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21 de Octubre del 2020
Ideas
Lectura: 8 minutos
21 de Octubre del 2020
Patricio Moncayo

PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.

Las batallas simbólicas
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Tienen poco valor práctico. Esconden quizá la incapacidad de producir hechos concretos que produzcan cambios reales en la sociedad. Más bien crean un clima de racismo, pues son actos que chocan con la historia, con las tradiciones y con una nueva y diferente estructura social.

Los intentos de derribar la estatua de Isabel La Católica realizados en La Paz, Bolivia, y en Quito, pretenden implantar el enojo étnico como forma de expresión política.

Según Francis Fukuyama (2016) los estados indígenas tanto el azteca como el inca no estaban tan institucionalizados como se creía. El relativamente fácil desmoronamiento de su poder lo confirma. La existencia de divisiones al interior de estos imperios permitió a los conquistadores españoles encontrar aliados locales gobernados mediante la represión. Tal fue el caso de Atahualpa y de Huáscar enfrentados por la sucesión al trono. Pese a comprender inmensos territorios, ambos imperios eran muy débiles. De ahí que se hicieron añicos “en grupos étnicos y tribales y no se reconstruyeron jamás”.

En Tras las huellas de Rumiñahui, Tamara Estupiñán (2003) escudriña en las bibliotecas y archivos de Quito, Cusco, Lima y Washington importantes datos que le permitieron escribir una historia diferente de la que nos fue impuesta. En ella se aprecia “la violencia de lado y lado -de indios contra indios, de españoles contra indios y de españoles contra españoles”. 

Ahí reside el valor de la investigación académica, rigurosa, bien documentada y no sesgada, investigación iniciada y desarrollada por blanco mestizos, como Pio Jaramillo Alvarado, Camilo Destruge, Oscar Efrén Reyes, Gonzalo Rubio Orbe, Luis Monsalve Pozo, Piedad y Alfredo Costales, Ileana Almeida.

El padre Juan de Velasco, jesuita criollo riobambeño, planteó la existencia del Reino de Quito “paralelo y comparable al de los incas”. Chimamanda Adichie, escritora nigeriana, dice que “la única historia crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos.  Hacen de una sola historia la única historia” (La Nación 28 de diciembre de 2015).

Sabido es que sobre la conquista y colonización españolas de América hay una leyenda rosa y una leyenda negra. Ninguna de las dos se ajusta a la realidad. Ambas tienen algo de verdad. La capacidad de discriminar lo verdadero de lo falso en el relato histórico, o de situar lo que para unos es verdadero y falso para otros, evita la ceguera y los chauvinismos  de un lado y de otro. Permite entender la complejidad de la realidad y la necesidad de construir acuerdos que beneficien a las partes.

El descubrimiento de América, como bien lo anotan Jaime Durán y Santiago Nieto (2018), produjo un terremoto conceptual. Colón no solo encontró nuevas tierras. Dio la razón a Galileo Galilei y a Copérnico, con quienes se pusieron las bases de la ciencia y de su desarrollo. El Santo Oficio condenó a Galileo y al sistema copernicano.

Las diferencias étnicas no deben ser usadas para la guerra. Paul Collier y otros expertos rescatan el valor de tales diferencias para movilizar a las poblaciones para el desarrollo y no para la creación de conflictos. El caso de Suiza lo confirma: con sus sólidas instituciones ha logado conjugar las aspiraciones de numerosos grupos de distintas nacionalidades existentes a su interior. Irvin Yalom, psiquiatra y escritor, da a esta perspectiva un fundamento filosófico: “no hay que negar que las uniones más estrechas proceden de los opuestos (…). Mente y corazón, racionalidad y sentimientos se buscaron uno a otro con una necesaria afinidad, y de ello se produjo la unión de las naturalezas más diferentes”. 

Tienen poco valor práctico. Esconden quizá la incapacidad de producir hechos concretos que produzcan cambios reales en la sociedad. Más bien crean un clima de racismo, pues son actos que chocan con la historia, con las tradiciones y con una nueva y diferente estructura social.

¿Cambia en algo la realidad si se celebra la fundación de Quito en otra fecha? Rafael Quintero, como concejal, propuso hace décadas “la celebración de la resistencia y no la masacre de los indios como día de Quito”. En la Alcaldía de Augusto Barrera se cambió la letra del Himno a Quito, lo cual provocó el rechazo de los quiteños. El presidente de México pidió al rey de España que pida disculpas a América por la conquista de hace quinientos años.     

Son batallas simbólicas que tienen poco valor práctico. Esconden quizá la incapacidad de producir hechos concretos que produzcan cambios reales en la sociedad. Más bien crean un clima de racismo, pues son actos que chocan con la historia, con las tradiciones y con una nueva y diferente estructura social.  

¿Cómo entender y justificar el sincretismo religioso que se dio en la colonización de América? Porque, siguiendo el hilo de la narración de la leyenda negra de la conquista española, también se le debería pedir al Papa que se disculpe por la acción evangélica de la Iglesia Católica durante la colonia. Y se deberían echar abajo las imágenes y esculturas de las Iglesias. Igual revocar la implantación del castellano como lengua oficial. Y prohibir el uso de la ciencia y de la tecnología, por provenir de Occidente. Y reivindicar el saber ancestral como el único verdadero y válido. 

Esta ola que se refugia en el pasado para cosechar réditos en el presente puede suscitar un regreso al oscurantismo y un rebrote del racismo, no anacrónico sino actual. La emergencia de los grupos supremacistas que salieron de sus guaridas con el triunfo de Trump en los Estados Unidos revela la coincidencia o proximidad de los radicalismos ideológicos que se valen de las diferencias étnicas para justificar los pogromos y la barbarie de la raza superior o del pueblo elegido.

Rodolfo Stavenhagen (2008) señala un norte para el liderazgo indígena: apostar al logro de nuevos marcos jurídicos, desde reformas constitucionales y leyes sectoriales que recojan las demandas y aspiraciones de los pueblos y comunidades indígenas y precautelen sus condiciones de vida. Se trata de un liderazgo más en la vía de Gandhi -la no violencia activa- que el de Maquiavelo o Clausewitz , más afín con el concepto de  “la guerra como la continuación de la política con otros medios”.

Ello supone inscribirse en el juego democrático para crear efectivamente un estado multiétnico que se sustente en una ciudadanía étnica, como la que propone Saúl Velasco Cruz (2008) que consiste en crear un camino viable para la aplicación práctica de la autonomía. En esta línea sitúa la ciudadanía étnica como un medio para canalizar los distintos reclamos indígenas en el conjunto de derechos sociales, políticos, cívicos y culturales de toda la población. Lo acontecido en Bolivia con el triunfo del MAS muestra que es posible ventilar en democracia y con inteligencia estratégica diferencias no sólo étnicas, sino económicas y sociales.

Se debe conciliar la perspectiva autonómica del movimiento indígena con una visión integradora e integral del país. El Ecuador es un estado unitario y sobre esta base cabe construir acuerdos entre todos los grupos sociales y étnicos que lo conforman, rescatando el valor de los conocimientos ancestrales y de los avances científicos, en la perspectiva de una visión humanista que reconozca la existencia de una sola raza humana. Una visión construida en base al diálogo y al entendimiento en la diversidad.

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