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22 de Agosto del 2022
Ideas
Lectura: 8 minutos
22 de Agosto del 2022
Rubén Darío Buitrón
Andrea Vela y otras injusticias
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Así como sucede con muchas mujeres de alta calidad profesional, reconocida en su caso en más de 35 países, Andrea Vela entiende que solo con su trabajo y su tesón logrará romper los esquemas de esta sociedad egoísta y patriarcal.

La maestra ecuatoriana Andrea Vela, primera directora ecuatoriana de orquesta sinfónica, es víctima de lo peor que tiene nuestra sociedad: el machismo, la misoginia, la discriminación, la negligencia de las instituciones, la ceguera del poder político, el amiguismo, el compadrazgo, los círculos perversos que manejan el arte y la cultura desde el Estado.

Dirigió por seis años la orquesta sinfónica de Loja y cuando decidió postular para una beca en el extranjero, donde fortalecería sus conocimientos, se le negó la posibilidad de que luego de la preparación académica volviera a conducir la orquesta.

Pasan los meses y hasta ahora ninguna institución pública relacionada con la música culta le da cabida. Ha escrito cartas a los directivos de las orquestas en Cuenca, en Loja, en Guayaquil, en Quito, pero no ha tenido ni siquiera una respuesta.

En todas ellas están al frente directores extranjeros. Y aunque no se trata de una actitud xenófoba ni mucho menos, le extraña la indiferencia con la que las entidades tratan su caso, mientras que a los músicos foráneos se les llena de privilegios y no se les exige ni siquiera que formen nuevos directores entre los jóvenes ecuatorianos que se han preparado para ello.

En los ministerios de Economía y de Cultura también ha encontrado una barrera infranqueable. Le han dicho que no hay dinero ni presupuesto y eso, para ella, es una muestra de que al Estado y a los gobiernos de turno no les interesa uno de los temas esenciales para construir una mejor sociedad: la difusión del arte y de las manifestaciones estéticas.

Andrea Vela es preparación, constancia y profesionalismo, como lo confirman su alto nivel académico, su preparación internacional en los mejores centros de estudios musicales del mundo, su vasta experiencia profesional a pesar de su juventud.

Su pasión por la música empezó cuando era muy niña, a los siete años. Y su tenacidad y convicción fueron tan fuertes y decisivas que a los 16 años ya trabajaba en la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador.

Sueña con dirigir orquestas de manera permanente y como invitada, en nuestro país o en cualquier parte del mundo, porque es consciente de su vocación y de su capacidad profesional para hacerlo.

Cuando se define a sí misma dice que es una artista que gusta de la adrenalina, de la tensión y la conexión con el público, del estrés de los ensayos, el nerviosismo de los entrenos, los aplausos.

Dirigir una orquesta, expresa, implica también compartir sus sueños con los medios y los periodistas, promocionar los conciertos, estudiar a fondo las partituras, programar agendas artísticas, reunirse con artistas invitados…

Andrea no es, en rigor, la típica directora de orquesta sinfónica. No es rígida ni convencional, no cae en los arquetipos ni en los moldes clásicos. Es distinta a los demás, incluso en su manera de presentarse en los escenarios.

Pero también lo es en su personalidad, que ella concibe como sencilla, versátil y tímida. Busca la originalidad en todo lo que hace por la música y aunque admira y adora la clásico no se encasilla en él.

A lo largo de su vida artística ha presentado conciertos fusión con grupos de rock, de tango y de cantantes populares. No niega espacio al charango, a la quena, a la música andina o a la folklórica porque, para ella, todo aporta en la búsqueda de la identidad.

Así como sucede con muchas mujeres de alta calidad profesional, reconocida en su caso en más de 35 países, Andrea Vela entiende que solo con su trabajo y su tesón logrará romper los esquemas de esta sociedad egoísta y patriarcal

Dice: “No me enmarco solo en lo clásico. He preparado presentaciones para niños con la participación de actores y guiones cómicos. Soy original en el vestuario que utilizo porque mi interés es atraer al público, enamorarlo, en especial a los jóvenes, y dejar de encasillarnos en temas que para la gente y para el público resulten inalcanzables”.

Confirma sus palabras cuando se la ve en el escenario, sobre el podio y con batuta en mano. Deja a un lado su timidez y hace prevalecer su personalidad para integrar y dirigir a decenas de músicos de alta calidad para lograr la armonía entre la orquesta y el público.

Sueña con presentar conciertos didácticos y llevarlos por todo el Ecuador, anhela trabajar en formatos sinfónicos que incluyan actores y recursos audiovisuales que lleguen de manera diferente a las audiencias y que logren impacto.

Con su manera dulce y serena de reflexionar y de sonreír a pesar de que está pasando, comenta que toda obra sinfónica lleva inmersa una historia que contar y puede dibujarse en la partitura con imágenes fuertes para provocar que el público sienta colores y sentimientos que expresen amor, soledad, tristeza, solidaridad, alegría, celebración y luto.

Ella cree que la gente merece explicaciones de lo que ve y escucha, porque la música es bella pero puede caer en lo abstracto, en lo poco comprensible y en la incapacidad de hacerse entender.

Pese a que el egoísmo o la ceguera institucional le han cerrado las puertas, no deja de luchar por sus objetivos y de buscar espacios donde desarrollar sus sueños.

No quiere seguir esperando una respuesta a sus innumerables cartas porque entiende que hay una clara actitud de discriminación en la indiferencia de las entidades a cargo de la música sinfónica en el Ecuador.

La Universidad Central de Quito le he dado la posibilidad de enseñar y ahora está a cargo de la cátedra de Dirección de Orquesta y Coral en la Carrera de Artes Musicales.

Desde esa posición pedagógica ya está moviéndose para crear nuevos proyectos y sacudir con su ejemplo y calidad a quienes le niegan el espacio.

Está consciente de que la lucha de las mujeres por ocupar los lugares que les corresponden es larga, es dura, es a contramarcha. Pero aspira a que, más temprano que tarde, las cosas cambien.

Así como sucede con muchas mujeres de alta calidad profesional, reconocida en su caso en más de 35 países, Andrea Vela entiende que solo con su trabajo y su tesón logrará romper los esquemas de esta sociedad egoísta y patriarcal.

Si a quienes la marginan no les sirve conocer que ella ha ganado la presea Matilde Hidalgo de Prócel, el premio a la Mujer del Año, la distinción como Mujer Símbolo y la exclusiva y prestigiosa membresía internacional de Conductors Guild, es hora de que termine la negligencia.

Negarle el podio de una orquesta a una virtuosa de la dirección sinfónica en su propio país es otro de los absurdos que vivimos en un Estado incapaz de conducir al Ecuador por un rumbo donde se reconozcan y promuevan el talento, el amor y la capacidad de quienes están muy lejos de la corrupción, la mediocridad y la insensatez.

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