
El horrible accidente de avión de Germanwings, de pronto, se convierte en crimen que cuestiona al personal de vuelo y a la misma empresa. ¿Por qué no pensar que se trata del acto final de una historia, en el producto fatídico de una antigua insania con características alucinatorias y delirantes?
La noticia de que muy probablemente habría sido el copiloto quien lo provocó no solamente que conmueve los afectos sino también los ordenamientos del sistema de aviación civil que nunca va a poder sospechar que un avión podría estar siendo comandado por un profesional al borde la locura. ¿A quién confían su suerte, su vida, millones de pasajeros que se desplazan por el aire, minuto tras minuto, día tras día? ¿Cómo es posible que un piloto enloquezca el rato menos pensado y termine acabando con su vida y con un grupo inmenso de gente inocente?
La locura consiste en la alteración casi total de los sistemas mentales y afectivos que organizan la vida en relación del sujeto consigo mismo y con los otros. Entonces se produce una suerte de ruptura de la unidad afectiva y lógica de la existencia. En su crisis, el psicótico vive otras realidades que incluyen personajes propios que, a su vez, construyen verdades absolutamente personales ajenas a la realidad social. Es el mundo del delirio y de la alucinación, un mundo creado en ese momento y, por lo mismo, absolutamente imaginario pero, al mismo tiempo, absolutamente real y verdadero para quien alucina.
Para quienes se hallan fuera de ese universo de significaciones, el psicótico vive un mundo falso e irreal. Sin embargo, para el paciente todo es lógico, real, verdadero e incuestionable. Por lo mismo, sus pensamientos, afectos y acciones responden a lo que está viviendo, exactamente igual a como reacciona un sujeto común y corriente ante los avatares y circunstancias de la vida cotidiana.
Según la poca información que se posee, Andreas Lubitz, el copiloto de Germanwings que se estrelló en los Alpes con 150 personas a bordo, habría sido atendido profesionalmente por síntomas que, parecería, dan cuenta de un cuadro psicótico: sentirse perseguido, escuchar voces, inconsistencia afectiva. Este cuadro ya habría determinado la interrupción de su entrenamiento que es retomado meses más tarde. Parecería que en la escuela de entrenamiento nadie averiguó nada respecto a las causas de la interrupción y a la clase de dolencia que padecía Andreas. Sencillamente, lo readmiten y lo gradúan.
Pero Andreas se profesionaliza en un campo particularmente sensible. Se gradúa como piloto con excelentes calificaciones. Pero la inteligencia, los afectos y las condiciones psíquicas son realidades distintas, aunque interrelacionadas. Grandes genios del mundo pasaron por período de profunda depresión sin que ello implique locura alguna. La psicosis pertenece al orden del misterio. Lacan, el psicoanalista francés, se confundió tanto al respecto, que diagnosticó de psicótico a Joyce, el genial autor de Ulises. Muchos de sus alumnos se comieron esta muela de molino sin atragantarse. La tristeza que se instala en la vida da cuenta de las profundas contradicciones de la existencia, hace evidentes los vacíos de sentido que caracterizan la vida cotidiana. Joyce se deprimía profundamente pero nunca perdía la razón.
De forma constante, su estado de ánimo habría oscilado entre la alegría-tristeza y la euforia- depresión. Esto se habría reflejado en la relación con su novia caracterizada por la inestabilidad, la ruptura, la cercanía y la distancia. Pero ello no da cuenta necesariamente de un cuadro psicótico que se caracteriza por una grave pérdida del contacto con la realidad. Andreas se deprimía pero también probablemente alucinaba y deliraba.
Los depresivos pueden ser suicidas pero no asesinos y menos aun, asesinos de un grupo entero que se encuentra en total indefensión, tal como acontece a quienes viajan en un avión. El suicidio evidencia la certeza de la inconsistencia absoluta de los principios y valores que sostienen la existencia.
Según la prensa alemana, la Fiscalía de Düsseldorf habría confirmado las sospechas de que Andreas Lubitz estaba bajo tratamiento psiquiátrico y que su médico le había prescrito la prohibición de volar: Andreas no debía haber trabajado el 24 de marzo. Sin embargo, rompe la prescripción prohibitiva y vuela.
Decir que alguien se encuentra bajo tratamiento psiquiátrico no es decir mucho. Tomando en cuenta las características de su trabajo, parecería que el hecho de romper la orden médica e instalarse en la cabina de los pilotos respondería más a una posición psicótica que desconoce las limitaciones y los riesgos más que a una actitud neurótica. Un buen neurótico habría tomado la prescripción y se habría ido a casa, rabo entre piernas, muy enojado y hasta con rabias. A lo mejor hacía un berrinche infantil pero habría analizado la seriedad de estar en la cabina de mando de un avión.
Los psicóticos son omnipotentes y dueños del mundo. Lubitz rompe la hoja médica, la convierte en nada, en inexistente e ingresa a la cabina como si nada. Y no es tan solo porque ama su trabajo, como anotan quienes lo conocían, sino porque un psicótico se ubica siempre y casi necesariamente, más allá de los límites que organizan la vida común. No es un perverso que desconoce la ley. Es un delirante para quien los límites desdicen de su propia gloria. Él lo puede todo. Sus compañeros del club aéreo eran testigos de que para él volar constituía su gran felicidad. ¿Sería volar, acaso, su misión existencial, esa misión, por ende, que no puede frustrarse por una simple prescripción médica?
Ícaro se cree omnipotente, desconoce que las plumas de sus alas están pegadas con cera. Hace caso omiso de las indicaciones de su padre de que no se acerque demasiado al sol porque se derretirá la cera. Asciende y se acerca tanto al sol que la cera se derrite y se desprenden de su cuerpo todas las plumas. Ícaro cae desde la altura y muere despedazado.
Es probable que en el momento en el que el piloto abandona la cabina y ante la inmensidad del mundo y su soledad, Andreas hubiese hecho una violenta crisis psicótica: en ese instante, a solas consigo mismo frente al infinito, se sabe dueño del mundo. Es Ícaro omnipotente y libre, pero también absolutamente perdido en sí mismo, absolutamente solo y desvalido. Andreas delira. El delirio transita entre la omnipotencia ilimitada y la experiencia abismal de la nada. Las verdades de la vida se hallan soldadas entre sí con la debilidad de la cera, aunque creamos que su consistencia es de acero.
No es que se resista a abrir la puerta al piloto. Andreas no lo escucha porque él mismo ya no está ahí, ya no tiene conciencia de ese otro mundo que acaba de abandonar de una vez por todas. No manipula la palanca de descenso para matar y morir. Él está solo, absolutamente solo. No quiere ni suicidarse ni peor aun matar a los otros. Andreas se abandona al vuelo infinito de la vida y de la muerte. Quizás en ese momento es presa de la experiencia de la libertad total. No tiene conciencia de la muerte a la que se precipita.
¿Debía el médico tratante comunicar a la empresa la incapacitad de su paciente? Si tenía un diagnóstico de psicosis o de algo similar, posiblemente habría sido esa su obligación.
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