
Con el pecho en alto. Con voz de un convencimiento total y gesto triunfal, el candidato Andrés Arauz cuenta al país que ha visitado a Nicolás Maduro y que se han puesto de acuerdo en las estrategias necesarias para repetir el modelo venezolano en su mandato. Lo dice totalmente convencido de que, finalmente, ha conseguido un muy buen argumento que desbaratará nuestras dudas y nos obligará a darle nuestro voto. Venezuela es el ejemplo paradigmático de América, modelo de desarrollo, de economía, de respeto a los derechos. Ejemplo de libertad y honorabilidad.
¿Es que el correísta Araúz cree que el país desconoce cuál es la verdadera situación de Venezuela? ¿Es que se ha contagiado de manera absoluta de esa perniciosa enfermedad llamada socialismo del siglo XXI? Parecería que desconoce la realidad que vive el país de Bolívar, del que se apropiaron, primero Chávez, y luego él, un camionero, que de política sabe tanto como de lo que significan justicia social, derechos humanos, defensa de los pobres y desprotegidos.
Uno de los países más ricos en petróleo importa combustibles. Pero está bien. Porque así son los revolucionarios del siglo XXI, especializados en apropiarse de todo para su enriquecimiento. Arauz pretende desconocer que nosotros estamos bien informados. Que el socialismo del siglo XXI no es más que una asociación de falsos políticos que tienen como objetivo apropiarse de los Estados para dominar a los incautos y perseguir a los opositores.
Señor Arauz, en Venezuela, hay millones de niños al borde de la desnutrición. Que, si enferman, difícilmente podrán conseguir los medicamentos necesarios. De Venezuela han salido millones de ciudadanos de todas las condiciones en pos de libertad, de trabajo, de vida.
Arauz pretende desconocer que nosotros estamos bien informados. Que el socialismo del siglo XXI no es más que una asociación de falsos políticos que tienen como objetivo apropiarse de los Estados para dominar a los incautos y perseguir a los opositores.
Por desgracia, un buen porcentaje de la población del país subsiste en medio de una gran pobreza material y cultural. Por ende, carece de información suficiente sobre la verdadera realidad de venezolanos y bolivianos. Desconoce que, en ciudades como Caracas, la población vive al borde la mendicidad, carente de los más elementales servicios de salud, educación y bienestar social.
Ya he hablado con Maduro, dice el candidato, como si nos estuviese dando la noticia de la bienaventuranza política y social. Ya he hablado con Maduro, el gran destructor del pueblo de Bolívar.
Para los electores, constituye un gran honor que el candidato haya ido a Venezuela a recibir, de primera mano, las estrategias a seguir para empobrecer rápidamente a un pueblo que, antes de Chávez y Maduro, fue rico, soberano, honorable, ilustre. Un pueblo al que Chávez y Maduro lo convirtieron en humilde e infeliz pordiosero.
¿No implica eso, candidato Arauz, pensar en una política que viva de la falacia y el latrocinio? El señor Correa, expresidente, ya tiene una condena y por ende, ya debería estar tras rejas y no enseñándole las estrategias para que usted, de llegar a la presidencia, sepa cómo hacer lo que él hizo, pero de mejor manera. Porque para eso sirve la experiencia. Usted, con las enseñanzas de Maduro y Correa, será la sumatoria perfeccionada de los dos.
¿Qué nos ha pasado como para que tan fácilmente una buena parte del electorado se esté dejamos convencer por esta clase de político? ¿Qué mal tan grande hemos cometido por el que fuimos y podríamos volver a ser castigados con la perversa política del correísmo?
Se necesita poseer una inmensa dosis de cinismo para vanagloriarse de que ya ha hablado con Maduro, de que ya está bien informado sobre los procesos. De que el país, en su gobierno, contará con el apoyo incondicional del gobierno de Venezuela.
Sin embargo, es preciso reconocer que una buena parte del electorado se halla al margen de estas verdades. Se trata de una población anhelante de un redentor que le saque de la pobreza, del desempleo, de la miseria. Por ende, una vez más, seguirá al falso redentor.
En buena parte, la política del país está destinada a ello. A crear las condiciones para que vengan y gobiernen estos salvadores.
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