Hay evidencia científica contundente de que el calentamiento global está alterando el clima en el mundo entero. La actual temporada de huracanes es la más destructora desde que hay registros, con Harvey e Irma, Katia sembrando destrucción en el Caribe y Estados Unidos, causando pérdidas económicas incalculables y llevándose decenas de vidas humanas. Cuando escribo estas líneas, el huracán José (que ocurrió en simultáneo con Irma y Katia la semana pasada, en la primera ocasión en la historia en que hay tres huracanes simultáneos en el Atlántico), está girando en el océano y aún podría llegar a las costas norteamericanas.
Y téngase en cuenta que la temporada de huracanes solo va por la mitad. El Centro Nacional de Huracanes de EEUU prevé que, hasta el fin de la temporada, en noviembre, haya entre 14 y 19 huracanes en el Atlántico. Solo ha habido nueve.
Harvey ya fue definido por fuentes oficiales como la tormenta que más lluvia ha causado en EEUU desde que existen mediciones. El fenómeno se quedó estancado sobre el sur de Texas derramando trillones de litros de agua, llegando a 850 mililitros en Cedar Baoyou, en el condado de Harris, Texas. Inundó por completo a Houston, la cuarta ciudad más grande del país. Produjo 60 muertos, inundó a más de 500.000 vehículos y los daños se calculan entre 30 y 50 millardos (mil millones) de dólares.
Cuatro días después de la llegada de Harvey a Rockport, Texas, saltó el aviso de Irma, que nació cerca de Cabo Verde, en África, y atravesó el Atlántico, ganando en tamaño y convirtiéndose en el huracán más fuerte de que se tenga registro. Si Harvey tuvo de 325 km de ancho, Irma llegó a tener 685 km, con una superficie más grande que el territorio continental del Ecuador. Se convirtió en una monstruosa fuerza destructora que afectó a Anguila, devastó Barbuda, y causó terribles daños en Antigua, San Bartolomé, las partes francesa y holandesa de San Martin, las islas Vírgenes tanto británicas como estadounidenses, San Bartolomé, Turcos y Caicos, República Dominicana, Haití, Puerto Rico, Cuba y Estados Unidos. Los daños aún son incalculables, pero superarán los 100 millardos, y la cuenta fatal ya va en 59 muertos.
Verdad que estos huracanes no fueron causados por el cambio climático, pero —como lo han repetido los científicos— es casi una certeza que no habrían sido tan poderosos si no los hubiera alimentado la evaporación del agua del mar, causada, a su vez, por un Atlántico y un Caribe con temperaturas promedio inusualmente altas.
Pero los huracanes no son los únicos fenómenos extremos de este año. Todos hemos oído de la ola de calor en Europa desde la primavera. A la que sufrieron este agosto en Italia y los Balcanes se la llamó “Lucifer” por su calor infernal. En Córdoba este año hubo cinco olas de calor (más de tres días con temperaturas sobre 41,7 grados oC), además de que el pueblo de Montoro (a 40 km de Córdoba), alcanzó el 13 de julio un triste récord: la temperatura más alta jamás alcanzada en España y Europa desde que existen registros: 47,3 oC (ese día en Córdoba hizo 46,9 oC ).
Esto sobre el calor, pero también Europa ha sufrido inundaciones, como las de este fin de semana en la costa oeste de Italia, en especial en Liguria y Toscana, con al menos seis muertos en Livorno. Y eso sin mencionar las del año pasado en Francia y Alemania, que dejaron 12 muertos. De todos estos fenómenos los meteorólogos dicen que son “sin precedentes”, “nunca vistos”, pero ya la ola de calor de 2003 en Europa fue “sin precedentes”, o sea que el clima va de romper un récord a otro.
Alguna información nos han traído diarios y canales sobre los furiosos monzones de estas semanas en el sur del Asia, pero debería haber sido mayor, porque son aún más destructivos: al 2 de septiembre, las inundaciones y derrumbes habían dejado 1.300 víctimas mortales y casi 41 millones de damnificados, de los cuales 16 millones son niños, según la Unicef. Los países más afectados son Bangladés, India, Nepal y Pakistán. Los expertos las consideran las peores inundaciones en décadas, y se espera que haya problemas de abastecimiento de alimentos, pues estas también afectaron las cosechas.
