Desde la víspera de su posesión como presidente, ya se organizaron sus enemigos con el propósito de serrucharle el piso. Y, aunque suene inaudito, fueron los mismos que lo patrocinaron y alabaron los que, de la noche a la mañana, se volvieron sus nuevos y feroces enemigos.
Son aquellos que se han propuesto mirar con gigantes lupas todo el quehacer político del presidente para poner el grito en el cielo por cada uno de supuestos o reales errores. Sus principales enemigos son justamente aquellos que no pueden disimular su propio espíritu dictatorial. Entre ellos está un ex presidente que se hizo famoso por su inquebrantable amor al adulo de un ejército de buenos para nada pero que, sin embargo, se hallaban siempre listos a beneficiarse de todo lo bueno y lo malo de la política. Son los que viven felices mientras se alimentan de las migajas que caen del plato del poder.
Son aquellos que se hallan ahora sumamente dolidos porque Lasso se resiste a darles ni siquiera las sobras del plato del poder.
De entre ellos, algunos no son más que farsantes que tempranamente aprendieron a lucrar por igual tanto del bien como del mal, de la verdad y de la mentira. No buscan otra cosa que disfrutar de los sucios beneficios que brindan las intolerancias y los engaños. Son aquellos que en su vida han leído un solo libro pero que rápidamente se convirtieron en fieles y sabios discípulos de aquel que les enseñó a medrar por igual tanto del bien como del mal, de la verdad como de la mentira.
Son aquellos que esencialmente se hallan adheridos a lo corrupto.
No es al presidente Lasso al que pretenden destituir desde su posición de sabios maniqueos. Lo cierto es que no quieren saber nada de la democracia y de la libertad. Lo único que anhelan es apropiarse una vez más del poder para construir un nuevo orden en el que se pueda instaurar la maldad, en lo más perverso de sus sentidos y dimensiones. Quieren el poder para organizar una sociedad sometida y así enriquecerse sin límite ni medida.
¿Ha habido, acaso, en las últimas décadas, alguien tan ferozmente enemigo de la democracia, en todos sus sentidos y dimensiones, como el expresidente Correa? Aun cuando sobre él pese una sentencia penal, los suyos tienen la osadía de presentarlo como un sujeto sabio, justo y bueno. Es este el modelo que se pretendería implantar en el país. Una tiranía disfrazada de democracia, un sistema de engaños tras la careta de verdad.
¿Ha habido, acaso, en las últimas décadas, alguien tan ferozmente enemigo de la democracia, como el expresidente Correa? Aun cuando sobre él pese una sentencia penal, los suyos tienen la osadía de presentarlo como un sujeto justo.
La lista de los grandes corruptos del país, por desgracia, ni comienza ni termina en Correa. Sin embargo, él se habría constituido en una suerte de ejemplo paradigmático. Primero y ante todo, la corrupción de los lenguajes que permitió que las mayores mentiras se disfracen de sacrosantas verdades incuestionables.
Correa dogmatizando sobre la verdad y la honorabilidad, él que debería estar en la cárcel cumpliendo una sentencia de prisión por el famoso caso “sobornos. Él persiste en que se lo alabe e imite.
Él y los suyos se han propuesto minar la democracia, hacer del país una suerte de basurero político en el que todo sea posible, de tal manera que nadie distinga el bien del mal, la honradez de la perversidad.
Son ellos los que desean decapitar políticamente al presidente Lasso. Son los especialistas en pescar en río revuelto. Insertados en la Asamblea, buscan producir un caos que justifique la defenestración presidencial.
Ante este panorama, lo único que resta es salvar al país y a la democracia mediante una constate vigilancia política por parte del Estado. Y, segundo, denunciar jurídica y políticamente a todos aquellos que se han propuesto minar la democracia.
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