
Hablemos de los infiltrados. En este cambio de gobierno, que todavía no termina de asentarse, hay personajes que no han conocido una forma distinta de ganarse la vida que no sea desangrando al Estado.
Ellos son los que implantaron esa premisa, que dura hasta ahora, de que el Estado es el que debe mover la economía, ser el generador de riqueza y ser el más asistencialista a pretexto de reducir la pobreza. Pero eso tiene una explicación. La máquina debía funcionar para pagar las mega-ideas que se les ocurría y que nos hacía más grandes que Estados Unidos, que Alemania… Como el pomposo ‘Buen Vivir’ que no quedó en nada.
Ellos fueron los más correístas en su momento. Defendieron consultorías, proyectos de construcciones, grandes o pequeñas. Saltaban con bandera en mano en los Shyris para apoyar el proyecto verde. Acataban tácitamente las órdenes del mandamás que florecían en las sabatinas… y si eran judiciales con mayor celeridad.
En sus empresas cambiaron los nombres de accionistas y administradores para que caiga el cliente fijo: el papá Estado. Armaron grupos de inteligencia que sirvieron para perseguir, hostigar y golpear a todo quien se atraviese por el camino (¿recuerdan la carne ensangrentada en la casa de Christian Zurita, los grafitis insultantes en la casa de Ivonne Guzmán, las fotos de Crudo Ecuador comiendo en el Condado Shopping, los agentes frente a la casa de Mario Pazmiño, la paliza a Fausto Lupera?).
Lo peor es que muchos todavía están en el gobierno de Lenín Moreno. Antes detestaban el diálogo, odiaban a la prensa privada, calificaban de hambreador al empresario, al político opositor lo tildaban de ser de derecha. Tienen las mañas correístas (como usar dinero ajeno para protervos ataques personales) que las usan con más desfachatez y audacia. Lenín Moreno ya conoce algunas. Ojalá actúe.
Otros de estos operadores de la política correísta ya no le cantan al Che Guevara, ya no entonan las canciones de Carlos Puebla, ya no saltan con la bandera verde, ni gritan: “Alerta, alerta…”.
Ahora quieren defender a la empresa privada. Venden consultorías a quienes eran sus enemigos acérrimos. Y son poseedores de una verborrea técnica que engatusa al más incrédulo. Claro, en sus hojas de vida ocultan lo que hicieron en el gobierno de Rafael Correa.
Lagarto que come, no vomita, dice la sabiduría popular. En este caso el lagarto, el correísta tapiñado, quiere seguir tragando. ¿Lo consentirá Lenín? ¿Lo permitiremos?
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