
Desde el 2015, con la caída del precio del petróleo y particularmente en los últimos meses cuando aparece la crisis sanitaria y económica por efecto de la Covid 19, queda al descubierto toda la falta de previsión y ahorro, así como todos los errores de política económica habidos y por haber de los revolucionarios. Esto hizo evidente que el experimento de transformación socialista del siglo XXI —caracterizado por el sometimiento y la autocracia en lo político y el privilegio del rol del estado en lo económico— fracasó estruendosamente en Ecuador, al igual que en el resto de países que se embarcaron en esa misma alucinante aventura, y esto hay que cambiarlo.
Creo que los indicadores de pobreza, pobreza extrema, el crecimiento del ingreso promedio total y sobretodo de los quintiles más bajos y la calidad de los servicios públicos básicos confirman la necesidad de este cambio. Estos indicadores no son compatibles con el supuesto ideal de justicia e igualdad, ni con los estándares de país exitoso que le vendieron al país por tantos años, no obstante de los extraordinarios precios del petróleo que tuvieron en la mayor parte de su mandato y del propio gran endeudamiento que vino a la par.
La principal falla resulta de la actuación del Estado. Por tanto, es sorprendente que ciertos candidatos presidenciales ofrezcan más de lo mismo, lo que significa tratar de apagar el incendio con gasolina. Los errores de esta estrategia de desarrollo están a la vista y pueden sintetizarse en:
Los equilibrios macro, que son fundamentales para iniciar un despegue de crecimiento, fueron totalmente desestimados, y el relax fiscal conllevó el consabido desequilibrio en la balanza de pagos y el aumento de la deuda, la misma que además buscaba posponer cualquier medida de ajuste y tapar todas las irresponsabilidades fiscales. Las consecuencias de ello: no alcanzaron a la inflación gracias a la dolarización, pero no hemos podido evitar una gran recesión y un efecto crowding out poderoso en la inversión y la balanza comercial.
No necesitamos más Estado, sino uno más moderno y eficiente para iniciar un sendero sostenido de crecimiento económico, combatir la pobreza y generar oportunidades para todos. Esto es, cambiar de modelo, para que la pandemia no sea el preámbulo de otra década pérdida
La función primordial del Estado que es la de precautelar el orden público para garantizar el estado de derecho ha fracasado rotundamente. La evidencia es que el narcotráfico y la delincuencia se han tomado las calles y plazas de nuestras ciudades. La extrema violencia en octubre 2019 no pudo ser controlada y representa un pésimo antecedente para los intentos de hacer reformas que son necesarias, pero no necesariamente populares.
El Estado tampoco ha sido capaz de transitar hacia una sociedad con igualdad de oportunidades, por cuanto la educación no es solamente cobertura, sino fundamentalmente calidad, y ésta es claramente insuficiente para romper el círculo de la pobreza.
En salud se ha incrementado la capacidad instalada y se ha destinado muchos más recursos. No cabe duda, pero la satisfacción ciudadana no ha aumentado en la misma proporción. La respuesta es que la calidad de la atención no ha mejorado, por cuanto ésta no se alcanza solamente con más recursos, sino con mejor gestión. La corrupción en tiempos de pandemia es una muestra de ello.
En conclusión no necesitamos más Estado, sino uno más moderno y eficiente, para iniciar un sendero sostenido de crecimiento económico, combatir la pobreza y generar oportunidades para todos. Esto es, cambiar de modelo, para que la pandemia no sea el preámbulo de otra década pérdida, que en palabras de cierto candidato, se aspira que sea 50 años al mejor estilo de los Castro en Cuba, los Ortega en Nicaragua o la dupla Chavez-Maduro en Venezuela.
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