
Mijaíl Bulgákov estaba demasiado incrustado en su viciosa pasión por la literatura como para sostener los niveles aceptables de sumisión que demandaba el régimen soviético. Esto le valió un constante hostigamiento en el ambiente académico de su país, poblado por seres humanos excelentes cuyos labios habían alcanzado niveles increíbles de virtuosismo a la hora de besar el culo de los dirigentes del partido único.
Bulgákov tenía otras obsesiones. Estaba empeñado en narrar con lujo de detalles los dramáticos momentos finales de Jesús de Nazaret, y los oscuros diálogos que sostuvo con Poncio Pilato. Su trabajo se había desarrollado en silencio durante años. Sin embargo la dictadura marxista no tardó en contarlo entre los intelectuales no alineados y reprobaron todos sus escritos. Frustrado, encolerizado, y perseguido Mijaíl Bulgákov arrojó su manuscrito al fuego.
Años después de haber incendiado la obra de su vida, y atormentado por aquel libro que seguía ardiendo en el infierno de su cabeza, Bulgákov buscó un lápiz y a escondidas escribió otro. Su nueva obra se tituló El Maestro y Margarita y fue el resultado de los fantasmas y sombras del documento que había reducido a cenizas años atrás, y sus propias reflexiones sobre la realidad espiritual alrededor de la dictadura comunista.
La obra se desarrolla en dos épocas, la Judea del siglo primero, y el estado totalitario soviético en su época más represiva. Por supuesto, el libro tiene todos los elementos para ser un texto ganador: chicas hermosas que vuelan desnudas sobre las luces de Moscú, espíritus malignos que convierten rublos en dólares, gatos parlantes que reflexionan sobre la debilidad del espíritu humano, gobernadores romanos que sienten fascinación por anacoretas hebreos, y burócratas marxistas sellando documentos. Bulgákov traza una metáfora genial sobre la perversidad del autoritarismo, no como una simple estructura humana, sino como una manifestación de maldad espiritual y voluntad diabólica.
Mientras los intelectuales y militantes del partido único soviético se enredaban en sofisticadas discusiones acerca de los triunfos de la voluntad humana y la hegemonía del ateísmo, el demonio en persona los increpa asegurando que dios existe y que él mismo tuvo la oportunidad de conocer a Jesús de Nazaret. En efecto, la novela de Bulgákov muestra a los regímenes autoritarios marxistas como una maquinaria cuya perversidad excede la ambición vulgar y se nutre de un misticismo diabólico. "El maestro" (alter ego del autor) representa la libertad humana y la razón redentora. Ambas categorías, razón y libertad, son elementos indispensables a la hora de resistir la vileza infernal encarnada en un estado dictatorial.
Si le creemos al escritor Italiano Giovanni Papini, el diablo es maestro del arte de la mentira, hasta el punto que utilizará verdades relativas para lograr engañar a quienes lo escuchan. Nadie debería creerle al diablo.
En nuestro país se acaba de dar un proceso electoral en el que se han denunciado varias irregularidades. Llama la atención la férrea negativa del CNE por procesar, de manera satisfactoria, estas impugnaciones, mientras al mismo tiempo se han anunciado procesos de recuento que no cubren de manera satisfactoria las demandas y solicitudes de los actores políticos que han señalado irregularidades. Un recuento voto a voto de la totalidad de las urnas despejaría todas las dudas pero la burocracia correísta se niega a realizarlo. Ellos nos piden que creamos en las instituciones de la revolución ciudadana. Que tengamos fe religiosa en sus burócratas. Se ha amenazado a los no creyentes.
En estos momentos vienen a mi, los párrafos incendiarios del libro de Mijaíl Bulgákov. El diablo se siente cómodo en las burocracias autoritarias. El diablo es mentiroso. Si nos han mentido durante diez años, ¿por qué tendríamos que creerles ahora?
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