
Desde hace dos semanas se habla en Alianza País y en el lado de los aliados de Lenín Moreno, con ansiedad y sigilo por cierto, que Rafael Correa regresará al país.
El expresidente Correa, desde el último día que estuvo en Quito, el 10 de julio pasado, marcó distancia con su sucesor. Y su viaje a Bélgica fue el inicio de una batalla con Moreno que cada vez sube de tono. De lado y lado.
Pero esa pelea no solo es la muestra de un enfrentamiento entre dos. La ciudadanía presencia lo frágil que se volvió uno de los partidos políticos que nació y aprovechó el descontento por la penosa clase política que ha manejado el país. El hastío por la burda conexión entre la justicia y la política, la indolencia de las autoridades elegidas ante la pobreza eterna, la inseguridad y alto costo de la vida. Ante el nepotismo cínico. De ahí surgió la decepción que fue aprovechada por PAIS para llegar al poder.
Doce años después de las primeras reuniones de sus fundadores... ese partido es igual y peor que esa vieja clase política. Igual porque se convirtieron en un grupo cerrado de poder que lo decide todo, que metieron la mano no solo en la justicia sino en la misma participación ciudadana y atentaron contra los Derechos Humanos.
Y es peor que la partidocracia porque con mayor ingreso de dinero en las cuentas estatales hubo más corrupción.
Peor porque luego de 10 años de mandato de PAIS muestran que su pasado es espantoso. Alto endeudamiento, oscuras condiciones para convenios con los acreedores chinos. Cuentas estatales que quisieron mantener en las penumbras. Persecución a la prensa independiente al punto de dejarla casi destruida. Encarcelamiento o acoso a luchadores sociales. Incluso una ‘mafia revolucionaria’ llegó al poder para enriquecerse. No es una percepción. Ya es una realidad. PAIS implosiona.
Y quién poco a poco, lento, levanta la alfombra para ver la suciedad es Moreno.
¿Con ese vergonzoso pasado, entonces, para qué regresaría Correa? Los escenarios que se pueden inferir son cuatro. Todas acciones para defenderse. Uno, apoyar a Jorge Glas ante las evidencias que aparecen y que lo vinculan a la mayor trama de corrupción de la historia de la humanidad, el caso Odebrecht. Dos, evitar una auditoría a la alta deuda pública y el despilfarro estatal.
Tres, presionar a Lenín Moreno y AP para que se clarifique si están con él o contra él. Cuatro, tener presencia en los medios de comunicación, en donde cada vez tiene menos cobertura y sus agravios no se difunden, como en sus tiempos de oro, en televisión, radio, canales privados coordinados y redes sociales.
No obstante, el tiro puede salir por la culata. Correa tuvo alto rechazo en los votantes, según las encuestas de la época, y ese fue uno de los motivos por los que no participó en las últimas elecciones. Eso no habrá cambiado. Además, si llega al país, deberá lidiar con la opinión pública que lo señala como el principal causante del despilfarro, expuesto por el presidente Moreno.
Es más, la conducta de Correa al no decir la verdad sobre la situación económica del país pudiera ser un delito: pánico económico. Este fue un artículo penal que surgió de los cerebros de la revolución y ampliamente criticado por la oposición por ir contra de la libertad de expresión. Ahora ese delito puede regresarle como un bumerán.
En el caso de que Correa pise tierra ecuatoriana puede aprovechar la ocasión para explicar los detalles de los créditos con China. Moreno, en cambio, ya puede difundir los datos sobre la deuda estatal que ya han sido investigados por la prensa independiente y por sus personas de altísima confianza. Aprovechar que Correa parece asustado. Y, nuevamente, tratar de dejar atrás ese pasado político humillante que mantiene estancada a la Patria.
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