
Manta, 10 P.M, luna llena, noche despejada, zona rosa. Cientos de chicos saltan sobre una fogata arengados por la brisa marina. Algunos adolescentes se elevan con sagacidad felina, otros son menos ágiles y son acariciados por la pira que suelta esquirlas turquesas. El fuego va consumiendo mascarillas, frascos que contienen alcohol, recetas médicas, fotografías de familiares fallecidos y crucifijos. El ritual catártico avanza a ritmo de reggaetón, existe un ambiente totalmente festivo pero al mismo tiempo descontrolado. Los chicos que llevaban más de catorce meses sin salir de sus casas o con salidas esporádicas para hacer alguna compra en un supermercado o farmacia de pronto se sienten afiebrados por un huracán de libertad. La razón principal: al fin recibieron la segunda dosis de la vacuna contra COVID-19. Aparentemente la pandemia y su impronta de pánico, fiebre y tumba ha terminado.
Los chicos vacunados se sienten inmunes frente al virus letal. Han regresado a “Plaza del Sol”, un lugar emblemático de la zona rosa, ubicado a tres cuadras de la playa, donde antes funcionaban bares y discotecas, allí solían reunirse para bailar y beber. Llegó COVID-19 y clausuraron ésta rambla de más de doce locales de diversión nocturna. Definitivamente, la pandemia estaba destruyendo la época de máxima libertad endorfínica de jóvenes que soñaban con devorarse al mundo. La luna va migrando del blanco al rosado iluminando la celebración báquica. Los vientres tersos de las adolescentes colisionan, las pupilas se tocan y elevan. No más mascarillas ni barbijos, adiós puto gel, ahora sí a seducir y sucumbir orgásmicamente hasta el final de los tiempos, de los latidos y del infinito.
No hay espacio para la duda ni el dilema, nuevamente la ciencia controla al dramático memento mori susurrado por la naturaleza a nuestra especie. Otra vez la ciencia ha recuperado la brújula del futuro. Volvemos a ser las criaturas invencibles e irresponsables que se sienten dueñas del planeta. Algunos chicos lanzan silbadores apuntándolos al cielo, otros no dejan de tomarse selfies con sus amigos mientras beben ron, vodka o aguardiente desde el gollete de la botella. Estallan camaretas en lo más alto del cielo. Los abrazos son profundos, las lágrimas de encuentro reales, las salivas se confunden, los besos son el himno eléctrico de una manada extática.
Más allá del tumulto, a pocas cuadras de “Plaza del Sol” dos chicas toman vino alrededor de una tímida fogata. Desde un pequeño parlante escuchan y tararean Creep de Radiohead, “when were here before, couldn´t looking your eye, just like an angel, your skin make my cry…”. Brisa y Romina saben que no hay mejor reencuentro que desde la profundidad melancólica de la voz de Tom York. Siguen hipnotizadas por la voz de York, sus miradas colisionan, acarician sus cabellos, cierran los ojos. Nuevo encuentro eléctrico de sus labios, los piercings de sus lenguas se atraen, los latidos aumentan mientras la marea sube.
No todo es eros y endorfinas. A tres kilómetros de la zona rosa se ha montado un improvisado mitin. Un grupo de jóvenes están reunidos a las afueras de una iglesia. Escuchan obnubilados la voz de Oscar, un muchacho totalmente rapado, de ojos claros, que desde el techo de un jeep 4x4, utilizando un megáfono, predica a una pequeña multitud: “al otro lado de la ciudad el pecado se ha disfrazado de ciencia, allí el demonio ha convocado al cuerpo impuro, que ahora se solaza de tener inmunidad ante el virus. No los dejaremos disfrutar su orgía destructora, tenemos que purificar nuestra ciudad.” Decenas de otros chicos y chicas, rapados levantan sus puños, están totalmente enardecidos. Es una turba adolescente de terraplanistas que creen que las vacunas son satánicas y la pandemia había llegado para purgar al planeta de espíritus decadentes y conspicuos. Tienen tatuadas pequeñas cruces negras en la nuca, los chicos se hacen llamar los cruz negra.
Los cruz negra se sienten dueños de un viento justiciero, son el resultado de una metódica educación escolástica, sumada a ráfagas de educación militar y a una adicción extrema a la adrenalina a través de juegos en línea. Éste instante no saben si se encuentran conectados a Fortnite o Free fire, lo real es que ésta nueva aplicación en tercera dimensión les permite oler pólvora y sangre real. Armados de bibias, bates de béisbol e incluso pistolas automáticas son parte de una nueva cruzada. Se sienten poderosos porque en nombre de dios “todo lo pueden”. Algunos disparan al aire esperando la orden de su líder para iniciar el ritual purificador. Oscar, los ha hecho rezar el padrenuestro, después modificando el tono de voz los arenga: “Al muelle todos, vamos a salvar a ésta ciudad. Dios sí, vacunas no.”
