
Un juego de imágenes se sucede: jóvenes enmascarados y/o encapuchados, atrincherados atrás de improvisadas barricadas se enfrentan con la policía, queman lo que encuentran a su paso, convierten la vereda en cantera para obtener piedras, lanzan bombas molotov, improvisan un arma: un tubo desde el cual desde el que disparan cohete ―que en otra oportunidad hubiese anunciado el inicio de una fiesta― que puede ser mortal. Sucede en ciudades distantes: Quito y Santiago.
Lo acontecido en Quito ha tenido el efecto de un sismo. El motivo: la eliminación del subsidio de combustibles. Se ha probado hasta la saciedad que beneficia en gran proporción a los más ricos. Eso no importa, su eliminación fue en punto central de las demandas del movimiento indígena (El canto de cisne del movimiento indígena).
El alza de los pasajes del metro en Santiago de Chile ha provocado una verdadera insurrección. Imágenes similares a las de Quito: jóvenes encapuchados y enmascarados enfrentados a la policía; estaciones de metro destruidas, hogueras, piedras. Un gobierno de derecha asediado finalmente se ve forzado a dar marcha atrás en la decisión.
Digresión 1: «Nosotros» es la primera persona del plural. Es la voz que supone algo que nos une, es la voz de una comunidad. El uso del «nos» implica que compartamos algo así como un mínimo común denominador, que no se pone en duda y que permite que el «nosotros» sea un principio de identidad colectiva. El «nosotros» es una convención lingüística que expresa una construcción histórica en el microcosmos en que nos movemos o en el macrocosmos de un país. Nosotros se opone a los otros.
Nosotros y los otros. «Nosotros» los vencedores, «nosotros» los derrotados y vejados, «nosotros» los que tenemos derechos, «nosotros» los que tenemos obligaciones, «nosotros» los que nos tomamos la ciudad, «nosotros» los que miramos impotentes su destrucción, «nosotros» los indios, «nosotros» los mishus. En Ecuador, el sismo ha resquebrajado el frágil «nosotros» en el que aparentemente nos identificábamos. Se ha puesto en evidencia un juego entre «nosotros» y «otros» sin el sustrato común que permita que la ecuación llamada país o nación o democracia tenga una respuesta. En Ecuador, ¿Existió alguna vez el «nosotros»? No creo: fue una aglomeración de «otros», unos con poder y recursos, «otros» carentes de lo uno y de lo otro.
EN ECUADOR, LA DEMOCRACIA NO HA PODIDO RESPONDER A LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD QUE RECONOZCA LA DIFERENCIA Y LA DIVERSIDAD SOBRE UN PISO MÍNIMO DE ACUERDOS Y QUE, AL IGUAL QUE EN CHILE, PERMITA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD MÁS EQUITATIVA, MENOS DESIGUAL.
En Chile hay un «nosotros» que vivió la violencia de la dictadura y un «nosotros» los jóvenes, aquellos que están fuera del sistema no por falta de capacidades sino porque los caminos están cerrados para ellos. Durante la protesta me llegó una imagen: en la parte superior un texto que decía: «Cada vez que la derecha te diga que la violencia no es la forma…», en la parte inferior una foto de La Moneda en llamas, el 11 de septiembre. Es un «nosotros» fracturado por la historia y la desigualdad.
Digresión 2: Conquistar algo de democracia ha significado para unas sociedades más que para otras: muertes, dolor y lágrimas. En unas, el caso de Chile, la democracia tenía una larga historia que tan solo tras dura y prolongada lucha pudo ser reinstaurada. Arriesgo una hipótesis: una democracia en que ha sido gobernada por la izquierda y la derecha casi alternativamente, no ha logrado cicatrizar las heridas del pasado ni ha podido abrir las puertas a una sociedad más equitativa. En Ecuador, luego de cuarenta años, la democracia aún tiene raíces débiles: se desplaza desde el caos político y la inestabilidad institucional, al autoritarismo. Pese a todo ha sobrevivido y, más allá del ritual de las elecciones y cambios de gobierno, ha permitido que se cimente una institucionalidad democrática tal vez exigua, pero no por ello menos importante.
En Ecuador, la democracia no ha podido responder a la construcción de una sociedad que reconozca la diferencia y la diversidad sobre un piso mínimo de acuerdos y que, al igual que en Chile, permita la construcción de una sociedad más equitativa, menos desigual.
Lo que es evidente en estos días es que la adhesión de amplios grupos sociales hacia la democracia y sus reglas mínimas se ha debilitado dramáticamente, si es que alguna vez tal adhesión existió. No tengo más que preguntas: ¿Es una debilidad intrínseca de la democracia el no poder crear una sociedad más equitativa, más incluyente? ¿La democracia desde sus inicios, estuvo inevitablemente capturada por élites voraces de derecha o de izquierda, más o menos populistas? ¿La democracia es un «nosotros» que excluye y sacrifica los sueños de la mayoría de los «otros»?
La democracia, arde! Por sobre el crepitar de las llamas se escuchan las voces de dos lúgubres coros: unas piden la restauración a cualquier precio del prematuramente envejecido orden; otras vociferan que es necesario instaurar, también a cualquier precio, un nuevo orden del que poco o nada podemos intuir salvo la referencia, escalofriante, al bolivarianismo. ¿Nuevos autoritarismos de vieja estirpe? ¿Se debe escoger entre Escila y Caribdis? La democracia arde y el fuego no ilumina la oscuridad.
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