Todos estos fenómenos son solo una muestra de lo que los científicos esperan para el clima en los años siguientes. Es decir, si es que el alza de temperatura media anual coincide con la ocurrencia de huracanes, ciclones, monzones y tifones más fuertes y olas de calor más agudas, y no hacemos nada para cambiar ese aumento de temperatura que proviene de los gases de efecto invernadero, no es extraño que los científicos predigan que estos fenómenos se van a dar con mayor frecuencia e intensidad en el futuro.
La conexión entre el calentamiento global y el clima es compleja. Pero, como dice David Leonhardt, columnista del New York Times, “los seres humanos deben estar dispuestos a lidiar con la complejidad”. Es compleja porque no es verdad que el cambio climático solo traiga huracanes más destructivos con lluvias más abundantes y vientos más fuertes, sino que, en otras partes del mundo, de ordinario secas, el cambio climático causa sequías aún más extremas.
Repitamos. Siempre ha habido huracanes, monzones, sequías, olas de calor e inundaciones. No son producto del cambio climático, pero sí lo es que estos fenómenos se vuelvan monstruos climáticos extremos. Es el entorno el que ha cambiado y ello ha sido provocado por la humanidad, haciendo a las tormentas más intensas y más largas, a las sequías más radicales y prolongadas. Como dicen los científicos, el clima sigue su curso natural, pero los fenómenos son más fuertes y por eso están rompiendo récords y, lo peor, lo seguirán haciendo.
Como escribió el profesor de sistemas climáticos de la Universidad de Stanford, Noah S. Diffenbaugh, en el New York Times: “Mis colegas y yo hemos establecido recientemente que el cambio climático ha aumentado las posibilidades de que se produzcan olas de calor que batan récords en el 80% del planeta y que en un 50% de la Tierra se produzcan acontecimientos extremos de precipitaciones o de sequía”.
Lo que sí es nuevo es el derretimiento del Ártico, a través del cual ya es común que transiten barcos en verano, sin necesidad de rompehielos. Según “Climate Central”, este agosto las temperaturas de las partes no heladas del mar de Barents estuvieron 11 grados por encima de la media y la temperatura en tierra del Ártico estuvo dos grados por encima de la media. Ello aumenta la altura del mar y la vulnerabilidad de las costas (como las de Florida, por ejemplo, manicuradas para tener las playas más bellas, y que por eso mismo sufrieron inundaciones nunca vistas con el paso de Irma).
Y es que 2016 fue el año más cálido de la historia (2015 y 2014 también lo fueron), y por 37º año consecutivo, los glaciares alpinos están en retroceso, y lo mismo podemos decir, a ojos vista, de los de nuestras montañas nevadas. De niños aprendimos que algunas de ellas tenían “nieves perpetuas”. Con el calentamiento global, se acabó esa perpetuidad y en 50 años probablemente no queden sino restos pequeños de glaciares en el Chimborazo, el Altar, el Cotopaxi, el Antisana y el Cayambe, como ya no quedan en aquellos que en nuestra juventud tenían imponentes glaciares y “nieves perpetuas” como el Iliniza Sur, el Sincholagua, el Cotacachi o el Tungurahua.
Lo asombroso es que, a pesar de todo lo que dicen los científicos, Scott Pruitt, jefe de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de los EEUU, diga que sería “equivocado” y “muy, muy insensible” hablar del cambio climático en relación con estas tormentas extremas. Ya sabemos que Pruitt es un negador del cambio ambiental y un enemigo de la propia agencia que Trump le dio para que comandara, y también sabemos que en estos meses se ha dedicado a desmantelar todas las medidas para control de emisiones y protección del ambiente que Obama había expedido. Pero se necesita cara dura para dar la vuelta al argumento: él y la industria petrolera y del carbón, a la que se debe, son los verdaderamente insensibles, a tal punto que influyeron en la decisión de Trump de retirar a EEUU, el segundo mayor contaminador del planeta, del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático; cambio que, según dijo en su día Trump, es “un invento de los chinos”.
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