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27 de Noviembre del 2020
Ideas
Lectura: 6 minutos
27 de Noviembre del 2020
Fernando López Milán

Catedrático universitario. 

Autoritarismo y elecciones
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¿Qué es lo que la gente quiere? Trabajo y seguridad. Por esta razón, el discurso asistencialista no tendrá suficiente acogida en las próximas elecciones. Tendrán acogida, en cambio, las propuestas mesuradas en las que esté muy clara la forma de realizarlas.

Se ha intentado explicar el ascenso y permanencia en el poder de líderes como Vladimir Putin, Tayyip Erdogan, Donald Trump y los presidentes “progresistas” latinoamericanos como casos de populismo. Más acertado sería explicarlos como manifestaciones de la ola de autoritarismo que se viene extendiendo por el mundo desde hace al menos veinte años.

La causa fundamental de este ascenso es la desconfianza de los ciudadanos en la democracia y el Estado de derecho. Frente a los desafíos actuales, las instituciones democráticas les parecen anticuadas e ineficientes, y las normas un obstáculo para enfrentar de manera rápida y adecuada tales desafíos.

Los ciudadanos piensan que la ley y la democracia han favorecido a las minorías —las antiguas élites o los migrantes, por ejemplo— y han dejado de lado a las mayorías. Y atribuyen a las instituciones democráticas, a las que llaman “el sistema”, los errores y la incompetencia de los gobernantes. Las normas y las tradiciones políticas, para estos ciudadanos, son una traba para el cumplimiento de sus expectativas y la satisfacción de sus necesidades.

Si el problema son las instituciones, hay que sustituirlas por los individuos: los héroes, los revolucionarios, los hombres fuertes. Por eso, en los países autoritarios o con democracias débiles, la persona, es decir, el líder político destaca sobre las instituciones.

La personalización de la gestión pública, característica de las democracias débiles o los autoritarismos, se manifiesta como apropiación privada de lo público. En las democracias consolidadas eso no ocurre. En estos países, es imposible encontrar en las obras públicas rótulos que proclamen, como ocurre con frecuencia en Ecuador, “obra de la revolución ciudadana”, o del alcalde tal o del prefecto cual o del partido X.

En un contexto caracterizado por la desconfianza en las instituciones democráticas, lo que busca el ciudadano es el imperio de la voluntad personal sobre la ley y, por tanto, elige como gobernantes a personas que dan la impresión de saber imponerse a las instituciones, y, de ser necesario, de pasar sobre ellas y ponerlas al servicio de su voluntad.

De la desconfianza democrática saca su fuerza el discurso de los líderes antisistema, y la gente vota por quienes cuestionan las normas y las tradiciones políticas de la democracia y deploran su “exceso de derechos”. Exceso que, para gran parte de los ciudadanos y los líderes antisistema, termina favoreciendo a las minorías y a los delincuentes.

Si hay desconfianza, hay incertidumbre. Y lo que quieren los ciudadanos es alguien que demuestre la fuerza de voluntad necesaria para imponerse de manera rápida y eficaz a las circunstancias que la generan.

En Ecuador, la crisis total que vivimos y la generalizada desconfianza en las instituciones democráticas parecerían favorecer, en las próximas elecciones, el voto por un líder autoritario. Sin embargo, ese líder no es parte de la presente oferta electoral, y Arauz, la marioneta de Correa, no tiene el carisma necesario para reducir la incertidumbre de los votantes frente a su futuro. Sin líder, el retorno del autoritarismo a Ecuador es bastante improbable. Además, a estas alturas, el discurso antidemocrático, carente del atractivo de la novedad, ha dejado de seducir a los electores, salvo a los “correístas” convencidos y a ciertos grupos de izquierda vinculados con la protesta de octubre de 2019.

Aunque es posible que uno de los candidatos del espectro “correísta”/izquierdista llegue a una segunda vuelta electoral y que los que jamás votarían por un banquero se unan a ellos, la mayoría de la población buscará un camino distinto al de la debilidad, representada por Moreno, y al del exceso, representado por Correa.

Aunque es posible que uno de los candidatos del espectro “correísta”/izquierdista llegue a una segunda vuelta electoral y que los que jamás votarían por un banquero se unan a ellos, la mayoría de la población buscará un camino distinto al de la debilidad, representada por Moreno, y al del exceso, representado por Correa. Con la experiencia aún viva del uno y el otro extremo, la gente optará por el punto medio y quien mejor lo represente.

¿Qué es lo que la gente quiere? Trabajo y seguridad. Por esta razón, el discurso asistencialista no tendrá suficiente acogida en las próximas elecciones. Tendrán acogida, en cambio, las propuestas mesuradas en las que esté muy clara la forma de realizarlas. La gente ya no quiere sobresaltos ni experimentos, quiere estabilidad; una de cuyas condiciones es el mantenimiento de la dolarización. Los que quieren minarla con medidas demagógicas como la renta mínima no tendrán el apoyo que esperan.

Los ecuatorianos van a seguir votando, como antes, por una persona y no por un partido ni una ideología. Pero la persona por la que voten será aquella que mejor encarne la sensatez, la experiencia y la responsabilidad.

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