
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
En política, el término binomio designa al conjunto de dos personas que conforman una unidad. Se supone que, para participar en un proceso electoral, ambos integrantes tienen coincidencias que van más allá de las coyunturas o de las urgencias. Si un candidato escoge a un compañero o compañera de fórmula, inclusive dentro de una alianza política, espera que, de ser el caso, lo sustituya para continuar con un proyecto previamente acordado.
Cuando Velasco Ibarra inmortalizó el conflicto con el “Ronco” Zavala afirmando que el vicepresidente de la República era un conspirador a sueldo, puso el dedo en la llaga de un sistema electoral que en lugar de contrapesos establecía colisiones. Elegir presidente y vicepresidente en listas separadas podía derivar –como en efecto ocurrió con la elección de 1968– en una confrontación inmanejable. La respuesta para superar este atolladero fue la imposición de los binomios en la Constitución de 1978. Y no solo para las primeras magistraturas del Estado.
Las desavenencias entre los equipos del binomio correísta son un secreto a voces, por más que quieran disimularlas hasta concluir las elecciones. Además, se notan: no solo que cada candidato anda por su lado, sino que yuxtaponen sus roles.
A pesar de las buenas intenciones con las que estuvo empedrado este camino al infierno de la democracia formal, la crisis del sistema político ha vuelto a echar por tierra estas ilusiones institucionales. Los últimos años han sido pródigos en rupturas de varios binomios sólidos y, en algunos casos, aparentemente indestructibles. Lenín Moreno, quien en su momento fue presentado como adalid del proyecto verde-flex por el mismísimo Correa, terminó metiendo a la cárcel a Jorge Glas, su compañero de fórmula y hombre de confianza del Mashi. Primer y único caso en nuestra historia en que el rompimiento llega a esos extremos.
A Yaku Pérez tampoco le fue muy bien con su primer binomio. Bastaron 48 horas para que sus propulsores se percataran de que las alianzas deben tener un cierto grado de coherencia. Y que, en caso de reemplazo, no se puede entregar el mando a alguien que conduzca el proceso hacia las antípodas. Ya le había sucedido con la actual viceprefecta del Azuay, quien llegó al cargo de su mano pero que hoy se ha convertido en su enemiga acérrima. Aunque teóricamente milita en Pachakutik, ya no se sabe si trabaja para el correísmo o para el socialcristianismo.
El pintoresco candidato de Unión Ecuatoriana también tuvo que afrontar la renuncia de su compañera de fórmula a tres semanas de las elecciones. Ella lo acusó de ocultarle información, de falta de transparencia y hasta de violencia política. Más divergencias, imposible.
Las desavenencias entre los equipos del binomio correísta son un secreto a voces, por más que quieran disimularlas hasta concluir las elecciones. Además, se notan: no solo que cada candidato anda por su lado, sino que yuxtaponen sus roles. Hay momentos en que Carlos Rabascall hegemoniza su presencia mediática hasta opacar a Andrés Arauz, inclusive para proponer desatinos (hasta en eso le disputa el liderazgo). En una reciente entrevista en Ecuavisa ofreció más soluciones milagrosas que su compañero de fórmula, y de paso habló como eventual presidente. Él es, a no dudarlo, la verdadera carta de Correa. Más temprano que tarde ese binomio sacará chispas.
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