
Un título más para Cuenca. Un título por demás merecido y que la honra. ¿Cómo no admirar las manos de cuencanas y cuencanos con las que se crean maravillas? Como si los dioses se hubiesen estacionado ahí para sostener ese mundo en el que las nuevas cosas brotan de las manos como por arte de magia.
Las artesanías son posibles en los espacios de lo imaginario. Es lo que las diferencias de todo aquello, hermoso también, que sale de las máquinas, de esas que mucho tiempo atrás enterraron, por ejemplo, la rueca, para imponerse y reinar en un mundo en el que las máquinas son seres obedientes, aunque carezcan del espíritu creador de las manos
El arte artesanal constituye una suerte de magia y de lírica al mismo tiempo. Y más aun en este tiempo en el que la urgencia por vivir y también por morir ha invadido todas las culturas.
Finalmente nos hemos convencidos, y con razón, de que cuantas más máquinas funcionen incansable y perennemente, más desarrollado y grande será un país.
La artesanía es sencilla, modesta. Casi humilde. Como las tejedoras de sombreros de paja toquilla que salen a la vereda de la casa a tomar el sol con su tejido en la mano y su bebé a la espalda. Y conversan de la sencillez de la cotidianidad entre vecinas, y al mismo tiempo cuidan de la cocina y de los niños propios y ajenos. Mundo mágico en el que las cosas bellas se producen y reproducen como parte fundante de una cotidianidad sencillamente predeterminada.
El tejedor de sombreros o de ponchos, el que talla joyas en oro brillante o dioses en mármoles azules o en olorosas maderas de caoba. Todos ellos pertenecen al mundo común y corriente de Cuenca. Una cotidianidad profunda y excepcionalmente ligada a lo mágico, ese mundo al que todos pertenecen ancestralmente. Ellas y ellos son esencialmente excepcionales puesto que el arte les pertenece por nacimiento. Generación tras generación, se transmitieron en sus genes el don de la imaginación creadora. Cada niña y todo niño nacen con manos únicas, bendecidas por el tiempo, la tradición y la felicidad de ser creadores.
El tejedor de sombreros o de ponchos, el que talla joyas en oro brillante o dioses en mármoles azules o en olorosas maderas de caoba. Todos ellos pertenecen al mundo común y corriente de Cuenca. Una cotidianidad profunda y excepcionalmente ligada a lo mágico.
Porque no es posible arte alguno sin que el artesano no se halle ligado a lo mítico y mágico, ancestralmente. Sin esta profunda y perenne relación, imposible creación alguna. Es lo que tenían muy claro los antiguos griegos.
Cuenca no es la Atenas del Ecuador tan solo por sus poetas, pintores y músicos. Sino porque ahí no ha dejado de florecer y dar frutos el arte en todas sus dimensiones. Igualmente es rítmica una artesanía cualquiera que un antiguo o un moderno poema.
La artesanía posee una suerte de carácter mágico. De un poco de lana, de un pedazo de metal o de mármol, de pronto, brotan maravillas deslumbrantes y también seres eminentemente míticos. Mientras unas manos crean joyas, otras tejen prendas de vestir o tallan el mítico mármol.
Rebosante de luz y de vida, Cuenca ha sido siempre y seguirá siendo la honra del Ecuador. No se trata de ningún chauvinismo trasnochado. Sino del necesario reconocimiento a una ciudad que ha sido capaz de sostenerse grande, en todo sentido, incluso cundo ha recibido las espaldas de los poderes centrales que, más de una vez, primero esperan el perverso humito del adulo para luego apoyar a los municipios y sus instituciones.
Cuenca ha sido nominada como Ciudad Artesanal y Diversa del Mundo por parte del Consejo Mundial de Artesanías (World Crafts Council). Siempre son bien venidos los reconocimientos internacionales no solo porque rescatan maravillosas realidades sino también porque fortalecen el espíritu creador de los pueblos. Y Cuenca lo merece. La creación artesanal forma parte del espíritu y del cuerpo de sus hijos.
La ciudad podría ser vista como una perenne exposición de artesanías, antiguas y nuevas, las de hoy y de aquellas que no cesarán de ser creadas mañana y en el mañana de mañana. Indefinidamente.
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