Otra vez la ciencia ha recuperado la brújula del futuro. Volvemos a ser las criaturas invencibles e irresponsables que se sienten dueñas del planeta. Algunos chicos lanzan silbadores apuntándolos al cielo, otros no dejan de tomarse selfies con sus amigos mientras beben ron, vodka o aguardiente desde el gollete de la botella
Los cruz negra suben a sus camionetas, jeeps y motocicletas. Rápidamente llegan hasta la fiesta de los chicos báquicos que celebran el fin de los tiempos del barbijo. Los negacionistas se lanzan, armados de una fe descompuesta a golpear a los jóvenes dionisiacos. Reparten patadas, batazos y puñetes. Incluso algunos se animan a disparar con sus pistolas a los que intentan una reacción violenta. Se da un enfrentamiento entre dos fuerzas universales en permanente colisión: eros y tánatos. Los tanáticos creen en redenciones y castigos divinos; los mundanos, se dejan llevar por sus sentidos, defienden su libertad para disfrutar extáticamente de la vida. Se escuchan gritos, alaridos, ráfagas, vidrios rotos. La batalla campal se ha iniciado. El ritual purificador ha devenido en una manifestación de fuerza bruta totalmente asimétrica. Los chicos que celebraban terminan huyendo, otros logran desarmar a la horda salvífica de los cruz negra, los báquicos más audaces estrellan sus botellas de licor en el pavimento para transformarlas en improvisadas armas corto punzantes.
El panorama es desolador, hay cuerpos de chicos abatidos sobre las veredas, mientras otros rapados continúa su ritual febril repartiendo batazos a frágiles adolescentes. La pandemia continúa, la irreductible e irracional peste no ha muerto, está allí, disfrazada de fe.
Ulular de sirenas, tiros al aire, griterío, llanto. La policía llega a poner algo de orden en medio del desafuero y el dolor. Suenan estallidos de gases lacrimógenos y tiros al aire. La turba negacioncita se siente predestinada y no duda en enfrentarse a los gendarmes lanzando piedras, palos e incluso disparando. Un oficial de rasgos achinados, encuentra a un muchacho pelirrojo con las pupilas dilatadas recostado en una acera, respira con dificultad, sangra profusamente desde el esófago, quién te disparó, le pregunta el oficial, los cruz negra, responde el báquico, desde sus hilachas de vida. El oficial llama desde una radio a otros oficiales pidiendo ambulancias y refuerzos. Ordena disparar al aire y si es necesario apuntar al cuerpo, repite algo asustado que los rapados están fuera de control.
Después de varios minutos algunos terraplanistas son inmovilizados, a empujones suben a un camión militar. La mayoría de ellos exudan alegría por haber cumplido con su misión catártica, el dolor repartido a tanta criatura descarriada ha sido un mandato divino. Sienten orgullo de ser apresados, algunos escupen a los gendarmes.
Mientras tanto, Brisa y Romina siguen los latidos de su ritual epifánico, demasiada libertad, nuevamente la misma canción. Besan sus pezones, y acarician sus clítoris con precisión. Sus vaginas lubrican torrencialmente ante tanta excitación, hay una mezcla de ternura, rebeldía y total consciencia de sus cuerpos. La bacanal es interrumpida por un grupo de cruz negras que han escapado por la playa de la redada policial, “qué hacen pecadoras”, grita Adriano un chico rapado de mirada enardecida y nariz aguileña que las encandila mientras detiene su moto.
Desenfunda su pistola, Brisa le grita, ¿qué haces, tienes tanto miedo a la libertad?, ¿quieres matarnos?. Adriano las mira inmutable, pero Oscar, el líder de la secta lo desautoriza. Le grita: baja el arma, es mi hermana. Adriano, se indigna, da un giro y dispara al cielo, ¿no hemos aprendido nada?, no podemos detener nuestra cruzada por ningún motivo. Los otros cruz negra quedan algo perplejos ante la contradictoria escena. Algunos dudan, otros rumorean. Oscar, respira, levanta la voz, mirando al grupo: “el perdón también es un mandato divino. Vamos a descansar.”
Brisa y Romina, aprovechan la confusión de los cruz negra para huir, mientras la luna cómplice ilumina un sendero entre acacias y ceibos.
Suena otro estruendo, Oscar ha caído impactado por un proyectil en su frente. Los negacionistas quedan en silencio, paralizados por el miedo, una camareta estalla a lo lejos. Adriano, los mira, y pontifica, “no tengan miedo, el demonio siempre sabe disfrazarse.” Los negacionistas dejan el cuerpo sin vida de Oscar en la orilla, la marea trae a la playa una mascarilla usada. Desde el destartalado parlante suena: “but I´m creep, I´m a weirdo…”
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