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12 de Noviembre del 2019
Ideas
Lectura: 4 minutos
12 de Noviembre del 2019
Gabriel Hidalgo Andrade

Politólogo y abogado. Docente universitario.

Caída de Evo
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Sin alternabilidad no hay democracia, y sin democracia no hay paz, hay violencia. Evo Morales y su partido político son los únicos responsables de la violencia, conmoción y caos que experimentó Bolivia.

Tras 20 días de encendidas protestas renunció Evo Morales, presidente de Bolivia. Morales fue un presidente de izquierda autoritaria y populista que se ganó el masivo rechazo popular tras perder el referendo de reelección, tras torcer la Constitución de su país para reelegirse y por adulterar los resultados electorales para conservar el poder. Esto tumba definitivamente la hipótesis de que las protestas regionales son izquierdistas.

Los socialistas del s. XXI sueñan con la masificación regional de las revoluciones marxistas, pero lo que hay es la explosión de variadas muchedumbres, no monolíticas, organizadas en las redes sociales que impugnan la corrupción y que exigen participar en la adopción de decisiones públicas. El sueño de la primavera latinoamericana se cae y se levantan nuevas presunciones teóricas sobre multitudes que operan al margen del sistema de instituciones, no ideologizadas de forma generalizada, ni reclutadas en ningún tipo de militancia partidaria, gremial o sindical.  Lo que sucede en Chile, por ejemplo, no es producto de ninguna izquierda sino de una sociedad que exige equidad.

Si la sociedad boliviana, mayoritariamente indígena, se movilizó masivamente para rechazar a un presidente indígena, indigenista, populista y de izquierda caudillista, el populismo de izquierda se queda sin relato. No hay tal revolución bolivariana, ni ninguna primavera proletaria. Hay un intenso agotamiento de las instituciones representativas contemporáneas, de los partidos políticos populistas, del sistema estatal de corrupción y, en este clima, el resurgir de una sociedad civil harta de la totalización de la política en los partidos, en las instituciones, en los gremios o en las ideologías. Es la consolidación de una específica cólera popular que diluye las mediaciones estatales para conectarse directamente con sus líderes mesiánicos. Es el agotamiento de los sistemas de instituciones, el resurgir de un populismo pragmático, la profundización de la polarización social y el reemplazo de la representación clásica sustituida con un sistema personalista. En lugar de ser la pluralización democracia es la fanatización de la política.  

Si la sociedad boliviana, mayoritariamente indígena, se movilizó masivamente para rechazar a un presidente indígena, indigenista, populista y de izquierda caudillista, el populismo de izquierda se queda sin relato.

Tal vez no lo sabemos pero el modelo de Estado de Derecho está en riesgo por la corrupción de los gobiernos, el hermetismo de sus decisiones, el elitismo y la inmovilidad de sus integrantes, el autoritarismo de los gobernantes, el caudillismo de sus organizaciones políticas y el fanatismo de sus seguidores. Sin una sociedad políticamente organizada en procedimientos e instituciones quedará la prepotencia caudillista y el camino a la consolidación de los extremismos de tendencia fascista. El antídoto es virar el sistema representativo a otro más plural.   

Es paradójico. El principal líder indígena del hemisferio, icono de la marginación y exclusión latinoamericana, se anquilosó en el poder, marginando y excluyendo a otros de su propio partido político como del opositor, evitando que esos otros se hagan cargo del gobierno, todo para evadir la auditoria pública de las cuentas durante su administración y encendiendo las protestas en Bolivia.

Sin alternabilidad no hay democracia, y sin democracia no hay paz, hay violencia. Evo Morales y su partido político son los únicos responsables de la violencia, conmoción y caos que experimentó Bolivia.

Por último, ¿Bolivia sufrió un golpe es Estado? Si la renuncia de Morales no vulnera las normas jurídicas de sucesión constitucional, si no se ha producido un reemplazo repentino del poder presidencial sino que, al contrario, se encuentra en acefalía y, salvo que no se celebraran elecciones y emergiera algún grupo de presión que buscara apropiarse del poder por la fuerza, se verifica que lo sucedido en Bolivia no es un golpe de Estado. 

@ghidalgoandrade

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