
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.
Jueves 14 de mayo. Las tres gracias de la Asamblea Nacional son ratificadas en sus cargos. Cada una se luce articulando los lugares comunes del manual de uso de la revolución ciudadana. Dicho manual exigirá palabra inflamada, léxico grandilocuente y actitud gallita, trátese de hombres que parezcan hombres o de mujeres que parezcan mujeres, únicos dos tipos de personas que admite la revolución. Y ojalá pertenezcan a familias biológicas de padre y madre casados en primeras nupcias. Una vez aprendido el lenguaje políticamente correcto, el “os/as, os/as” de rigor, que poco significa en lo concreto, inician las intervenciones.
Va Gabriela Rivadeneira, conocida por su deseo de hacer que pronto los ricos coman mierda y no pan, a fin de virar la tortilla. “Somos muchos los que no tenemos nada”, decía antes de mostrar su casa en las revistas. Va Rossana Alvarado, autora en 2012 de uno de los discursos más decididos a favor del aborto que se haya escuchado en este país por parte de un legislador. No quedó nada. Y va Marcela Aguiñaga, optimista, quien cree que repitiendo la palabra “sumisa” mil veces el vocablo puede convertirse en su antónimo. Virtudes retóricas las de estas tres políticas, sin duda.
Rivadeneira o el buen deseo de la coprofagia
Gabriela Rivadeneira, presidenta, la misma que le cerró el micrófono a Cléver Jiménez en la Asamblea, dando cuenta de su elevado sentido de la democracia, ha elaborado un discurso de posesión del cargo que acumula las máximas poéticas del discurso oficial de estos últimos años: “desmontar el andamiaje que sostenía el orden neoliberal”; “priorización del ser humano sobre el capital”; y un largo etc. vacuo y falto de consistencia. Si no hubiéramos escuchado las mismas palabras con las mismas estudiadas emociones por tantos años, podríamos pensar que no son una repetición marionetesca encargada de llenar con mediocridad el lugar donde debería estar una mínima reflexión. Rivadeneira demuestra lo rápido que se desgasta la palabra política, lo necio que se vuelve repetirla, lo ensayada que aparece. Quien repite no articula, sólo obedece la fórmula.
Se destaca su “compromiso inclaudicable con los intereses de las mayorías”, porque las minorías en ese país no tienen ningún valor. Somos minorías las mujeres, las poblaciones rurales, los pueblos amazónicos invadidos, las personas con discapacidades, las personas de sexualidad diversa, los ateos, los migrantes que creyeron en el milagro ecuatoriano y las fronteras abiertas, porque no somos del todo legítimos, porque nuestra palabra tiene menor valor. Gracias, María Augusta Calle, le dice, por mocionarla. Gracias, Sra. Calle, que convirtió la palabra de las mujeres en comodín para quedarse sentada cerca, medio cerca, del poder.
Alvarado o la amnesia
“Que vuestras mujeres callen en la congregación, porque no les es permitido hablar”, decía Alvarado hace mucho, citando Corintios. “Es indecoroso que las mujeres hablen en la congregación. Eso enseña la Biblia, que hoy ha sido invocada”, les reclamaba a los asambleístas a quienes acusaba de curuchupas, con razón. Alvarado discutía en ese entonces la despenalización del aborto. Defendía a las mujeres criminalizadas por abortar. “No permito que la Iglesia me mande la lista de sus leyes”. “El aborto es un tema de salud pública.” Esa pasión por la justicia para las mujeres se esfumó. ¿Qué dirá ahora que viene el Papa y su visita de ha declarado de interés nacional?
Hoy, Alvarado habla de un “proyecto político sostenido por un pueblo insurrecto”, de un “pueblo que no se deja someter”, de un “pueblo que jamás ha agachado la cabeza”, de una “patria emancipada”. De asambleístas que deben levantar “la voz para honrar a su pueblo.” ¿Cómo piensa Alvarado que debemos ser insurrectos? ¿Con el Decreto 16 respirándonos en la nuca? ¿Con menores de edad agredidos físicamente por el presidente y detenidos? ¿Tenemos que levantar la cabeza como lo hizo José Tendetza? ¿Cómo van las asambleístas a levantar la voz cuando el presidente las mandó a callar, les señaló el alto de la minifalda y no dijeron ni pío? ¿Cuál es la patria emancipada? ¿La que se vendió a China?
Alvarado tenía que haberse puesto de acuerdo con Marcela Aguiñaga o tal vez ver juntas el diccionario. Nunca está demás.
Aguiñaga o la sumisión
“Algunos pensaron que tres mujeres jamás llegarían a esas posiciones”. Es cierto. “Ser mujer no es una tarea”, añade. También es cierto. Ser mujer es una construcción, igual que ser hombre, transexual, asexual, transgénero, etc. Pero el gineceo correísta no está en capacidad de sostener una reflexión consistente respecto a la sexualidad, mucho menos a los problemas de género, porque el género allí es una cuota y una retórica memorizada, de lo contrario, no habría mujeres presas por abortar ni Planes Familia que hagan de la castidad una política de Estado.
“Han osado llamarnos sumisas y borregas por defender luchas que jamás traicionaremos”. Ahí está el problema. En vez de reconocer que no entiende de qué van los discursos de reivindicación para las mujeres, Aguiñaga intenta hacer de la palabra “sumisa” una posición de fuerza. La sumisión supone rendirse voluntariamente al poder; hacer de la obediencia una cualidad; seguir el criterio de otro poniendo el propio en segundo plano. En la sumisión no hay igualdad, respeto por la diferencia ni mucho menos democracia. ¿Es necesario redundar en esto?
No importa cuántas veces Aguiñaga repita la palabra “sumisa” con “convicción”, jamás cambiará de significado. Miles de mujeres y de personas han luchado por décadas justamente para que esa palabra, “sumisa”, deje de ser un valor. Esos miles de mujeres y personas han luchado para que Aguiñaga, una mujer, ocupe una función pública de alto rango. Sólo que Aguiñaga no comprende esas luchas, tampoco representa sus procesos, y no es suficiente que sea mujer, porque no tiene discurso propio. Querer reivindicar la palabra “sumisa” para disimular el error, defender ese indefendible, no sólo es ingenuo, sino que constituye también un audaz desconocimiento de La Historia, de toda una historia de reivindicaciones, no sólo de las mujeres frente al poder, sino de las esclavitudes, las explotaciones, todas las veces en que el poder quiso que alguien agachara la cabeza.
“No desmayaremos ni un sólo día, ni un solo instante. Sus ofensas vuelven más enérgica la decisión de permanecer estoicas en esta lucha”, clama Aguiñaga. No queremos su estoicidad, asambleísta, no nos la ofrezca. Mejor aprenda primero cuál quiere que sea su discurso y luego sí, proponga. Qué peligro que no sepa usted bien qué es “estoicidad” y luego venga a vendérnosla.
Coda
Mientras Aguiñaga se refirió en su discurso a la necesidad de una sociedad más participativa y cuando Alvarado hablaba de insurrección, el Gobierno se tomó el Fondo de Cesantía del Magisterio a la fuerza. Los maestros ocuparon sus instalaciones y la policía antimotines reprimió. Desesperado por dinero, el Gobierno central “priorizó al ser humano sobre el capital”, como bien decía Rivadeneira, entrando a la fuerza, desesperado por dinero.
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