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15 de Julio del 2015
Ideas
Lectura: 7 minutos
15 de Julio del 2015
Rodrigo Tenorio Ambrossi

Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.

Borra y va de nuevo
Algunos han seguido hablando del Papa, unos con entusiasmo, con sobriedad otros y hasta con cierto pesimismo no pocos. Porque el país político social, económico y hasta ético no va a cambiar. Quizás ni tendría por qué cambiar pues una golondrina no hace el verano ni un aguacero el invierno. El mundo sigue igual aunque no en la dimensión del pesimismo de Campoamor: Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual. Pese a todo, el cambio camina en múltiples dimensiones y sentidos y desde los diferentes actores sociales.

No pocos estuvieron convencidos de que la visita del Papa Francisco provocaría un cambio importante en los modos de vida política y social del país. Es decir, que los gobernantes inaugurarían algunos cambios en el manejo político y también que los gobernados asumirían nuevas actitudes en su relación con el poder. Además, hubo quienes, posiblemente no pesimistas sino realistas, dijeron que, luego de un paréntesis pequeño, las cosas seguirían igual que antes. Es posible que la verdad se distribuya más entre los realistas del segundo grupo que entre los optimistas del primero.

“Usted me ha citado demasiado”, le dijo el papa Francisco al presidente. Probablemente habría querido señalar que no existía esa suerte de identidad entre su discurso y el del presidente Correa. El presidente citó al Papa, no solo en su discurso, sino también en las numerosas y costosas pancartas con la imagen y textos del Papa con las que se sembró el territorio visual de Quito con el ánimo de que esos textos ingresaran igualmente en el territorio ideativo de los ciudadanos hasta equiparar los pensamientos del Papa y del presidente. Pero nadie se detiene cinco minutos en plena vía a leer una pancarta convertida en libro. Errores en los que se cae desde la fascinación política y que se convierten en pingües ganancias para los grandes publicistas que nunca pierden la oportunidad de hacer su agosto.

Algunos han seguido hablando del Papa, unos con entusiasmo, con sobriedad otros y hasta con cierto pesimismo no pocos. Porque el país político social, económico y hasta ético no va a cambiar. Quizás ni tendría por qué cambiar pues una golondrina no hace el verano ni un aguacero el invierno. El mundo sigue igual aunque no en la dimensión del pesimismo de Campoamor: Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual. Pese a todo, el cambio camina en múltiples dimensiones y sentidos y desde los diferentes actores sociales.

Muchos aun nombran al Papa Francisco y lo citan y comentan sus diversas actitudes frente a las situaciones que debió vivir, incluida la recepción de la carta de la Conaie de manos de una niña convertida en correo porque las rutas normales se cerraron de súbito. Todos, incluida la Conaie, tenían muchas cosas que palabrear al Papa que anduvo con sus propias palabras por aquí y por allá pero también con su silencio luego de lo de San Francisco. El poder posee la capacidad de manipularlo todo.

Pero las voces se trituran en el molinillo del tiempo y se esparce como ceniza en el viento de los días. La gente no cree ni más ni menos. Tampoco se ha llenado de mayor desesperanza por saber que nada cambia. El agua corre en el mismo cauce y no se detiene. El poder sigue siendo el mismo y repitiendo su mismo discurso tanto de bienaventuranza como de descalificación. Los impuestos van porque van. La reelección indefinida va porque va.

También el maltrato va porque va. De igual manera, se ha vuelto a repetir aquello de que si se desea la paz es preciso preparar la guerra. Las calles volverán a llenarse de manifestantes en contra del gobierno mientras en otras calles caminarán y gritarán quienes lo defienden. Esto es bueno para la democracia porque el silencio conduce al cementerio. La vida es protesta y anhelo, disconformidad y esperanza. ¿Por qué al poder, del orden que fuese, le asustan tanto las protestas?

Los expertos insisten en que la crisis económica es más seria de lo que suponen los no entendidos y los ingenuos, más seria de lo que afirman quienes pertenecen y quienes no pertenecen a los bandos políticos gubernamentales y no gubernamentales. No tiene mucho sentido calificar a unos de opositores al régimen porque es una posición nada política pero sí demasiado moralista y muy útil para las descalificaciones. Cuando el moralismo sustituye a las reflexiones políticas, aparecen el caos y la prepotencia, la ira y la rebeldía.

El Papa sabe que ya no se puede hablar de religión al margen de la vida social, económica y política. Quizás la religión se haya convertido en una forma de interpretar el mundo del futuro desde lo que se hace y se deja de hacer ahora, desde la defensa de los derechos ciudadanos, desde el ecosistema, por ejemplo. El cielo y el infierno están aquí, en medio de nosotros, y lo sabemos muy bien. Están en ti. Por eso aparecen los políticos salvadores de la patria. Todos salvan a la patria pero nadie me salva a mí, dice el ciudadano, A lo mejor la diferencia entre los actuales y los antiguos predicadores radique en que estos ofrecían el paraíso después de la muerte mientras que para los actuales es preciso vivir bien ahora en el único tiempo verdadero. El Papa ya no habló de la salvación eterna sino del derecho a la dignidad de la vida.

Por aquí y por allá han aparecido las voces que nos hablan de que hay un país de antes y un país de después de la visita papal. Tal vez, aunque no se sepa cuáles son ni en dónde se encuentran las rutas por las que recorren ese antes y ese después. Pero sí hay un antes y un después de los actos políticos que transforman los procesos sociales y económicos. La política podría acaparar el poder suficiente como para cambiar hasta las raíces de los pueblos en bien o en mal. ¿Qué es el bien, cómo identificarlo y asumirlo? ¿Por qué el poder cree poseer todo el saber sobre lo que conviene a los otros? Por dos sencillas razones: cree que nunca se equivoca y sabe cómo hacer sufrir al otro de tal manera que ello aparezca virtud.

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