
Abogado y periodista guayaquileño. Ha colaborado en medios impresos y radiales de su ciudad. Actualmente cursa una maestría en Derecho de Empresa.
A propósito de la acertada y valiente decisión del diario La Hora al haberse declarado en resistencia, comparto con ustedes algunas reflexiones...
Ya había mencionado que con Ley de Comunicación o no, el gobierno intentaría callar a los medios de comunicación libres sin omitir esfuerzo alguno. Es que mientras los precios suben, la pobreza sigue siendo un problema y otras realidades preocupan a los ecuatorianos, al gobierno solo le preocupa callar a quienes opinan diferente. Es que declaró a los medios de comunicación sus enemigos y no les ha dado tregua.
Opinar en este país es casi un deporte extremo. Cada semana intento compartir con ustedes algunas ideas apoyando aquello que considero que se hace bien, criticando los desaciertos y proponiendo alternativas a aquello que se puede mejorar.
Hay muchos mitos que intentan hacer pasar por verdades: dicen que los dueños o directivos de los medios nos indican lo que debemos escribir, falso, jamás he recibido ni siquiera una insinuación de cuál debe ser el tema a tratar y menos la opinión que debo expresar, incluso en un tema en particular he sido muy crítico con esta revista y jamás se me censuró por opinar aquello. Dicen que nos mueve el odio al actual régimen, falso, esta actividad de opinar ha sobrevivido a todo tipo de gobiernos y gobernantes, además no he tenido ningún reparo en reconocer los aciertos del actual huesped de Carondelet. Dicen que nadie nos lee y nadie nos cree, falso, si fuese cierto no nos criticarían y no se tomarían la molestia de tenernos presentes siempre en los corazones ardientes y las mentes lúcidas.
Lo que si es cierto, es que hacer opinión y pensar diferente no es fácil, más aún cuando desde el poder se ataca e intenta desprestigiar a quienes escriben opiniones contrarias. En Ecuador el actual gobernante ha llegado a límites insospechados en el insulto, intentando comparar nuestro trabajo con acciones delicuenciales como el sicariato, hoy nos llaman sicarios de tinta.
Cuando los tribunales de justicia -o autoridades de control- son manejados por una sola persona y a través de viciados procesos, se busca encarcelar opositores, ser sicarios de tinta se convierte en todo un reto, pero al mismo tiempo, esto implica un compromiso más fuerte con nuestros lectores porque los gobiernos pasan, las dictaduras acaban, los tiranos desaparecen, pero los ciudadanos quedamos y somos quienes vivimos y escribimos la historia.
Los esfuerzos de aquellos pocos medios que aún resisten y no se han dejado callar, nos comprometen a los ecuatorianos a seguir luchando por la libertad de expresión, a pesar que el terreno está peligrosamente minado.
Callarnos sería apátrida y un acto de cobardía. Como ciudadanos, nuestro rol es caminar con pasos firmes hacia la construcción de un Estado donde nuestros derechos puedan ser ejercidos con libertad y nuestras plumas no tengan el peso de la autocensura que deshumaniza y vuelve hipócrita la tinta sobre el papel.
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