el nerviosismo, la inseguridad y el riesgo. Son los elementos con los que trabajamos día y noche. Por tanto, ser trabajador de la comunicación es una profesión en la que se envejece pronto y de un momento a otro se sale de escena (…). Son tácticas que asumen la forma del despido, de la marginación efectiva de la vida laboral, de la amenaza de naturaleza económica”.
Y así es cómo el maestro Kapuscinski amplía su tesis de que para ser buen periodista hay que ser buena persona: “No hay buen periodismo al margen de la relación con los otros seres humanos. La relación con los seres humanos es el elemento imprescindible de nuestro trabajo. En nuestra profesión es indispensable tener nociones de psicología, hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos…”.
“Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus necesidades, sus tragedias cotidianas. Por eso nos toca, desde el primer momento, ser parte del destino de los otros”.
Más adelante, Kapuscinski explica con claridad que quienes aparecen como las estrellas de un programa o de un medio son, apenas, parte de un gran engranaje.
“Uno puede ser buen director, pero no buen periodista —afirma el señor K—. Y esto es así por una razón muy simple: sin la ayuda de los otros no se puede hacer un buen trabajo, sino se entiende que aunque uno sea quien ponga la cara o la firma, el material ha sido proporcionado por muchísimos individuos.
"Todo buen trabajo periodístico es un trabajo colectivo y, sin un espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad, de comprensión recíproca, hacer un buen trabajo resulta imposible".
Carlos Vera fue tendencia en las redes por agredir públicamente a un colaborador, a un compañero, a un colega de trabajo. Pero sigue allí y, aparte del escándalo tuitero, no pasará nada más.
Mientras tanto, el maltratado, la víctima, Alonso Lara, quedará para siempre como un ícono de la violencia que sufren los trabajadores en algunos medios. Pero, más triste aún, él se queda sin trabajo en estos tiempos donde cada vez es más difícil conseguir empleo. Son las inequidades y las iniquidades de la vida.
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