
Deshacerse del adversario político es tan viejo como la historia de la humanidad. Nos acompañan violencias, celos y envidias casi como nuestra sombra. También somos hechos desde y para la violencia, porque ella está en nosotros al lado de las ternuras y respetos. ¿Acaso no nos dijeron siempre que quien bien te quiere te hará llorar?
Estas últimas elecciones han estado manchadas con la sangre de candidatos vilmente asesinados por supuestos adversarios políticos. Como si se hubiese producido una suerte de equidad absolutamente perversa entre diferencias políticas y una enemistad total en el plano social.
Entonces es absolutamente cierto que el hombre es lobo para el otro. Lobos que se enfrentan utilizado todos los medios posibles, incluido el asesinato para deshacerse de un enemigo que, en realidad, resulta ser absolutamente fantasmal. Desde el correato, el adversario político fue tratado como un auténtico enemigo que debía ser incluso físicamente eliminado.
En ese entonces, los adversarios políticos fueron tratados como insoportables enemigos personales. Más allá de que sobre él pese sentencia penal en firme, Correa sigue manejando no pocos hilos de la política nacional. Una presencia nada democrática.
En toda lid, hay ganadores y perdedores. Para unos estuvo la victoria que celebrar. Para otros una derrota que lamentar.
Sin embargo, tanto en la victoria como en la derrota entran en juego series de valores, de expectativas y, sobre todo, de nuevas miradas sobre el futuro inmediato del ganador.
De hecho, la posesión del poder ha sido, desde los inicios de la humanidad hasta nuestros días, uno de los objetivos primordiales de la existencia. Poder familiar, escolar, social, económico, político, religioso.
El poder consiste en la capacidad de administrar el presente y el futuro de los otros. También la capacidad de administrar la violencia y hasta la muerte. Porque para el poder, los otros se dividen en dos grupos: o amigos o enemigos. Para los unos hay dones. Para las otras persecuciones.
En democracia, el poder se convierte en una delegación de la ciudadanía para que el elegido administre y proteja, de la mejor manera posible, los bienes públicos. Por ende, deberá orientar su tiempo sus intereses, conocimientos y deseos a la tarea de lograr que su comunidad viva y se desarrolle en las mejores condiciones posibles.
Tan solo la democracia ha permitido que la rivalidad política se ubique en los espacios del bien, del respeto y de la equidad. En democracia, el poder pertenece al orden del servicio a la comunidad. Por ende, es indispensable estatuir una vigilancia para que el poder no sea pervertido por los infames.
Tirano es aquel que usa el poder para someter, sojuzgar, castigar e incluso destruir al otro visto y asumido como enemigo. En democracia, el poder se halla determinado por las leyes. Y su objetivo es el servicio a la comunidad.
Por sus obras los conoceréis. Por ende, es imperativo mantener una perenne vigilancia para que los santos y honorables de las campañas no se conviertan pen comunes malhechores.
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