
Profesor de FLACSO. Ha sido Director de la Sede Ecuador y Secretario General para América Latina de esa organización. Ex Secretario Nacional de Educación Superior. Investigador en temas de política y relaciones internacionales
Hace menos de un mes las posibilidades que las casas de apuesta daban a la elección primaria demócrata en los Estados Unidos apuntaban a una victoria del senador Bernie Sanders. Las últimas tendencias de los apostadores, luego del súper martes estadounidense, señalan un 86% de posibilidades de que el ex vicepresidente Joseph Biden alcance la nominación por su partido. Si las apuestas tienen más credibilidad que las encuestas, dados los fiascos que en numerosos países han tenido estas técnicas científicas de adivinación, probablemente, en noviembre, el presidente Donald Trump enfrente al binomio que acompañó a Obama durante ocho años. ¿Qué puede significar esto para América Latina y el Caribe?
La Política Exterior estadounidense hacia el Hemisferio Occidental ha sido periférica en el discurso de los candidatos a la presidencia. Las referencias a la región han pasado normalmente por alusiones a la situación venezolana y a los temas migratorios, estos últimos tratados más bien como un tema de política doméstica. Sin embargo, en el diseño de estrategias globales, hay consecuencias para América Latina y el Caribe en cada uno de las agendas discutidas en debates y encuentros con simpatizantes.
Los rivales estratégicos extra hemisféricos
A pesar de las diferencias en la retórica, hay varios temas en los cuales los dos eventuales candidatos tendrían políticas exteriores parecidas. Uno de ellos, con implicaciones estratégicas a escala global, es la percepción de rivalidad frente a China que, en términos económicos, se expresaría en la necesidad de incrementar medidas proteccionistas dentro del mercado estadounidense para encarecer y restringir la circulación de productos hechos en el país asiático, y la posibilidad de convocar y aún intimidar a otras sociedades nacionales para intentar contener la capacidad productiva de China, a sabiendas de que la expansión de la economía de ese país es la causa estructural del despegue de sus capacidades políticas.
En América Latina y el Caribe previsiblemente algún eco habrá de las políticas de Washington frente a China, sobre todo en aquellos países en donde las inversiones de Beijing han sido importantes a lo largo de este siglo. El proteccionismo estadounidense puede respaldarse con medidas complementarias que puedan tensionar, por ejemplo, los términos de los acuerdos comerciales en vigencia en el Caribe, Centro América, Colombia, Perú y Chile. Esa política económica de contención a la economía China, para Biden, es una política exterior para clase media, una suerte de paraguas que justifica el proteccionismo estadounidense ya en práctica en el gobierno de Trump, y cuyo objeto es recuperar la capacidad productiva e industrial de los Estados Unidos.
Las políticas económicas no necesariamente, al menos en el hemisferio occidental, están acompañadas por preocupaciones que interpelen agendas de defensa y seguridad frente China. Independientemente de los discursos el escenario de las tensiones en este campo es el Océano Pacífico del Sudeste Asiático. Tanto Biden, cuanto Trump, tienen visiones similares del reto que representa China para los Estados Unidos y, aunque los instrumentos de política exterior puedan diferir, los objetivos de mediano y largo plazo parecen coincidir.
El tópico de la migración diferencia claramente las aproximaciones de los dos candidatos. Mientras Donald Trump persiste en su visión que prioriza la interdicción y estigmatiza a los migrantes ilegales de diferentes formas, Joseph Biden se opone a las decisiones que afectan a la unificación familiar.
Frente a otra potencia emergente con capacidad de desafiar a los Estados Unidos, la Federación Rusa, los dos candidatos difieren. Joseph Biden es mucho más explícito: concibe ese Estado como una potencial amenaza y, aunque plantea la necesidad de renegociar varios tratados para evitar la proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva, no duda en enunciar las posibilidades de sanciones políticas y económicas como herramientas para la relación con Moscú. Rusia es una súper potencia militar, pero su producto interno bruto es similar al de Italia, de manera que su presencia en América Latina y el Caribe no es percibida como un riesgo inminente para Washington.
Donald Trump, particularmente tampoco ha sido extraordinariamente proactivo en construir a Rusia como un enemigo peligroso. El comercio ruso con América Latina es limitado comparado a las transacciones intra-regionales, o a las que los países del hemisferio hacen con Estados Unidos, China o Europa (y el Reino Unido). Aunque hay seres nostálgicos de la Guerra Fría en las derechas a izquierdas latinoamericanas, el escenario contemporáneo en términos de seguridad, economía y sociedad es muy distinto al de la segunda mitad del siglo pasado. Por el momento parecería que las relaciones latinoamericanas y caribeñas con Rusia no se cruzan con intereses vitales estadounidenses.
