
En su infinita mayoría, niñas, niños y adolescentes, regresan felices a clases, luego del período vacacional. Unas vacaciones pasadas fundamentalmente en casa, con pocas estrategias de diversión que no sean las que surgen de las rutinas domésticas. Las vacaciones no solo son buenas sino indispensables. Sin embargo, llega a un momento en que tanto para la familia como para chicas y muchachos se vuelve casi imperativo retornar a la cotidianidad escolar. La escuela constituye, luego de la casa, el lugar más propio y personal para la inmensa mayoría de niñas y niños, de chicas y muchachos
En general, se retorna a una misma escuela que, en ese período vacacional no ha cambiado en absoluto. Ahí están las mismas aulas, tal como las dejaron el último día de clase: con los mismos rayones, con esos mismos pupitres que, desde hace mucho tiempo, claman por sus reemplazos,
Ancestralmente, el sistema educativo, desde su Ministerio, ha caminado al ritmo de una tortuga artrítica. Un pobre Ministerio en el que no se ven cambios sistémicos. Un Ministerio que funciona con la inercia de la repetición. Un Ministerio para el que la repetición y la tradición asegura su sobrevivencia. El sistema educativo es alérgico al cambio.
Parecería que sus recursos económicos son atávicamente pobres, apenas de sobrevivencia. Pero parecería que también es un Ministerio pobre, muy pobre en iniciativas que lo rediman de un ostracismo ancestral. Lo más común es permitir que el tiempo pase dejando su huella de oprobio. Así no reciben atención alguna en el período vacacional.
Si los niños y muchachos encontrasen una escuela renovada físicamente, iniciarían sus estudios con suficiente entusiasmo y alegría. Una escuela maltrecha provoca rechazo y hasta depresión.
Cuando se convierta al futuro en el punto de llegada de todo el proceso educativo, entonces, el país cambiará de manera radical. Pero para lograrlo, hace falta una auténtica revolución en el sistema.
Tampoco se renuevan maestras y maestros que volverán a repetir lo mismo que dijeron año tras año. Ignoran que en la repetición no necesariamente está el saber sino la mediocridad.
Pese a su inmensa importancia, la educación no ocupa el primer lugar en las políticas públicas. Tampoco es la última rueda de ese coche que no posee la fuerza suficiente para moverse seguro y rápidamente hacia el desarrollo y sus beneficios. Porque se trata de un sistema tan antiguo se lo deja que funcione con su propia inercia.
Por ende, no se toma en cuenta que si algo cambia en el mundo es preciosamente el saber y las metodologías de enseñanza. Además, las nuevas generaciones son cada vez más diferentes y más demandantes. En no pocos casos, podrían hallarse a años luz de sus propios maestros. Las nuevas generaciones cuentan con estrategias de información de las que carecen no pocos maestros y profesoras.
¿Cuán modernizada se halla la educación básica, media y superior del país? Quizás sea la educación la que más nos certifica como tercermundistas. Parecería que nos agrada tanto el apelativo que no se hace nada para salir de ese pozo que, con frecuencia, es de ignominia. Sin embargo, se tiene la impresión de que aquello no es suficientemente doloroso y pesado como para sacudir y regenerar a las autoridades del país.
El punto de llegada de una verdadera educación es el futuro y no, como parecería acontecer entre nosotros, la repetición de un pasado que resulta ominoso para las actuales condiciones del mundo.
Cuando se convierta al futuro en el punto de llegada de todo el proceso educativo, entonces, el país cambiará de manera radical. Pero para lograrlo, hace falta una auténtica revolución en el sistema.
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