
Se dicen muchas cosas sobre las notorias protestas en Chile. Se ha planteado, por ejemplo, que el incremento del pasaje en el metro (cuatro centavos de dólar), el cual gatilló situaciones de violencia y nihilismo a un nivel extravagante, no es la causa de fondo en marea de incidentes que se han derramado, como un aguacero, sobre aquel país.
Varios intelectuales han señalado que la verdadera causa de los saqueos; incendios a edificios y personas; el rocío generoso de gasolina a mujeres policías; y el uso sistemático de proyectiles pétreos, se explicaría y justificaría desde los estragos de un determinado modelo económico. Señalan que la economía de mercado ha sometido al pueblo chileno a la más encarecida miseria, la desesperación asfixiante, y unan serie de carestías inimaginables. Para ellos, los eventos deben ser percibidos como una revolución emancipadora, que solo puede compararse a las gestas épicas descritas en las novelas de Victor Hugo, y referidas a la revolución francesa.
¿Pero es esto verdad? ¿Son los manifestantes chilenos, que despedazan vitrales con experticia pasmosa y que se apropian de cuanta mercancía encuentran disponible, los nuevos ediles de la llama prometeica de la libertad? Revisemos los datos.
El PIB per cápita, nominal, chileno es de 16,079 dólares; mientras que el mismo indicador en Venezuela, un país donde también se han llevado a cabo protestas este año es de 3,374; por otro lado, en Haití, isla donde en este momento se han levantado notables manifestaciones es de 857 dólares. Chile es el país con mayores ingresos Per Cápita de la región (superado en determinados momentos por Uruguay).
En lo que respecta a índice de pobreza por ingresos Chile mantiene la cifra del 8,6% de pobreza, mientras Venezuela alcanza el 76%, superando incluso a Haití que tiene el 68%. Una vez más, la pobreza parece no ser el tema más conflictivo de la tierra de Neruda, por lo menos en relación a los atribulados casos que se ha mostrado aquí.
¿Qué hay con el desempleo? Pues bien, en Chile el índice de desempleo ronda el 7,2%, mientras que en Venezuela está alrededor del 44, 3 %, por su parte la cifra parta Haití es de 13,5%. Aparentemente, la falta de trabajo no puede explicar el descontento de los amables ciudadanos de Santiago.
En este punto, algún ilustre pensador podría decir que la razón para la ebullición de furia colectiva que azota cada centro comercial, carente de barricadas de acero, es la desigualdad. Sí, aquella injusta condición que hace que los ricos acaparen recursos en desmedro de los pobres (según las mitologías derivadas del marxismo). En atención a esta posibilidad, valdría revisar el índice creado para medir desigualdad, es decir el Gini (este nos mostraría 0 como la sociedad más equitativa, y 100 como el escenario más inequitativo posible). Cabe decir sin embargo que el Gini en Chile es de 46,6; el de Venezuela 46,9; y el de Haití, 41,1. Es decir que incluso ahí los números de la tierra de Violeta Parra están por encima de los de Venezuela. Sí, el modelo chileno es más equitativo que el venezolano, los números no mienten. De todos modos, la diferencia no es significativa. Algo que llama la atención en este punto es que Haití ostenta la condición de una sociedad más igualitaria, que los otros dos ejemplos. Sin embargo, dudo que el nivel de vida de un ciudadano promedio de aquel país, despierte la envidia de la comunidad internacional.
Otras cifras parecen explicar las ventajas de Chile frente a diversas sociedades del continente. Así por ejemplo, el índice de libertad económica del país del cono sur (medido por Heritage Foundation) es de 75.5 sobre 100, mientras que en Venezuela es de 27; y en Haití de 49.6 sobre 100. A esto se debe añadir los números relativos a libertades políticas. Por ejemplo, aquel propuesto por Freedom House, que plantea que Chile es un país con libertarias civiles y políticas en torno al 94 sobre 100, Venezuela ha sido evaluada con 19 sobre 100, y Haití con 41 sobre 100.
No se necesita ser un matemático teórico, ni un físico nuclear, para entender que todas las escalas serias, relativas a la calidad de vida, le dan a Chile una notable superioridad sobre otros países en los que también se han generado protestas. ¿Y entonces, como se explica la enconada violencia de las manifestaciones en el país de condorito? Para responder a esta pregunta planteo tres hipótesis.
1. La privación relativa.
Es probable que los chilenos vivan mejor que sus vecinos, pero este bienestar económico, general, puede generar infelicidad, aunque suene paradójico. Especialmente cuando se te obliga a ver el progreso de las personas que tienes frente a tu nariz.
