Hay una frase en los chats del criminal Leandro Norero, citada por la fiscal general Diana Salazar, que ha pasado desapercibida a pesar de su importancia sustancial y que explica mucho de la crisis política y de seguridad que vive el país.
“Necesitamos que RC regrese porque estamos perdiendo dinero”. Lo dice Norero, según reveló Diana Salazar en Teleamazonas, y consta entre los mensajes desencriptados del mafioso, que suman más de 14.000 páginas.
A pesar de la revelación sobrecogedora que implica esta afirmación, ella se ha perdido en medio de la abundancia de material del mayor caso de corrupción por narcotráfico de la historia del Ecuador, que nos tiene abismados a los ecuatorianos
“¡Ese es el nivel de putrefacción que hemos podido develar en esta trama del caso Metástasis!”, continuó, indignada, la fiscal general, sin que los periodistas que la entrevistaban, excelentes periodistas por lo demás, ahondaran más en el asunto (en ese momento inquirían sobre otra cosa).
Por cierto, la entrevista (en Teleamazonas a las 7 de la mañana, del 18 de diciembre, con Milton Pérez y Liz Valarezo) fue una de las primeras, si no la primera, que dio la fiscal Salazar y necesariamente tenía que topar en ella los puntos de más relieve del caso Metástasis y el papel de los principales involucrados (jueces, tanto de la Corte Nacional como de niveles inferiores; policías, tanto generales como oficiales de menor graduación; funcionarios; asambleístas; abogados; políticos; relacionadores públicos), todos al servicio del que llamaban Patrón.
La frase citada por la fiscal (ver la entrevista, en YouTube, a las 7:36 a.m.) no necesita de análisis o explicaciones, porque es evidente y meridiana, y se convierte en la confirmación de lo que el Ecuador ha venido sospechando: hubo una colusión correísta con el narco (ya sabíamos lo del retiro de la base de Manta, la inoperabilidad de los radares, la contención a la policía) y lo difícil que, en los gobiernos posteriores, se les puso ganar dinero, más aún cuando fue el de Guillermo Lasso, por más errores que se le puedan achacar, el que apresó a Leandro Norero (que se había fingido muerto, como hacen las raposas). Por eso el capo anhelaba el regreso de aquel que les favoreció.
¿No quedan claras las cosas después de saber de esa frase? ¿No explica, por ejemplo, el frenesí de Correa y de sus secuaces por enjuiciar a Diana Salazar? ¿No quedan claras las razones para colocar a Wilman Terán de presidente del Consejo de la Judicatura, cuya prisión, felizmente, ha desbaratado el concurso amañado de jueces y los demás intentos para cooptar la Corte Nacional de Justicia? (sobre esto hay otras frases expresas en los chats de Norero, que esperaba salir libre en cuanto Terán actuase).
La descomunal y valiente acción de la fiscal general en “Metástasis”, merece el agradecimiento fervoroso de los ecuatorianos. Las infamias lanzadas en su contra rebotan en su escudo de dignidad, sencillez, firmeza y compromiso con el pueblo ecuatoriano. Ella condujo una investigación secreta durante meses, tras el asesinato de Norero, en cuyos celulares encontraron mensajes explícitos, en una de las aplicaciones más difíciles de desencriptar, Threema, que, además, permite el registro anónimo, por lo que él y sus interlocutores creían que nunca serían descubiertos.
La solvente y coherente fiscal desplegó evidencia contundente en la audiencia de presentación de cargos, lo que ha permitido que el país compruebe cómo llegamos a ser un narcoestado: de qué manera los capos compraron apoyos en todas las esferas del Estado y también, por supuesto, en el sector privado, y obtuvieron pseudoperiodistas que les hicieran las relaciones públicas y pseudopolíticos que acosaran a la fiscal, mientras, con la frialdad de la conciencia encallecida por el crimen, decidían asesinar a quienes consideraban enemigos porque denunciaban lo que ellos hacían.
El nombre de la operación, que Diana Salazar no se atribuye a ella misma sino al equipo investigativo, es la descripción perfecta de cómo el cáncer de la corrupción ligada al tráfico de estupefacientes se desparramó en la sociedad ecuatoriana en este siglo XXI.
La investigación se mantuvo en total secreto mientras se limitó al equipo de confianza de la fiscal, pero la noticia se filtró en cuanto se hicieron las coordinaciones del mega operativo, que involucró a 900 personas, entre ellas fiscales y policías, para realizar 75 allanamientos en siete provincias del país. Dominado por la desesperación, el más audaz de los confabulados actuó de campana advirtiendo a todos, para que se metieran en sus escondrijos. Ocho de ellos no pudieron ser apresados. Por cierto, el Diccionario de la Lengua Española dice que campana es, en Argentina y Perú, como que no lo fuera en el Ecuador, “el ladrón que permanece fuera del lugar del robo para alertar a sus cómplices”.
Rafael Correa ha quedado definitivamente desenmascarado como cómplice, tanto por su campanazo, como, y sobre todo, por lo que Norero dice en su mensaje: “Necesitamos que RC regrese porque estamos perdiendo dinero”. ¿Entenderá el pueblo correísta que apoyar a esta mafia es prolongar el estado de inseguridad, violencia y terror que vive el Ecuador?
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