
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Un par de reflexiones acerca del coronavirus son necesarias, al menos para salirse del enfoque específicamente médico con el que se está asumiendo el problema.
La primera se refiere a la exacerbación tóxica de la producción capitalista. El vértigo del consumo induce a una lógica productiva que atropella toda consideración ambiental, laboral, humana y sanitaria. Ya desde inicios de la era moderna se registran los impactos devastadores del capitalismo sobre la salud de las sociedades. Hacinamiento, exceso de horas de trabajo, marginalidad, ausencia de normas de higiene constituían el caldo de cultivo para la proliferación de las patologías más inimaginables. Hace dos siglos, las condiciones de vida de los trabajadores en los países desarrollados eran miserables.
Hoy, en esencia, poco ha cambiado. Gran parte de esa degradación social y ambiental ha sido trasladada a los extramuros del desarrollo. El drama de la miseria social se lo vive ahora en los países pobres, obligados por la dinámica del mercado a padecer los impactos destructivos de una producción desaforada. China apostó a convertirse en el proveedor industrial del planeta; los costos están a la vista.
La segunda reflexión tiene que ver con el aprovechamiento de la crisis general provocada por el coronavirus, o lo que los abogados denominan crimen de oportunidad. Una vez producido el hecho, no falta quien quiera sacar ventaja de la situación. No hay que dar crédito a las versiones conspiracionistas que hablan de un virus creado y propagado por alguna mente malévola y malintencionada. Aunque todavía no se tiene la certeza respecto de su origen o de su evolución, lo real es que el microbio está aquí, paseándose a sus anchas por medio planeta. Y más de uno quiere obtener ganancias de la tragedia ajena.
Con el pretexto de combatir la pandemia, grandes potencias y gigantescas empresas responden desde el más perverso oportunismo. Estados Unidos, por ejemplo, busca debilitar políticamente a su archirrival del momento.
Con el pretexto de combatir la pandemia, grandes potencias y gigantescas empresas responden desde el más perverso oportunismo. Estados Unidos, por ejemplo, busca debilitar políticamente a su archirrival del momento.
El caso de las corporaciones médicas y farmacéuticas es inclusive más infame, porque de por medio está la salud de miles de millones de personas. No se trata únicamente de vender más productos –en muchos casos inútiles– para curar la infección. Se trata, sobre todo, de vender un imaginario basado en la comercialización de la medicina. En otras palabras, estos gigantes empresariales buscan refrendar un modelo médico basado en el consumo de productos antes que en la prevención de las enfermedades. Lucran de las “externalidades” producidas por un sistema que está aniquilando la vida.
El próximo paso será la oferta de vacunas para neutralizar uno más de los tantos virus que seguirán apareciendo a medida que la depredación humana y ambiental se expanda. Pingüe negocio si pensamos en los miles de millones de potenciales consumidores que, por voluntad o por obligación, tendrán que aplicárselas.
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