Aquello se conoce como ¨privación relativa¨. El concepto fue desarrollado por el doctor Ted Gurr, y puede definirse como la sensación permanente que merecemos más de lo que tenemos, a pesar que lo que tenemos no sea poco. Para ilustrar esta idea, imagínese un estudiante universitario de clase media, en Santiago, que deba trabajar repartiendo pizza a medio tiempo para balancear sus necesidades. El sujeto en cuestión podría consumir una buena cantidad de calorías por día, tener ropa parecida a la de los cantantes de la tele, una bicicleta de montaña, o u auto usado con el que sorteará los laberintos urbanos todos los días. Sin embargo, nuestro sujeto tendrá presente una imagen permanente que mordisqueará las fibras más sensibles de su espíritu. La contemplación milimétrica cada mañana de un antiguo conocido suyo que surca las calles al interior de un BMW último modelo en compañía de su insoportable gato raza ashera de nueve mil dólares. Nuestro hombre hipotético mantiene un nivel de vida bastante mejor al promedio de sus pares en Perú, y Bolivia, ni se diga en Venezuela y Haití, pero le molestará, sobre manera, la existencia de personas ricas, con mayores recursos que los suyos, ostentando sus ventajas todo el tiempo. En efecto, Chile es uno de los países con más millonarios en la región, y, por lo tanto, una pantalla permanente de aquellas cosas que desearíamos, pero no siempre podemos tener. La privación relativa no es un concepto baladí. Ted Gurr, plantea que grandes rebeliones y protestas de intensa violencia han surgido en torno a ella. Tómese el ejemplo de los chalecos amarillos en Francia. Un grupo de personas de clase media, en una de las sociedades más ricas del mundo, peleando en la calle como si el mundo se acabara, por el anuncio de la subida de ciertas carcas fiscales a los combustibles. Sí, pasa muchas partes, y es una situación relativamente común.
2. El recuerdo de la dictadura.
Chile fue escenario de una de las dictaduras más brutales del siglo xx. Augusto Pinochet gobernó aquel país desde 1973 hasta 1990. Durante su mandato se cometieron más de tres mil asesinatos políticos, desapariciones y torturas de refinada perversidad. Varias familias chilenas tienen en su memoria el recuerdo de algún familiar que tuvo que exiliarse o que fue víctima de abusos militares. Es imposible que esta conciencia colectiva no haya represado una serie de sentimientos negativos hacia las normas instauradas en la dictadura, como la Constitución, o hacia el modelo económico que algunos dicen era defendido fervientemente por el líder autoritario (si bien el ministro de finanzas Sergio de Castro Spikula, líder de los Chicago Boy, fue separado del cargo en 1982 a favor de un modelo menos liberal y con mayor participación del estado).
Lo cierto es que para varios sectores el recuerdo de las atrocidades de un régimen criminal, debe, obligadamente ser vinculado a ciertas doctrinas de naturaleza económica. En ese sentido valdría recordar a Ernesto Laclau quien siguiere que los grupos anti hegemónicos han de ser hábiles a la hora de articular en torno suyo varios conceptos de ambiguo significado, a fin de generar bloques discursivos sólidos. La falsa dicotomía entre las ideas de justicia y derechos, frente al individualismo y el mercado ha sido manipulada por sectores políticos, con intereses manipulativos, aunque los números desmientan ampliamente aquella visión binaria y cerrada.
La falsa dicotomía entre las ideas de justicia y derechos, frente al individualismo y el mercado ha sido manipulada por sectores políticos, con intereses manipulativos, aunque los números desmientan ampliamente aquella visión binaria y cerrada.
3. El tedio existencial.
Uno de los primeros en teorizar sobre el inaprensible tedio existencial fue Soren Kierkegaard. Para el filósofo danés la desesperación es un momento imprescindible donde reconocemos el quiebre entre tiempo y eternidad, y donde, a través de la contemplación de la finitud, podemos reconocernos a nosotros mismos. Martin Heidegger tomaría estas ideas y las desarrollaría diciendo que "en la angustia resplandece el ser". La desesperación es inevitable. Los personajes atormentados de Dostoievski, cobran vida en torno a este sentimiento opaco y abrumador. El fenómeno es universal. Todos nos sentimos inconformes con algo.
Los manifestantes chilenos podrían tener condiciones de vida muy superiores a las de sus pares en otros países, pero esto no necesariamente los priva del tedio existencial. La diferencia está en que en su entorno intelectual, más sofisticado, los discursos se han enfocado poderosamente hacia la privación relativa y los significantes vacíos en torno a falsas dicotomías, con notable carga ideológica. De ese modo se les hace posible recurrir a la paz mental de las fórmulas, poniendo todo el peso de una existencia atribulada, en enemigos invisibles, como el mercado y la libertad individual. Están enojados y consideran que su enojo les otorga una posición moral que los redime de arruinar a cientos de familias que han visto el ahorro de sus vidas saqueado o incendiado a nombre de consignas de opaca significación.
"Si algo puede decirse, entonces puede decirse claramente" decía Ludwig Wittgenstein, dando a entender que aquellos enunciados caóticos y los referentes oscuros no significan realmente nada, en la medida que no pueden explicarse de forma concreta. Ese parece ser el caso de las diversas y poco concretas explicaciones que hemos escuchado en torno a las protestas en Chile. Al final del día, no es necesario tener una causa objetiva para dejarse llevar por impulsos elementales relativos a la violencia y el colectivismo. Basta con existir, reconocer el tedio de esa existencia y encontrar algún concepto, de sencilla enumeración, a quien echarle la culpa de nuestro abatimiento.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



