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22 de Abril del 2016
Ideas
Lectura: 11 minutos
22 de Abril del 2016
Cristina Burneo Salazar

Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.

Con tres medidas de arena
Esta semana, estuvimos juntos. Si el sábado no teníamos noción de la magnitud de este desastre inenarrable, el domingo nos organizábamos en todo el país. Ese día, pasaron varias cosas. Supimos reconocernos en la solidaridad y en el dolor. Prescindimos del Estado. Nos autoconvocamos, nos organizamos en torno al afecto.

Adiós, niñito

la gloria te está llamando.

Adiós, angelito,

el cielo te está esperando.

Chigualo esmeraldeño

Una historia es la de los amigos cuya casa se desploma ante sus ojos pero que se salvan porque han salido a colgar la ropa. Su primera imagen, que nos envían para decirnos que sobrevivieron, nos permite respirar. Están vivos. Hace poco han iniciado el trabajo de reconstrucción con su comunidad en Don Juan. Hay esperanza. Hay personas recuperadas con vida a las 100 horas del terremoto. Rescatistas y perros hacen un centauro para mover los escombros. Yadira cree haber estado enterrada durante un mes cuando es rescatada. Un perrito sale de su infierno con la pata rota y menea la cola cuando lo abrazan. Líber le sobrevive a su esposa: “Me dijo que me virara, me abrazó contra ella, me besó y murió.”

La otra historia es de una joven en Pedernales. “Acá no necesitamos más cosas. Hay mucha agua y hay poca gente viva. Hay comunas enteras muertas, hay mucho sol y el olor es insoportable. Agradezco la ayuda, pero no hay nada que se pueda hacer. Mi tierra se derrumbó.” Para ella, en ese momento, esa es la verdad. Esa agua no llegará a saciar ninguna sed, ni los mensajes escritos en las latas serán leídos por nadie. Esmeraldas y Manabí están entre la vida y la muerte. Entre la reconstrucción y la desolación. En el medio, la vida que hay que recuperar y reconstruir hasta que un día, que hoy parece muy lejano, vuelva a ser cotidiano. Con ellos, todos estamos ahora entre la vida y la muerte. Unos con mayor fortuna, otros, terrible y dolorosamente desamparados. Y en el medio, vamos haciendo algo que nos dice que estamos con ellos, más lejos o más cerca.

El taxista que me lleva a dejar agua ve mi caja y decide no cobrarme la carrera. Es su aporte, dice. No sólo eso, añade un “gracias por confiar en mí”. Es pirata y no tiene para los sellos. Es el gesto que me sostiene, y tendremos cientos similares que nos habrán dado aliento esta semana. Hay que conservarlos para los años que vienen.

Esta semana, estuvimos juntos. Si el sábado no teníamos noción de la magnitud de este desastre inenarrable, el domingo nos organizábamos en todo el país. Ese día, pasaron varias cosas. Supimos reconocernos en la solidaridad y en el dolor. Prescindimos del Estado. Nos autoconvocamos, nos organizamos en torno al afecto. Fuimos parte de comunidades más o menos efímeras, pero comunidades al fin. Muchas de ellas se han convertido en acopio, camiones, pactos, intercambios, la creatividad al servicio de la vida. Ese día, nuestro duelo colectivo desencadenó una solidaridad que hoy es una fuerza imprescindible. Es lo que nos enseñaron Manabí, Esmeraldas, Guayas. No todos estamos de luto, pero vivimos un duelo, y nuestro duelo se ha convertido en una fuerza.

Lo que hemos aprendido nos tendrá que guiar los años que vienen. Nuestra población en España y en otros países tuvo que despedirse de sus seres queridos con misas en sus ciudades, soportando la lejanía y la incertidumbre. El duelo a la distancia es una de las cosas más dolorosas de la migración. No sabemos si llorar, si viajar, si dejar que la muerte se instale y nos tumbe sin funerales, sin abrazos.

Muchas poblaciones que cayeron ya eran precarias, de algunas de ellas no habíamos escuchado el nombre y sus pobladores tuvieron que salir a los caminos que quedaban para avisar que necesitaban ayuda. La descomposición en que vivimos apareció al asalto en las vías. La violencia sexual, la deshidratación, la desnutrición ya existentes ahora se agudizan.

Las cadenas de pobreza hallan sus últimos eslabones en los desastres naturales cuando se acumulan todas las desigualdades y todas las vulnerabilidades. Aunque nos sacudan, no nos pueden sorprender los asaltos ni las violencias cuando sabemos que un desastre las junta todas. No nos sorprende ver, aunque lo veamos con el corazón partido por la mitad, que los desastres naturales no son naturales. La propiedad de la tierra, la falta de acceso a materiales, la distribución de tuberías, la distancia de reservorios, hacen del desastre natural una catástrofe humana. Este aprendizaje descarnado nos obliga hoy a juntar el duelo y la solidaridad a una demanda por aliviar esta desgracia que no es natural y que está fatalmente ligada a la pobreza. Nadie nos ha castigado con esto y nadie vendrá a salvarnos. Somos responsables de nuestra vida y por eso tenemos que pensar en ello sin aceptar la unidad nacional como un amortiguador.  