La imagen de la Democracia
Un tema persistente en el discurso de los candidatos estadounidenses es el de la Democracia. Es parte de los valores que encarna, sobre todo, la tradición liberal de la política norteamericana. La idea de que este sistema político es el cimiento del poder global de los Estados Unidos y de que los países democráticos son menos amenazantes de aquellos que son concebidos como autocráticos, ha acompañado la política exterior de Washington luego de la Segunda Guerra Mundial, y ha definido constantemente sus percepciones en términos de seguridad y uso de la fuerza. Biden propone una agenda global de discusión sobre la democracia. Una cumbre Mundial que involucre a la sociedad civil y que construya algo parecido a un proyecto y compromiso internacional.
En la región, la retórica de los políticos estadounidenses interpela a extensas comunidades de población de origen latino que activa en los dos partidos tradicionales. Las comunidades organizadas de votantes latinos, sobre todo en Estados como Florida o Texas, se identifican frecuentemente con las agendas más conservadoras cuando del hemisferio occidental se trata.
Venezuela es mencionada como un problema serio por las dos candidaturas. El estatus de “amenaza a la seguridad nacional” enunciado por el gobierno de Obama, no cambió durante la gestión de Trump y probablemente persista, de mantenerse las condiciones actuales, en un eventual gobierno de Biden. El tema ha incidido, además, en todos los espacios multilaterales del hemisferio occidental. Aunque América Latina y el Caribe sigan siendo periféricas en la política global de Washington, hay evidencias que desde finales del gobierno de Obama y a lo largo de la gestión de Donald Trump, los Estados Unidos han activado políticas para la recuperación de su influencia estratégica y la construcción de un sistema de alianzas con gobiernos y actores domésticos en prácticamente todos los países del hemisferio.
Los instrumentos de la política exterior de los Estados Unidos parecen, en este sentido, haberse diversificado; sin que la posibilidad del uso de la fuerza se haya descartado completamente como opción para enfrentar lo que los decisores puedan construir como crisis, la capacidad de ejercer influencia a través de lógicas económicas es parte del escenario contemporáneo.
Migración y nacionalismo electoral
El tópico de la migración diferencia claramente las aproximaciones de los dos candidatos. Mientras Donald Trump persiste en su visión que prioriza la interdicción y estigmatiza a los migrantes ilegales de diferentes formas, Joseph Biden se opone a las decisiones que afectan a la unificación familiar y plantea sustituir las políticas que restringen el asilo por medidas que establezcan una cuota anual de admisión de refugiados con un techo de 125.000 personas, así como un proyecto de cuatro mil millones de dólares invertidos en una estrategia regional de control de la migración con los países de origen.
Para los países de América Latina y el Caribe los flujos migratorios hacia los Estados Unidos suelen ser parte de su agenda de relaciones bilaterales, parte de su política exterior, mientras que para Washington normalmente se procesan como tópicos de política doméstica. En la campaña anterior Trump colocó el tema de la migración como un problema dramático que ponía en cuestión la seguridad del país, su economía y el bienestar de la población. Ilustró su posición con la imagen de un muro que correría a lo largo de la frontera con México y apeló al nacionalismo presentando a los migrantes como una amenaza al modo de vida americano. Sus políticas han sido constantemente cuestionadas en los propios Estados Unidos por entidades y activistas que defienden los Derechos Humanos. La lógica prohibicionista ha interpelado decisiones en México y en toda Centro América.
Las respuestas latinoamericanas y del Caribe a las agendas de los candidatos presidenciales, dado el momento actual, caracterizado por la fragmentación y la fragilidad relativa de las instancias multilaterales, probablemente van a ser bilaterales. La relación entre México y los Estados Unidos, por ejemplo, es especial, insustituible, y al igual que ese país todos los demás intentarán articular sus diversas agendas en términos individuales. Hay diferencias importantes entre lo que plantean las opciones demócratas y republicanas en algunos temas, pero también en los énfasis que ellas conceden a los puntos que son comunes. Aunque habrá irremediablemente consecuencias distintas para la región dependiendo de quién gane la elección, debajo del Río Grande no hay votos y las simpatías por uno u otro de los candidatos son irrelevantes en la decisión electoral.
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