
Al inicio de la pandemia, además de los múltiples relatos pseudocientíficos que intentaban explicar al nuevo virus, surgieron dos lecturas filosóficas acerca de la emergencia sanitaria global, la del esloveno Zizek y la del surcoreano Byung Chul Han. Slavoj Zizek creía que la pandemia sería “un golpe mortal al capitalismo” porque provocaría un fluir de conciencia colectivo, liberador, iconoclasta que impulsaría procesos revolucionarios. Byung Chul Han era menos optimista, planteaba que la revolución no la iba a hacer el coronavirus y que nuestra sociedad globalizada y capitalista se confinaría y aislaría más fortaleciendo el establishment. En enero del 2021, cuando la cifra oficial de contagiados alcanza las 100 millones de personas con más de 2'200.000 víctimas fatales, la interpretación del surcoreano, pese a su crudeza, parece ser la más objetiva.
Respecto al manejo de la pandemia, Byung Chul Han planteó que los países orientales con gobiernos autoritarios como China, Singapur, Surcorea y Japón serían capaces de controlar la expansión del temido virus porque se basaban más en una tradición cultural confucionista que permitía la irrupción del Estado en la vida privada. Éste absolutismo sempiterno ahora funcionaba como Estado policial digital que aumentaba su poder al tener abundante información sobre la vida privada de cada ciudadano. La big data terminaría siendo más efectiva que cualquier vacuna porque la gente no veía una contradicción insalvable entre autoritarismo e individualidad. Un sistema político de control y vigilancia fundamentado en algoritmos e inteligencia artificial para controlar la vida social de las personas, aunque parece siniestro es una opción real. Éste momento existe una diferencia descomunal en el número de fallecidos entre Estados Unidos y China: 420000 muertos en la tierra de la libertad y 4800 en la dictadura oriental.
Definitivamente, el individualismo, un componente fundamental del neoliberalismo, se ha profundizado. Yuval Noah Harari sostiene que en la pandemia se ha visto un desfase entre el trabajo científico, que ha avanzado vertiginosamente para conocer y enfrentar a COVID-19 y la falta de liderazgo de la clase política mundial. Harari no está lejos de la realidad porque si entendemos que una pandemia es un problema mundial no podemos creer en soluciones locales o regionales. Lamentablemente, según datos de la OMS, el 95% de vacunas han sido acaparadas por 10 países. Los “líderes” mundiales no creen en las soluciones globales, la globalización funciona para vender mercancías no para distribuir vacunas, y menos gratis.
Un sistema político de control y vigilancia fundamentado en algoritmos e inteligencia artificial para controlar la vida social de las personas, aunque parece siniestro es una opción real
La semana pasada, el gobierno ecuatoriano anunció con un despliegue mediático impresionante la llegada de 8000 vacunas, lo paradójico es que ése mismo día el gobierno de Lenín Moreno entregó 8500 pistolas a la policía. Recibir 8000 vacunas de Pfizer, después de haber seguido al pie de la letra los dictámenes del FMI, resulta una burla para un país que diariamente suma más de 2000 contagiados por COVID-19. La geopolítica toma cada vez más importancia para poder sobrevivir como nación. ¿Nos ha servido de algo alinearnos a nuestro socio principal?, ¿existe en éste país una estrategia de cooperación y solidaridad o simplemente quieren exprimirnos? Mientras no tengamos soberanía y sigamos siendo una Banana republic seguiremos siendo un referente mundial de cómo no se debe manejar una emergencia sanitaria.
El business new deal del que hablaba Zizek ha terminado siendo una quimera, estamos lejos de cambiar el paradigma económico y ecosocial del mundo. La OMS, respecto a la distribución de vacunas, habla de un “catastrófico fracaso social”. Somos una especie solitaria y devastadora, en occidente y oriente; con capitalismo o socialismo.
En 1995 vi Doce monos, la delirante película del director Terry Gilliam. El film de ficción se basa en los sucesivos viajes en el tiempo de un prisionero, James Cole, que intenta salvar a la humanidad, la misma que había quedado reducida al 1% de la población total después de la propalación de un virus.
La película, suscitadora y apocalíptica, era una visión esquizofrénica de un no future que estaba latente. COVID-19 es un virus de origen animal, no de un siniestro plan orquestado por alguna potencia mundial, lo que sí es cierto es que su crecimiento exponencial supera los avances científicos del homo sapiens. El ser humano está en la cuerda floja, tal vez siempre lo estuvo desde el momento en que pensó que la naturaleza era su propiedad.
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