Tenemos que exigir del Estado un cambio de rumbo. Reconocemos las acciones emprendidas por los gobiernos locales y divisiones del gobierno nacional que han sido efectivas. Miles de empleados públicos han ido más allá de su obligación, al igual que personal de salud, bomberos, rescatistas, transportistas. También sabemos que es necesaria una tregua en nuestro cotidiano que reemplace la confrontación con la acción solidaria. De ahí, sin embargo, no puede desprenderse un discurso silenciador de unidad. Cuánto aguantan esas apariencias de familia unida. Hoy, necesitamos energía y serenidad para aportar en la reconstrucción y para acompañar el luto, pero también tendremos que demandar que cese el estado de propaganda durante la lenta, dolorosa y para muchos casi imposible recuperación de la vida. Y durante el estado de propaganda aparecen medidas de emergencia.

Quienes cuestionamos las medidas adoptadas por el presidente estamos del lado de Manabí, Esmeraldas, de la sociedad civil. A la afirmación altruista y legítima de “yo sí aporto” con el 14% se opone la situación de miles de personas que quisieran decir lo mismo con la misma despreocupación, pero que se verán duramente golpeadas. Si nuestro gesto magnánimo nos tranquiliza, también hay que pensar en cómo ese y otros impuestos han golpeado históricamente a las clases populares y a qué han sido destinados. Demandamos con el ánimo de que se reconsideren las medidas impuestas y se acojan las propuestas ciudadanas. Y le proponemos cambiar de tono, señor presidente. Le tomamos la palabra sobre las sabatinas y la oficina de la Felicidad, pero que no sea, como dice usted, para contentar a la oposición. Que la mezquindad no marque sus decisiones, que sea, por lo menos, una sombra de solidaridad la que lo lleve a gobernar más allá del rencor. 

Hay condiciones materiales concretas en que va a tener lugar este arduo proceso de reconstrucción. ¿Se va a eximir de los dos puntos porcentuales a esas dos provincias? ¿Se va a condonar la deuda de su ciudadanía? ¿Quién va a fiscalizar los fondos nacionales e internacionales? Nuestra desconfianza del Estado no se suspende ahora ante el enorme pesar que sentimos porque la dirección que lleva no se ha modificado. Nuestras preguntas son legítimas y no van en desmedro de nuestra tarea de solidaridad.

Hay numerosos antecedentes que conforman un modo de operar del gobierno nacional que se sostiene sobre la población más vulnerable, por eso demandamos: el 14% afectará más a las clases populares y a la gente que intentará reconstruir su vida en Manabí, en Esmeraldas o que va a migrar a otros lugares. Frente a eso, la pregunta masiva por el aporte del Estado: en qué van a ahorrar, qué pasará con los medios incautados, aviones, aparato de propaganda. Por supuesto, está la pregunta por la exigencia del Estado a las corporaciones, la banca privada, las multinacionales con márgenes de ganancia para nosotros inimaginables. Estamos esperando un plan de exigencia para ellas que traiga de vuelta algunos fondos de Panamá, que cobre deudas, que opere para la población.

Demandamos porque queda vida y hay esperanza para reconstruir. Demandamos porque un hombre tuvo que matar a su esposa para ahorrarle la agonía. Él, que ya vive un infierno, ¿tendrá que pagar con sus impuestos lo que ahora tendrá que ser su vida? Demandamos porque hay bebés y niños que ya crecerán con un “alita rota”, pero queremos que vuelen, como escribió el poeta. Demandamos que se reconsideren las medidas contra la población porque ya estamos todos un poco rotos, y sobre todo está rota nuestra gente manaba, esmeraldeña; huérfanos, viudos, viudas, mutilados, discriminados por diferentes, enmudecidos por el dolor. Por eso demandamos. No es personal, señor presidente, no estamos pensando tanto en usted, sino en la vida de ese nosotros enorme y ahora desolado.

Mientras tanto, este nosotros, el que está con ustedes, seguirá ideando, hablando, buscando. Vamos a reconstruir. Las casas, los afectos, los caminos, las puertas, las ventanas, la mesa, los cuerpos, el arbolito del jardín, las ollas.

Todos perdimos algo la noche del 16 de abril. Todos perdimos algo, y muchos perdieron todo. Que quienes tenemos la suerte de estar bien marchemos con quienes no lo están y nos encontremos a medio camino para levantarnos todos juntos. Si hay plegarias ateas que expresen fe en lo humano, que este aprendizaje germine para que esos muchos despierten un día y puedan vivir momentos cada vez más largos de serenidad. 

Un día vamos a mirar que algo se ha levantado. Quizás nos volvamos invencibles. Así como las alfareras cuecen las ollas en Manabí, una por una, así se va a levantar la vida un día.

Con tres medidas de arena
una ollita voy a hacer
con el barro le daré forma
y buena será pá comer.

amorfino de Calceta
Alvina Cusme, alfarera

[PANAL DE IDEAS]

Alfredo Espinosa Rodríguez
Fernando López Milán
Aldo Lorenzzi Bolaños
Alexis Oviedo
Rodrigo Tenorio Ambrossi
Patricio Moncayo
Richard Salazar Medina
Iván Flores Poveda
Giovanni Carrión Cevallos
Mariana Neira

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