Están arrasando la ciudad.
Un árbol significa espacio; espacio significa metros; metros significan construcción; construcción, dinero. La ecuación del avance urbano no es sino dinero y metros cuadrados de construcción.
La madera ha sido sustituida por el cemento; las hojas de los árboles, por tejas; los pájaros, por antenas; sus cantos, por los pitos de los automóviles.
Los árboles de cincuenta, cien, doscientos años que había en las cercanías del Río Chibunga han sido talados. Los límites de la deforestación coinciden con los de la urbanización.
Huyendo de sus colinas arrasadas, dos búhos han tomado nuestra casa como refugio. No vienen todos los días. Al principio apareció solo uno: el macho. Y luego se le unió la hembra. Suelen pasar largas horas posados en la pared del Estadio Olímpico de Riobamba, que linda con nuestra casa.
¿Por qué, de entre todas las casas de la vecindad, prefirieron la nuestra? Quizá porque el nogal, las dos higueras, las matas de sábila, el arupo, la yedra, el césped del patio trasero les habrán recordado el ambiente ahora devastado de sus colinas. Además, en la casa ya no hay niños cazadores como los de mi tiempo, que, armados de horquetas o resorteras, se aventuraban en los ralos bosques que rodeaban la ciudad, buscando un pájaro contra el que pudieran probar su puntería. El Nanco era el mejor: sus piedras, dirigidas por su diabólica puntería, nunca erraban el blanco.
Los búhos nos miran con atención. Tuercen su cuello hasta 270 grados y, desde la pared del estadio, nos miran dándonos la espalda.
En ocasiones vuelan hasta la chimenea de la cocina. El miércoles 21 de octubre de 2020, la hembra estaba parada, sin moverse, al lado de la chimenea. En el pico, dice mi hermano, llevaba algo, tal vez comida, que dejaba caer a través del ducto de cemento.
¿Por qué, de entre todas las casas de la vecindad, prefirieron la nuestra? Quizá porque el nogal, las dos higueras, las matas de sábila, el arupo, la yedra, el césped del patio trasero les habrán recordado el ambiente ahora devastado de sus colinas
En la noche, dentro de la casa, mi mamá y mi hermano escucharon unos ruidos poco habituales. “¿Qué es?”, “¿Qué suena?”, se preguntaron. Afinando el oído, se pusieron a escuchar con atención. “¿Es el búho?”. “¡Es el búho!”, concluyeron.
A la mañana siguiente, la hembra seguía en el mismo sitio. El macho, al parecer, se había caído dentro de la chimenea. Llamaron al 911 y llegó la ayuda. Llegaron, primero, dos policías en moto, que quisieron subir al tejado para rescatar al búho, pero no tenían guantes para protegerse de sus garras.
Mientras llamaban a los bomberos llegó su capitán. Después de recibir las explicaciones de sus subordinados, subió hasta la chimenea, introdujo un tubo de PVC, intentando, sin éxito, tocar al búho, y tomó con su celular una foto que no reveló nada. Mientras uno de los policías motorizados llamaba a la Policía Ambiental, llegaron los bomberos. Estos, luego de descartar, por desatinada, su primera idea: lanzar agua a presión por debajo del ducto —cuya base está cegada— para que el búho saliera volando, introdujeron una linterna por el caño. Para entonces, los miembros de la Policía Ambiental ya habían llegado, trayendo una canasta para subir al búho que no supieron cómo utilizar.
Después de algunos minutos de no saber qué hacer, “ya nada, mi don”, le dijo uno de los policías a mi hermano, y, “12-73”: “contactar muerto”, en la jerga policial, a su compañero. Se fueron, entonces, las dos motos, el patrullero, el carro de la Policía Ambiental y el carro de bomberos.
Hoy, 23 de octubre, la hembra sigue aguardando o velando al macho. Le falta la palabra para quejarse, para exigir, para maldecir. La falta la palabra para sacarse, como los humanos, el dolor que los debilita, la duda que los enloquece, la impotencia que los disminuye.
Para alguien que siente, ¿puede haber mayor tragedia que la mudez?
P.D.
En la tarde del 23, llamaron a William, el “Gnomo”, un especialista en todo; una especie de MacGyver criollo. Estuvo en la casa el sábado temprano. Junto con mi hermano pesaron todas las posibilidades y se decidieron por hacer un horamen en una de las paredes de su cuarto que da a la base de la chimenea. Armado de un martillo y una punta, el “Gnomo” golpeó, perforó, midió, localizó al búho y lo sacó. Cuando lo llevaron al patio de atrás, débil y un poco atontado por el encierro, dio unos cuantos pasos, aleteó y descansó.
Luego, probablemente a causa de la luz y el polvo que produjo el rescate, cerró el ojo derecho, mi hermano dice que fue un guiño y, otra vez libre, voló.
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